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CUARTA PARTE Matadragones » 105

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Últimamente me sentía extrañamente sensible y vulnerable, y quizá también vivo, supongo.

Eso era bueno y era malo, las dos cosas.

Tomaba el desayuno con Mamá Yaya como a las cinco y media casi todas las mañanas. Luego iba corriendo a mi consulta, me cambiaba de ropa y empezaba con mis sesiones no más tarde de las seis y media.

Kim Stafford era mi primera paciente del día los lunes y los jueves. Siempre era difícil mantener los sentimientos personales al margen de las sesiones, al menos para mí, o a lo mejor era sólo que había perdido la práctica. Por otra parte, a mí siempre me había parecido que algunos de mis colegas eran demasiado clínicos, demasiado reservados y distantes. ¿Cómo esperaban que se tomara eso cualquier paciente, cualquier ser humano? «Bah, no pasa nada porque sea tan afectuoso como un nabo; soy terapeuta».

Esto tenía que hacerlo a mi modo, con calidez a veces, con mucho sentimiento y compasión, más que empatía; necesitaba transgredir las normas, ser heterodoxo. Cosas como encararse con Jason Stemple en su comisaría y tratar de noquear a ese miserable. Eso es lo que yo llamo profesionalidad.

Tenía un hueco en la agenda hasta el mediodía, así que decidí ir a Quantico a ver qué tenía Monnie Donnelley. Estaba investigando una teoría mía sobre el Carnicero. Casi no había tenido tiempo ni de saludarla cuando Monnie me interrumpió.

—Tengo algo para ti, Alex. Creo que te va a gustar. En cualquier caso, es idea tuya, tu teoría.

Monnie me dijo entonces que había utilizado mis notas y rastreado información relativa a la mujer de Sullivan, a través de un soldado de la Mafia que estaba en el programa de protección de testigos y vivía en aquel momento en Myrtle Beach, Carolina del Sur.

—Sigue, Monnie.

—He seguido la pista que abriste, e ibas bien encaminado. Me condujo a un tipo que estuvo en la boda de Sullivan, que fue discreta, como puedes suponer. El colega de Brooklyn del que me hablaste, Anthony Mullino, también fue. Al parecer, Sullivan no quería que hubiera mucha gente al corriente de su vida privada. Su misma madre no fue invitada, y su padre ya había muerto, como sabes.

—Sí, a manos de su propio hijo y un par de colegas. ¿Qué descubriste de la mujer de Sullivan?

—Bueno, tiene su interés, tampoco es lo que cabría esperar —dijo Monnie—. Ella es de Colts Neck, Nueva Jersey, y antes de conocer a Sullivan era maestra de escuela. ¿Qué te parece? Salvatore Pistelli, el tío de protección de testigos, dijo que era una chica muy dulce. Dijo que Sullivan buscaba una buena madre para sus hijos. Conmovedor, ¿no, Alex? Nuestro sicario psicópata tiene su corazoncito. La mujer se llama Caitlin Haney. Su familia sigue viviendo en Colts Neck.

Aquel mismo día, intervinimos el teléfono de los padres de Caitlin Sullivan Haney. Y también el de una hermana que vivía en Toms River, Nueva Jersey, y el de un hermano que trabajaba de dentista en Ridgewood.

Volví a abrigar esperanzas. Tal vez pudiéramos cerrar este caso después de todo y detener al Carnicero.

Tal vez volviera a verlo y fuera yo quien le hiciera una pequeña reverencia.

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