Cross

Cross


TERCERA PARTE - Terapia » 82

Página 88 de 131

8

2

De modo que ahora estábamos investigando el caso también por Mena Sunderland, en su memoria; al menos, eso me decía yo, ésa fue mi racionalización. Lo hacía por Maria Cross, por Mena Sunderland, y por todas las demás.

Durante los tres días siguientes, trabajé codo con codo con Sampson durante el día, y luego salía a la calle con él por la noche. Nuestro turno de noche solía desarrollarse de las diez hasta más o menos las dos. Formábamos parte del operativo encargado de patrullar Georgetown y Foggy Bottom, zonas en que el violador-asesino había actuado con anterioridad. Los ánimos estaban caldeados, pero nadie deseaba cazarlo tanto como yo.

Así y todo, hacía cuanto podía por mantener la muy tensa investigación bajo algún control, por conservar cierta perspectiva. Casi todas las noches, me las arreglaba para cenar con Yaya y los niños. Llamé a Kayla Coles a Carolina del Norte, y me pareció que estaba mejor. También llevé a cabo media docena de sesiones con mis pacientes, incluida Kim Stafford, que estaba viniendo a verme dos veces por semana, y puede que hasta haciendo algún progreso. Su prometido no le había mencionado nuestra «charla».

Mi ritual de cada mañana incluía pillar un café en el Starbucks, que estaba en mi mismo edificio, o en el Au Bon Pain, en la esquina de Indiana con la Seis. El problema del Au Bon Pain era que me gustaba demasiado su bollería, así que tenía que mantenerme alejado del lugar en la medida de lo posible.

Kim era mi paciente favorita. Los terapeutas suelen tener favoritos, por más que se empeñen en decirse a sí mismos lo contrario.

—¿Recuerda que le dije que Jason no era tan mal tío? —dijo al cabo de quince minutos de sesión, una mañana. Sí que lo recordaba, como recordaba haberle sacudido la mugre a base de bien en la comisaría donde trabajaba—. Pues era un energúmeno de marca mayor, doctor Cross. Al final lo he comprendido. Me ha llevado mucho más tiempo de lo debido.

—Lo recuerdo.

Asentí y esperé a ver qué decía a continuación. Sabía exactamente lo que quería oír de su boca.

—Lo he dejado. Esperé a que se fuera a trabajar, y me largué. ¿La verdad? Estoy muerta de miedo. Pero he hecho lo que debía.

Se puso en pie y se acercó a la ventana, que daba a la plaza de los juzgados. Desde mi casa también se veía el Tribunal del distrito.

—Lo ha dejado…

—¿Cuánto tiempo lleva casado? —me preguntó, mirando de reojo la alianza que todavía llevaba en la mano izquierda.

—Estuve casado. Ya no lo estoy. —Le hablé un poco de Maria, de lo ocurrido hacía más de diez años; la versión abreviada, la menos sentimental. Había lágrimas en sus ojos, que era lo último que yo quería. Aquella mañana, habíamos tratado un par de puntos delicados y hecho algunos progresos. Entonces ocurrió algo extraño: me dio la mano antes de marcharse.

—Lo siento —dijo cuando hube acabado—. Es usted una buena persona. Adiós, doctor Cross.

Y pensé que posiblemente acababa de perder a una paciente —la primera—, porque había hecho un buen trabajo.

Ir a la siguiente página

Report Page