Cross

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TERCERA PARTE - Terapia » 64

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Cuando Michael Sullivan estaba con sus hijos, los recuerdos de su padre se recrudecían. La carnicería blanca y reluciente, la cámara frigorífica del fondo, el hombre de los huesos que pasaba una vez a la semana a llevarse los restos de los animales, el olor a queso Carrigaline de Irlanda y a pastel de morcilla.

—Venga, dale, dale, dale —oyó Sullivan, lo que lo catapultó de vuelta al presente: al campo de béisbol que había cerca de su casa de Maryland.

Luego oyó:

—¡Este tío no le da ni borracho! ¡No vale un pimiento! ¡Es un paquete!

Seamus y Jimmy eran los encargados de gritar tonterías en los partidos de béisbol familiares. Michael Junior permanecía tan concentrado como siempre. Sullivan vio algo en los ojos azules de su hijo mayor: la necesidad de eliminar al viejo de una vez por todas.

Su hijo se encogió y estiró el brazo. Una bola curva con mucho efecto, o quizás una curva rápida. Sullivan exhaló al lanzar el chico; luego oyó el chasquido de la pelota al golpear el guante de

catcher de Jimmy, justo a su espalda. ¡El hijo de puta se la había colado otra vez!

En el campo de la American Legion, por lo demás vacío, en que practicaban, se desató algo parecido a un pandemónium. Jimmy, el

catcher, dio una vuelta corriendo en torno a su padre sosteniendo la bola en alto.

Sólo Michael permaneció sereno y tranquilo. Se permitió una leve sonrisa, pero no abandonó el montículo del

pitcher, no lo celebró con sus hermanos.

Tan sólo fijó una mirada aviesa en su padre, a quien nunca había eliminado hasta el momento.

Acercó la barbilla al pecho, disponiéndose a adoptar la postura previa al lanzamiento… pero se detuvo de pronto.

—¿Qué es eso? —preguntó, mirando a su padre.

Sullivan bajó la vista y vio que algo se movía en su pecho. El puntero rojo de un visor láser.

Se tiró al suelo polvoriento junto a la cuarta base.

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