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SEGUNDA PARTE - Caso enfriado » 38

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Una hora más tarde, Gino Giametti se cocía en su propia grasa y se asaba luego a la parrilla de potentes focos, hasta quedar bien guisado, en la sala 1 de Investigación de la comisaría del distrito Uno. Sampson no le quitaba los ojos de encima al sádico mafioso, que tenía el molesto hábito de rascarse el cuero cabelludo de forma compulsiva, tan fuerte que llegaba a hacerse sangre. El propio Giametti no parecía darse cuenta.

Hasta entonces, la función la había estado dirigiendo Marion Handler, que había hecho la mayor parte de los preliminares del interrogatorio, pero Giametti no tenía gran cosa que decirle. Sampson observaba reclinado en la silla, aquilatando a ambos hombres.

De momento, Giametti iba ganando. Era mucho más listo de lo que parecía.

—Me desperté y me encontré a Paulie durmiendo en mi cama. Durmiendo, igual que cuando irrumpieron ustedes. ¿Qué quieren que les diga? Ella tiene su propia habitación, en el piso de arriba. Pero es una niña muy miedosa. Y un poco loca, a veces. Paulie ayuda a mi mujer con las faenas de la casa y toda esa mierda. Queríamos mandarla a algún colegio de la zona. Un colegio de los buenos. Estábamos esperando a que trabajara más su inglés primero. Oigan, tratábamos de hacer lo mejor para esa chica, así que, ¿por qué vienen a tocarme los cojones?

Sampson se incorporó en la silla por fin. Ya había oído suficientes embustes por esa noche.

—¿Nunca te han dicho que serías un

crack del regate? —preguntó—. Y Marion, tú serías su pareja ideal en los entrenamientos.

—La verdad es que sí —dijo Giametti, y sonrió muy satisfecho—. Ya me lo han dicho un par de personas, exactamente con las mismas palabras. ¿Sabe una cosa? Creo que también eran polis.

—Paulina ya nos ha dicho que te vio matar a su amiga Alexa. Alexa tenía dieciséis años cuando murió. ¡La estrangularon con un cable!

Giametti dio un puñetazo en la mesa.

—Esa putita está loca. Paulie miente más que respira. ¿Qué hicieron, amenazarla con mandarla de vuelta a casa? ¿Con deportarla a Polonia? Eso es lo que más teme.

Sampson sacudió la cabeza.

—No, le dije que haríamos lo posible por ayudarla a quedarse en Estados Unidos. Que la mandaríamos a un colegio. De los buenos. Por hacer lo mejor para ella.

—Miente, y está loca —dijo Giametti—. Se lo estoy diciendo, esa preciosidad está chiflada por partida doble.

Sampson asintió pausadamente con la cabeza.

—¿Miente? De acuerdo, ¿qué me dices entonces de Roberto Gallo? ¿También miente? Te vio matar a Alexa y meter el cuerpo en el maletero de tu Lincoln. ¿O es que se lo ha inventado?

—Claro que se lo ha inventado. Es mentira de principio a fin; es una patraña. Usted lo sabe. Lo sé yo. Lo sabe Bobby Gallo. ¿Alexa? ¿Quién coño es Alexa? ¿La amiga imaginaria de Paulie?

Sampson encogió sus anchos hombros y preguntó:

—¿Cómo sé yo que lo que cuenta Gallo es mentira?

—¡Pues porque nunca ocurrió, por eso! —gritó Giametti—. Porque probablemente Bobby Gallo ha hecho un trato con usted.

—¿Quieres decir… que no fue así como ocurrió? ¿Qué Gallo no fue en realidad testigo ocular de los hechos? Pero ¿Paulina sí? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

Giametti frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—¿Cree que soy idiota, detective Sampson? No soy idiota.

Sampson extendió los brazos apuntando a la pequeña y muy iluminada sala de interrogatorios.

—Y sin embargo, aquí estás —dijo con tono lógico.

Giametti reflexionó unos instantes. Luego hizo un gesto señalando a Handler.

—Dígale aquí al pipiolo que se vaya a pasear a un bosque y se pierda. Quiero hablar con usted. Solos usted y yo, machote.

Sampson se encogió de hombros, elevó los ojos al techo y lanzó una mirada a Marion Handler.

—¿Qué tal si te tomas un descanso, Marion?

A Handler no le hizo gracia, pero se levantó y abandonó la sala de interrogatorios. Hizo mucho ruido al salir, como un alumno arrogante de instituto expulsado de clase.

Sampson no dijo nada una vez que se hubieron quedado solos Giametti y él. Seguía estudiando al mafioso, tratando de meterse en su piel de reptil.

El tío era un asesino, de eso no había duda. Y además Giametti tenía que ser consciente de que ahora mismo estaba de mierda hasta las cejas. Paulina Sroka tenía catorce años.

—¿Qué, haciéndose el tipo fuerte y callado? —dijo Giametti sonriendo de nuevo con petulancia—. ¿Es ése su juego, machote?

Sampson siguió sin decir palabra. Y así permanecieron varios minutos.

Finalmente, Giametti se inclinó hacia delante y habló con voz seria y tranquila.

—Mire, usted sabe que todo esto no va a ninguna parte, ¿no? No hay arma del crimen. No hay cadáver. No me he cargado a ninguna niña polaca llamada Alexa. Y Pauline está loca. En serio se lo digo. Tiene pocos años pero no es ninguna niña. En su país hacía la calle. ¿Sabía usted eso?

Sampson habló al fin.

—Lo que sé, y puedo probar, es esto: estabas teniendo relaciones sexuales con una chica de catorce años en tu propia casa.

Giametti sacudió la cabeza.

—No es una chica de catorce años. Es una putita. Sea como sea, tengo algo para usted, algo con que negociar. Tiene que ver con un amigo suyo: Alex Cross. ¿Me está escuchando, detective? Pues escuche esto. Sé quién mató a su mujer. Y también sé dónde está ahora.

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