Cross

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CUARTA PARTE Matadragones » 88

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Media docena de policías de uniforme entraban y salían de la comisaría de la calle Wisconsin cuando Sampson y yo llegamos allí aquella tarde. Un detective llamado Michael Wright había atado cabos por fin y llegado a la conclusión de que tal vez su compañero y él acabaran de dejar pasar la oportunidad de capturar al violador de Georgetown, que tal vez había dejado pasar la ocasión de apuntarse el mejor tanto de su carrera. De todas formas, tenían retenidos en la jaula a dos sujetos que quizá supieran qué estaba pasando. Les hacía falta un interrogador experto.

Sampson y yo atravesamos una mampara a prueba de balas de tres metros y medio de alto y nos dirigimos a las salas de interrogatorios, que estaban pasada la zona de cubículos de los detectives. El espacio de trabajo me resultaba familiar: escritorios mellados y cubiertos de papeles, ordenadores y teléfonos viejos, como de otra época, archivadores llenos a rebosar en las paredes.

Antes de que entráramos a la sala de interrogatorios, Wright nos dijo que los dos hombres que tenían ahí dentro no habían soltado prenda hasta el momento, pero que les habían pillado con Berettas, y que estaba seguro de que eran asesinos.

—Que os divirtáis —dijo Wright; entonces John y yo entramos a la sala.

Sampson habló primero.

—Soy el detective John Sampson. Éste es el doctor Alex Cross. El doctor Cross es psicólogo forense, y trabaja en la investigación de una serie de violaciones en la zona de Georgetown. Yo soy uno de los detectives asignados al caso.

Ninguno de los dos hombres dijo una palabra, ni siquiera un chascarrillo, para romper el hielo. Los dos parecían tener treinta y pocos años y ser de los que hacen culturismo, y tenían una sonrisa de suficiencia congelada en la boca.

Sampson hizo un par de preguntas más; después, nos limitamos a quedarnos allí sentados al otro lado de la mesa, enfrente de los dos hombres.

Finalmente, un auxiliar administrativo llamó a la puerta y entró. Tendió a Sampson un par de faxes, calentitos aún, recién salidos del aparato.

Leyó las dos páginas… y me las pasó a continuación.

—Creía que la Mafia no operaba en la zona del D.C. —dijo Sampson—. Supongo que me equivocaba. Los dos sois soldados de la Mafia. ¿Alguno tiene algo que decir sobre lo que estaba pasando en ese callejón?

No era así, y se mostraban irritantemente arrogantes en cuanto a no responder a nuestras preguntas y hacer como si ni siquiera estuviéramos presentes.

—Doctor Cross, tal vez podamos resolver esto sin su ayuda. ¿Qué te parece? —me preguntó Sampson.

—Podemos intentarlo. Aquí dice que John Enterrador Antonelli y Joseph Cuchilla Lanugello trabajan para John Maggione fuera de Nueva York. Que será John Maggione Junior. Maggione Senior era el que contrató a un hombre llamado Michael Sullivan, también conocido como el Carnicero, para que hiciera un trabajo en el D.C. hace algunos años. ¿Te acuerdas de ésta, John?

—Sí —dijo Sampson—. Se cargó a un traficante de drogas chino. A tu mujer, Maria, también la asesinaron por aquellos mismos días. El señor Sullivan es ahora sospechoso en este caso.

—El mismo Michael Sullivan, el Carnicero, es sospechoso también de una serie de violaciones en Georgetown, y como mínimo un asesinato relacionado con las violaciones. ¿Era Sullivan el hombre al que habíais acorralado en Blues Alley? —pregunté a los sicarios de la Mafia.

De ninguno de ellos salió una palabra. Nada de nada. Unos tíos realmente duros.

Sampson se puso en pie finalmente, frotándose la barbilla.

—Pues supongo que ya no necesitamos a Enterrador y Cuchilla. Bueno, ¿qué habríamos de hacer con ellos? Espera, tengo una idea. Ésta te va a encantar, Alex —dijo Sampson, riéndose para sí. Indicó a los mafiosos que se levantaran—. Ya hemos terminado aquí. Pueden acompañarme, caballeros.

—¿Adónde? —Dijo Lanugello, rompiendo al fin su mutismo—. Aún no nos han acusado de nada.

—Vamos. Tengo una sorpresa para vosotros. —Sampson echó a andar delante de ellos dos, y yo detrás. Parecía que no les gustaba tenerme a su espalda. Tal vez pensaran que podía estar resentido todavía por lo que le había ocurrido a Maria. Bueno, tal vez lo estaba.

Sampson señaló a un guardia al final del pasillo, que usó sus llaves para abrir la puerta de una celda. El área de reclusión ya estaba repleta, con varios detenidos a la espera de comparecer ante el juez. Menos uno, eran todos negros. John entró y los demás lo seguimos.

—Os quedaréis aquí. Si cambiáis de opinión y queréis hablar con nosotros —dijo Sampson a los mañosos—, pegad un grito. Es decir, si es que el doctor Cross y yo seguimos en el edificio. Si no, pasaremos a veros por la mañana. Si ése fuera el caso, que paséis buena noche. —Sampson dio unos golpecitos con su placa en las barras de la celda.

»Estos dos hombres son sospechosos de una serie de violaciones —anunció al resto de prisioneros—. Violaciones de mujeres negras en el distrito Sureste. Pero andaos con cuidado, son tipos duros de Nueva York.

Nos fuimos, y el encargado de echar el cerrojo lo hizo con estrépito a nuestra espalda.

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