Cross

Cross


CUARTA PARTE Matadragones » 90

Página 97 de 131

90

Al cabo de dos días, por la noche, el Carnicero volvía a estar en la carretera. El nada más. Un solo hombre.

Ahora tenía un plan, y viajaba en dirección sur, hacia Nueva York. Estaba tenso y nervioso, pero iba cantando con Springsteen, Dylan, The Band, Pink Floyd. Todo clásicos y grandes éxitos, las cuatro horas de viaje al sur. No tenía especiales deseos de dejar a Caitlin y a los chicos en la casa de Massachusetts, pero suponía que allí estarían seguros de momento. Y si no, al menos había hecho por ellos cuanto estaba en su mano. Más de lo que su padre hizo nunca por él, o por su madre y hermanos.

Finalmente, abandonó la autopista del oeste hacia medianoche; y ya fue directamente a los apartamentos Morningside en el 107 de la avenida West End de Nueva York. Ya había estado allí alguna vez y sabía que era un lugar lo suficientemente apartado para servir a sus propósitos. Bien comunicado, además, con cuatro líneas de metro que pasaban por las dos estaciones cercanas.

Las habitaciones no tenían aire acondicionado, según recordaba, pero eso daba igual en noviembre. Durmió como un bebé en el vientre de su madre. Cuando Sullivan se despertó a las siete, cubierto por una delgada pátina de su propio sudor, sólo tenía en mente una idea: vengarse de Maggione Junior. O quizás otra aun mejor: la supervivencia de los más fuertes y mejor adaptados.

Aquella mañana, hacia las nueve, fue en metro a echarle un ojo a un par de posibles escenarios para unos asesinatos que tenía pensado cometer en un futuro cercano. Tenía una «carta a los Reyes» con varios objetivos distintos, y se preguntaba si alguno de esos hombres, y dos mujeres, tenía la más remota idea de que podían darse por muertos, de que dependía de él quién viviera y quién muriera, y cuándo, y dónde.

Por la noche, hacia las nueve, cogió el coche hasta Brooklyn, el escenario de sus primeras correrías. Derecho al barrio de Maggione Junior, sus dominios en Carroll Gardens.

Iba pensando en su viejo colega Jimmy Sombreros, y lo echaba un poco de menos, porque se figuraba que probablemente el padre de Maggione había eliminado a Jimmy. Alguien lo había hecho, y había hecho desaparecer el cadáver después, como si Jimmy no hubiera existido. Siempre había sospechado que el culpable era Maggione Senior, así que eso era otra deuda que saldar para el Carnicero.

Una furia terrible se iba apoderando de él. Furia por algo. Por su padre tal vez: el Carnicero de Sligo original, aquel saco de mierda irlandés que le había arruinado la vida antes de que cumpliera los diez años.

Enfiló la calle de Maggione, y no pudo sino sonreírse. El poderoso Don seguía viviendo como un fontanero de cierto éxito, o tal vez un electricista local, en una casa familiar de ladrillo claro. Y lo que era más sorprendente: no veía ningún guardaespaldas apostado en la calle.

De modo que o bien Junior lo estaba subestimando peligrosamente, o su gente era buenísima escondiéndose en lugares despejados. Joder, tal vez ahora mismo lo estuviera apuntando directamente a la frente un francotirador con un rifle. A lo mejor le quedaban un par de segundos de vida.

La emoción lo estaba matando. Tenía que enterarse de qué pasaba allí. Así que le dio a la bocina de su coche una, dos, tres veces, y no pasó nada de nada.

Nadie le atravesó el cráneo de un disparo. Y por primera vez, el Carnicero se permitió pensar: «Puede que gane esta pelea después de todo».

Había resuelto el primer misterio: Maggione Junior había hecho mudarse de casa a la familia. Maggione también estaba huyendo.

Entonces atajó esa línea de pensamiento con sólo una palabra: «error».

No podía cometer ninguno; ni un paso en falso, desde ahora hasta que acabase todo esto. Si cometía uno, estaba muerto.

Así de sencillo.

Y punto.

Ir a la siguiente página

Report Page