Cross

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TERCERA PARTE - Terapia » 67

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Tenía otra sesión con Kim Stafford, y cuando entró llevaba gafas oscuras y tenía el aspecto de alguien que está huyendo. El estómago se me hundió hasta el suelo de la planta baja del viejo edificio. Me llamaba la atención el hecho de que mis dos mundos profesionales hubieran entrado en colisión en este caso.

Ahora que sabía quién era el prometido de Kim, se me hacía más duro respetar su deseo de mantenerlo a él al margen. Quería afrontar esa gilipollez de la peor manera posible.

—Kim —dije en un momento dado, no mucho después de comenzar la sesión—. ¿Sam guarda algún arma en el apartamento? —Sam era el nombre que habíamos acordado utilizar durante las sesiones; Sam se llamaba también un bulldog que había mordido a Kim cuando era niña.

—Una pistola, en la mesilla —dijo ella.

Traté de no exteriorizar la preocupación que estaba sintiendo, la alarma que ululaba en mi cabeza.

—¿Alguna vez le ha apuntado con la pistola? ¿La ha amenazado con utilizarla?

—Sólo una vez —dijo ella, y empezó a pellizcarse el tejido de la falda—. Fue hace ya algún tiempo. Si me hubiera parecido que lo decía en serio, lo habría dejado.

—Kim, me gustaría hablar con usted sobre un plan de seguridad —propuse.

—¿A qué se refiere?

—Hablo de señalar unas cuantas medidas cautelares —dije—. Ahorrar algún dinero, tener preparada una maleta en algún sitio, encontrar un lugar al que pudiera acudir… si es que tuviera que marcharse de casa rápidamente.

No estoy seguro de por qué se quitó las gafas de sol en aquel preciso momento, pero fue entonces cuando decidió mostrarme su ojo morado.

—No puedo, doctor Cross —dijo Kim—. Si pienso un plan, lo seguiré. Y entonces creo que sí que me mataría.

Una vez finalizada mi última sesión de ese día, marqué el número de mi contestador antes de marcharme. Sólo había un mensaje. Era de Kayla.

—Hola, soy yo. Agárrate a algo, porque Yaya me ha dado permiso para hacer la cena para todos esta noche. ¡En su cocina! Si no estuviera muerta de miedo, te diría que me muero de ganas. Así que tengo que hacer un par de visitas a domicilio y después pararé en la tienda. Luego, puede que me pegue un tiro en el aparcamiento. Si no lo hago, te veré en casa sobre las seis. O sea, en tu casa.

Ya eran las seis cuando escuché el mensaje. Traté de sacarme la inquietante sesión con Kim Stafford de la cabeza, pero sólo lo logré en parte. Confiaba en que no le pasara nada, y no estaba seguro de que fuera aún el momento de inmiscuirme.

Para cuando llegué a la calle Cinco y entré corriendo, Kayla ya estaba parapetada en la cocina. Llevaba puesto el delantal favorito de Yaya e introducía en el horno una fuente de carne de ternera.

Yaya estaba sentada muy tiesa a la mesa de la cocina, delante de una copa de vino blanco que no había tocado. En fin, que aquello estaba muy interesante.

Los críos andaban también revoloteando por la cocina, probablemente esperando a ver cuánto tiempo aguantaba Yaya sentada sin hacer nada.

—¿Qué tal te ha ido el día, papá? —preguntó Jannie—. ¿Qué es lo mejor que te ha pasado? —añadió.

Eso nos provocó a los dos una gran sonrisa. Era una pregunta que nos hacíamos a veces a la hora de cenar, los unos a los otros. Llevábamos años haciéndolo.

Pensé en Kim Stafford, y luego pensé en el caso de violación de Georgetown y en la reacción de Yaya a que estuviera trabajando en él. Pensar en Yaya me devolvió de pronto al presente, a mi respuesta a la pregunta de Jannie.

—¿Hasta ahora? —dije—. Esto. Lo mejor del día ha sido estar aquí con vosotros, chicos.

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