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TERCERA PARTE - Terapia » 59
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Acababa de terminar con la última sesión del día y estaba ojeando los archivos viejos del caso de Maria, cuando inesperadamente alguien llamó a mi puerta con golpes enérgicos. «Y ahora, ¿qué?».
Fui a abrir y me encontré a Sampson plantado en el pasillo de la escalera.
Tenía un
pack de doce Coronitas metido debajo del brazo, y el cartón de cervezas parecía ridículamente pequeño comparado con su cuerpo. Algo pasaba.
—Lo siento —dije—. No permito que se beba durante la terapia.
—Vale. Entiendo. Creo que mis amigos imaginarios y yo nos iremos con la música a otra parte.
—Pero como salta a la vista que estás muy necesitado de tratamiento, haré una excepción, sólo por esta vez —consentí.
Me tendió una cerveza fría mientras entraba. Decididamente, pasaba algo. Sampson no había venido nunca a mi consulta.
—Esto va cogiendo buena pinta —dijo—. Todavía te debo una planta colgante o algo.
—No me elijas tú ningún cuadro —dije—. Ahórrame ese trago.
Treinta segundos más tarde, sonaban los Commodores en el reproductor de CD… elección de Sampson, y él se había desparramado en mi diván. Con él encima, parecía una butaquita.
Pero sin darme tiempo a relajarme siquiera, se lanzó al ataque, pillándome desprevenido.
—¿Conoces a Kim Stafford?
Di un trago a la cerveza para disimular mi reacción. Kim había sido mi última paciente del día. Era lógico que se hubiera cruzado con Sampson al salir, pero de cómo sabía él quién era no tenía ni idea.
—¿Por qué me lo preguntas?
—Bueno, soy detective de la policía… Acabo de verla ahí fuera. La mujer no pasa inadvertida precisamente. Es la novia de Jason Stemple.
—¿Jason Stemple? —Sampson lo había dicho como si yo debiera saber quién era. Y el caso es que lo sabía, aunque no lo conociera por el nombre.
Me alegraba que Kim hubiera vuelto y pasado por unas cuantas sesiones, pero seguía firme en sus trece de no identificar a su prometido, pese a que los malos tratos parecían ir a peor.
—Trabaja en el distrito Seis —dijo Sampson—. Supongo que entró en el cuerpo después de marcharte tú.
—¿En el distrito Seis? ¿O sea que… el novio es policía?
—Sí. No le envidio el destino, eso ya te lo digo. Aquello está fatal últimamente.
La cabeza me daba vueltas, y se me revolvió un poco el estómago. ¿Jason Stemple era policía?
—¿Cómo va el caso de Georgetown? —pregunté, probablemente para que Sampson dejara de tirar de ese hilo.
—Nada nuevo —dijo, entrando al trapo del cambio de tema—. He visto a tres de las cuatro víctimas de que tenemos noticia, y sigo sin tener la menor pista.
—¿Así que ninguna suelta prenda? ¿Después de lo que les ha pasado? Es difícil de creer. ¿No te parece, John?
—Sí. Hoy he hablado con una de las mujeres, una capitana del ejército, que ha admitido que el violador hizo algún tipo de amenaza gorda contra su familia. Y ya ha dicho más de lo que quería.
Nos terminamos las cervezas en silencio. En mi cabeza se alternaban el caso de Sampson y Kim Stafford y su novio policía.
Sampson apuró su Coronita; luego se incorporó y me pasó otra.
—Bien, escucha esto —dijo—. Aún me queda una entrevista por hacer: una abogada que ha sido violada. Otra oportunidad para ver si al final conseguimos desenmarañar el asunto. —Oh, oh, aquí viene—. ¿Qué tal el lunes por la tarde?
Giré sobre mi silla para consultar la agenda que tenía en el escritorio. Ni una cita.
—Maldita sea, tengo todo el día ocupado.
Abrí mi segunda cerveza. Por las persianas de madera entraba una larga franja de luz, y la seguí con la vista de vuelta al punto en que estaba sentado Sampson, clavándome una de sus miradas severas. «El hombre montaña» era uno de los sobrenombres que yo le daba. «Doble John» era otro.
—El lunes, ¿a qué hora? —pregunté finalmente.
—A las tres. Pasaré a recogerte, bombón. —Alargó el brazo y entrechocó su botella de cerveza con la mía—. ¿Sabes? Acabas de costarme siete pavos.
—¿Cómo es eso?
—El paquete de doce —dijo—. Si llego a saber que iba a ser tan fácil convencerte, habría pillado uno de seis.