Cristina

Cristina


Portada

Página 3 de 23

Aun con toda su inteligencia, Cristina siempre creyó en la leyenda de San Nicolás que llegaba a la media noche entre la Noche Buena y la Navidad, con regalos para todos los niños buenos del mundo, no obstante su padre decidió aclararle la situación lo más suavemente posible antes de que esta se enterara de una manera más cruda. “San Nicolás es más un concepto que una realidad Cristina. Hay muchos niños en el mundo que no tienen donde dormir ni que comer, que no tienen padres, que son maltratados y abusado por personas sin corazón, esos niños no conocen la existencia de San Nicolás, no porque sean malos sino porque les ha tocado vivir en condiciones infrahumanas. Los regalos no son tan importantes como el acordarnos de que hay personas que tienen mucho menos que nosotros a los que debemos ayudar. Además, los católicos celebramos el nacimiento de Jesucristo.”

Cristina lo había entendido como entendía todo lo demás. Como podía retener todo aquello sin alterar su vida emocional era un misterio, porque por muy especial e inteligente que fuera, seguía comportándose como una niña de diez años para algunas cosas y como una mujer adulta para otras.

Salieron a la calle por el lado oeste del centro comercial y caminaron una cuadra hacia la derecha llegando hasta la explanada donde los vendedores se calentaban las manos alrededor de un barril vacío que les serbia de fogata. Los pinos navideños estaban dispuestos en hileras y por tamaños. Los había desde pequeñitos hasta muy, muy grandes. Cristina se paró delante de un árbol enorme y miró a Rosi como pidiéndole su opinión.

–Yo creo que ese es muy grande mi amor.

–Sí, ya lo sé, pero que lindo es ¿Verdad? Es tan grande que San Nicolás podría dejar todos los regalos que quisiera.

Rosi tuvo que hacer un esfuerzo para no empezar a llorar allí mismo. Definitivamente la Navidad iba a ser durísima para la niña.

–Pero puesto que somos solamente tú y yo podemos arreglarnos con uno más pequeño. –Respondió Rosi

–¿Y tus papás? ¿Y si vienen Will y Ali y sus familias?

Ahora sí que la cosa se estaba poniendo difícil, pensó Rosi, definitivamente ellas no podían gastar esa cantidad de dinero.

–Mi amor, San Nicolás solo trae regalos para los niños.

–Rosi, acuérdate que yo se la verdad, mi papá me lo explicó. Es el espíritu de Navidad lo que cuenta. Yo sé que no tenemos dinero, pero aunque sea una cosita bien chiquita podemos tener para todos. Es más, podemos hacerlas nosotras mismas, solo tenemos que comprar las cajas y el papel para envolverlas.

–Qué tal si compramos el árbol, lo arreglamos y luego hacemos una lista de lo que necesitamos.

–Está bien, además tenemos que comprar los adornos. ¿Vamos a poder llevar el árbol en el Subway o tendremos que tomar un taxi?

–Primero vamos a elegir el árbol.

Terminaron escogiendo un árbol mediano que a Rosi le pareció todavía muy grande pero que al final accedió a comprar. Tomaron un taxi que no les cobró nada después de oír el cuento de Cristina y su primera Navidad sin su padre. Entre las dos lo subieron por las escaleras hasta el quinto piso donde vivían. El apartamento contaba con un salón familiar amplio, dos cuartos, cada uno con su baño, y una cocina pequeña. El cuarto de Cristina gozaba de un balcón pequeño a todo lo largo de la pared exterior que daba a la calle.

El salón familiar era lo suficientemente amplio como para albergar con facilidad un juego de butacones y sofá de piel color vino, una mesa redonda de cristal con cuatro sillas y un diminuto estéreo sobre el cual descansaba un televisor. El piano de cola de Cristina, regalo de su padre cuando cumplió los cinco años, abarcaba toda la esquina exterior del recinto que terminaba con una pequeña chimenea en la pared colindante con el apartamento vecino. Todas las habitaciones estaban cubiertas con una fina alfombra verde que comenzaba en la puerta delantera y terminaba a la entrada de la cocina y los baños, los cuales tenían piso de loza. Las paredes se adornaban con varias pinturas de Cristina, entre ellas su favorita, la de su perrita Sasha.

La primera vez que Rosi le mostró a Juan Francisco una pintura de Cristina este no se lo pudo creer. Fue en la víspera de su sexto cumpleaños cuando su papá le dijo que escogiera lo que quisiera para regalo. Cristina siempre había querido tener un perrito y eso fue exactamente lo que le pidió. En un libro de cuentos de los tantos que leía había visto a un pastor alemán del cual se enamoró como una loca a primera vista. Cristina pensó que si pedía un perrito no había garantías de que le trajeran el que ella quería, así que lo pintó para que su papá supiera exactamente el tipo de animalito que quería. De esa manera fue como llegó Sasha a sus vidas. El día de su cumpleaños Juan Francisco se apareció con una bolita completamente negra de donde salían cuatro paticas que parecían muy grandes para el tamaño del perrito y un hocico puntiagudo y precioso. Las dos orejitas negras era lo único que parecía erguirse firme en aquella bolita de pelo negro brillante.

–Cristina, esta es tu perrita pastor alemán, yo sé que no luce como tú la pintaste pero cambiará.

–Yo sé papi, ellos nacen así y luego cuando crecen cambian de color.

Como siempre la inteligencia y sabiduría de la niña los dejaba a todos atónitos. Cuando Juan Francisco se casó con Gavina, esta inmediatamente se opuso a la presencia de Sasha en la casa, pero en eso su esposo no cedió, aunque todos tenían cuidado de que Sasha estuviera siempre lejos de los alrededores de Gavina.

Ese fue el impase en el que tanto Cristina como Rosi decidieron que su madrastra no era una buena persona.

Cuando Sasha las vio llegar se volvió loca de alegría, corrió a subirse en el sofá esperando que Cristina viniera a rascarle la barriga que era su saludo de costumbre.

–Sasha, mira que árbol más lindo hemos comprado, vamos a adornarlo ahora mismo. Rosi, no tenemos adornos.

–Vamos a poner el árbol en esta esquina de la chimenea y ahora bajamos a comprar los adornos.

–¿Sasha puede ir?

–Mi amor, ya sabes que no la podemos entrar a la tienda, pero si quieres lo dejamos para mañana.

–No Rosi, tenemos que hacerlo hoy, solo nos quedan tres días.

–Si quieres, yo voy hasta la esquina y compro los adornos en la farmacia de Walgreens si me prometes quedarte bien tranquilita con Sasha. Yo me llevo el teléfono y regreso enseguida.

–Está bien, Sasha y yo te esperamos aquí.

Después de la muerte de Juan Francisco, cuando ambas se mudaron al apartamento Cristina le había dicho a Rosi.

–Nana yo me puedo quedar con Sasha si tú tienes que ir a buscar algo a la calle.

–Está bien, pero acuérdate que no puedes abrirle la puerta a nadie, y contesta el teléfono solo de los números que conozcas.

Así fue como Rosi empezó a dejar a la niña sola en la casa, aunque nunca por más de quince o veinte minutos. Por muy inteligente que fuera solo tenía diez años. El hecho de que Sasha se quedara con ella era un consuelo, ella nunca permitiría que nadie se acercara a Cristina.

Al minuto de salir Rosi sonó el teléfono

–Hola Cristy, te llamo para decirte que Ali y yo vamos a cenar contigo la víspera de navidad.

–¿Y por qué tus padres y los de ella no?

–Ya sabes cómo son los viejos, no quieren salir con el frio.

Esa no era la verdad. Tanto Will con Ali les habían explicado a sus padres las condiciones económicas en las que se encontraba Cristina y les pidieron que no fueran para no hacerles gastar más de lo que podían.

–Está bien, entonces los espero como a las siete de la tarde, y no estén tarde.

–De acuerdo. Ali quiere saber si quieres que te llevemos algo.

–No, solamente no coman durante todo el día, Rosi va a preparar una típica cena de Noche Buena Cubana y estoy segura que les va a encantar.

–De acuerdo muñeca, nos vemos.

No había terminado Cristina de colgar el teléfono cuando este sonó de nuevo

–Halo ¿Will?

–No, es Paul. Estoy llamándote porque mi abuelo está en la ciudad y quisiera verte. Crees que puedes cenar con nosotros mañana por la noche.

Cristina tenía que trabajar en sus traducciones y escribiendo artículos durante las vacaciones de Navidad para poder ganar algo de dinero, además Rosi tenía que limpiar algunas casas e ir a ver a sus padres. ¿Cómo le hacía para poder ver a Paul y al abuelo?

–Paul, tanto Rosi como yo estamos muy ocupadas pero me encantaría ver al abuelo. Por qué no vienen a cenar con nosotros el 24 de Diciembre. Rosi está preparando una cena de Noche Buena para nosotras y sus padres. También vienen Will y Ali, si quieres puedes traer a tus papás también.

Esta era la primera vez que Cristina mencionaba a los padres de Paul. Los conoció un día en un juego de Football, y enseguida se dio cuenta de las tensiones que existían en la familia. La madre de Paul ni la miró, el padre le estrecho la mano y nada más; este le pareció una persona muy triste y la madre le pareció una persona mala.

–Cristy, lo que queremos es que tu disfrutes de una cena con nosotros. No queremos hacerte trabajar más de lo que ya lo haces.

–No, eso no es problemas. A mí me encantará tenerlos aquí, es la primera Navidad que paso sin mi padre y creo que Rosi quiere rodearme de amigos para que no me sienta sola.

–En ese caso, deja que nosotros llevemos la comida.

–¿Y ustedes que saben de comida cubana?

–Está bien, entonces déjame pagar por la comida.

–Paul, aunque en este momento parezca imposible, llegará el día en el que yo tenga mucho más poder adquisitivo que tu y no tendrás que preocuparte siempre de quien paga y quien no paga; por ahora Rosi y yo trabajamos precisamente para poder darnos el gusto de invitar a nuestra casa a todos nuestros amigos. Será un gran placer tenerlos con nosotros. No discutas más, los quiero aquí el 24 a las siete de la tarde ¿De acuerdo?

–De acuerdo mi niña linda.

Cada vez que Paul la llamaba mi niña linda se moría de emoción. Cada día lo quería más y cada día se apegaba más a él. Paul siempre sintió un gran cariño hacia su niña linda, entre los dos existía una comunicación alarmante, no tenían ni que hablarse para saber lo que el uno y el otro estaba pensando. Paul era muy cariñoso con ella, cosa que nunca fue con nadie, la abrazaba y la besaba cada vez que estaban juntos, la sentaba en sus piernas y la arroyaba en su regazo cuando por alguna causa Cristina estaba triste, cosa que no era muy a menudo.

La preocupación que Rosi tenía por ser estas las primeras Navidades sin su padre se esfumaron cuando llegó a casa y vio lo alegre que estaba Cristina, y así fue como un día que presagiaba tristeza se convirtió en un proyecto fenomenal que mantuvo a la niña ocupada hasta la mismísima última hora antes de llegar sus invitados.

6

Un gran cielo azul cobijaba la capital estadounidense y el alba despertaba llena de luz con un sol que parecía haberse olvidado del invierno. La Navidad se olía en la fresca brisa que llegaba desde el Potomac a la simpática temperatura de solo 50˚F.

El árbol de Navidad de Cristina, repleto de luces y bolas de colores centellaba en la pequeña sala del apartamento entonando villancicos de luz acompañados del suave susurro de las llamas provenientes de la chimenea. Los regalos estaban todos esparcidos alrededor del árbol. Rosi y Cristina habían pegado los muebles a las paredes haciendo espacio para la mesa que sostendría la suculenta cena cubana. Los padres de Rosi decidieron no venir por no dejar a sus amigos solos, además el párroco cenaría con ellos para luego asistir a la misa del gallo de media noche, así que aquí serian solo seis, sin contar con Sasha que se había posesionado del sofá durante los arreglos y no había quien la bajara de allí.

En una esquina estaba la mesa de cristal redonda donde se pondría el bufete. Rosi había alquilado en una sala de banquetes seis sillas, una mesa plegable que sentaba cómodamente a los seis comensales, además del mantel, la bajilla, los cubiertos y las copas de navidad. Ambas las habían decorado con un gusto esquicito y el conjunto le daba al lugar un aire de felicidad hogareña único.

Los primeros en llegar fueron Will y Alison. En cuando Sasha oyó el timbre de la puerta se lanzó disparada del sofá para recibir a los invitados. Esta era la primera vez que Will y Alison venían a la casa y Sasha no los conocía así que Rosi la aguantó por su collar hasta ver cómo reaccionaba al verlos.

–Hola, Feliz Navidad.

–Hola, pasen y Feliz Navidad a ustedes también.

Sasha tiraba de la cadena casi arrastrando a Rosi.

–¿Y de quién es ese perro tan precioso?

–Esa es Sasha. Quédense quietos para que los huela y los conozca. Suéltala Rosi, ella no les va a hacer nada.

Rosi la soltó y Sasha vino corriendo a oler a los invitados moviendo su larga y peluda cola de un lado a otro. En menos de dos segundos ya Will estaba en el suelo jugando con ella y Sasha parecía que lo conociera de toda la vida.

–Que perra tan linda Cristy, por qué nunca nos digites que la tenías.

–No sé cómo se me olvidó, ella es mi hermanita y mi padre me la trajo cuando solo tenía cinco semanas de nacida.

–Es preciosa Cristy y muy cariñosa.–Dijo Alison que le encantaban también los perros.

Will y Alison dejaron sus regalos junto con los demás debajo del árbol y las felicitaron por lo elegante que lucía la sala. Luego Cristina se los llevó para su cuarto a enseñarles sus muñecas y sus juegos. Rosi les trajo un vaso de sidra asturiana para cada uno.

–¿Esto tiene alcohol?

Preguntó Alison

–No, casi nada. Cristy la toma desde que era pequeñita.

–Acuérdate que nuestras costumbres son muy distintas a las de ellos Rosi, aquí los jóvenes no pueden tomar nada de alcohol hasta que no cumplen 21 años.

–Pero la sidra no tiene alcohol.

–Es un porcentaje mínimo, pero si tiene.

–Yo me la voy a tomar porque esta riquísima.

–Will, y cómo vas a conducir de vuelta.

–Mi amor, no te preocupes, esto es como un refresco de manzana, no me hace nada.

En medio de la leve discusión oyeron el timbre de la entrada y todos fueron a la sala a recibir al resto de los invitados.

Paul y el abuelo llegaron vestidos muy elegantemente. Cristina nunca había visto a Paul vestido de chaqueta y se quedó paralizada. En verdad el muchacho era guapísimo.

–Feliz Navidad a todos y especialmente a mi nietecita, gracias por invitarme a la cena de Noche Buena.

–Gracias por venir Papa.

Paul la agarró por el talle y la subió a su altura para darle un sonado beso en cada mejilla y arrullarla en sus brazos

–Estas preciosa mi niña linda.

–Tú también estas muy lindo.

Después de los saludos todos se sentaron en el salón a conversar en lo que Rosi le daba los últimos toques a la comida.

–Les tengo una sorpresa. Les voy a tocar un villancico de Navidad que me enseño mi papá cuando yo tenía 3 años.

Diciendo esto se dirigió a su piano, se sentó en su alta butaca y empezó a tocar y a cantar un villancico que le enseñara su padre cuando apenas podía alcanzar al teclado. A Cristina siempre le gusto cantar, desde pequeñita se aprendía la letra de las canciones que oía y las cantaba como si fueran de su propiedad. Se acostumbró a actuar delante de los invitados de su padre. Muchos de los invitados en cuanto oían a Juan Francisco anunciar a su hija pensaban; oh no, por favor, no una niña cantando a esta hora, pero en cuanto Cristina empezaba a cantar y tocar el piano se olvidaban de lo que habían pensado unos minutos antes y se perdían en la música de la pequeña.

 

Esta noche es Noche Buena

Vamos al monte hermanito

A cortar un arbolito

Porque la noche es serena

Los reyes y los pastores

Andan siguiendo una estrella

Le canta a Jesús niño

Hijo de la virgen bella

Arbolito, arbolito

Campanitas te pondré

Quiero que estés muy bonito

Que al recién nacido te voy a ofrecer

Iremos por el camino

Caminito de Belén

Iremos porque esta noche

Ha nacido el niño Rey.

 

Todos se quedaron atónitos de asombro al oír la linda melodía y la voz alegre de Cristina, pero inmediatamente reaccionaron y empezaron a aplaudir.

–¿Les gustó?

–Claro que si, eres una maravilla.

–Cristy tienes una voz preciosa y tocas muy bien el piano.

–Yo me la voy a llevar conmigo–Dijo el abuelo–Rosi, lo siento mucho pero me voy a llevar a Cristy conmigo.

–Pues tendrá que cargar conmigo también porque donde va ella voy yo.

Gritó Rosi desde la cocina.

–Toca algo más Cristy.

Cristina siguió tocando el piano y cantando y los invitó a todos a cantar villancicos. Cuando la cena estuvo lista Rosi los llamó a la mesa y Cristina les explicó en qué consistía lo que iban a comer. El plato principal era el lechón asado, este era un lechoncito pequeño que Rosi había ido a buscar no se sabe dónde y que había adobado el día anterior con ajo, cebolla, comino y vino blanco, el cual horneo a fuego muy lento por las últimas seis a siete horas. El lechón venía acompañado de congrí, y yuca con un mojo hecho con aceite de oliva, ajo y limón. Además había ensalada de aguacate y plátanos maduros fritos.

Todos comieron como si no hubieran comido en tres días. La cena quedó de maravilla, Rosi estaba encantada y Cristina rebosaba de felicidad.

Los postres consistieron en turrones españoles de todos los tipos, cosa que los invitados nunca habían probado. Al final todos querían saber dónde podían comprarlos y Rosi les prometió conseguírselos.

Durante la sobremesa se sentían tan llenos que no podían moverse del lugar donde estaban sentados. Sasha estuvo todo el tiempo echada al lado de Cristina que disimuladamente le daba pedacitos de lechón cuando nadie estaba mirando.

–Yo creo que esta noche me voy a quedar a dormir en el sofá porque no puedo moverme. –Dijo el abuelo Gallagher.

–Pues yo me tiraré en el suelo porque estoy igual. –Dijo Will.

–No se preocupen, de aquí a la media noche ya se les habrá pasado la llenura.

–¿La media noche?

Preguntó Alison

–Sí, hay que esperar a la media noche para abrir los regalos.

Paul y el abuelo no habían traído ningún regalo y al darse cuenta se sintieron algo avergonzados. El abuelo se hizo una nota mental para a primera hora de la mañana enviarle un regalo a Cristina y a Rosi.

La media noche llegó más rápido de lo que pensaban, entre cuentos y risas. La verdad era que todos lo estaban pasando fenomenal y nadie se daba cuenta de la hora. Cuando Rosi le avisó con un gesto a Cristina que ya era la media noche, esta se paró delante del árbol y empezó a repartir paquetes. Eran casi las dos de la madrugada cuando se fueron los invitados. Rosi y Cristina estaban agotadas pero la alegría subsanaba con creces el cansancio.

–Rosi, nos ha quedado la fiesta perfecta. Gracias por cocinar tan rico y por atender tan bien a mis amigos.

–Mi amor, tus amigos son los míos también, además este grupo de ustedes es más que amigos, parecen familia cuando se juntan.

Al decir esto Rosi sintió ese frio que le subía por la espalda como presagiando un futuro difícil. La primera vez no le dio importancia pero ahora se quedó pensando que quizás su intuición le estaba anunciando algo que nadie esperaba. No quiso alarmar a Cristina; trató de quitarse de la mente semejantes preocupaciones y se fueron a dormir.

Cuán lejos estaba Rosi de saber que en ese mismo momento y mientras conducía hacia la casa con el abuelo, Paul trataba de buscarle una explicación a aquel amor tan grande que sentía por Cristina; nunca había querido a nadie como la quería a ella; aquel sentimiento de posesión y los celos que sintió durante la velada cuando Will y Ali y hasta el mismo abuelo la besaban y la cargaban, no eran normales. Me estoy volviendo loco, pensó el muchacho. ¿Por qué estoy sintiendo todo esto? Trató de pensar en otra cosa, pero la imagen de ella sentada en sus piernas y acurrucada en su regazo lo llenaba de felicidad, así que se dejó llevar por aquel abrumador sentimiento de dicha y pensó, que sea lo que Dios quiera.

 

El día de Navidad amaneció blanco y brillante. La temperatura había bajado considerablemente durante la noche y habían caído ocho pulgadas de nieve, suficiente para alegrar el corazón de todos los niños y demorar el tráfico por algunas horas. La Navidad con nieve era siempre más acogedora. Cristina y Rosi habían bajado a jugar al parque por la mañana junto con muchos otros niños.

Will vino a buscarlas como a las tres de la tarde. Rosi le daba gracias a Dios a cada momento por haber hecho esta Navidad tan feliz para Cristina. Casi a las ocho de la noche regresaron a la casa. La temperatura había descendido rápidamente y estaba por debajo de los 30˚F, el frio se hacía sentir en los mismísimos huesos.

 

♣♣♣

 

Después de enviar regalos para Rosi y Cristina, Paul y su abuelo se fueron el día 25 de Diciembre para San Ignacio, la preciosa isla del Caribe donde los Gallagher tenían una casa de veraneo, dejando atrás las protestas y los gritos de Agnes. ¿Cuándo entendería su madre que su comportamiento era insoportable? Pensó Paul. De pequeño recordaba las discusiones de sus padres por tonterías que a él, como niño, lo desesperaban. Hasta que un día llegó su abuelo, entró a la casa en medio de una de sus peleas, agarró a Paul por un brazo y se lo llevó con él.

Paul no sabía bien cuál era el arreglo, pero algo muy trascendental tuvo que haberles planteado el abuelo a sus padres para que dejaran que este se hiciera cargo de su crianza. En verdad aunque vivía con sus padres casi no los veía. Eso sí, no faltaban a sus juegos de Polo, pero Paul sabía que no iban a verlo a él sino a exhibirse ante la alta sociedad capitalina. Contadas veces fueron a sus juegos de Football, y mucho menos a los de Baseball, pero no le importaba, él nunca los extrañó porque el abuelo siempre estuvo presente.

Sin embargo, desde que Paul había cumplido la mayoría de edad la madre lo perseguía constantemente tratando de buscarle novia. Había hecho una lista de las muchachas más adineradas de la escuela y a diario lo atosigaba preguntándole con quien estaba saliendo y de quien era novio, pero Paul cambiaba de mujer como de calcetines, por lo que Agnes se resignó a esperar que estuviera en la universidad para empezar la búsqueda de una esposa perfecta y millonaria; nada menos podía esperarse para su hijo y ella se encargaría de eso.

Agnes tenía dos hermanas y un hermano menores que ella, todos casados y llenos de hijos, pero ella nunca lo mencionó. La primera vez que habló con Anthony le contó que era huérfana y que no tenía más familia, por lo que los Gallagher nunca se enteraron de la existencia de parientes y mucho menos hermanos, que por supuesto pertenecían a una escala social muy inferior a la de su nueva familia política. Al morir sus padres, cuando Paul era todavía un niño, Agnes cortó la poca relación clandestina que tenia con sus hermanos y no quiso saber de ellos nunca más. De hecho, después de casarse Agnes cortó toda comunicación con las pocas amistades de la infancia que aún conservaba, y con todo lo que le recordara la mediocridad de su estirpe. Solo una amiga ambiciosa como ella, que por cierto había estado presa por falsificación de documentos, le quedaba de su vida de soltera pobre. Ella les había dicho a los Gallagher que no tenía familia, que todos habían muerto. Si se lo creyeron o no, no le importó mucho, la verdad era que estos nunca le preguntaron.

Fiona Nelson y Agnes se había conocido en la escuela primaria, en Nolensville, un pueblecito cerca de Nashville, Tennessee. Las dos provenían de una clase social conocida despectivamente como white trash, o chatarra blanca, pero ambas siempre estuvieron dispuestas a salirse de ella costara lo que costara. En la secundaria básica empezaron sus robos de exámenes y falsificaciones de notas, cosa que continuaron en la escuela superior. No fue hasta que llegaron a la Universidad que sus trampas y chanchullos se hicieron a la luz. No solo falsificaron notas, sino que se metieron a la oficina de la secretaria del decano y robaron dinero de la caja chica, no una, sino varias veces.

Cuando Fiona empezó a derrochar el dinero, después del último robo, Agnes le aconsejó que tuviera cuidado que las iban a atrapar, pero Fiona no le hizo caso. Después de casi un año haciendo de las suyas, una cámara escondida las atrapó en medio de sus fechorías. Por suerte para Agnes su cara no pudo distinguirse en el video pero la de Fiona si salió clara e inconfundible.

Fiona Nelson se echó la culpa ella sola bajo la promesa de que Agnes la ayudaría cuando saliera de la cárcel. Así fue como al salir de la prisión la señorita Nelson fue a trabajar de secretaria en la sede de las oficinas de GALLCORP en New York, pedido que le hizo su nuera al abuelo Gallagher alegando que Fiona era su única amiga de la infancia. Era así como Fiona mantenía informada a Agnes de todo cuando acontecía en la compañía.

 

♣♣♣

 

Un sol Antillano que calentaba su firme y tostada piel de adonis bañándola con el esplendor del mar Caribeño, no dejaba de maravillar a Paul que en este momento se tendía en un amplio sillón plegable a la orilla de la playa. Cuando daría el por estar siempre aquí, sin problemas ni presiones. En los últimos seis años había vivido físicamente con sus padres pero bajo las reglas del abuelo. Paul adoraba a su abuelo, era su héroe, su guía, la única persona en el mundo en quien podía confiar para lo que fuera. ¿Qué pasaría el día que le faltara?

Trató de quitarse esa idea de la mente y se trasladó a la magnífica noche de la víspera de Navidad en casa de Cristina. Esa niña le había robado el corazón, nunca tuvo hermanos pero le hubiera gustado tener una hermanita como ella. La historia de Cristina era triste y conmovedora, pero aun así ella mantenía una placida sonrisa en sus labios que inspiraba confianza. Comparado con Cristina él no tenía derecho a quejarse de nada, aunque él sabía que la niña no era del todo feliz. Detrás de su sonrisa se escondía muy calladamente la tristeza que acompaña a la soledad. Quizás algún día los dos pudieran ser felices.

–En que piensas tan profundamente.

Le peguntó el abuelo

–En nada.

–¿Seguro?

–Bueno, la verdad es que pensaba en Cristina, en la vida que ha tenido que vivir, primero perdió a su madre, después a su padre, tiene que ser muy difícil para ella.

–¿Te interesa mucho el bienestar de esa niña, verdad?

–Pues sí, ella ha sido con nosotros, conmigo, con Ali y con Will, extremadamente generosa. Nos ha ayudado más de lo que puedas imaginar sin pedir nada a cambio. Creo que antes de empezar a trabajar con nosotros no tenía amigos. La mayoría la miran como un bicho raro por ser tan inteligente y todo el que se le acerca es porque quieren obtener algo de ella. Es posible que nosotros seamos los primeros amigos desinteresados que tiene.

–Si, a mi me dio esa impresión también. Es como que tuviera que luchar a cada momento por mantener la sonrisa y la esperanza. Gracias a Dios que tiene a Rosi, esa señora parece una buena mujer y estoy seguro que la protegerá siempre de cualquier mal que le pueda pasar.

–Yo me alegro de que vaya a Harvard con nosotros. Quiero tenerla cerca para cuidarla y sé que Will y Alison piensan lo mismo.

–Eso está muy bien. Me alegro mucho que pienses así. Si alguna vez necesitas algo para ella no dejes de pedírmelo.

–No te preocupes, entre nosotros tres la mantendremos segura.

Con estas palabras Paul volvió a trasladarse a la noche del 24 de Diciembre y una placida sonrisa se volvió a dibujar en sus labios viendo como Cristina se desenvolvía perfectamente como anfitriona con apenas diez años de edad. Sin darse cuenta se encontró pidiéndole a Dios que la cuidara y que la hiciera feliz. También le pidió a Dios que la mantuviera siempre cerca de él, no quería apartarse de ella nunca, no sabía lo que le pasaba con aquella niña tan linda y tan buena, no se acordaba de haber querido tanto a nadie como la quería a ella; quizás fuera porque no tenía hermanos y veía en ella una hermanita a la cual tenía que proteger. Cuán lejos estaba Paul de imaginar lo que el destino les depararía.

 

♣♣♣

 

Las vacaciones de Navidad y año nuevo pasaron tan rápido como habían llegado. Una combinación de frio húmedo y cielo gris volvió a reinar en Washington D.C mientras que sus habitantes se disponían a vencer los meses más duros del invierno. Durante estos meses Will, Alison y Paul mantuvieron su contacto diario con Cristina que cada día se apegaba más a ellos. Sus evaluaciones mejoraron hasta el punto de alcanzar las máximas calificaciones en sus respectivas clases. Ya no les pesaba estudiar ni aplicarse, las enseñanzas de Cristina les habían abierto los ojos a un mundo nuevo donde el aprendizaje se disfrutaba y el conocimiento se empleaba.

El mes de Febrero trajo consigo las temperaturas más bajas de la estación y las más grandes precipitaciones de nieve, imponiendo tal inconveniente a aquellos que tenían que caminar por las calles o usar transporte público. Fue por eso que los cuatro amigos empezaron a reunirse en casa de Cristina. Al final de la jornada escolar, Paul o Will la llevaban en su coche hasta el apartamento para que Rosi no tuviera que venir a buscarla caminando en medio del frio, una vez en casa estudiaban y hacían sus tareas.

Fueron muchas las veces que los tres se quedaban a cenar con Cristina y con Rosi, y aunque los fondos económicos de estas no estaban muy abundantes, ellas nunca permitieron que los muchachos les dieran dinero por la comida. Cristina acudía a las clases por cumplir con el requisito de asistencia pero ya las había pasado todas, así que los maestros la dejaban usar su pequeña computadora lap– top para que trabajara durante las clases. Muchos de los maestros hasta les daban sus propios trabajos para que se los revisara; estos pequeños encargos le representaban una pequeña pero importante entrada económica que verdaderamente necesitaba, la mitad de la pensión de su padre no daba para mucho.

Así pasó el tiempo. Marzo llegó prometiendo una nueva estación, la temperatura subía una o dos veces por semana insinuando el esplendor del renacimiento, pero volvía a bajar consumiendo la paciencia de quienes añoraban el sol de la primavera.

Los muchachos se enteraron por Cristina de que el cumpleaños de Rosi era el 20 de Abril. Esta era la excusa perfecta que estaban esperando para poder darle las cosas que tanta falta les hacían a las dos. Alison se ocupó de comprarle ropa, Will estuvo a cargo de hacer una compra gigante en el supermercado que les daría de comer por unos dos meses más hasta que se mudaran para la universidad, y Paul le compró un coche pequeño y usado pero en muy buenas condiciones, puesto que de otra manera estaba seguros que Rosi nunca lo hubiera aceptado. Con todo y la escusa tan maravillosa que tenían para hacerle todos estos regalos todavía tenían miedo de que Rosi o Cristina se ofendieran.

 

♣♣♣

 

Rosi salió de su cuarto muy arreglada, se veía bien linda, pensó Cristina.

–Cristy, deja ya de trabajar que nos queda una hora para arreglarnos.

–Si ya voy, solo unos minutos más. Es muy importante que termine este escrito. Tú luces muy linda.

–Gracias mi amor, pero apúrate.

Hoy era el cumpleaños de Rosi y ambas estaban invitadas a cenar con los muchachos. Cristina terminó su trabajo en el tiempo prometido y se dispuso a arreglarse para la ocasión. Hubiese querido arreglarse bien, con una bata linda y dejar su pelo suelto correr por su espalda, pero cada día que pasaba se acercaba más a la pubertad y los cambios que esto causaba en su cuerpo tenía que ocultarlos, como le había dicho su padre que hiciera. A las seis de la tarde en punto llegaron Will y Alison a recogerlas.

–Que puntual Will, me asombras.

–No digas eso, yo siempre estoy a tiempo, la que me demora es Ali.

–¿Qué yo te demoro? Tú todavía no entiendes que las mujeres tomamos más tiempo en arreglarnos que los hombres.

–Estas muy linda Alison y tú también Will.

–Es que tú no sabes a dónde vamos, ya verás que sorpresa les tenemos.

–Feliz cumpleaños Rosi, hoy la noche es para ti.

–Gracias, gracias, no debían haberse molestado.

–Nada de eso, tú te mereces eso y mucho más.

Salieron dejando a Sasha desconsolada. Tomaron el ascensor y bajaron. En el lobby del edificio el portero les abrió la puerta y le dijo a Rosi

–Señorita Rosi se ve usted verdaderamente bonita esta noche.

–Gracias Alfredo.

La noche estaba despejada con una temperatura agradable para la cual no se necesitaban fuertes abrigos.

–¿A dónde vamos?–Preguntó Rosi viendo que Will se dirigía hacia la parte de la ciudad donde están los monumentos nacionales

–Vamos al Restaurant CityZen.

–¿Qué?

–Hurra, yo he oído mucho de ese restaurant. Rosi esto es tremendo regalo.

–Pero muchachos como es que han hecho semejante cosa, ese lugar en muy caro.

–Rosi, esta noche no tienes que preocuparte de nada, todo está cubierto.

Alison y Will creían que la invitación era de ellos tres para Rosi, pero los dos ignoraban que el abuelo Gallagher los estaba esperando junto con Paul en el restaurant; era él quien serviría de anfitrión.

El Restaurant CityZen había sido reconocido por la revista Food and Wine como uno de los mejores restaurantes del mundo, su chef Eric Ziebold, había sido calificado además como uno de los mejores de Norte América por críticos y revistas especializadas en el mundo del buen comer. El CityZen estaba localizado en el número 1330 de la Avenida Maryland en el Suroeste, cerca del Monumento a Washington.

Will paró el coche frente a la entrada del Hotel Mandarín Oriental donde se encontraba el restaurant, y un botones se hizo cargo de aparcarlo. Cuando llegaron al restaurant los dirigieron hasta la mesa que ya ocupaban el abuelo Gallagher y Paul.

En cuanto Cristina vio al abuelo se lanzó como una flecha hacia él.

–Papa, que alegría que estas aquí, que contenta estoy de tener a mi abuelo conmigo esta noche. Mira Rosi quien está aquí, Papa.

–Muchas gracias por venir Sr. Gallagher pero me parece que todo esto es demasiado, no tenían que haberse molestado.

–No es molestia Rosi, es un placer. Además de celebrar tu cumpleaños estoy ansioso de ver a mi nieta comer. Aquí la comida es muy sabrosa Cristy, y el mismo Chef va a venir a decirnos que vamos a comer.

–Esto es un sueño señor Gallagher. No sabría cómo pagarle tanta generosidad.

–Fácil, considerándome parte de tu familia.

–Por supuesto que usted y los muchachos son nuestra familia.

Gallagher se dirigió al mesero.

–Por favor, puede decirle al señor Ziebold que mis invitados ya llegaron. Cuando tenga un momento quisiera que viniera hasta nuestra mesa. Yo sé que él está muy ocupado, no hay apuros.

–Enseguida señor Gallagher.

Cuando Cristina oyó el nombre del Chef le pareció conocido. ¿Sería este el mismo Eric que ella había conocido en una fiesta que asistiera con su padre en la Embajada de Chile? No, eso sería una coincidencia muy grande y su padre le había dicho que las coincidencias no existen. Sin embargo, cuando vio un señor que se dirigía hacia su mesa vestido como Chef inmediatamente lo reconoció, era él.

–Muchachos, Rosi, este es el famoso y renombrado Chef Eric Ziebold, uno de los mejores del mundo. Esta noche él está preparando algo especial para celebrar el cumpleaños de Rosi.

Todos levantaron la vista y les expresaron el placer que era conocerlo. Ahí fue cuando la mirada del Chef se detuvo en la niña.

–¿Cristina?

–Hola Eric, no sabía si eras tú, por eso no dije nada.

Todos se quedaron mirándola sin saber que estaba pasando. Fue Eric quien dijo.

–Cristina y yo nos conocimos durante una fiesta en la Embajada de Chile. Yo estaba sentado solo en una mesa y Cristina estaba en la mesa de al lado con sus padres. Cuando todos se pararon a bailar y caminar por el salón Cristina vino a sentarse conmigo para hacerme compañía, te acuerda linda.

–Sí. Tú y yo éramos los únicos que estábamos solos. Aunque yo creo que lo pasamos muy bien.

–Sí señorita, muy bien. Fue un verdadero placer conversar contigo aquella noche. ¿Cómo están tus padres?

Un silencio molesto resguardado por los ruidos del restaurante se hizo sentir en la mesa. Cristina se dio cuenta que era ella quien debía contestar. Por un momento pensó que iba a empezar a llorar, sin embargo, se acordó que sus padres preferirían que disfrutara esta noche y que no les arruinara la fiesta a los demás.

–Mi papá murió hace solo unos meses y acuérdate que su esposa no era mi mamá, así que ahora estoy con Rosi.

–Cuanto lo siento Cristina, no quise ponerte triste.

–No te preocupes, tu no sabías nada, además estoy segura que mi papá desde el cielo se está alegrando de nuestro encuentro. Hoy es el cumpleaños de Rosi, mi nana, y estamos celebrándolo.

–Entonces me voy a esmerar mil veces más para que todo salga perfecto. Ahora me voy a preparar la cena y luego regreso.

–Gracias Eric.

–Qué mundo tan pequeño y que coincidencia más agradable.

–Mi papá decía que las coincidencias no existen.

–Eso es verdad. Yo lo he aprendido con los años. Y hablando de años Rosi, se puede saber cuántos cumples.

–Paso de quince y no llego a cien.

Todos se rieron y la alegría volvió a la mesa. Por un momento Rosi pensó que la velada se había arruinado con el recuerdo de Juan Francisco pero gracias a Dios la niña había sabido superarlo y la comida había continuado jubilosamente.

Comieron los esquicitos manjares que les preparó el Chef Ziebold, rieron, hicieron cuentos, disfrutaron de la compañía mutua y planearon un futuro lleno de felicidad. Fue una noche inolvidable para todos, no obstante, ninguno de ellos pudo haber ni remotamente imaginado lo que el destino les depararía.

7

Por fin, a mediados de Abril llegó Sakura. La palabra japonesa Sakura se usa para designar el retoño de los cerezos en primavera, pero en realidad Sakura es un árbol. Durante el Periodo Heian, del 794 al 1191, la nobleza japonesa se dedicó a emular varias prácticas chinas, entre ellas la más popular fue la contemplación de flores. La corte reunía a poetas, cantantes, artistas y a la aristocracia para celebrar debajo de los nuevos retoños de flores primaverales los inigualables colores de la naturaleza. En Japón los cerezos se plantaban para adornar los jardines de los nobles de Kioto.

El retoño de los cerezos empieza en Okinawa en Enero, y llega a Kioto y Tokio a finales de Marzo o principios de Abril, alcanzando por último a Hokkaido unas semanas después. El festival de Hanami en Japón celebra la belleza de Sakura; la misma es presagio de la buena fortuna que representa la primavera. En el año 1912 Japón le regaló a los Estados Unidos de América 3,020 árboles de Sakura para celebrar la creciente amistas entre los dos países. Los árboles se plantaron en el Parque Sakura en Manhattan, y en Washington D.C., en el borde Oeste del rio Potomac, lo que se conoce como Tidal Basin.

Después de los turbulentos años de la Segunda Guerra Mundial Japón volvió a repetir su regalo de árboles de Sakura a los Estados Unidos. Hoy en día el retoño de los cerezos en primavera se celebraba no solo en la capital Norte Americana sino en muchas otras ciudades importantes del país con festivales de todo tipo.

Para Cristina la primavera significaba la culminación de su sueño de entrar a la universidad. El curso actual terminaría a mediados de mayo y ellas se mudarían para Cambridge la primera semana de Junio. Últimamente Cristina tenía que poner mucho de su parte para concentrarse en su trabajo que cada día aumentaba más. En el plano privado planeaba trabajar con varias compañías farmacéuticas que eran a su vez contribuyentes de la universidad, pero en el plano académico tenia asignaciones en casi todos los departamentos y facultades. Su agenda había sido diseñada por ella misma y era una verdadera locura que solo ella entendía y de la cual no podía desviarse ni un segundo si quería que todo saliera bien.

Le preocupaba mucho la posibilidad de no poder ver a sus amigos a diario, sobre todo a Paul, al que cada día se acercaba más. El acercamiento no solo venia de su parte. Cuando Paul descubrió que podía hablar con Cristina de cosas que no podía hablar con nadie más, y que ella lo entendía y ayudaba a discernir sus dudas con madures e inteligencia, se dijo que por fin había encontrado el hermano que siempre ambicionó en la pequeña. Era verdad que Will era su mejor amigo al igual que Alison, pero había cosas que ellos no entendían ni consideraban importantes, en cambio Cristina lo concebía todo perfectamente.

Al principio Paul se sorprendía de cómo una niña tan joven podía intuirlo tan bien a él, un hombre de 18 años, pero con los meses su amistad se solidificó de tal manera que las dudas se hicieron a un lado y para los dos era absolutamente natural tener conversaciones de índoles personales y profundas.

En estos últimos meses cuando los amigos se reunían, gran parte del tiempo se ocupaba en hablar de a dónde iban a vivir y como iban a repartir el tiempo para poder seguir viéndose diariamente. Las calificaciones de Alison, Will y Paul eran tan buenas que ya no tenían que preocuparse de estudiar tanto. La última semana de abril los tres recibieron la carta de aceptación de la Universidad de Harvard y con eso la expectativa y la inquietud se multiplicó, estaban todos locos por graduarse de una vez y empezar en un lugar nuevo.

Cristina no pudo asistir a la graduación porque su traslado a Cambridge requería muchos trámites. Rosi trató de contactar a Gavina para avisarle de su traslado, pero no lo consiguió, así que dejaron dicho en la embajada donde estarían por si ella aparecía y quería comunicarse con Cristina. También aprovecharon la ocasión para pedirle que siguieran conservando los libros de la niña hasta que ellas pudieran tener un lugar donde ponerlos, a lo que los funcionarios de la embajada accedieron sin problemas. Aunque Rosi era una persona responsable, completamente fiable y amorosa con la niña, Cristina sentía a veces un gran vacío que le producía el no tener familia. En estos momentos pensaba oír a su padre diciéndole que no se preocupara, que sus amigos eran su familia y que todo saldría bien.

 

 

Gavina pidió su segundo Martini de la tarde mientras esperaba a Robledo en el bar Park Blue de la calle 58 en Manhattan. José, Pepe Robledo era ejecutivo de la Aerolínea Iberia, lo había conocido en una fiesta de la compañía en Madrid, a la cual fue invitada porque su nombre todavía aparecía en la plantilla de empleados de la misma. Esa misma noche Gavina se fue a la cama con Pepe y después de una velada en la que se esforzó al máximo para vender sus habilidades sexuales, se las arregló para que el ya maduro sesentón de aspecto tosco y figura grotesca, se la llevara con él para Nueva York.

Al principio tuvo que hacer un gran esfuerzo para acomodarse a las exigencias torcidas del susodicho señor, pero sobrevivió. Al final lo importante era que se había ido de casa de sus padres por su propia cuenta, y había aterrizado en Nueva York con un trabajo y un lugar donde vivir.

Aquella noche en que su padre la había echado de la casa quedaba guardada en el baúl de las venganzas, junto con todas las otras que se cobraría cuando llegara a la cima. En aquella incomoda y ridícula ocasión su madre había convencido a su padre para que la dejara estar allí hasta ver que encontraba y el pobre hombre accedió. Tuvo que aguantar dos meses de miradas acusadoras y reproches silenciosos por parte de los viejos pero gracias a Dios Pepe se cruzó en su camino y ahora se sentía cómoda y en el lugar perfecto para seguir ascendiendo.

Robledo le había conseguido un puesto de esteticista en la famosa tienda Bloomingdales, en la esquina de la calle 59 y la avenida Lexington en Manhattan, donde trabajaba en el mostrador de CLINIC vendiendo productos faciales. Trabajaba ocho horas, cinco días a la semana, y sus horarios eran flexibles. Vivía en un apartamento pequeño en Washington Hights, cuyo alquiler pagaba Robledo. Le molestaba tener que lidiar con las otras chicas compañeras de trabajo, a las que consideraba simples y sin clase, pero por el momento no tenía otra alternativa. Se cansaba de estar montada en aquellos tacones altos que requería la tienda, todo el día atendiendo a cualquier tipo de mujeres que estaban muy por debajo de ella. Ese era uno de los grandes problemas que Gavina le encontraba a los Estados Unidos, aquí si una persona tenía el dinero para adquirir lo que quería, podía entrar en cualquier tienda y comprarlo sin que nadie le pusiera peros, estos americanos, pensaba Gavina, no tienen sentido de la alcurnia ni saben lo que es la aristocracia o el linaje.

–En qué piensas preciosa –Le preguntó Pepe que había llegado sin que ella se diera cuenta y ahora la abrazaba por la cintura desde su espalda y la apretaba hacia él.

–Me vas a tumbar de la banqueta hombre.

–Pues si te tumbo te recojo, ¿Cuál es el problema?

Ir a la siguiente página

Report Page