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TERCERA PARTE - Terapia » 66

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Pisó el acelerador a fondo, como si las vidas de sus hijos dependieran de ello. Lo que probablemente era cierto. Maggione era el clásico cobarde que no repararía en matar a tu familia. Entonces sacó la Beretta por la ventana, buscando un buen tiro. Aquello le iba a ir por los pelos. Imposible saber cómo acabaría. ¡Máximo suspense!

El matón iba corriendo por la sección interior del campo, y muy rápido ya. Sullivan sospechó que el tío había hecho atletismo de joven y que no se le había dado mal. Y tampoco haría mucho tiempo de eso.

Michael hijo observaba desde los escalones del banquillo. El chico tenía sangre fría, pero eso podía no resultar especialmente útil en aquel momento. Sullivan le gritó:

—¡Agáchate! ¡Abajo, Michael! ¡Ya!

El matón sabía que Sullivan se acercaba por su espalda. Finalmente, se detuvo y se volvió a intentar él un tiro.

¡Error!

Posiblemente, fatal.

Abrió los ojos como platos antes de que la rejilla delantera del todoterreno lo enganchara por el pecho, a más de ochenta kilómetros por hora. El vehículo no aflojó la marcha hasta haberlo arrastrado un rato por el suelo, y entonces embistió con él contra la valla protectora.

—¿Estáis bien, chicos? —gritó Sullivan, sin apartar la vista del matón, que estaba inmóvil y al que parecía que fueran a tener que despegar de la valla con una cucharilla.

—Estamos bien —dijo el joven Michael, con la voz algo temblorosa, pero dominando aparentemente sus emociones.

Sullivan rodeó el coche para ver a aquel mierda, o lo que quedaba de él. Lo único que lo sostenía de pie era el bocadillo de acero en que estaba atrapado. Tenía la cabeza caída lánguidamente a un lado. Parecía estar echando un vistazo con el único ojo que no tenía cubierto de sangre.

Sullivan se acercó a recoger los restos del Louisville Slugger del suelo.

Descargó con él un golpe, dos, y otro, y otro más, puntuando cada uno con un grito.

—No.

»Volváis.

»A.

»Joder.

»A.

»Mi.

»Familia.

»Nunca.

»Nunca.

»Nunca.

»¡Más!

El último viaje se le desvió y erró el blanco; Sullivan le abrió un cráter enorme al matón. Pero lo ayudó a recordar la situación en que se encontraba.

Se montó en el coche y retrocedió hasta donde estaban sus hijos observando como un grupo de zombis en un funeral. Cuando subieron, ni uno dijo una palabra, pero tampoco se echó a llorar ninguno.

—Ya ha pasado —les dijo—. Ya ha pasado, chicos. Yo me ocupo de esto. ¿Me habéis oído? Os lo prometo. ¡Os lo juro por los ojos de mi madre muerta!

Y pensaba cumplir su palabra. Habían ido a por él y su familia, y ahora el Carnicero iría a por ellos.

A por la Mafia.

A por John Maggione Junior.

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