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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 34

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Palabras mayores. En fin, vamos allá. Esa misma semana, el viernes por la mañana, pasados unos minutos de las nueve en punto, me encontraba solo en la antesala del despacho del director, Ron Burns, en el noveno piso del edificio Hoover, cuartel general del FBI.

Tony Woods, el asistente del director, asomó su rostro engañosamente angelical por la puerta del antedespacho.

—Hombre, Alex, ahí estás. ¿Por qué no entras? Buen trabajo el otro día en la avenida Kentucky. Sobre todo, dadas las circunstancias. El director quería hablar personalmente contigo de eso y de otros asuntos que tiene en mente. Me he enterado de que Ned Mahoney se va a recuperar del todo.

«Un trabajo fantástico, casi me matan», pensé mientras seguía a Woods al despacho interior. Ned Mahoney recibió un tiro en el cuello. También pudo haber muerto.

Allí estaba el director, esperándome en su santasanctórum. Con Ron Burns pasa una cosa graciosa: es un tipo agresivo, pero ha aprendido a charlar de naderías y sonreír mucho antes de ir al grano. Eso en Washington es casi una exigencia, sobre todo si has de tratar con políticos taimados como él. Lo que ocurre es que, como a tantos hombres eficientes que ocupan puestos de primer orden, la charla intrascendente se le da fatal. Así y todo, estuvimos hablando de deportes y del tiempo durante al menos noventa segundos antes de pasar a tratar el auténtico motivo de mi presencia.

—¿Y qué le ronda por la cabeza últimamente? —preguntó Burns—. Tony me dijo que quería verme, así que supongo que esto no es una visita de pura cortesía. Aparte, tengo que hablar con usted de unas cuantas cosas. De un caso nuevo que le voy a asignar, para empezar: un asesino en serie que actúa nada menos que en Vermont y Maine, figúrese.

Yo asentí y dejé que Burns parloteara un rato. Pero de pronto me sentí tenso y algo inseguro de mí mismo. Al final, lo tuve que cortar.

—No sé por dónde empezar a explicarle esto, señor director, así que se lo voy a decir sin más. He venido a decirle que dejo el FBI. Esto me resulta muy difícil, y violento. Le agradezco todo lo que ha hecho por mí, pero he tomado esta decisión por mi familia. Es definitiva. No voy a cambiar de opinión.

—¡Mierda! —ladró Burns, y dio un buen golpe en la mesa con la palma de la mano—. No me venga con ésas, Alex. ¿Por qué iba a dejarnos ahora? Me parece absurdo. Usted está haciendo carrera aquí muy rápidamente. Es consciente de ello, ¿no? Le diré qué vamos a hacer: no voy a permitirle que se vaya.

—No hay nada que pueda hacer para impedírmelo —le dije—. Lo siento, pero estoy seguro de que es lo que debo hacer. Le he dado cien mil vueltas en estos últimos días.

Burns se quedó mirándome a los ojos, y algo de determinación debió de ver, porque se puso de pie tras su escritorio. Acto seguido lo rodeó y me tendió la mano.

—Comete una terrible equivocación, y es un paso en falso lamentable en lo que se refiere a su carrera, pero está claro que no tiene sentido discutir con usted. Ha sido un verdadero placer trabajar con usted, Alex, y muy instructivo —dijo mientras se la estrechaba.

Estuvimos un par de minutos más de incómoda charla. Luego me puse en pie para marcharme de su despacho.

—Adiós, señor director.

Cuando llegaba a la puerta, Burns dijo:

—Alex, espero que pueda contar con usted alguna vez de todas formas. Puedo, ¿no?

Me reí de mala gana, porque el comentario era muy propio del espíritu irreductible de Burns, que nunca se daba por vencido.

—Puede llamarme alguna vez. Pero deje pasar unos meses, ¿vale?

—Como mínimo un par de días —dijo Burns, pero al menos me guiñó el ojo.

Nos reímos los dos, y de pronto me hice cargo: mi breve, aunque más bien ilustre carrera en el FBI había tocado a su fin.

O sea, que estaba en el paro.

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