Cross

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CUARTA PARTE Matadragones » 120

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Me equivocaba. No morí aquella noche fuera de la casa del Carnicero, aunque tampoco es que pueda decir que esquivé una bala más.

Estuve bastante grave, y pasé todo el mes siguiente en el Hospital General de Massachusetts, en Boston. Michael Sullivan pudo hacer su reverencia, pero luego Sampson le metió dos tiros en el pecho. Murió allí mismo, en la casa. No lo lamento. No siento ninguna compasión por el Carnicero. Lo que probablemente significa que no he cambiado tanto como quería, o por lo menos que sigo siendo el Matadragones.

Últimamente, casi todas las mañanas, después de pasar visita a algunos pacientes, tengo yo mismo una sesión con Adele Finaly. Me sabe manejar todo lo que me dejo. Un día, le cuento lo del tiroteo final en la casa de Sullivan, y que quería la satisfacción de la venganza, y de obtener justicia, pero que no la obtuve. Adele dice que lo entiende, pero que no siente ninguna simpatía, ni por Sullivan ni tampoco por mí. Ambos comprendemos las evidentes conexiones que hay entre Sullivan y yo. Y uno de nosotros va y muere delante de su familia.

—Me dijo que él no había matado a Maria —le cuento a Adele durante la sesión.

—¿Y qué, Alex? Sabes que era un mentiroso. Un psicópata. Asesino. Sádico. Una mierda pinchada en un palo.

—Sí, todo eso y más. Pero me parece que le creo. Sí, le creo. Sólo que aún no entiendo lo que eso significa. Otro misterio que resolver.

En otra sesión, hablamos de un viaje por carretera que hice a Wake Forest, en Carolina del Norte, que cae al norte de Raleigh. Me llevé el R350 nuevo, el coche familiar, el vehículo

crossover. Me fui hasta allí para visitar a Kayla Coles, para hablar con ella, para perderme en sus ojos mientras me hablaba ella. Kayla estaba estupenda, tanto mental como físicamente, y decía que le gustaba la vida que llevaba allí aún más de lo que esperaba. Me dijo que se iba a quedar en Raleigh.

«Hay mucha gente necesitada de ayuda aquí en Carolina del Norte, Alex —me dijo Kayla—. Y hay más calidad de vida que en Washington, para mí al menos. Quédate por aquí una temporada y compruébalo».

—¿Estaba Kayla haciéndote una invitación? —preguntó Adele tras producirse un silencio entre nosotros.

—Podría ser. Una invitación que ella sabía que yo rechazaría.

—¿Y por qué?

—¿Por qué? Porque… soy Alex Cross —dije.

—Y eso no va a cambiar, ¿no? Te lo pregunto, sólo. No como terapeuta, Alex, como amiga tuya.

—No sé si puede cambiar. Hay cosas en mi vida que quiero cambiar. Por eso estoy aquí. Además de porque es un placer charlar contigo. Vale, la respuesta es no, no voy a cambiar hasta ese punto.

—Porque eres Alex Cross.

—Sí.

—Muy bien —dijo Adele—. Es un comienzo. Y, Alex…

—¿Sí?

—Yo también disfruto charlando contigo. Eres único.

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