Cross

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TERCERA PARTE - Terapia » 83

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Lo que ocurrió aquella noche me dejó de piedra. De hecho, la noche había ido como la seda, hasta que se me arruinó. Había obsequiado a Yaya y los niños con una cena especial en el Kinkead's, cerca de la Casa Blanca, en la avenida de Pensilvania, nuestro restaurante de Washington favorito. El gran músico de jazz Hilton Fenton se acercó a nuestra mesa y nos contó una anécdota graciosa del actor Morgan Freeman. Finalmente, me levanté y subí las empinadas escaleras de madera de mi despacho del ático, maldiciendo los escalones entre dientes, uno por uno.

Puse algo de Sam Cooke, empezando por uno de sus éxitos más populares,

You Send Me. Luego me senté a estudiar minuciosamente una serie de expedientes de la policía del D.C. de la época del asesinato de Maria: cientos de páginas. Iba buscando casos de violación de por entonces, sin resolver, en particular los que hubieran tenido lugar en el distrito Sureste o sus alrededores. Estaba trabajando muy concentrado y escuchando la música, y me llevé una sorpresa cuando miré el reloj y vi que eran las tres y diez. Había reparado en algunos datos interesantes de los expedientes del caso de violación en serie que recordaba se venía produciendo hacia la época en que murió Maria.

De hecho, las violaciones habían comenzado algunas semanas antes de que dispararan a Maria y terminaron justo después del asesinato. Nunca volvieron a empezar. ¿Qué significaba eso? ¿Que tal vez el violador estuviera en Washington de visita?

Aún me resultó más interesante que ninguna de las mujeres agredidas hubiera proporcionado una descripción del violador. Habían recibido atención médica, pero se habían negado a hablar con la policía sobre lo que les había sucedido. De ello no cabía deducir nada en concreto, pero hizo que siguiera hojeando más páginas.

Repasé unas cuantas transcripciones más y seguí sin encontrar descripción alguna por parte de las víctimas.

¿Podía tratarse de una coincidencia? Lo dudaba. Seguí leyendo.

Entonces me quedé clavado en una página de notas del detective Hightower. Un nombre y cierta información adicional me llamaron la atención.

«Maria Cross. Trabajadora social en Potomac Gardens».

El detective, el tal Alvin Hightower, que me sonaba vagamente haber conocido en su día —estaba bastante seguro de que ya había muerto—, había redactado un informe exhaustivo sobre la violación de una estudiante de la Universidad George Washington. La agresión se había producido dentro de un bar de la calle M.

A medida que seguía leyendo, me costaba más trabajo respirar, porque me estaba viniendo a la cabeza una conversación que tuve con Maria un par de días antes de que muriera.

Era acerca de un caso en el que estaba trabajando, sobre una chica a la que habían violado.

Según el informe del detective, la estudiante había facilitado algún tipo de descripción a una trabajadora social: Maria Cross. Era un hombre de raza blanca, de algo más de metro ochenta, y posiblemente de Nueva York. Después de violar a la muchacha, había hecho una pequeña reverencia.

Con los dedos temblándome, di la vuelta a la página y comprobé la fecha del informe inicial. Y allí estaba: la víspera del día en que asesinaron a Maria.

¿Y el violador?

El Carnicero. El asesino de la Mafia al que habíamos estado siguiendo la pista. Recordé su reverencia en la azotea, su inexplicable visita a mi casa.

El Carnicero.

Me habría apostado la vida.

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