Cross

Cross


PRIMERA PARTE - Nadie va a quererte nunca como te quiero yo (1993) » 16

Página 20 de 131

1

6

Maria Simpson Cross murió en mis brazos; cosa que no le conté a casi nadie, salvo a Sampson y a Mamá Yaya.

No quería hablar de los últimos momentos que pasamos juntos; no quería la compasión de nadie, ni que vinieran entrometiéndose. No quería satisfacer la necesidad de cotilleo banal de algunas personas, de estar al tanto del último suceso dramático que poder contar a media voz. Nunca, a lo largo de toda la investigación del asesinato que se desarrolló en los meses siguientes, entré en detalles de lo que había ocurrido delante del San Antonio. Eso quedaba entre Maria y yo. Sampson y yo hablamos con cientos de personas, pero nadie nos dio una pista del asesino. Su rastro se enfrió rápidamente y así se quedó. Comprobamos al asesino loco de la Mafia, pero descubrimos que había tomado un vuelo a Nueva York la noche anterior; al parecer, había salido de la ciudad poco después de salir de mi cocina. El FBI nos echó una mano con esto, porque habían disparado a la mujer de un policía. El asesino no era el Carnicero.

Al día siguiente de que ella muriera, a las dos de la tarde, yo estaba en nuestro apartamento, aún con la pistolera y la pistola encima, dando vueltas por el salón con Janelle, que no dejaba de gritar, en mis brazos. No podía quitarme de la cabeza la idea de que nuestra pequeña lloraba por su madre, muerta la noche anterior, en la misma puerta del San Antonio donde seis meses antes había nacido Jannie.

De pronto se me inundaron los ojos de lágrimas, y me sentí abrumado por lo que había ocurrido aquel día, tanto por su realidad como por su irrealidad. No podía enfrentarme a nada de aquello, pero especialmente al bebé que sostenía en brazos y al que no conseguía hacer callar.

—Está bien, pequeña, está bien —susurré a mi pobre hijita, torturada por la dichosa tos ferina, y que probablemente preferiría estar en brazos de su madre que en los míos—. Está bien, Jannie, no pasa nada —repetía, aunque sabía que era mentira. Pensaba: «¡No está bien! Tu mamá se ha ido. Nunca volverás a verla. Ni yo tampoco». Mi dulce, adorable Maria, que nunca había hecho daño a otra persona, que yo recordara, y a quien amaba más que a mi vida. Nos la habían arrebatado tan repentinamente, y por razones que nadie —ni siquiera Dios— era capaz de explicarme…

»Maria, Maria —le hablaba en silencio, mientras caminaba de una punta a otra con nuestro bebé encima—, ¿cómo ha podido ocurrir esto? ¿Cómo voy a hacer lo que tengo que hacer de ahora en adelante? ¿Cómo voy a hacerlo sin ti? No me estoy compadeciendo de mí mismo. Es sólo que ahora mismo estoy loco de dolor. Me aclararé con todo. Sólo que no esta noche.

Sabía que no me iba a responder, pero imaginar que Maria pudiera contestar, que al menos pudiera oírme, me proporcionaba un extraño consuelo. No dejaba de oír su voz, con su mismo sonido y sus palabras exactas. «Todo irá bien, Alex, porque adoras a nuestros hijos».

—Jannie, Jannie, pobrecita mía. Sí que te quiero —musité con los labios sobre la cabeza húmeda y ardiente de nuestro bebé.

Y entonces vi a Mamá Yaya.

Ir a la siguiente página

Report Page