Cross

Cross


CUARTA PARTE Matadragones » 99

Página 106 de 131

99

Era muy sencillo, en realidad, los elementos básicos de un asesinato profesional, cometido por un profesional: en esta ocasión, una garrafa de gasolina de alto octanaje, propano, un cartucho de dinamita para la ignición. Los preparativos habían sido fáciles. Pero ¿funcionaría el plan a la hora de la verdad? Esa era siempre la pregunta del millón.

En cierto modo, al Carnicero casi le parecía que era una travesura… una diablura que hubieran podido intentar Tony Mullino, Jimmy Sombreros y él en los viejos tiempos, allí en el barrio. Por partirse el culo un poco. Tal vez sacarle un ojo a algún panoli con un petardo. Tenía la impresión de que la mayor parte de su vida había consistido en eso: travesuras, diabluras, cobrarse venganza por agravios pasados.

Eso fue lo que pasó con su padre, así llegó a matar a ese enfermo hijo de puta. No le gustaba pensar mucho en ello, y no lo hacía, había cerrado el compartimiento sin más. Pero una noche, en Brooklyn, tiempo atrás, había cortado al Carnicero de Sligo original en cachitos, y luego alimentado con Kevin Sullivan a los peces de la bahía. Los rumores eran todos ciertos. Jimmy Sombreros había ido en la barca con él, y Tony Mullino también. Los tíos en los que confiaba.

Esta noche era bastante parecida en una cosa: todo iba de tomar venganza. Joder, odiaba a Maggione Junior desde hacía veinte años.

Bajó por una escalera de incendios desde la azotea del edificio contiguo al club social. Ya en el nivel de la calle, pudo oír voces broncas de hombres procedentes del interior del club social. Estaban mirando un partido de fútbol: Jets contra Pittsburgh, en la ESPN. A lo mejor era el partido lo que tenía a todo el mundo preocupado en aquella fría y encapotada noche de domingo.

—¡Bollinger juega atrás! ¡Bollinger sigue en el área! —gritaban.

Bueno, él también estaba en el área, se dijo el Carnicero para sus adentros. Una protección perfecta para el juego, todo el tiempo que necesitaba para ejecutarlo. Y odiaba a todos esos cabrones del club. Siempre los había odiado. Nunca habían acabado de admitirlo en su pequeño círculo, jamás. Siempre había estado fuera.

Colocó su bomba altamente combustible junto a una pared de madera de un callejón que daba a la calle. A través del callejón, localizó a un par de soldados de Maggione apostados allí. Estaban apoyados en el capó de un Escalade negro.

Él los veía, pero ellos no le veían a él en la oscuridad.

Se retiró hacia el interior del callejón y se protegió detrás de un contenedor de basura que olía a pescado podrido.

Un reactor de la American Airlines pasó tronando por encima, en dirección al aeropuerto LaGuardia, haciendo un ruido como si un trueno hubiera sacudido el cielo. Perfectamente sincronizado con lo que vino a continuación.

El rugido del avión no fue nada comparado con la explosión ensordecedora contra la pared trasera del club social; inmediatamente llegaron los gritos y maldiciones de los hombres que había dentro.

¡Y el fuego! ¡Dios! Las llamas se extendieron bailando descontroladas por el exterior en un abrir y cerrar de ojos.

La puerta de atrás se abrió de golpe y dos soldados, la escolta personal de Maggione, sacaron al jefe en volandas como si fuera el presidente de Estados Unidos, y ellos del servicio secreto, apremiándolo a ponerse a cubierto. Los guardaespaldas iban tosiendo a causa del humo, sangrando, pero no se detenían, avanzaban en dirección al Lincoln del jefe. Intentaban apartarse el humo de los ojos con las mangas de sus camisas.

Sullivan salió de detrás del contenedor y dijo:

—¡Eh, capullos! Dais asco.

Hizo cuatro disparos. Los guardaespaldas cayeron al suelo, los dos juntitos, muertos antes de tocar el cemento. La chaqueta a cuadros de uno de ellos todavía estaba en llamas.

Entonces Sullivan corrió hasta donde estaba Maggione Junior, que tenía cortes y quemaduras en la cara. Le hundió el cañón de su pistola en la mejilla.

—Me acuerdo de cuando no eras más que un crío, Junior. Eras un mierda estirado y mimado por aquel entonces. No has cambiado nada, ¿verdad? Métete en el coche o te mato de un tiro aquí mismo, en el callejón. Te disparo entre los ojos y luego te los saco y te los meto en las orejas. ¡Entra en el coche antes de que me entusiasme! —Y entonces fue cuando enseñó a Maggione Junior el bisturí—. Adentro, antes de que lo use.

Ir a la siguiente página

Report Page