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TERCERA PARTE - Terapia » 53

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—Eso no es una consulta —le dije a Sampson—. Es un favor. Un favor personal a ti, John.

Sampson arqueó las cejas en un gesto de buen entendedor.

—En otras palabras, les prometiste a Yaya y los niños que se había acabado el trabajo de campo.

Negué con la mano.

—No, no le he prometido nada a nadie. Tú conduce y procura no atropellar a nadie por el camino. Al menos a nadie que nos caiga bien.

Nos hallábamos en McLean, Virginia, para entrevistar a Lisa Brandt, que había dejado su apartamento de Georgetown para pasar una temporada en el campo con una amiga. Tenía su expediente en el regazo, junto con otros tres más, todos de mujeres que habían sido violadas pero se negaban a decir nada que ayudase a la investigación y pudiera servir para detener al violador. Al violador en serie.

Era la primera ocasión que tenía de repasar la documentación, pero no había tardado mucho en llegar a la misma conclusión que los detectives que habían estudiado antes los casos. Aquellas agresiones las había cometido el mismo hombre, y el autor era sin lugar a dudas un psicópata. Las víctimas supervivientes tenían un perfil similar: mujeres blancas de entre veinte y treinta y pocos años, solteras y que vivían solas en la zona de Georgetown. Todas ellas eran profesionales brillantes de algún tipo: una abogada, una ejecutiva de cuentas. Lisa Brandt era arquitecta. Todas mujeres inteligentes y ambiciosas.

Y ni una de ellas estaba dispuesta a decir ni una palabra en contra de su agresor o sobre él.

Nuestro culpable era evidentemente una bestia en sus plenas facultades mentales, que medía todos sus pasos y sabía meterles a sus víctimas el miedo en el cuerpo, y de qué manera. Y no una vez, sino cuatro. O quizá más de cuatro. Porque había muchas probabilidades de que hubiera más víctimas, mujeres tan aterradas que ni siquiera hubieran denunciado la agresión.

—Ya hemos llegado —dijo Sampson—. Aquí es donde se esconde Lisa Brandt.

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