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TERCERA PARTE - Terapia » 58

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En su retiro de Maryland, donde vivía en la actualidad, Michael Sullivan sostenía contra su hombro un bate de béisbol. Y no un bate cualquiera, sino un Louisville Slugger clásico, de un partido de los Yankees de 1986, para ser exactos. Pero ¡al carajo con las joyas de coleccionista, este pedazo de fresno macizo iba a ser utilizado!

—Venga —gritó Sullivan en dirección al montículo del pitcher—. A ver de lo que eres capaz, machote. Temblando estoy. A ver con qué me sales.

Costaba creer que Mike hijo tuviera un saque tan bueno y fluido con la edad que tenía. Y su bola lenta con engaño era una pequeña obra maestra. Sullivan pudo verla venir sólo porque él mismo le había enseñado el truco al chico. Así y todo, no iba tratar a su hijo mayor con guante blanco. Eso sería insultar al muchacho. Dio al lanzamiento la fracción de segundo de más que requería y entonces bateó con fuerza y conectó con la bola con un chasquido que le sonó a gloria. Se había imaginado que la bola era la cabeza de John Maggione Junior.

—¡Toma, al quinto pino! —exclamó. Se exhibió corriendo de una base a otra mientras Seamus, el más pequeño de sus hijos, trepaba para saltar la valla metálica del campo para recuperar aquella bola de home run.

—¡Muy buena, papá! —gritó, sosteniendo en alto la gastada bola allí donde había caído.

—Papá, tendríamos que irnos. —Su hijo mediano, Jimmy, ya se había quitado el guante de catcher y el protector de la cara—. Hay que salir de casa a las seis y media. Te acuerdas, ¿no?

Después del propio Sullivan, Jimmy era el que estaba más emocionado con lo de esta noche. Sullivan había comprado entradas para todos para el concierto de la gira Vértigo de los U2 en el estadio 1st Mariner de Baltimore. Iba a ser una gran noche, la clase de actividad familiar que le resultaba tolerable.

En el coche, camino del concierto, Sullivan iba cantando mientras sonaba el CD por los altavoces, hasta que sus hijos empezaron a farfullar y hacer bromas en el asiento de atrás.

—Veréis, chicos —dijo Caitlin—, vuestro padre se cree que es un segundo Bono. Pero suena más como… ¿Ringo Starr?

—Lo que tiene vuestra madre es envidia —dijo Sullivan, riéndose—. Chavales, a vosotros y a mí nos corre espesa sangre irlandesa por las venas. A ella sólo siciliana, la pobre…

—Vale, vale. Una pregunta: ¿qué comida preferís: irlandesa o italiana? Caso cerrado.

Los chicos rompieron en carcajadas y chocaron los cinco por su madre.

—Eh, mamá, ¿qué es esto? —preguntó Seamus.

Caitlin echó un vistazo y sacó un móvil plateado y pequeño de debajo del asiento delantero. Sullivan lo vio, y se le encogió el estómago. Era el móvil de Benny Fontana. Sullivan lo había cogido la noche que visitó a Benny y llevaba buscándolo desde entonces. Para luego hablar de errores…

Y hay errores que matan.

Se mantuvo impasible.

—Apuesto a que es el móvil de Steve Bowen —mintió.

—¿Quién? —preguntó Caitlin.

—Steve Bowen. Un cliente, ¿no te suena? Lo llevé al aeropuerto cuando vino a la ciudad.

Caitlin parecía desconcertada.

—¿Cómo es que no ha intentado recuperarlo?

«Porque no existe».

—Probablemente, porque está en Londres —siguió improvisando Sullivan—. Nada, déjalo en la guantera.

Pero ahora que tenía el móvil, sabía lo que quería hacer con él. De hecho, no podía esperar. Acercó a la familia al estadio todo lo que pudo y se pegó a la acera.

—Ahí estáis: servicio puerta a puerta. Inmejorable. Yo aparco la carroza y os veo dentro.

No tardó en encontrar un parking libre. Subió hasta el último piso para estar más tranquilo y tener buena cobertura. El número que le interesaba estaba ahí mismo, en la agenda del teléfono. Lo marcó. «Ahora sólo falta que este ése hijoputa».

Y que tuviera aquel número en su agenda y le saliera el nombre.

John Maggione Junior respondió él mismo.

—¿Quién es? —preguntó, y ya sonaba desencajado.

¡Bingo! El tío en persona. Los dos se odiaban desde que el padre de Maggione había dejado que Sullivan se encargara de algunos trabajos por él.

—Adivina, Junior.

—No tengo ni puta idea. ¿Cómo has conseguido este número? Seas quien seas, estás muerto.

—Entonces parece que tenemos algo en común.

A Sullivan le salía la adrenalina por los poros. En aquellos momentos se sentía imparable. Para este tipo de cosas, era el número uno: tenderle una trampa a un blanco, jugar con la víctima.

—Así es, Junior. El cazador cazado. Soy Michael Sullivan. Te acuerdas de mí, ¿no? ¿Y sabes qué? Ahora voy a por ti.

—¿El Carnicero? ¿Eres tú, cabrón? Te iba a matar de todos modos, pero ahora voy a hacerte pagar por lo que le hiciste a Benny. Pedazo de mierda, no sabes el daño que te voy a hacer.

—Lo que le hice a Benny no es nada comparado con lo que voy a hacerte a ti. Te voy a cortar en dos mitades con una sierra de carnicero, y le mandaré una mitad a tu madre y la otra a tu mujer. A Connie se la enseñaré justo antes de follármela delante de tus hijos. ¿Qué te parece el plan?

Maggione explotó.

—¡Estás muerto! ¡Estás más que muerto! Toda persona que te haya importado alguna vez está… muerta. Voy a por ti, Sullivan.

—Claro, claro; pide la vez.

Colgó el teléfono cerrando la tapa y consultó su reloj. Qué bien le había sentado aquello, hablar así con Maggione. Las ocho menos diez. Ni siquiera iba a perderse el tema de entrada de U2.

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