Cross

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TERCERA PARTE - Terapia » 73

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Tuve un día muy, muy largo de trabajo, pero a la noche siguiente hube de quedarme en casa.

Yaya tenía que dar una clase de lectura que impartía una vez a la semana en el albergue que llevaban los baptistas en la calle Cuatro, y yo me quedé con los niños. Cuando estoy con ellos, no hay otro lugar en el que preferiría estar. El único problema, a veces, es llegar allí.

Esa noche me tocó hacer de chef. Preparé el plato favorito de los críos y mío, sopa de alubias blancas, acompañado de una ensalada de pollo y beicon, y había llevado a casa un pan de mantequilla y queso recién hecho de la panadería de al lado de mi consulta. La sopa sabía casi tan rica como la de Yaya. A veces creo que tiene dos versiones de cada receta: la que guarda en su cabeza y la que comparte conmigo, con algún ingrediente clave secreto de menos. Es su mística, y dudo que haya cambiado mucho en el último medio siglo.

Luego los críos y yo tuvimos una larga sesión, demasiadas veces postergada, con el saco de boxeo del piso de abajo.

Jannie y Damon se turnaron para zurrarle al cuero, mientras Ali jugaba con sus camiones por todo el suelo del sótano, que, según declaró, ¡era la I-95!

Después emigramos al piso de arriba para asistir a una lección de natación con el hermanito. Sí, natación. Era el invento que le había inspirado a Jannie la renuencia de Ali a meterse en la bañera. Qué importaba que luego costara aún más sacarlo del agua, una vez que se ponía. A él esa distinción se le escapaba, y tenía que montar el número cada vez, como si fuera alérgico a la limpieza. Yo era escéptico con la idea de Jannie hasta que vi cómo funcionaba.

—¡Respira, Ali! —lo instruía desde el lateral—. A ver cómo respiras, cachorrito.

Damon mantenía las manos bajo la tripita de Ali, con Ali tumbado boca abajo encima del agua, básicamente soplando burbujas y salpicando a todos lados. Era desternillante, pero no me atreví a reír, no se fuera a enfadar Jannie. Me quedé sentado a una distancia segura, léase «seco», mirando desde el asiento del retrete.

—Levántalo un momento —dijo Jannie.

Damon puso al mocito de pie en la bañera de patas.

Ali pestañeó y echó toda el agua que le cabía en la boca a modo de spray, con los ojos brillantes por la travesura.

—¡Estoy nadando! —proclamó.

—No, todavía no —dijo Jannie, muy seria—. Pero te falta muy poco, hermanito.

Ella y Damon estaban prácticamente tan empapados como él, pero eso no parecía importarle a nadie. Era un desparrame. Jannie estaba de rodillas en mitad de un charco, mientras Damon, de pie, me dirigía una mirada cómplice de hijo mayor que decía: «¿A que están locos?».

Cuando sonó el teléfono, salieron los dos disparados hacia la puerta.

—¡Yo lo cojo! —saltaron a coro.

—Yo lo cojo —dije, cortándoles el paso—. Estáis los dos chorreando. Nada de natación hasta que yo vuelva.

—Vamos, Ali —oí, conforme salía del baño—. Vamos a lavarte el pelo.

La chica era un genio.

Recorrí el pasillo al trote para coger el teléfono antes de que saltara el contestador.

—YMCA de la familia Cross —dije en voz alta para que me oyeran los niños.

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