Cross

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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 25

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El Carnicero seguía merodeando a lo largo del cordón policial en Washington, y sabía que no debía estar allí. Se suponía que debía estar en casa, en Maryland, desde hacía horas. Pero aquello valía la pena por lo desquiciado del asunto. Vagaba entre la multitud de mirones y se sentía como un niño suelto en un parque de atracciones, o al menos como creía que debía sentirse un niño suelto en un parque de atracciones.

Demonios, si hasta había puestos de helados y perritos calientes en torno al escenario. A la gente le brillaban los ojos de excitación; querían ver un poco de acción en directo. Coño, pues él también, él también.

Decididamente, era un yonqui de las escenas violentas, y creía que le venía de los tiempos en que vivía con su padre en Brooklyn. Cuando era pequeño, su padre, que interceptaba las llamadas a la policía o los bomberos en su radioemisora, solía llevarlo con él allí donde hubiera un aviso. Era casi lo único bueno que hizo nunca con el viejo, y se figuraba que él lo hacía porque pensaba que si iba con un niño de la mano no daría tanto la impresión de ser un degenerado.

Pero su padre era un degenerado. Le encantaba ver cadáveres, del tipo que fuera: tendidos en la acera, dentro de un coche accidentado, sacados de un edificio incendiado, humeante aún. El pirado de su viejo había sido el Carnicero de Sligo original… y cosas mucho, mucho peores. Claro que ahora era él, Michael Sullivan, el Carnicero, uno de los asesinos más temidos y buscados del mundo. Era el puto amo, ¿o no? Podía hacer lo que le viniera en gana, y en ello estaba en aquellos momentos.

El sonido de alguien hablando por un micrófono en el escenario del secuestro sacó a Sullivan de su ensimismamiento. Levantó la vista, y era otra vez aquel detective; Alex Cross. Casi le pareció que fuera obra del destino, como si fantasmas del pasado estuvieran llamando al Carnicero.

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