Cross

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PRIMERA PARTE - Nadie va a quererte nunca como te quiero yo (1993) » 1

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—Estoy embarazada, Alex.

Recuerdo toda aquella noche con claridad meridiana… Aún hoy, después de tanto tiempo, con todos los años que han pasado, todo lo que ha ocurrido, tantos asesinatos espantosos, homicidios a veces resueltos y a veces no.

Yo estaba de pie en el dormitorio, a oscuras, rodeando suavemente con los brazos la cintura de Maria, mi mujer, con la barbilla apoyada en su hombro. Tenía entonces treinta y un años, y no había sido más feliz en toda mi vida.

Nada se aproximaba ni de lejos a lo que había entre los cuatro, Maria, Damon, Jannie y yo.

Era el otoño de 1993, aunque ahora me parece que hace un millón de años.

Eran también las dos de la mañana pasadas, nuestra pequeña Jannie tenía tos ferina y estaba hecha polvo. La pobrecita había pasado casi toda la noche despierta, casi todas las últimas noches, casi toda su joven vida. Maria mecía suavemente en sus brazos a Jannie, tarareando You Are So Beautiful, y yo rodeaba a Maria con los míos, meciéndola a ella.

Era yo el que se había levantado primero, pero por más trucos que intenté no hubo forma de conseguir que Jannie volviera a dormirse. Maria había aparecido y cogido al bebé al cabo de una hora, más o menos. Los dos teníamos que ir a trabajar temprano. Yo estaba metido en un caso de asesinato.

—¿Estás embarazada? —dije contra el hombro de Maria.

—Mal momento, ¿eh, Alex? ¿Ves mucha tos ferina en tu futuro? ¿Chupetes? ¿Más pañales sucios? ¿Noches como ésta?

—Ésa no es la parte que más me gusta. Andar levantado tan tarde, o tan temprano, o lo que quiera que sea esto. Pero me encanta nuestra vida, Maria. Y me encanta que vayamos a tener otro bebé.

Sin soltar a Maria, encendí la música del móvil que flotaba sobre la cuna de Janelle. Bailamos en el sitio al son de Someone to Watch Over Me.

Entonces me ofreció esa preciosa sonrisa suya, medio vergonzosa, medio bobalicona, igual que la que me había conquistado, tal vez la misma noche en que la vi por primera vez. Nos habíamos conocido en Urgencias del San Antonio, en el curso de una emergencia. Maria había traído a un pandillero que tenía asignado, víctima de un tiroteo. Era una trabajadora social muy entregada, y se mostraba protectora; sobre todo, porque yo era un temido detective de Homicidios de la policía metropolitana, y ella no se fiaba precisamente de la policía. Por otra parte, yo tampoco.

Estreché un poco más mis brazos alrededor de Maria.

—Soy feliz. Eso ya lo sabes. Me alegro de que estés embarazada. Vamos a celebrarlo. Voy a por champán.

—Te va el papel de padrazo, ¿eh?

—Sí. No sé muy bien por qué, pero sí.

—¿Te gusta que te despierten los bebés berreando en mitad de la noche?

—Esto también pasará. ¿Verdad, Janelle? ¡Jovencita, te estoy hablando!

Maria apartó la cabeza del bebé gimoteante y me besó levemente en los labios. Tenía la boca suave, siempre incitante, siempre sexy. Adoraba sus besos; a cualquier hora, en cualquier parte.

Finalmente se liberó de mis brazos.

—Vuelve a la cama, Alex. No tiene sentido que estemos despiertos los dos. Duerme un poco por mí también.

En ese momento, vi algo más en el dormitorio, y me eché a reír, sin poder evitarlo.

—¿De qué te ríes? —Maria sonreía.

Señalé con el dedo y ella también lo vio. Tres manzanas: cada una con un único bocado de niño. Las manzanas estaban colocadas sobre las patas de tres muñecos de peluche, dinosaurios Barney de distintos colores. Descubrimos el juego fantasioso de Damon, que ya gateaba. Nuestro pequeño se había dejado caer por la habitación de su hermana Jannie.

Mientras me dirigía a la puerta, Maria me obsequió de nuevo con su sonrisa bobalicona. Y con un guiño. Susurró… y nunca olvidaré estas palabras suyas:

—Te quiero, Alex. Nadie va a quererte nunca como te quiero yo.

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