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CUARTA PARTE Matadragones » 86

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—Nos envía el señor Maggione —exclamó uno de los matones que avanzaban hacia Michael Sullivan, en actitud chulesca y decidida, desde la entrada al callejón por Wisconsin. Los sicarios habían acelerado el paso, y lo tenían acorralado. Adiós al misterio y la intriga; por no mencionar que dos de los sicarios ya habían sacado las pistolas, que llevaban relajadamente al costado, y el Carnicero no iba armado, salvo por el bisturí que guardaba en una bota.

No había forma humana de cargárselos a los cuatro, no con un solo cuchillo. Probablemente, ni aunque tuviera una pistola. ¿Qué podía hacer, entonces? ¿Sacarles una foto con su cámara?

—Me he expresado mal, Carnicero. El señor Maggione no te quiere ver —dijo un tío mayor—. Sólo quiere que desaparezcas. Cuanto antes, mejor. Hoy mismo, por ejemplo. ¿Podrías hacerle ese favor? Apuesto a que sí. Luego encontraremos a tu mujer y a tus tres hijos y les haremos desaparecer a ellos también.

A Michael Sullivan le iba la cabeza a cien, repasando todas las combinaciones y posibilidades que le quedaban.

Tal vez pudiera cargarse a uno, el bocazas; así al menos se llevaría algo por delante. Cerrarle esa boca tan fea para siempre. Y hacerle unos cuantos buenos cortes.

Pero ¿y los tres restantes?

Quizá podía cargarse a dos, si lo hacía bien y tenía suerte. Si conseguía que se acercaran lo bastante como para poder usar el bisturí, cosa que no iba a suceder. Era probable que fueran idiotas, pero no tanto. ¿Cómo podía hacer que ocurriera algo, entonces? No quería caer sin pelear.

—¿Eres lo bastante hombre como para cargárteme personalmente? —Le gritó al bocazas—. ¿Eh, babu? —Empleó el término que usa la Mafia para decir «idiota», para referirse a un subalterno inútil. Intentaba irritarlo si podía. Joder, en ese momento intentaría lo que fuera. Iba a morir en cosa de un minuto o dos, y, la verdad, aún no estaba dispuesto a irse.

La boca del matón se torció en una sonrisa torva.

—Y tanto que sí. Te me podría cargar yo mismo. Pero adivina una cosa, ¿sabes quién es el babu, hoy? Te daré una pista. Es probable que esta mañana le hayas limpiado el culo.

El Carnicero se llevó la mano al bolsillo de la sudadera, y la dejó allí.

El matón bocazas se lo pensó de inmediato y levantó la mano que tenía libre. Los otros tres se detuvieron. Todos tenían la pistola en la mano, pero no iban a acercarse ni un paso más al legendario Carnicero.

El del pico de oro hizo un gesto a los hombres de detrás de Sullivan para que se echaran a la derecha, mientras el cuarto hombre y él se echaban a la izquierda. Así lo tenían todos en una buena línea de tiro. Muy inteligente.

—Estúpido Mick. Esta vez la has cagado, ¿eh? Deja que te haga una pregunta: ¿alguna vez pensaste que la cosa acabaría así?

Sullivan no pudo sino echarse a reír.

—¿Sabes? Nunca pensé que se fuera a acabar. Ni se me pasó por la cabeza. Ni siquiera ahora, para serte sincero.

—Ah, pues se va acabar, eso seguro. Aquí mismo, ahora mismo. ¡Tú sigue disfrutando de la película hasta que se apaguen las luces!

Lo que evidentemente era verdad, no cabía la menor duda; pero de pronto, el Carnicero oyó algo que le resultó difícil de creer.

Venía de detrás de él, así que tuvo que darse la vuelta para comprobarlo, para ver si era cierto o sólo una broma cruel que le estaban gastando.

Alguien gritaba en el extremo más alejado del callejón: aquello tenía que ser una especie de milagro completamente desquiciado.

O era el día más afortunado de su vida.

O ambas cosas.

¡Había llegado la caballería!

Mira quién había acudido a salvarlo.

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