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CUARTA PARTE Matadragones » 100

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Sullivan dio un paseo al jefe de la Mafia por las familiares calles de Brooklyn, la avenida New Utrecht, luego la calle Ochenta y seis, en el coche del propio Don, disfrutando de cada minuto de aquello.

—Para mí es un viaje de lo más nostálgico —comentó de pasada mientras procedía—. ¿Quién dice que nunca puede uno volver a casa? ¿Sabes quién dijo eso, Junior? ¿Alguna vez has leído un libro? Deberías haberlo hecho. Ahora ya es tarde.

Paró junto al Dunkin' Donuts de la Ochenta y seis y traspasó a Maggione al Ford Taurus de alquiler, que básicamente era un montón de chatarra, pero que al menos no llamaría la atención en la calle.

Luego le puso unas esposas a Junior. Bien apretadas, como lo hace la policía.

—¿Qué coño te crees que estás haciendo? —gruñó Maggione cuando le clavaba las esposas en las muñecas.

Sullivan no estaba seguro de a qué se refería Maggione: ¿al cambio de coche, a la bomba y el incendio, a la próxima media hora o así? ¿A qué?

—Tú fuiste a por mí, ¿te acuerdas? Tú empezaste todo esto. Y, ¿sabes?, yo estoy aquí para ponerle fin. Debí haber hecho esto cuando los dos éramos críos.

Al Don se le puso la cara roja, y parecía a punto de sufrir un infarto de miocardio en el coche.

—¡Estás loco! ¡Eres un lunático! —gritó, mientras salían del aparcamiento.

Sullivan estuvo a punto de parar el coche en mitad de la calle. ¿Pues no le estaba gritando Maggione Junior como si le tuviera en nómina?

—Mira, no voy a discutir contigo mi estado de salud mental. Soy un asesino a sueldo, así que se supone que un poco loco ya estoy. Se espera de mí que esté loco, ¿vale? He matado a cincuenta y ocho personas, de momento.

—Cortas a la gente en pedacitos —dijo Maggione—. Eres una amenaza descontrolada, un chiflado. Mataste a un amigo mío ¿lo recuerdas?

—Cumplo con mis contratos en el plazo, siempre. Puede que tenga un perfil demasiado alto para el gusto de algunos. Pero quédate con eso de cortar a la gente en pedacitos.

—¿De qué coño estás hablando? No estás tan loco. Nadie está tan loco.

Era asombroso ver cómo funcionaba la cabeza de Maggione, o cómo no funcionaba. Así y todo, Junior era un asesino despiadado, de forma que tenía que andarse con cuidado. Ahora, nada de errores.

—Quiero ser muy claro con esto —dijo Michael Sullivan—: Vamos a ir a un embarcadero que hay en el río Hudson. Cuando lleguemos, voy a sacar algunas fotos artísticas para que las vean todos tus amigotes italianos. Les voy a enviar una clara advertencia que espero que entiendan, para que nos dejen a mí y a mi familia en paz. —Entonces Sullivan se llevó un dedo a los labios—. Y no digas nada más. Casi estás empezando a darme un poco de pena, Junior, y no quiero sentirme así.

—¿Qué más me da cómo te sientas? ¡Aaah! —exclamó Maggione, ya que Sullivan le había clavado una navaja automática en el estómago, se la había hundido hasta la empuñadura y se la había sacado luego muy despacio.

—Eso, de aperitivo —dijo en una voz extraña, susurrante—. No he hecho más que empezar a entrar en calor.

Entonces el Carnicero hizo media pequeña reverencia.

«Estoy así de loco».

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