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TERCERA PARTE - Terapia » 61

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Esto era sensacional, pero también era una mala noticia. O podría serlo.

Si la descripción de Mena Sunderland era exacta —y no había razón para pensar que no lo fuera—, ya no estábamos hablando sólo de violación en serie. Era un caso de asesinato en serie. De pronto, mis pensamientos se desviaron al asesinato de Maria, y al caso de violación en serie de aquel entonces. Traté de quitarme a Maria de la cabeza de momento. Los casos, de uno en uno.

Anoté todo lo que fui capaz de recordar nada más salir de la reunión con Mena, mientras Sampson me conducía de regreso a casa. Él también había tomado sus notas durante la entrevista, pero pasar estas cosas de la cabeza al papel me ayuda a veces a encajar las piezas de un caso.

Mi perfil preliminar del violador cobraba cada vez más sentido. Fiarte de las primeras impresiones, ¿no es de eso de lo que iba Blink, el best seller? Las fotos que Mena había descrito —souvenirs de algún tipo— eran bastante frecuentes en los casos en serie, desde luego. Las fotografías le servirían de ayuda durante las temporadas que pasara inactivo. Y a la vista del nuevo y truculento giro de la investigación, había utilizado sus souvenirs para mantener a raya a aquellas de sus víctimas que seguían vivas: paralizadas de miedo.

Íbamos conduciendo por la carretera del sureste cuando Sampson rompió por fin el silencio que reinaba en el coche.

—Alex, quiero que te incorpores a este caso. Oficialmente —dijo—. Que trabajes con nosotros. Que trabajes conmigo en éste. De consultor. Llámalo como quieras.

Me volví a mirarlo.

—Pensaba que a lo mejor te habías picado un poco con esto de que te haya quitado la iniciativa hace un rato.

Se encogió de hombros.

—Para nada. Yo no discuto cuando hay resultados sobre la mesa. Además, ya estás metido en esto, ¿no? Para el caso, mejor si te pagan por ello. A estas alturas, serías incapaz de desentenderte del caso aunque te lo propusieras.

Sacudí la cabeza y fruncí el ceño, pero sólo porque no se equivocaba. Notaba que empezaba a sonar en mi cabeza un zumbido que me era familiar: mis pensamientos, que se quedaban enganchados al caso sin querer. Es una de las cosas que hacen que sea bueno en este trabajo, pero también la razón por la que me resulta imposible estar sólo medio involucrado en una investigación.

—¿Y qué se supone que voy a decirle a Yaya? —le pregunté, lo que supongo que era mi forma de decirle que sí.

—Dile que el caso te necesita. Dile que Sampson te necesita. —Giró a la derecha para coger la calle Cinco, y mi casa apareció a la vista—. Pero más vale que pienses algo rápido. Se lo olerá seguro. Lo verá en tus ojos.

—¿Quieres entrar?

—Buen intento. —Dejó el motor en marcha tras parar junto a la acera.

—Ahí voy —dije—. Deséame suerte con Yaya.

—Oye, tío, nadie dijo que el trabajo de policía no fuera peligroso.

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