Cross

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TERCERA PARTE - Terapia » 52

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—Por esto es por lo que no llevo corbatas.

John Sampson tiró del opresivo nudo que tenía al cuello y se arrancó el maldito invento. Lo tiró a la basura junto con los restos de su café. Al momento se arrepintió de haber tirado el café. Billie y él se habían pasado la mitad de la noche en pie con Djakata y su gripe. Lo que necesitaba en esos momentos era un cargamento de cafeína.

Cuando sonó el teléfono de su escritorio, no estaba de humor para hablar de nada con nadie.

—Sí, ¿qué hay?

Del otro lado de la línea le llegó una voz de mujer.

—¿Es ésta la extensión del detective Sampson?

—Sampson al habla. ¿Qué?

—Soy la detective Angela Susan Anton. De la unidad de agresiones sexuales, asignada al distrito Dos.

—Sí. —Aguardó a que concretara un poco más.

—Esperaba poder convencerlo de que nos echara una mano con un caso bastante inquietante, detective. Ahora mismo no sabemos de dónde tirar.

Sampson buscó el vaso de café en la papelera. ¡Perfecto! Había caído de pie.

—¿Qué caso es?

—Una violación. Ocurrió anoche, en Georgetown. Atendieron a la víctima en el hospital Universitario, pero lo único que dice es que la agredieron. Se niega a identificar al tío. O a darnos cualquier descripción. Me he pasado con ella toda la mañana y no he sacado nada en limpio. Nunca había visto nada igual, detective. El grado de pánico que demuestra esa mujer…

Sampson se sujetó el teléfono a la oreja con el hombro y garabateó unas notas en un bloc con un encabezado que decía «para papá», un regalito de Billie por el día del padre.

—Bien, hasta aquí la sigo —dijo Sampson—. Pero tengo curiosidad por saber por qué me llama a mí, detective.

Dio otro sorbo al café asqueroso, y de pronto no lo encontraba tan malo.

La detective Anton dejó pasar un instante antes de responder.

—Tengo entendido que es usted amigo de Alex Cross.

Sampson dejó el bolígrafo y se echó atrás en la silla.

—Ya veo…

—Confiaba en que usted pudiera…

—Se le entiende todo, detective Anton. ¿Quiere que me lo camele por usted?

—No —se apresuró a decir ella—. Rakeem Powell me ha dicho que ustedes dos son buenísimos cuando trabajan juntos en casos de este tipo. Me gustaría poder contar con ambos. Oiga, no se lo digo por quedar bien.

Sampson no dijo nada, esperando a ver si la mujer conseguía arreglarlo o lo estropeaba aún más.

La detective continuó:

—Anoche le dejamos un mensaje al doctor Cross, y otro más esta mañana, pero supongo que todo el mundo anda detrás de él ahora que trabaja por libre.

—En eso tiene razón, está muy solicitado —dijo Sampson—. Pero Alex ya es mayorcito. Sabe cuidar de sí mismo y tomar sus propias decisiones. ¿Por qué no sigue insistiéndole por teléfono?

—Detective Sampson, este agresor es un hijo de puta muy despiadado. No puedo permitirme el lujo de hacer perder a nadie el tiempo con este caso, yo incluida. Así que si lo estoy molestando por lo que sea, ¿sería tan amable de no picarse, dejarse de puñetas, y decirme si va a echarme una mano o no?

Sampson captó el mensaje, y se sonrió.

—Bueno, si me lo pone usted así… Vale, de acuerdo. No puedo comprometerme por Alex, pero veré qué puedo hacer.

—Estupendo. Gracias. Ahora mismo le envío los expedientes. Salvo que quiera pasar a recogerlos usted mismo.

—Un momento. ¿Expedientes? ¿En plural?

—¿Voy demasiado rápido para usted, detective Sampson? Si le estoy llamando es precisamente por la experiencia que tienen el doctor Cross y usted con criminales… en serie.

Sampson se restregó la sien con el auricular.

—Sí, supongo que va usted un poco rápido para mí. ¿Estamos hablando de homicidios?

—No de asesinatos en serie —dijo Anton secamente—. De violaciones en serie.

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