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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 45

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En su identidad de Michael Sullivan, tenía por costumbre repensarse cualquier cosa varias veces, no únicamente sus trabajos de sicario. Este arraigado hábito incluía asuntos familiares, pequeños detalles como el sitio y el modo en que vivían y quién estaba al corriente. También lo acompañaban siempre imágenes de la carnicería de su padre en Flatlands: un toldo de anchas franjas naranjas, blancas y verdes, los colores de la bandera de Irlanda; el blanco deslumbrante del interior del establecimiento; la ruidosa picadora eléctrica de carne que parecía sacudir el edificio entero cada vez que se ponía en marcha.

Para ésta, su nueva vida muy lejos de Brooklyn, había elegido el próspero y mayoritariamente blanco y burgués condado de Montgomery, en Maryland.

Concretamente, se había decantado por la ciudad de Potomac.

Hacia las tres de la tarde del día en que volvió de Europa, iba conduciendo a exactamente cuarenta kilómetros por hora por Potomac Village, y se detuvo como un buen ciudadano más en el semáforo en rojo, insufriblemente largo, del cruce entre las calles River y Falls.

Más tiempo para pensar, u obsesionarse, cosa con la que habitualmente disfrutaba.

Conque ¿quién había encargado que lo mataran? ¿Maggione, seguro? ¿Y qué suponía eso para él y su familia? ¿No era peligroso volver ahora a su casa?

Una de las «apariencias» generales, o de los «disfraces» que había elegido cuidadosamente para su familia, era el de burgués bohemio. Las ironías de esa elección de estilo de vida eran para él una fuente de diversión constante: mantequilla baja en calorías, por ejemplo, y la radio pública sonando a todas horas por los altavoces del 4x4 de su esposa, a la última moda; y la comida rara, como los bollos de salvado y aceitunas. Al Carnicero todo aquello le resultaba absurdo e hilarante a todas luces: las incesantes delicias de la vida de yuppie.

Sus tres hijos iban al colegio privado Landor, donde se codeaban con los hijos de los medianamente ricos, en general muy educados, pero a menudo malintencionados. En el condado de Montgomery había montones de médicos opulentos que trabajaban para el Instituto Nacional de Salud, el Departamento de Control Alimentario y la Comandancia Médica Naval de Betsheda. Y él se dirigía ahora al condado de Caza, la lujosa circunscripción en que vivía, lo que ya era para desternillarse: «Condado de Caza, hogar del cazador».

Y allí estaba por fin su hogar, dulce hogar, comprado en 2002 por un millón y medio. Seis amplios dormitorios, cuatro cuartos de baño completos más uno pequeño, piscina climatizada, sauna, un sótano bien arreglado y provisto de los últimos adelantos audiovisuales. Con Caitlin y los críos, lo último era la radio vía satélite Sirius. La dulce Caitlin, el amor de su vida honrada, que contaba últimamente con un entrenador personal y un naturópata, todo pagado por sus turbias actividades de caza. Sullivan había avisado de su llegada por el móvil, y allí estaban todos, en el jardín delantero, para recibirlo y darle la bienvenida; saludándolo con la mano como la gran familia feliz que creían ser. No tenían ni idea de que eran parte de su disfraz, ni se les pasaba por la cabeza que eran su coartada. Porque no eran más que eso, ¿vale?

Salió del Cadillac de un salto, sonriendo como en un anuncio de comida rápida, y empezó a cantar su sintonía particular, un tema clásico de Shep and the Limelites, Papá ha llegado a casa. «Papá ha llegado a casa, ha llegado y está bien así». Y Caitlin y los chicos hacían los coros: «No está a mil millas de aquíii».

La suya era una vida ideal, ¿o no? Salvo que ahora alguien quería matarlo. Y, evidentemente, ahí seguía estando su pasado, las circunstancias en que creció en Brooklyn, el pirado de su padre, el hombre de los huesos, el temido cuarto trasero de la carnicería. Pero el Carnicero trataba de no pensar en nada de eso en aquel momento.

Estaba de vuelta en casa, lo había conseguido; e hizo una amplia y cortés reverencia a su familia, que, por supuesto, vitoreó el regreso de su héroe.

Eso es lo que era, sí: un héroe.

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