Cristina

Cristina


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¿Cristy? Nunca nadie la había llamado así, le gustó el apodo pero no dijo nada, solo se dio la vuelta y empezó a caminar rumbo a la casa. Rosi se le quedó mirando, nunca antes había visto esa expresión en la cara de la niña. Esta, muy risueña se viró hacia donde Rosi y le dijo.

–Cuando yo sea grande me voy a casar con él.

Desde el primer día que Cristina vio jugar a Paul se había enamorado del adonis futbolista. Por su puesto, el amor de una niña de apenas cinco o seis años de edad que era lo que tenía cuando entró en este colegio, estaba lleno de fantasías y sueños inconcebibles para un adulto, pero ella no sabía nada de eso. Aunque muy madura para su edad, y con una gran inteligencia, vivir era una carrera profesional de la que nadie se podía graduar antes de tiempo y Cristina todavía tendría que poner sus años como cualquier otro ser humano para adquirir experiencia y obtener su diploma de adulto.

Rosi la cogió por la mano y se la llevó casi arrastras riéndose pero evitando que Cristina la viera.

–¿Por qué te ríes Rosi? ¿No me crees cuando digo que me voy a casar con él?

–Claro que te creo, pero de momento debemos dejar tu predicción de matrimonio como un secreto entre nosotras, todavía faltan muchos años para que eso suceda, y si se lo dices a este muchacho se va a llevar el susto de su vida.

–Yo no lo creo Rosi, viste como me miró, el también se enamoró de mí, lo que sucede es que todavía no lo sabe, pero ya verás que el tiempo me dará la razón. Está bien, no vamos a decírselo a nadie por ahora pero veras que ocurrirá.

Entre las risas y las bromas Rosi sintió un frio que le subió por la espalda y tuvo el presentimiento de que la vida de aquellos dos seres acababa de unirse para siempre y que el futuro vendría acompañado de nubes negras cargadas de miedo y misterio. Sin embargo al momento desechó el pensamiento como algo ridículo y completamente imposible. Como siempre la imaginación de Cristina la hacía decir cosas como aquellas, por muy inteligente que fuera era solo una niña de nueve años que no sabía nada de la vida.

 

♣♣♣

 

Cuando Cristina llegó al cuarto de estudio al día siguiente ya la estaban esperando Alison, Will y Paul. Sin entrar en explicaciones empezó a trabajar con ellos. Les explicó los problemas de matemáticas con los que tenían dificultad y les dio otros para practicar. Mientras ellos trabajaban ella leyó sus escritos para las clases de literatura y ciencias sociales, los corrigió y se los devolvió. Al final hicieron todas las tareas que tenían para el día siguiente hasta que terminaron alrededor de la 9 de la noche

–Cristy, eres un fenómeno. ¿A qué universidad piensas ir?–Le preguntó Paul, pero tanto Alison como Will se veían interesados

–Antes de contestarles quiero saber si pueden guardar mi respuesta en secreto.

Los tres se miraron entre ellos sonriendo, esta niña además de inteligente era comiquísima.

–Claro que te guardaremos el secreto.–Dijeron todos.

–Voy a ir a Harvard.

–Perfecto, ya no tengo que preocuparme de mi rendimiento académico porque te voy a tener a ti para que me ayudes.–Le respondió Paul. Cristina se le quedó mirando con una sonrisa entre suspicaz y pícara.

–Con una condición.

–Tú dirás.

–Quiero que seas mi compañero en el baile de graduación cuando ambos nos graduemos en Harvard, de aquí a unos seis años.

Los muchachos se echaron a reír; aquella niña era un encanto.

–Por supuesto que seré tu compañero en la fiesta de graduación.

Cristina abrió su gigante mochila y sacó de ella un papel que le extendió a Paul.

–Toma, este es el contrato, fírmalo.

Ahora sí que las carcajadas se oían en todo el recinto bibliotecario. Cristina por supuesto también reía, estaba encantada de ser tan popular entre estos muchachos grandes con los que nunca pensó poder conversar. Cuando diseñó el documento había dudado en enseñárselo a Paul, pero como su papá decía, “Si lo que deseas hacer no es ilegal, ni inmoral y no perjudicas a nadie, hazlo.”

–Cristy, nosotros también queremos ir a Harvard y estaríamos encantados si tu quisieras seguir siendo nuestra tutora. Estamos dispuesto a firmar donde tú quieras.–Le dijeron Will y Alison a Cristina muy sonrientes.

–No, ustedes no tienen que firmar nada. Si quieren de ahora en adelante pueden ser mis hermanos. Yo no tengo hermanos, ni padres, solo a Rosi.

–¿Y por qué yo no puedo ser tu hermano?–Le preguntó Paul.

Cristina pensó la respuesta antes de dársela. Era perfectamente legal y moral, además no perjudicaba a nadie, así que por qué no.

–Porque yo voy a casarme contigo cuando sea grande y uno no puede casarse con los hermanos.

–¿Y por qué quieres casarte conmigo?

–Porque tú eres el mejor quarterback que he visto en mi vida, siempre tiras la pelota con gran precisión y fuerza, por eso siempre ganamos los juegos, además eres muy lindo.

–Pues te diré que tienes muy buen gusto y acepto tu proposición de matrimonio ahora mismo. ¿Quieres que firme en algún lugar?

–No todavía no podemos firmar nada porque soy muy pequeña. De aquí a seis años todos estaremos en Cambridge, Massachusetts. Allí la ley me permite casarme a los 14 años sin consentimiento paternal y con solo dos testigos, y así lo voy a hacer. Ya lo investigué.

Las risas y carcajadas eran tantas que uno de los bibliotecarios tuvo que venir a decirles que hicieran silencio

–Cristy eres la niña más linda del mundo.–Le dijo Paul levantándose, cogiéndola en sus brazos y dándole dos sonados besos en las mejillas. Alison y Will también vinieron a abrazarla y darle besos. Cristina estaba feliz, nunca ningún muchacho de esa edad le había demostrado tanto cariño.

Cristina no tenía amiguitos niños como ella. En vida de su padre, él acaparaba todo su tiempo, el resto se lo dividían los profesores del colegio. Aunque su padre al principio se aseguraba de que la niña tuviera el tiempo suficiente para jugar y hacer las cosas apropiadas para su edad, eso se fue quedando a un lado a medida que Cristina crecía.

Cuando salieron de la biblioteca la niña aprovechó para presentarle a Rosi a su nuevo amigo.

–Rosi, este es Paul, del que te hable ayer.

–Mucho gusto en conocerlo, mi nombre es Rosi y yo soy la nana de Cristina.

–Rosi, eres muy afortunada de cuidar de una preciosura como esta.

–Sí, ya lo sé.

Al despedirse quedaron de reunirse al día siguiente en el mismo lugar y hora. Los nuevos amigos de Cristina estaban muy contentos con su joven tutora y Cristina estaba encantada con sus nuevos alumnos.

Trabajaron todos los días de la semana en la biblioteca, con la diferencia de que cuando Will, Alison y Paul llegaban a la casa se iban a dormir o a hacer cualquier otra cosa que los relajara, pero Cristina todavía tenía muchas cosas que hacer, así que se desvelaba hasta tarde para compensar las horas que le estaba dedicando a sus nuevos amigos futbolistas.

Llegado el viernes los profesores que tenían que reportar el progreso de Will y Paul lo hicieron sin ningún problema, estaban asombrados del cambio de actitud de los muchachos. Anderson devolvió los papeles a Cristina por mediación del director y nunca más habló de lo acontecido, sabía que tenía que darle las gracias a la niña por su labor con los jugadores, puesto que los demás que habían seguido su método por solo cuatro días también habían mostrado una gran mejoría y todos ellos se sentían muy orgullosos de sus logros, pero él nunca le dijo nada al respecto, se sentía avergonzado ante su propio comportamiento para con la niña y en su vacía cabeza que solo entendía de Football, no concebía pedirle disculpas a una chiquilla de diez años.

El viernes cuando sonó el timbre de salida, Paul y Will estaban esperando a Cristina en el pasillo que quedaba en frente de su última clase y le pidieron que viniera con ellos. La llevaron hasta la cafetería donde se encontraban los otros jugadores que estaban siguiendo su método de estudio y todos le dieron las gracias y le prometieron ganar el juego en su honor. Cristina estaba “en el país de la maravillas”, la felicidad se le salía por las orejas, la mochila parecía haber perdido peso y los saltos que pegaba cuando vio a Rosi y le empezó a contar lo acontecido llamaban la atención de todos los que estaban a su alrededor.

Como se lo habían prometido, esa noche el equipo de Football, de la Escuela Internacional de Washington derrotó a uno de los equipos más fuertes de la liga y todos celebraron el gran triunfo. En medio de tanta alegría nunca nadie hubiera podido profetizar lo que el futuro les tenía deparado a Cristina y sus nuevos compañeros.

Con cada día que pasaba, más se acercaban los nuevos amigos y más mejoraban las calificaciones de todos, Alison incluida. El equipo de Football, de la Escuela Internacional de Washington ganó el campeonato regional invicto y Cristina recibió como regalo la pelota que se usó en el último juego. Anderson estaba tan contento con el resultado de la temporada que se olvidó por completo del impase anterior con la niña y la declaró miembro honorable del equipo.

 

♣♣♣

 

En el último jueves de Noviembre, cuando se celebraba el día de Acción de Gracias, fecha extremadamente significativa para todo el país, Cristina y Rosi fueron invitadas a la cena familiar en casa de Will. Alison tenía que cenar con sus padres y el resto de su familia porque esa era la tradición, pero había prometido venir enseguida que pudiera zafarse de las garras de sus parientes.

La casa de los Smith estaba localizada en los suburbios de Columbia Hights, en el 2243 de la calle 13 del Noroeste, en Washington, DC. Dicha casa estaba clasificada por los expertos en arquitectura como un edificio de estilo Neoplatónico, género significativo de principios del siglo XX en América. El inmueble era una reliquia que compraron en ruinas los padres de Will y que restauraron hasta el punto de convertirla en un monumento nacional, resguardado por las leyes que regía el Instituto para la Preservación del Arte Estadounidense. Sus paredes eran de ladrillos rojos con ventanas azul pastel y techo del mismo color, desde donde salían dos torres delanteras teniendo incrustadas en ellas dos ventanas. La entrada se adornaba con un arco neoplatónico encima del cual se asomaba un balcón con ventanas a cada lado y puerta central. La edificación constaba con dos pisos, el sótano y el ático. Este último lo había arreglado su padre para que Will tuviera espacio y privacidad.

Los Smith pertenecían a la clase media trabajadora, su mamá empezó de maestra de escuela elemental y con los años había alcanzado el puesto de directora de dicho centro, y el papá empezó de cartero regular y subió hasta el puesto de Jefe Ejecutivo de su distrito postal. Los Smith tardaron siete años en tener a Will, que era único hijo, cosa rara en familias afroamericanas de esa época. La madre de Will había perdido varios embarazos antes de nacer Will y después de la llegada de este no quisieron tentar la suerte.

Los padres de Will le habían proporcionado a su único hijo una vida tranquila y sin necesidades, cosa que el muchacho agradecía constantemente. Cuando Will entró en la Escuela Internacional de Washington con una beca para jugar Football, hizo que sus padres se sintieran muy orgullosos y fue evidente que sus esfuerzos no habían sido en vano.

Aunque Will les había hablado a sus padres de Cristina muchas veces, estos todavía no la conocían personalmente y estaban muy contentos de tenerla de invitada, especialmente ante la gran mejoría que habían tenido las calificaciones del muchacho desde que Cristina lo ayudaba.

Cuando Rosi y Cristina llegaron en un taxi ya Will las estaba esperando afuera.

–Pensé que no llegaban.

–Nos fue difícil conseguir un taxi, hoy nadie está en la calle.

–Yo podía haber ido a buscarlas.

–No importa, ya estamos aquí, si quieres puedes llevarnos de regreso.

Entraron y Will hizo las presentaciones pertinente. La Familia Smith tenía muchos parientes y la casa estaba llena. Cristina se fue con Will para que le enseñara su ático y Rosi se quedó conversando en la sala con las señoras.

–Este es mi reino.–Le dijo Will a Cristina mostrándole un cuarto lleno de posters y artículos deportivos que colgaban del techo y de todas partes. Las paredes del cuarto estaban surcadas de ventanas y entre ellas, travesaños y recovecos donde yacían estantes para libros, trofeos deportivos y otros curiosos objetos que les daban un carácter único a la habitación. Cristina estaba fascinada.

–Tienes un cuarto precioso.

–Muchas gracias, está a tu disposición.

Cristina se mantuvo en silencio por unos minutos y luego se atrevió a decir

–Gracias por invitarnos Will, esta es la primera vez que paso el día de Acción de Gracias sin mi papá y… Bueno, me alegro de estar en familia.

–Claro que esta es tu familia. Yo soy tu hermano y estoy muy contento que estés con nosotros.

Siguieron conversando y al rato los llamaron para cenar. La comida, que estuvo exquisita, consistió en el tradicional pavo asado, acompañado con puré de calabaza y jalea de arándano. Cristina, como siempre, comió mucho más de lo que parecía físicamente posible para una personita de su tamaño, pero ya Will estaba acostumbrado a verla comer en el colegio y así se los informó a los demás en la mesa.

–No se preocupen que se vaya a reventar, ella aguanta eso y mucho más.

–Desde que nació es así..–Dijo Rosi tratando de justificar el apetito de la niña.

–Pero nunca se enferma ni sube de peso, es algo así como un milagro.

–Por lo que tenemos entendido su sola existencia es un milagro.–Dijo el padre de Will, después de lo cual se hizo un silencio molesto y largo; este enseguida se dio cuenta de que Cristina bajaba la cabeza avergonzada.

Aunque su padre le había dicho una y mil veces que ella era un persona normal, cada vez que oía comentarios como este no podía dejar de pensar en que ella era algo así como bicho raro y extraño, un error de la madre naturaleza, sobre todo para los demás que no sabían cómo pensaba y sentía. “Dios te dio dos grandes regalos hija mía, la inteligencia y la belleza. Durante tu niñez y adolescencia te será muy difícil sobrevivir con tus cualidades, pero una vez que llegues a una edad adulta las cosas mejoraran, ya lo veras”. Tenía que recurrir a estas lecciones que estaban en su memoria para poder seguir adelante.

–Eso lo dice porque no me conoce mejor, señor Smith, pero pregúntele a Will, soy una niña completamente normal.

–Te lo decía en forma de halago.

–Yo lo sé y se lo agradezco, pero si se pone a pensar, yo no he hecho nada para tener la inteligencia que tengo, a mi me la dieron mis padres a través de su genes, así que no puedo vanagloriarme de algo que no he ganado por mí misma. Mi trabajo consiste en saber emplear bien mis talentos para que mis padres, aun desde el cielo, puedan estar orgullosos de mí.

–Estoy seguro que lo están.

Una vez expuesta la peculiar existencia de Cristina, la velada continuó sin percances. Cuando ya habían terminado con el postre y estaban sirviendo el café, llegó Ali. Estaba muy linda, nunca la había visto vestida de una manera tan elegante. Ella fue directamente a donde estaban los padres de Will y luego de saludarlos con un beso, continuo haciendo lo mismo con el resto de la familia. Cuando terminó con ellos fue a donde estaba Cristina y le dio un besito, mientras lo hacía le dijo al oído

–Me alegro mucho de que estés con nosotros. Vine principalmente por ti.

–Gracias Ali, yo también estoy muy contenta de estar con ustedes.

4

Mientras tanto en la residencia Gallagher se sentaban a la mesa Agnes y Anthony Gallagher, padres de Paul, el abuelo Paul Anthony Gallagher, patriarca familiar, y su único nieto Paul. La mansión de los Gallagher se encontraba localizada a unas 30 millas del centro de la ciudad de Washington D.C., en al 334 de la avenida Garnett Dr, en la tradicional y afluente área de Bethesda, justo a las orillas del Kenwood Country Club, colindante con la carretera 190. Bethesda es la única región del estado de Maryland que no tiene definición geográfica en término de bordes o condados. Su nombre proviene de la Iglesia Presbiteriana de Bethesda fundada en 1820 la cual a su vez fue nombrada por el Manantial de Jerusalén en Bethesda, conocido en arameo como “Casa de Piedad”. El significado de su nombre ha perdido con los años no solo lo que se refiere a piedad sino también los laxos con la iglesia.

Entre los aproximadamente 55,000 habitantes del área se encontraban una gran cantidad de personas influyentes como Michelle Bachelet, quien fuera Presidente de Chile, John R. Botton, embajador de los Estados Unidos en la ONU y Secretario de Estado, John Glenn, astronauta y Senador, J.W. Marriot, Presidente de la cadena de hoteles Marriot, y muchos más que ratificaban la categoría del lugar.

Anthony Gallagher, padre de Paul, era Lobbyist en Washington D.C. El trabajo de estas personas consistía en representar intereses de industrias o entidades privadas ante el Congreso y el Senado Norte Americano, no oficialmente, sino a nivel particular. Los Lobbyists tenían una gran influencia ante los legisladores con los cuales gastaban una enorme cantidad dinero, tanto en sus campañas para reelección, como en regalos personales, en su afán de convencer a los políticos que hacían las leyes, que su punto de vista era el mejor. Por supuesto la idea que los Lobbyists tratan de vender a estos políticos es siempre la que hará incrementar los intereses de las industrias o grupos a quienes representan.

Anthony Gallagher no era un buen Lobbyist, pero su padre, el viejo Gallagher, no le había podido encontrar un lugar donde meterlo en su multinacional GALLCORP, así que se había conformado con mandarlo a Washington D.C, a él y a su esposa Agnes, y dejar que se divirtieran jugando a ser importantes lejos de sus intereses. El viejo Gallagher tenía todas sus esperanzas puestas en Paul como futuro dueño y señor de GALLCORP.

–Papa, tú empiezas, como siempre. –Le dijo Agnes al viejo Gallagher, ella era la única persona que podía irritarlo con su sola presencia hasta perder la compostura.

El comedor de la mansión Gallagher ocupaba una tercera parte del ala anterior de su primer piso, al que se llegaba por el salón principal de la entrada. Las paredes se vestían con paneles de roble ámbar–oscuro que a su vez se partían por moldes de una pulgada formando un conjunto de rectángulos alargados de cuyos centros colgaban costosas pinturas. Un exquisito candelabro de cristal Zwarovski colgaba en el centro de la colosal mesa de caoba estilo acordeón que sentaba holgadamente a doce personas. El juego de comedor del famoso diseñador John Seymour de Boston, que ahora descansaba sobre una alfombra Sultanabad hecha en Turquía, formaba el conjunto perfecto con la chimenea de mármol italiano que más que calentar, adornaba el lugar.

–Gracias Dios mío por darle sentido a mi vida con la presencia de mi único nieto Paul.–Dijo el viejo Gallagher. Esto era lo que el abuelo repetía todos los años, pensó Paul, desde que era muy pequeñito nunca le había oído dar gracias por otra cosa que no fuera él.

–Ahora tu Anthony.

Le indicó Agnes a su esposo.

–Gracias Dios mío por mi familia.

–Ahora tu Paul.

–Gracias Dios mío por la presencia de mi abuelo en mi vida.–Dijo Paul, sin mencionar a sus padres, cosa que pasó desapercibida únicamente para Agnes que solo escuchaba su propia voz.

–Ahora yo. Gracias Dios mío por todo lo que tengo, mi familia y mis bienes.

–No tienes que darle gracias a Dios por eso, sino a mí. –Le dijo el viejo Gallagher con una ironía que era ya inevitable cuando hablaba con su nuera. Esta nunca le gustó, pero con el pasar de los años se le hizo casi imposible tratarla, como único podía dirigirle la palabra era protegiéndose en una coraza de sarcasmo. Al principio le daba lástima con su hijo por haberse metido con semejante alimaña, pero la lastima se convirtió en aversión cuando se dio cuenta de lo débil y pusilánime que era su primogénito como para dejarse mangonear por una arpía como aquella. Anthony Gallagher era un monigote de su esposa y esto era algo que el viejo no podía resistir. Era por eso que se había hecho cargo de la educación de su nieto. Tenía grandes proyectos para su futuro y todos excluían a los ineptos padres.

La cena se desarrolló en absoluto silencio por parte de los comensales masculinos, y duró apenas unos 30 minutos durante los cuales solo se oyó la voz de Agnes elogiando la bajilla nueva de Lenox que había encargado para la ocasión, al mismo tiempo que criticaba la comida con su impertinente forma de hallarle falta a todo lo que hacían sus sirvientes. Al llegar la hora de los postres Paul se levantó y les dejó saber que se iba.

–¿Cómo que te vas? Esta es una ocasión familiar la cual no puedes abandonar.–Le dijo Agnes con su desagradable voz de bruja gritona.

–Le prometí a Will que iba a pasar por su casa.

–Otra vez con el maldito negro para arriba y para abajo.

Paul la miró como queriendo traspasarla con cuchillos afilados, pero una vez más pensó que no valía la pena. No le contestó, sino que se viró hacia donde estaba su abuelo sentado y le preguntó.

–¿Quieres venir conmigo Papa?

–Encantado.

–Anthony, como vas a dejar que tu hijo y tu padre se vayan, diles que se queden, hazles que se queden, ahora mismo.

Anthony miró a su esposa con cara de resignación y amargura pensando que no valía la pena responder, así que se levantó muy despacio y abandonó el comedor siempre llevando su copa de vino lleno hasta el tope en una mano y la botella de dicho brebaje en la otra.

–Paul, no puedes irte, no puedes dejarme sola en este día.

Paul y su abuelo salieron del recinto sin prestar atención a los gritos de Agnes.

–Yo tengo la esperanza que un día de estos mi padre se dé cuenta de la situación en que vive y se divorcie de mi madre.

–Yo perdí las esperanzas en cuanto a tu padre se refiere hace mucho tiempo.

Paul no respondió. Era verdad que su padre era una persona débil y que se dejaba manipular por su madre como un trapo, pero él sabía que bajo aquella figura de mentecato había un hombre de buenos sentimientos. Aunque a decir verdad él no sabía mucho acerca de su padre, este era callado, introvertido, y la mayoría de las veces estaba ebrio, y Paul no se acordaba de haber tenido una conversación con él que durara más de 10 minutos. Lo que no entendía era como no había dejado a su madre ya, qué lo ataba a aquella mujer vacía y desagradable era un misterio que nadie podía entender.

Anthony si lo sabía, pero su hijo nunca se lo preguntó. Su matrimonio había sido un fracaso porque él nunca debió casarse con una mujer que no quería, pero cuando Agnes se embarazó, el viejo lo había hecho casarse diciéndole, “Aunque sea por una vez en tu vida, afrontaras tu responsabilidad”. Anthony resintió la manera con que su padre lo trató en aquel entonces; su desquite consistió en mantener a Agnes en la familia para hacerle ver al viejo que el error había sido de él, no de Anthony.

Paul y el abuelo subieron a la limosina y Paul le dio la dirección al chofer.

–¿Cómo van las cosas con los estudios de Will?

–Muy bien, de seguro le darán la beca para que pueda ir a Harvard conmigo. Mis calificaciones también están muy bien, la verdad era que quería hacerte ese regalo para navidad pero no me lo puedo callar por tanto tiempo.

–Me alegra mucho lo que me dices. Yo ya estaba haciendo trámites para que ambos entraran, pero si pueden hacerlo por ustedes mismo, mucho mejor. ¿Están estudiando mucho?

–Más que eso, tenemos una tutora que es una maravilla.

–Y ya le echaste el ojo…

Le preguntó su abuelo en tono zalamero. Paul tenía fama de Don Juan en el colegio, las chicas se lo peleaban y consideraban un deber aguantarle todas sus majaderías de adonis futbolístico con tal de pasearse de su brazo en los terrenos del colegio. Pero Paul no les daba el gusto, aunque salía con todas, no se ataba a ninguna ni dejaba que se exhibieran con él. De hecho él solo las necesitaba para una cosa…

–No, no, es una niña de apenas 10 años, es un genio. Hoy la vas a conocer, ella esta cenando con los Smith. Es un encanto de criatura, ya verás.

–¿Cómo es eso de que tiene 10 años?

–Pronto los cumplirá, pero como ya te dije, es un genio, de verdad, tiene un coeficiente intelectual incalculable. Ella también irá a Harvard, solo que ella tomará muchos más cursos que yo y hará varias licenciaturas y doctorados a la vez. Será Médico y Abogado.

El abuelo Gallagher no recordaba nunca haber oído a su nieto hablar tan entusiasmadamente de nadie, y se dijo que esta niña tendría que ser en verdad alguien muy especial. Sin saber por qué tuvo la intuición de que esta niña cambiaría la vida de Paul, pero no dijo nada. Había aprendido a guardarse sus corazonadas que en la mayoría de las veces no lo defraudaban. Esta vez sin embargo sintió un temor que no pudo explicar. Sin duda la vejez estaba empezando a hacer sus estragos en su forma de pensar y calcular el futuro.

El chofer de los Gallagher tomó la carretera 190 Sur que se convertía en la avenida Wisconsin, llego a la avenida Massachusetts e hizo una izquierda yendo en sentido Sureste, de ahí llegó hasta el círculo Sheridan que hoy parecía desierto. Desde allí tomó la avenida Florida hacia el Norte hasta llegar a la calle 13 donde hizo otra izquierda. En apenas 20 minutos llegaron a casa de Will, las calles de la capital estaban vacías, todos estaban celebrando el día de Acción de Gracias. Paul llamó a Will por su teléfono móvil para avisarle que ya estaban llegando. Cuando la limosina se detuvo ya Will estaba en la acera con Alison y con Cristina.

–Al fin llegas, ya casi no queda pastel de arándano.

–No protestes y saluda a mi abuelo.

–Como está señor Gallagher, muchas gracias por venir.

–No, gracias a ti por invitarme.

Alison se adelantó y le dio un beso en la mejilla.

–Hola Papa, gracias por venir.

–El gusto es mío querida. ¿Y esta personita quién es?–Dijo el abuelo Gallagher inclinándose delante de Cristina.

–Yo soy Cristina.

–Ah, qué bien, tu eres la niña que ha hecho que Paul y Will mejoren sus calificaciones en tan poco tiempo.

–No exactamente. Yo les he sugerido que hacer, y ellos lo han hecho, el mérito es todo de ellos.

–La humildad es una virtud, sin embargo en tu caso tiene que ser muy difícil, me dicen que eres muy inteligente.

–Sí, quizás, pero yo no puedo adjudicarme esa virtud, yo nací así, en todo caso mis padres fueron los que me dieron la carga genética que tengo, o quizás fue Dios, no lo sé, lo que si se es que yo no tengo nada que ver con eso.

–Pues yo creo que tienes todo el mérito del mundo y desde ahora, si me lo permites, quisiera ser tu amigo, puedes llamarme Papa.

–Gracias Papa. Tú eres el abuelo de Paul ¿Verdad? Pues algún día serás mi abuelo también porque cuando yo sea grande me voy a casar con él.

–Me parece una excelente idea, yo siempre quise tener una nieta.

–Si quieres no tienes que esperar, yo puedo ser tu nieta desde ahora mismo. Will y Alison son mis hermanos.

–Ya veo. Pues, encantado de ser tu abuelo.

Todos entraron a la casa riéndose a carcajadas pero disimulando al máximo sus sonrisas para no ofender a Cristina. Los padres de Will ya conocían al viejo Gallagher. Will y Paul se hicieron amigos al momento de conocerse y después de tres años jugando juntos eran inseparables. El abuelo Gallagher nunca se perdió un juego en el que jugara su nieto. Los padres de Paul solo asistían cuando se anunciaba la presencia de alguien importante de la sociedad capitalina. Los padres de Will sin embargo siempre estaban allí para admirar y animar a su hijo.

5

Una fría y constante llovizna que oscurecía el cielo madrileño de Noviembre avisaba la llegada del invierno español. Adentro, en el elegante y aristocrático edificio del siglo XIX, en la calle Zurbano, número 84, la humedad antigua de la dinastía de los Habsburgo, peleaba por sobrevivir frente a la fuerza de los calentadores modernos que se habían instalado en el viejo inmueble años después de su fabricación.

La familia Malpaso ocupaba un piso que abarcaba la quinta planta completa. Era una construcción vieja pero sólida, que mantenía el linaje del Madrid de otros tiempos, los que muchos conocían como el Madrid de los Asturias. Durante el reinado de Carlos I, el monarca se dio a la tarea de embellecer la ciudad con edificios y palacios renacentistas, pero en verdad fue Felipe II quien convirtió a Madrid en la capital de España, y quien hizo de ella una de las capitales más significativas de Europa. Este edificio era de esa época de belleza imperial que se fue para nunca más volver.

–¿Qué vas a hacer por fin con tu hijastra?

Le preguntó Ignacia Rebote a su hija Gavina. Ambas tomaban una copa después de la cena en el salón de estar del hogar madrileño.

Gavina no le contestó. La madre estaba acostumbrada a que la ignorara, pero insistió.

–¿Le vas a poder sacar algún dinero?

–No lo creo. Las becas que ha conseguido tienen un gran valor en dólares pero yo nunca veré un centavo de ese dinero. Todo estará repartido entre el precio de su matrícula, los libros, la vivienda y su manutención. Además, creo que le han dado un trabajo a la criada para que pueda cuidar de ella, no lo entiendo bien. Ya sabes cómo son los norteamericanos, hacen todo al revés de nosotros.

–¿Por qué no la traes para acá? Quizás aquí puedas sacar algo de ella.

–No, aquí no hay dinero para fenómenos como ella. Además tendría que darle albergue y comida y yo no estoy para esos quehaceres. Déjala que se quede por allá, al menos no me va a costar nada.

–¿Qué vas a hacer con la casa de Washington?

–Esa casa pertenece a la embajada, con muebles y todo. Los libros de Juan Francisco los quería la chiquilla, pero como yo no tenía donde metérmelos, los empacaron y los guardaron en la embajada para cuando la muy mojigata los pueda reclamar.

–¿Entonces no hay nada más de valor que puedas utilizar para vender?

–Nada más. La pensión es una miseria y para colmo la tengo que compartir con la piruja esa.

–¿Y qué piensas hacer?

–Me voy a quedar aquí, de momento, hasta ver que resuelvo.

–Tu padre y yo no estamos en condiciones de mantener una persona con tus gustos, por mucho que queramos estirar los euros.

–Ay no empieces con tu cantaleta de miseria mamá, no pienso quedarme aquí más de lo necesario, a mi esta pocilga me da asco.

Ignacia no le contestó, los desplantes de su hija Gavina eran notorios, sobre todo con sus padres a los que nunca respetó. La culpa la había tenido ella misma por haberla criado del modo desenfrenado y pretencioso como lo hizo. Su esposo se lo advirtió muchas veces pero ella nunca lo escuchó.

Gavina se levantó y fue a servirse otra copa de brandy. Caminó hasta la ventana que daba a la calle Zurbano y se puso a escuchar desde el balcón entreabierto los ruidos del Bar Rio Tormes, que quedaba justo al lado de la puerta de entrada al edificio donde vivían sus padres. Cuantas veces había tenido que cruzar por la acera delante del cochino bar con sus amigas de la secundaria que se reían del lugar donde vivía. Cuanto odiaba los infelices que venían a tomarse una caña o un tinto al humilde establecimiento. ¿Por qué su padre nunca se mudó de semejante realengo?

Pensó en los trabajos y escaseces que pasó con su primer marido, un “escritorucho” del diario ABC, con salario de repartidor de periódico, del que se enamoró como una idiota creyendo en las promesas de su cándido pretendiente que predecía premios y novelas que los llevarían hasta las más altas cimas de la literatura contemporánea española. Cuando quedó viuda y enterró los sueños en el mismo ataúd de su esposo, juró nunca más ser pobre. Sin perder tiempo en una viudez miserable y ridícula se inscribió en un curso para azafata que ofrecía la aerolínea Iberia, y una vez terminado este, pasó a trabajar para la compañía española, donde meses después conoció al apuesto diplomático Quiroga que viajaba frecuentemente en primera clase de Washington a Madrid.

En los poco meses que duró su noviazgo y su matrimonio vivió como una dama de la aristocracia madrileña, pero no pudo engañar a nadie en el círculo de amistades de su esposo, para ellos seguía siendo la azafata joven, bonita y pobre que trató de salir de su hueco pescando un cuarentón con futuro.

La última vez que había visto a los amigos de su difunto esposo fue el día del entierro. Después de dos semanas en Washington sin saber qué hacer, le avisaron de la embajada que la casa tenía que ser desalojada ya que el nuevo Cónsul estaba por llegar. Le ofrecieron ayudarla a conseguir un trabajo pero el idioma inglés no era su fuerte, y no sabía hacer mucho más. Pudo haber vuelto a la aerolínea, quizás, pero su arrogancia no se lo permitió. Por eso ahora estaba en la casa de sus padres, después de haber malgastado la pobre fortuna que le dejara su segundo esposo. Estaba como la Jacqueline Kennedy, matando hombres de un lado al otro, pero sin un mísero céntimo.

–Lo que tengo que hacer es conseguirme otro marido. –Dijo como si hablara con ella misma.

–Para eso necesitas dinero.

–Sí, ya lo sé, no tienes que repetírmelo ¿Cuánto tú crees que valga este piso?

–Gavi por favor, eso ni lo pienses, esto es lo único que tenemos tu padre y yo.

–No seas estúpida mamá, no estoy hablando de un regalo ni mucho menos, sino de una inversión. Si ustedes me prestan el dinero, cuando yo me case puedo devolverles lo que me presten y hasta podría pasarles una manutención para que vivan mejor.

–Eso que planeas no es tan fácil de conseguir hija.

–Con tu negativismo nunca nada será fácil. No sé para qué digo nada aquí. Ustedes son unos perdedores que vivieron a la sombra de Franco y debieron haberse muerto con él y dejarme tranquila para siempre.

Las dos oyeron un ruido en el arco que separaba la sala de estar con el recibidor. El padre de Gavina estaba parado allí desde hacía unos minutos y había oído toda la conversación de su hija con su esposa.

–Gavina, recoge tus cosas. Te quiero fuera de esta casa esta misma noche.

–¿Qué dices? ¿A dónde quieres que vaya si no tengo un céntimo?

–No me importa, no te quiero aquí más. Ignacia, si la defiendes te puedes ir con ella también. Tienes hasta mañana por la mañana para irte. Si cuando me levante todavía estas aquí te tiro tus cosas a la calle por el balcón y llamo a la policía.

Lo dijo con un tono de voz suave y calmada, como acostumbraba a hablar. El señor Malpaso no era de gritos ni de peleas, solo que ya se había cansado de la malagradecida de su hija.

 

♣♣♣

 

En Washington DC el invierno llegó como una visita no deseada a la cual no se le puede menospreciar. Las nubes grises le ganaban la batalla a un sol lejano que no podía calentar los sueños de los que ansiaban la primavera y con ella el retoño de los cerezos que la adornarían una vez más de esperanzas. El Potomac se vestía de melancolía despidiendo el otoño y desde sus orillas dejaba que la briza llevara el frio de sus aguas hacia todos los habitantes de esta excepcional metrópoli. Sin embargo con la Navidad la urbe se vestía de luces artificiales y sueños plásticos para que la promesa del año nuevo no se perdiera en el viento.

Ante el total abandono por parte de la viuda de Quiroga para con su hijastra, la embajada Española en Washington se vio en la obligación de hacer los trámites para dividir la pensión de retiro del Cónsul Quiroga y enviarle la mitad a su hija y la otra a la viuda. Así mismo los amigos de Juan Francisco buscaron un apartamento pequeño cerca de la escuela de la niña donde Cristina y Rosi podían vivir modestamente y sin lujos, pero con dignidad y sin necesidades.

El edificio de apartamentos estaba situado en el 1952 de la calle 35 que hacia esquina con la avenida Whitehaven, la misma que atravesaba el parque. El Colegio Internacional de Washington D.C estaba localizado en el Parque Robles de Dumbarton, colindando al norte con el Observatorio Naval, vivienda del Vice–presidente, y al sur con el Parque Montrose. La Avenida Whitehaven se conectaba en ángulo recto con la avenida Wisconsin por el Oeste y la avenida Massachusetts por el Este, atravesando el parque y pasando justo frente a la entrada del colegio. A Cristina y Rosi les tomaba unos quince minutos en verano caminar de la casa a la escuela. La avenida estaba rodeada de árboles y la vista de ambos parques era esplendorosa. En el otoño, el lecho que formaban las hojas de los árboles cambiaba de color vistiendo el área de amarillo, naranja, rojo y marrón, lo que daba a su travesía la sensación de estar caminando por un cuento mágico de hadas y embrujos. El invierno sin embargo era gris, oscuro y frio, y Whitehaven no podía evitar vestirse de angustia y desasosiego mientras esperaba que Abril la sacara de su melancolía.

–Rosi, esta navidad será muy difícil ¿Verdad?

–Bueno mi amor, desde la muerte de tu papá la vida no ha sido nada fácil, pero yo estoy segura que sobreviviremos.

–Me da vergüenza preguntarte esto, pero ¿Por qué crees que Dios se llevó a mi madre y a mi padre y me dejó sola?

–No tienes que avergonzarte, es una pregunta muy lógica, pero Dios no funciona con lógica, la fe no tiene lógica y es imposible saber cuál fue su propósito al hacerlo. Sin embargo en vez de concentrarte en lo que el Señor o la vida te quitaron, debes pensar en lo que te han dado. Gracias a Dios eres muy inteligente y saldrás adelante por tus propios medios. Serás una persona de provecho para la sociedad y ayudaras a muchas personas, además, no estás sola, me tienes a mí.

–Sí, ya se, discúlpame. Sé que no debo dudar de lo que Dios dispone para mí, pero a veces quisiera ser la niña más bruta y fea del mundo con tal de tener a mis padres conmigo.

–Debes de quitarte esas ideas de la cabeza. Tu mamá me dio todas las instrucciones habidas y por haber para que te criara como ella quería, que es lo que estoy haciendo, y tu padre te dio más lecciones en tus primeros nueve años de existencia que cualquier otro padre podría darle a un hijo en toda una vida. Además, ellos están constantemente velando por ti y guiándome a mí para que te ayude en todo lo que necesites. Debemos de estar felices porque eso es lo que ellos desearían. Ya verás que todo saldrá bien.

–Entonces vamos a poner un árbol de navidad y celebrar la llegada de San Nicolás como debe ser.

–Eso es. Ahora mismo vamos a bajar y buscar un árbol para adornarlo. Hay que celebrar la Navidad como Dios manda.

Rosi se levantó y fue a buscar los abrigos. En eso, sonó el teléfono.

–Halo.

–Cristy, es Will, te llamo para invitarlas a ti y a Rosi a que pasen la Navidad con nosotros.

–Que bueno que llamaste Will. Rosi y yo estábamos un poco tristes extrañando a mi papá, pero decidimos ir a comprar un árbol para adornarlo y así sentirnos mejor. Sabes, dice Rosi que en Cuba se celebra la Noche Buena, el día antes de Navidad, con una cena especial donde se reúne toda la familia. ¿Quieren tú y tus padres venir a comer con nosotros? También podemos invitar a Ali y a sus papás. Nuestro apartamento es pequeño pero estoy segura que podemos arreglarlo para que todos podamos sentarnos a cenar ¿Qué me dices?

–Cristy, yo creo que eso va a ser mucho trabajo para Rosi.

–No, no, Rosi estará encantada, también tendremos a sus padres aquí con nosotras.

Los padres de Rosi todavía vivían en el sótano del edificio de la iglesia que los acogió cuando llegaron de Cuba. Aquel sótano se había arreglado como vivienda para cuatro matrimonios mayores que vivían en comunidad pero con privacidad. A cambio del albergue ellos donaban su tiempo y su trabajo. Cuidaban a los niños pequeños durante los servicios de la misa, ayudaban en la rectoría, limpiaban, mantenían el edificio y hasta hacían pasteles y dulces que vendían los Domingos para ayudar con los gastos de la parroquia. Rosi soñaba con sacarlos de allí, y así se lo había prometido Juan Francisco, pero al morir este todos los planes se vinieron al suelo y ahora solo quedaba esperar y ver que más les deparaba el destino.

–Déjame preguntarle a mis padres y te aviso, yo también puedo avisarle a Ali.

–Bien. Si no pueden venir no hay problema, yo entiendo.

La mayoría de las conversaciones que Cristina mantenía con los adultos terminaban en “yo entiendo”, era como queriendo decirles que no se preocuparan en explicarle cosas que solo se aprenden con los años.

Rosi llegó con los abrigos y Cristina le contó su idea de invitar a los Smith y a los Hopkins para la Noche Buena

–Me parece perfecto, solo que debemos de estar seguras cuantos van a ser para preparar la comida.

–Puedes coger algo de los ahorros si lo necesitas.

Algunas noches Cristina se quedaba en su habitación hasta muy tarde, trabajaba haciendo traducciones en el Internet para clientes que por supuesto no sabían su verdadera edad, mientras Rosi limpiaba las casas de personas adineradas de la zona, así lo que ganaban lo guardaban para emergencias o para ayudar a los padres de Rosi. Cristina llevaba las cuentas de los gastos de la casa con un presupuesto balanceado que las dejaba guardar algo y a la vez disfrutar de golosinas y pequeños caprichos sin los cuales sus vidas hubiesen estado carentes de las pequeñas cosas que hacen posible una verdadera familia.

–No te preocupes, tenemos suficiente para lo que deseas hacer.

–¿Y a dónde vamos a buscar el árbol?

Aunque la ciudad de Washington D.C. tenía una infinidad de centros comerciales ellas debían conformarse con visitar aquellos a los que se podía llegar a través del transporte público. En las muy contadas ocasiones cuando ninguna de las dos tenía mucho que hacer, se iban a pasear al George Town Park, o al Union Station Mall, o al preferido de Cristina, el Old Post Office Pavillion. Durante el mes de Noviembre y Diciembre, justo hasta el día antes de Navidad, a la entrada de todos estos grandes centros comerciales se podían encontrar vendedores ambulantes ofreciendo arboles de pinos de todos los tamaños y precios. Allí era donde Rosi pensaban llevar a Cristina para escoger el árbol navideño.

Una fuerte corriente que se deslizaba desde el Potomac hacia que la temperatura se sintiera mucho más baja de lo que realmente era. Los arboles ya desnudos de hojas le daban a la tarde un imagen lánguida e inhóspita, pero como se hacía de noche temprano, las luces que adornaban las calles y avenidas de la capital norteamericana subsanaban la oscuridad con sus alegres colores artificiales y hacían que la ciudad resplandeciera como un carrusel encantado.

Las estaciones del tren subterráneo también se adornaban con el espíritu navideño. Este sábado parecían desiertas puesto que tanto los integrantes de la Cámara del Congreso como la del Senado no perdían tiempo para cerrar sus puertas en Diciembre y sus miembros largarse a sus respectivos estados con el pretexto de las fiestas navideñas, así la ciudad se quedaba sin sus habitantes más importantes.

–Me alegro de que no haya mucha gente en la calle, así podremos escoger nuestro árbol sin tener que mezclarnos con el tumulto y sin apuros.–Dijo Rosi

–Sí, pero a mí me gusta ver la gente caminado con sus paquetes de regalos.

–No te preocupes, ya los veras, el hecho de que el tren este medio vacío no significa que las tiendas lo estén. Hay muchos que vienen en sus propios coches ahora que el tráfico está más ligero.

–Rosi ¿Tú crees que nosotras podremos tener un coche antes de que yo me gradúe?

–Por supuesto que sí, es más uno de los señores representantes de Harvard me preguntó si íbamos a necesitar un coche; pero yo les dije que no, me dio pena exigir tanto.

–Debiste decirles que sí. Tenemos que encontrarles un apartamento a tus padres que no van a poder vivir dentro del recinto de la universidad ¿Cómo piensas ir a visitarlos? Allí el transporte público no es como aquí. La universidad es como un pueblo pequeño donde todo el mundo tiene su coche.

–La verdad es que no me di cuenta. Cuando lleguemos allí vamos a ver si podemos arreglarlo.

–¿Tú les hablaste a esos señores de tus padres, y de que querías mudarlos cerca de nosotras?

–No, me dio vergüenza solicitar tantas cosas.

–Rosi, ellos nos dijeron que les pidiéramos todo cuanto necesitáramos. No te preocupes, ellos están haciendo un buen negocio conmigo. Con la cantidad de dinero que mi colaboración les va a traer pueden pagar por eso y mucho más.

Se bajaron en la parada del Old Post Office Pavillion y subieron por sus escaleras eléctricas hasta el corazón del centro comercial.

–Quieres pasear por las tiendas un rato o nos vamos a buscar el árbol.

Le preguntó Cristina a Rosi con la esperanza de que esta dijera que sí.

–No tenemos dinero para comprar nada mi amor, lo siento. Vamos a buscar el árbol y volver a casa para decorarlo enseguida. Veras que cuando esté terminado nos sentiremos mejor las dos.

Rosi no sabía que iba a hacer esta Navidad con Cristina, aunque hasta ahora se estaba portando muy tranquila, sabía que la ausencia de su padre le pegaría de un momento a otro y tendría que estar preparada. Por eso había aceptado hacer la cena de Noche Buena en la casa, para que la niña estuviera distraída y se olvidara de su pérdida.

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