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CUARTA PARTE Matadragones » 87

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—¡Policía del D.C.! Dejen todos las pistolas en el suelo. ¡Ahora mismo! Somos oficiales de policía. ¡Las pistolas, al suelo!

Sullivan vio a los policías, y parecían detectives: un par de negros de aspecto atlético, en ropa de calle.

Se acercaban por detrás de los matones de la Mafia que estaban cerca de la calle Treinta y uno, tratando de pensar qué coño hacían a continuación, cuál sería su siguiente movimiento. Igual que él.

Pero menuda visión, la de los dos polis; Sullivan se preguntó si formarían parte de un operativo especial que hubieran enviado a Georgetown para atrapar al violador, para atraparlo a él.

Joder, se apostaría cualquier cosa a que sí, y de ser cierto, él era el único de toda la calle que había comprendido la situación, de momento.

Uno de los polis ya estaba pidiendo refuerzos. Entonces, los dos tíos que estaban cerca de Wisconsin se dieron media vuelta, sin más… y se largaron andando.

Los detectives habían sacado sus pistolas, pero ¿qué iban a hacer? Siendo realistas, ¿qué podían hacer?

Sullivan estuvo a punto de echarse a reír mientras se volvía lentamente y echaba a caminar él también hacia Wisconsin.

Entonces rompió a correr, un

sprint a tope hacia la calle abarrotada. Como el loco que era, empezó a partirse el culo de risa. Había decidido echarle cara, correr sin más. Como en los viejos tiempos, en Brooklyn, cuando era un crío que aprendía el oficio.

«Corre, Micky, corre. Corre, por tu vida».

¿Qué iban a hacer los de la metropolitana? ¿Dispararle por la espalda? ¿Por qué? ¿Por correr? ¿Siendo la víctima potencial de cuatro hombres armados en un callejón?

Los polis se estaban desgañitando, amenazándolo, pero no podían hacer otra cosa que ver cómo se escapaba. Era lo más gracioso que había visto en años, tal vez en toda su vida. La caballería había acudido al rescate: al suyo.

Tremendo error.

De ellos.

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