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CUARTA PARTE Matadragones » 102

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—¿Qué coño hace él aquí? —preguntó Sampson.

De pie junto al coche estaba nada menos que Tony Mullino; de mi lado. ¿Qué coño hacía él allí en Montauk?

Bajé la ventanilla despacio, confiando en descubrirlo, en obtener una respuesta, acaso todo un montón de respuestas.

—Podría haber sido Sully —dijo, con la cabeza ladeada—. Estarían los dos muertos, si lo llego a ser.

—No, tú estarías muerto —dijo Sampson. Sonrió a Mullino con parsimonia y exhibió su pistola—. Te he visto venir desde atrás hace como dos minutos. Y Alex también.

Yo no lo había visto, pero era reconfortante saber que Sampson seguía guardándome la espalda, que alguien lo hacía, porque era posible que yo estuviera empezando a descentrarme un poco… y eso podía costarte que te pegaran un tiro. O algo peor.

Mullino se frotaba las manos.

—Hace un frío que te cagas aquí esta noche. —Esperó un momento, e insistió—. Digo que hace una rasca de cojones, que me estoy congelando aquí fuera.

—Sube —le dije—. Pasa adentro.

—¿Prometes no dispararnos por la espalda? —dijo Sampson.

Mullino levantó ambas manos y puso cara bien de desconcierto o bien de alarma. A veces no lo tenía uno muy claro con él.

—Ni siquiera voy armado, colegas. No he llevado un arma en mi vida.

—Pues tal vez deberías, vistos los amigos que tienes. Piensa en ello, hermano.

—Vale, hermano —dijo Mullino, con una risita malévola que me hizo reconsiderar quién era.

Abrió la puerta del coche y se deslizó en el asiento de atrás. La pregunta seguía encima de la mesa: ¿por qué había aparecido por allí, y qué quería?

—¿No va a venir? —Dije, cuando hubo cerrado la puerta trasera al frío—. ¿Es eso?

—No, no va a venir —dijo Mullino—. Nunca fue su intención.

—¿Le avisaste tú? —pregunté. Veía a Mullino por el retrovisor. Entornó los ojos y pude apreciar en ellos su extremo nerviosismo, cierta incomodidad, que algo no iba bien.

—No me hizo falta avisarle. Sully confía en sí mismo, se cuida muy bien él solito. —Hablaba en voz baja, casi con un susurro.

—Apuesto a que sí —dije.

—¿Qué ha pasado pues, Anthony? —Preguntó Sampson—. ¿Dónde está ahora tu amiguito? ¿Por qué estás aquí?

La voz de Mullino nos llegó como de debajo del agua. Esta vez ni siquiera entendí bien lo que dijo.

Ni tampoco Sampson.

—Tienes que hablar más alto —le dijo, volviéndose—. ¿Me oyes? ¿Ves cómo funciona? Tienes que elevar el tono de voz hasta un cierto volumen.

—Esta noche ha matado a John Maggione Junior —dijo Mullino—. Le secuestró, y después lo cosió a cuchilladas. Esto se veía venir desde hace mucho tiempo.

En el coche se hizo un silencio absoluto. Dudo que pudiera haber dicho nada que me sorprendiera más. Antes había tenido el presentimiento de que nos habían tendido una trampa, y así era.

—¿Cómo te has enterado tú? —le pregunté al fin.

—Vivo en el barrio. Brooklyn a veces es como un pueblo. Siempre ha sido así. Además, Sully me llamó después de hacerlo. Quería compartirlo.

Sampson se dio la vuelta del todo para mirarle a la cara.

—Así que Sullivan no piensa venir a recoger a su familia. ¿No tiene miedo por ellos?

Yo seguía observando a Tony Mullino por el retrovisor. Pensé que quizá sabía ya lo que iba a decir a continuación.

—Ésta no es su familia —dijo—. Ni siquiera sabe quiénes son.

—¿Quién está en la casa, entonces?

—No sé quiénes son. Servicio de casting. Una familia que podría parecerse a la de Sully.

—¿Trabajas para él? —pregunté a Mullino.

—No. Pero ha sido un buen amigo. El que tenía miedo en el colegio de que le partieran la cara era yo, no él. Sully siempre me protegió. Así que lo he ayudado. Volvería a hacerlo. Joder, si hasta lo ayudé a matar al pirado de su viejo.

—¿Por qué has venido hasta aquí? —le pregunté a continuación.

—Ésa es fácil. Me dijo él que viniera.

—¿Por qué? —pregunté.

—Pregúntaselo a él. Tal vez porque le gusta hacer una pequeña reverencia después de un trabajo bien acabado. De hecho, lo hace, ya sabéis. Hace una reverencia. Y mejor que no tengáis ocasión de verlo.

—Yo ya lo he visto —le dije.

Mullino abrió la puerta trasera del coche, nos saludó con la cabeza y luego desapareció en la noche.

Y así supe que lo mismo había hecho el Carnicero.

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