Cristina

Cristina


Portada

Página 4 de 23

El hecho de que Robledo se creyera con el derecho de tratarla como su propiedad la desesperaba, pero tenía que aguantar.

–Quieres que todos se rían de mí.

–Eso nunca, el único que puede reírse de ti soy yo, ¿verdad muñeca?

–Como tú digas, tú eres el jefe.

–Ojalá que todos pensaran así, estoy teniendo problemas en la oficina con el maldito gremio de las aeromozas. ¿Qué se creen esas tías? No son más que camareras de bar barato y quieren que se les pague como modelos. Pero conmigo están muy jodidas, las echo a todas y las reemplazo en un santiamén, ya se lo hice saber a la imbécil de su representante.

Gavina no dijo nada y esperó a que se le pasara el mal genio. No quería ni que se imaginara que una de las reemplazantes pudiera ser ella, eso había quedado en un pasado que había decidido borrar.

–Bueno, tomate un whisky y relájate hombre, no lo tomes tan a pecho que te va a dar un ataque al corazón.

–A mí nadie me va a dar nada, las que tienen que andar con mucho cuidado son ellas.

Tenía planeado para esta noche comenzar su campaña matrimonial, pero ahora dudaba si este era el momento adecuado. El tiempo pasaba y ella no se ponía más joven, debía arreglar este asunto lo antes posible.

–Yo podría estar ahora en tu apartamento esperándote para apapacharte, mimarte y cumplir con todos tus antojos cuando llegaras del trabajo.

–¿De qué hablas?

–De ti y de mí, de nuestra relación y de nuestro futuro.

Robledo no contestó. Llevaba días preguntándose cuando el tema saldría a relucir y aquí estaba. En verdad, Gavina era una mujer guapa y elegante, con un algo de vulgaridad escondida que la hacía más apetecible para hombres como él. En un par de años más se retiraría, y necesitaría alguien que se ocupara de sus necesidades. Gavina era tan buena candidata como cualquier otra. Sabía que a ella la motivaba su posición económica mucho más que el amor o cualquier otra fantasía de esas que se inventan los imbéciles y los ingenuos, pero al final de cuentas el mundo era un gran prostíbulo donde siempre había que pagar por los servicios recibidos, por qué iba esta situación a ser diferente.

–Habla claro Gavina, ya sabes que no me gustan los rodeos.

–Lo que quiero decir es que deberíamos formalizar nuestra relación. Yo solo te quiero a ti y tú lo sabes, estoy sola en un país extraño y cada día me haces más falta. No quiero obligarte a nada, ni mucho menos, pero esta vida de amante no es para mí. Si vine hasta New York fue por ti, yo en Madrid me sentía bien a gusto con mi familia, pero desde que te conocí todo cambio y ahora…

Debería haber sido actriz, pensó Gavina después de soltarle semejante estupidez.

–Quieres que nos casemos, verdad. Quieres ser la señora de Robledo, no es así.

–¿Y qué tiene eso de malo?

–Nada, pero yo no estoy para matrimonios ni para hijos ni nada de esas bobadas, ya tengo muchos años para perder los que me quedan jugando a las casitas. Lo único que te puedo ofrecer es un casamiento simple por lo civil y nada más.

Pepe Robledo era divorciado, durante su primer matrimonio tuvo tres hijos que se criaron con su madre y a los que nunca veía. Aunque seguía pasándole manutención a su primera esposa, hacia tanto tiempo que no la veía que ni se acordaba de ella, su contador era quien se ocupaba de esos menesteres.

Gavina no podía creerlo, lo había conseguido. Con un impulso desmesurado se le tiró arriba, rodeo su cuello de toro con sus manos y después de abrazarlo largamente lo besó como nunca antes lo había hecho. Me equivoqué de profesión, debí haber sido actriz, pensó mientras se tragaba la repugnancia que le causaba besar aquella boca con olor a cigarrillo barato. Todavía tenía guardados en su arsenal muchos trucos para convencer a Pepe de que la hiciera su esposa.

–Lo que tú digas mi amor. No fiestas, no niños, no nada, solo tú y yo.

–Bien, déjame arreglarlo todo y en cuanto lo tenga listo lo hacemos.

Pepe arregló los papeles pertinentes para la ocasión en menos de una semana, una certificación de nacimiento de ambos, unos sellos en el consulado y un paseo al centro de la ciudad donde un juez del condado los casó en menos de veinte minutos fue todo lo que necesitaron para estar legalmente casados. No hubo luna de miel ni de nada parecido. Robledo se fue a trabajar y Gavina se quedó arreglando su traslado para el apartamento de su tercer marido, a ver si este se muere pronto y me deja la plata, pensó la desposada, ¿Sería capaz de matarlo? Eso tenía que pensarlo con más cuidado, ya tendría tiempo para ello ahora que no tendría que trabajar.

Gavina no creyó prudente avisar al Departamento de Trabajo y Seguridad Social de su cambio de estado civil, por lo que siguió recibiendo la mitad del retiro de Juan Francisco sin que nadie se diera cuenta. ¿Qué sería de la chiquilla? ¿Cómo estará viviendo y con qué? Por muy inteligente que fuera, pensaba Gavina, solo tenía 12 ó 13 años, ¿O menos? Ojalá tanto ella como la insolente de la criada estuvieran muriéndose de hambre y de frio en algún rincón de Washington.

La nueva señora de Robledo renunció a su trabajo y se trasladó al apartamento que su esposo alquilaba en el número 730 de la Avenida Columbus y la calle 95, a solo una cuadra del Parque Central. Aunque ella todavía no sabía mucho de Nueva York, conocía lo suficiente como para saber que esta no era el área más afluente de la ciudad, sin embargo para empezar estaba bien, ya se encargaría ella luego de buscar otro apartamento mejor situado y más a la altura de su marido. Robledo era el hombre más tacaño y ruin que había conocido, pero ella aprendió pronto a sacarle todo cuanto quería.

 

♣♣♣

 

En la última semana de clases, y con todos los trámites de admisión terminados, Cristina y Rosi se prepararon para la mudada a Cambridge, Massachusetts. Aunque las clases no empezarían hasta mediados de agosto, Cristina tenía mucho que hacer y que planear antes del comienzo del curso escolar.

La universidad estaría a cargo de la mudada, lo único que ellas tendrían que hacer era empacar los pocos objetos personales que poseían. Los libros de su padre se quedarían guardados donde estaban en Washington D.C. Cristina le propuso a Rosi traer a los padres de esta a vivir con ellas pero Rosi no lo aceptó. La buena de Rosi sabía que Cristina iba a necesitar toda la tranquilidad del mundo para poder alcanzar la ambiciosa meta que se había trazado. Cristina iba a hacer las carreras de Medicina y Leyes a la vez.

Cuando llegó el camión de la mudanza ya ellas estaban listas para salir. Con mucho tacto tratando de no ofenderlos, Cristina les pidió a los hombres que harían la mudanza que tuvieran mucho cuidado con su gran piano. Me lo regaló mi padre, les dijo, y tiene un gran valor sentimental para mí. Los empleados le aseguraron que no tenía nada que temer que todo llegaría a su nuevo destino perfectamente bien.

Iban a conducir hasta Massachusetts para poder llevar en el carro a los padres de Rosi. La distancia entre Washington D.C. y Cambridge era de aproximadamente 400 millas que harían sin problemas en unas ocho horas. Al llegar se quedarían en un hotel por una noche y al día siguiente cuando llegara el camión con la mudada se instalarían en lo que sería su residencia por los próximos seis años.

Cristina parecía tranquila y deseosa de comenzar su nueva vida, pero Rosi le tenía miedo al futuro. La niña no tenía a nadie más que a ella, sus padres estaban viejos y necesitaban su ayuda, que pasaría si faltara. Dijo un Padre Nuestro y trató de quitarse de la mente esas ideas pesimistas.

–Bueno, yo creo que estamos listas.

–Si Rosi, al fin nos vamos a nuestro nuevo hogar.

–Vamos a buscar a mis viejitos.

Cuando llegaron a la iglesia se encontraron con un montón de feligreses amigos de los Espinosa que habían venido a despedirlos. Después de una media hora de besos y abrazos pudieron sacarlos de allí llevando la bendición del párroco y de todos quienes los conocían.

La primavera estaba en su esplendor a fines de mayo y ellos pudieron apreciarla en su totalidad en las siete horas que les tomó llegar a su nuevo domicilio. Habían tenido que para un par de veces para que tanto Sasha como todos los pasajeros usaran el baño, y para que todos ellos también pudieran estirar un poco las piernas. El viaje fue algo incómodo para los padres de Rosi y para Sasha que nunca había hecho un viaje tan largo en un automóvil; sin embargo, el animalito se comportó como una reina, mostrando el linaje de su raza.

El apartamento que Cristina y Rosi ocuparían se encontraba en el número 4 de la Calle Athens, en Cambridge, muy cerca de la universidad. El edificio era antiguo, pero bien cuidado. La vivienda tenía dos cuartos con sus respectivos baños, una sala comedor amplia y una cocina según Rosi perfecta. El aparcamiento lo tenían en el sótano. Ambos cuartos, la sala, e incluso la cocina tenían grandes ventanas que daban a la calle. El edificio ocupaba la cuadra completa y el apartamento de Cristina quedaba justo haciendo esquina entre las calles de Mount Auburn y la avenida Massachusetts. Los padres de Rosi vivirían en University Park, un nuevo complejo para personas de la tercera edad, a unas cinco millas al Oeste de la universidad. Cristina estaba encantada con su nuevo apartamento, sobre todo porque quedaba muy cerca del edificio donde vivirían Paul, Will y Alison.

Una vez en Cambridge, visitaron el apartamento para estar seguras que se podían instalar al día siguiente después que llegara la mudada. De allí se fueron al hotel a descansar. Había mucho que hacer el día siguiente. Rosi dejaría sus padres a primera hora en su nuevo domicilio y luego ella y Cristina irían al apartamento a esperar la mudada.

Will y Alison trataron de alquilar un solo apartamento para los dos, pero los padres de Alison se negaron rotundamente. Su edificio estaba localizado en el número 1213 de la avenida Massachusetts, en un edificio alto y moderno donde tendrían gimnasio, aparcamiento y portero. Paul ocuparía el pent–house, en el piso 21 del mismo edificio, el más alto del pequeño pueblo universitario. Su apartamento contaba con dos amplios cuartos con sus respectivos baños, sala, comedor y cocina, además de una amplia terraza que fue la principal razón por la que Paul lo escogió. Will y Alison vivirían en el mismo edificio pero en apartamentos tipo estudio, con un solo cuarto, una pequeña sala–comedor y una ínfima cocina la cual ninguno de los dos planeaba usar muy a menudo, pero ellos no llegarían hasta principios de Agosto, o sea una semana antes de empezar las clases.

Para ese entonces Cristina pensaba tener todas sus cosas en orden y su agenta balanceada a la perfección, cosa que le permitiría tener tiempo para sus amigos. Paul y Will jugarían Football, así que desde el principio de las clases tendrían que aplicarse para que sus estudios no sufrieran a causa del rigoroso horario de dicho deporte, no solo por las horas de prácticas sino por los viajes que harían al menos dos veces al mes, cuando jugaran en otras universidades.

 

♣♣♣

 

Rosi y Cristina trabajaron durante todo el día para ponerlo todo en orden lo antes posible.

–¿Qué te parece tu cuarto mi niña?

–Me encanta Rosi.

–A mí también, Creo que aquí seremos muy felices.

La mudada con sus pocas pertenencias había arribado a tiempo. El apartamento ya estaba arreglado con sus pocos muebles cuando ellas llegaron y al final del día todo estaba ordenado y puesto en su lugar, incluyendo el gran piano de Cristina que ocupaba un lugar especial en esta nueva vivienda. La niña ocupaba el cuarto más amplio del apartamento puesto que en él tenía una mesa de esquina tipo consola, donde tenía su computadora, su lap–top, el impresor, el scanner y todo lo demás que necesitaba para funcionar sin problemas. Una de las bibliotecas de la universidad ya le había asignado un cuarto de estudio con computadora para su uso particular.

En la primera semana Cristina se reunió con distintos profesores de los departamentos de Biología, Bioquímica, Matemáticas, Física y Química para planear su licenciatura en pre–médica la cual esperaba terminar mucho antes de lo que los letrados habían estimado. También se reunió con diferentes profesores en los departamentos de Lenguas, Historia y Ciencias Políticas para planear su licenciatura en Historia, Ciencias Políticas e Idiomas que serían las que utilizaría para entrar en la escuela de leyes.

Harvard tiene un conjunto de bibliotecas alrededor del campo universitario para el uso de las diferentes facultades, pero todas están conectadas por la red virtual del internet. La Biblioteca Houghton era la que usaría Cristina por ser la más cerca de su apartamento. A la segunda semana de estar en Cambridge empezó a asistir a ella diariamente. Allí se reunía con profesores y estudiantes internos de algunas cátedras con los que trabajaría en varios proyectos de investigación. El resto del tiempo lo empleaba en estudiar por adelantado las asignaturas que tomaría al comenzar el semestre. Rosi la llevaba por la mañana temprano, le traía el almuerzo y la recogía ya entrada la noche.

A veces, cuando se cansaba de trabajar, salía de su cubículo y paseaba por el salón donde tenían en exhibición los manuscritos antiguos. La Biblioteca Houghton estaba designada como depósito oficial de los libros y manuscritos más antiguos que poseía la universidad.

Era allí, en una de las salas donde se exhibían los manuscritos antiguos, que se encontraba cuando alguien se le acercó por la espalda y le habló.

–¿Eres tú Cristina Quiroga?

Le preguntó un muchacho alto y delgado con gruesas gafas cubiertas por una mata de pelo que parecía nunca haber visto un peine.

–Sí. ¿Cómo lo sabes?

–Mi nombre es Lucas Peterson. –Le dijo el muchacho extendiéndole la mano. Su cara no se podía distinguir bien detrás de los gruesos espejuelos y el pelo que le llegaba a la nariz, pero su sonrisa era gentil y agradable, acompañada de hoyuelos que se le hundían en cada mejilla cuando sonreía, haciéndolo lucir simpático y alegre.

–Yo iba a ser la persona más joven de la universidad antes que tú y Winona llegaran.

–¿Quién?

–Es una chica del Sur, creo que de Georgia o algo así, tiene solo doce años. Yo también tengo doce años pero soy casi nueve meses mayor que ella. Me dijeron que tu tenías solo diez años, ¿Es verdad?

–Si tengo diez, pero en septiembre cumpliré los once.

–Yo cumplo los 13 en septiembre.

Los dos se miraron solidariamente con esa curiosidad que da la agudeza infantil y se echaron a reír.

–Me alegro mucho de que hayas venido a saludarme Lucas Peterson. Ya me estaba haciendo a la idea de ser el único hazmerreir de todo el mundo; al menos ahora seremos tres.

De nuevo se echaron a reír, esta vez más alto y con más confianza. Siguieron conversando por largo rato mientras se contaban de dónde venían, como habían llegado hasta allí y que iban a estudiar. Lucas quedó de traer a Winona al día siguiente y encontrarse en el mismo lugar.

Cuando vino Rosi a buscarla Cristina le contó su encuentro con Lucas. Rosi le dio gracias a Dios en silencio y pensó que al menos Cristina tendría alguien de su edad con quien compartir. Aunque Rosi apreciaba sinceramente a Paul, Will y Alison, sabía que esa amistad no duraría tanto como Cristina esperaba puesto que la diferencia de edades entre ellos era mucha. A medida que pasara el tiempo y los muchachos se convirtieran en adultos la separación sería inevitable. A Rosi no le agradaba para nada que la niña hubiera puesto tanto amor en los muchachos y que esperara tanto de ellos, no porque estos fueran malos, sino porque esa relación era completamente ilógica. Para los muchachos Cristina era solo una niña linda y simpática que los ayudó cuando lo necesitaron, pero para la niña ellos lo eran todo. En especial Paul, del cual estaba locamente enamorada, con ese amor puro de la infancia que se da sin pedir nada a cambio. Rosi temía que el arribo a la realidad le partiría el corazón.

¿Por qué seria ella tan pesimista? Pensó Rosi. Eran tantas las vicisitudes que el destino le había hecho pasar que había olvidado la esperanza. Cuanto extrañaba su país, sus amigos de la infancia, los familiares que dejó en su preciosa isla. Pero bueno, lo importante era vivir el presente lo mejor que se pudiera y estar preparada para el futuro. Cristina era mucho más fuerte de lo que todos creían, pensó Rosi, ella sobrevivirá.

¿Sobrevivir a qué? ¿Por qué aquella obsesión de que algo malo le pasaría a la niña? ¿No tenía ya suficiente con la pérdida de sus padres? No, esa era una pregunta prohibida, cuanto más uno pensaba que ya todo lo malo había pasado, que las cosas no podían ponerse peor, allí mismo llegaba Dios con su ininteligible sentido del humor a probar todo lo contrario, poniendo en juego la resistencia de las personas.

–¿Qué te pasa Rosi? ¿Por qué lloras?

–No es nada mi niña, ya sabes lo sentimental que soy.

–Rosi, no me engañes, tu tampoco aprendiste a mentir.

–Le tengo miedo al futuro mi niña.

–¿Y tú crees que yo no? ¿Tú sabes cuál es la diferencia entre un valiente y un cobarde?

Cristina no esperó a que Rosi le contestara, con su carita muy seria y con ese gesto que la hacía parecer mucho mayor de lo que era le dijo.

–Es que aunque los dos tienen miedo por igual, el cobarde se esconde, huye y evita el riesgo que lo asecha, mientras que el valiente da la cara, marcha hacia adelante y enfrenta el peligro. No tienes que preocuparte Rosi, yo soy valiente.

¿Habría retado al destino sin darse cuenta? El tiempo le daría la respuesta.

8

A las siete y media de la mañana del primer día escolar, los agradables 75˚F de mediados de Agosto en Harvard Square, hacían que las idas y venidas de los estudiantes hacia sus respectivas clases fuera un paseo de placer más que una carrera en contra del tiempo. Aunque este era su segundo mes en Cambridge Cristina no dejaba de maravillarse de la belleza del lugar y del ambiente estudiantil tan distinto a sus previas experiencias.

Lucas había traído a Winona a la biblioteca el día después de haber conocido a Cristina, como lo prometió, y los tres se habían hecho grandes amigos. Eran los estudiantes más jóvenes de toda la universidad, los tres habían sufrido las mismas desagradables experiencias en sus anteriores centros de estudios y esperaban que esa conducta continuara aún más aquí, pero afortunadamente se habían equivocado y aunque se les miraba como algo un poco raro, nadie se había metido con ellos ni los había humillado todavía.

–No cantes victoria aún Cristina, apenas comenzamos. –Le dijo Lucas cuando ella hizo la observación

–No seas pesimista tú, aquí los estudiantes son adultos y tienen más madurez, veras que bien nos va a ir.

Lucas era estudiante de Física y Winona de Economía, cosa que para su edad era una gran hazaña, pero ambos sabían que no se podían comparar con lo que Cristina intentaba lograr. En estos dos meses de verano los tres estudiantes más jóvenes de Harvard se llegaron a compenetrar tanto que llegaron a sentirse como hermanos y tanto Lucas como Winona con solo 12 años, acogieron a Cristina como su hermanita menor tratando en todo momento de ayudarla y protegerla de todo cuanto pudiera perturbarla.

Cristina les contó de su amistad con Paul, Will y Alison y les prometió presentárselos en cuanto tuviera la oportunidad. Will y Alison habían llegado a Cambridge hacia unos tres días y todavía no terminaban de arreglar sus apartamentos, cosa que los atrasaría nada más empezar el curso si no se apuraban.

Paul sin embargo había llegado solo el día anterior y en su apartamento todo estaba arreglado previamente por encargo del abuelo. Su nuevo mayordomo, Renato, lo había dispuesto todo para que Paul se sintiera cómodo y pudiera dedicarse solo a sus estudios. Renato viviría en un estudio, justo debajo del apartamento de Paul, con el cual se comunicaba por una escalera de servicio.

Cristina visitó a Will y a Alison el día después de estos llegar, aquí acordaron reunirse el primer día de clase a las cinco de la tarde en la biblioteca Houghton. Todavía no había podido hablar con Paul pero le había mandado un correo electrónico avisándole la hora y el lugar donde se reunirían. Cristina les contó a Lucas y a Winona de sus amigos y los planes que tenía con ellos.

–Yo creo que nosotros tres debemos de reunirnos también, sino todos los días por lo menos una o dos veces por semana. ¿Qué tú crees Cristina?–Dijo Lucas

–Por mí, perfecto, el asunto es arreglar los horarios de todos para poder aprovechar el tiempo. Yo me he propuesto dejar el domingo libre y si es posible el sábado también, aunque tenga que trabajar 20 horas al día durante la semana. –Respondió Cristina

–Esa es buena idea. Yo no necesito muchas horas de sueño, ¿Qué tal tu Winona?

–Por mi está perfecto también. Vamos a probar entre hoy y mañana como nos vas con nuestras clases y las reuniones con los profesores, una vez todo este coordinado entonces buscamos horas para nosotros tres. ¿Qué tal si nos reunimos en la biblioteca el miércoles, después de cenar?

Cristina recordó que se reuniría con Will, Ali y Paul el lunes a las cinco de la tarde.

–Por qué no vienen a mi casa y cenan conmigo y con Rosi, así la conocen. ¿Qué les parece?

–Si no es mucha molestia, perfecto.

–Por mi perfecto también, desde que llegué a este lugar estoy comiendo en la cafetería y la verdad es que estoy harto de esa comida.

–Entonces no hay más que hablar, los espero a cenar el miércoles a eso de las siete.

Con estas palabras se despidieron y se dirigieron a sus clases. Cristina estaba ansiosa de ver a Paul pero en cuanto entró en su primera clase se olvidó de todo y le entró de lleno a su habitual y rápido aprendizaje. El día se le hizo más corto de lo que pensaba y antes de darse cuenta eran las dos de la tarde y no había comido nada. Tenía todavía un par de reuniones a que acudir pero el estómago vacío no la dejaba pensar así que se fue hasta la cafetería de la Facultad de Letras donde se encontraba. Al llegar tomó una bandeja y se dispuso a coger algo de comer en la línea del bufete cuando alguien la agarró por detrás y la levantó.

–Mi niña, que ganas tenía de verte.

Era Paul que ahora le daba vueltas agarrándola por debajo de sus brazos. Al fin la depositó en el suelo y la abrazó con todo el cariño acumulado en los meses de verano. Cuando la soltó, la apartó de si con sus fuertes brazos y situándola justamente delante de él le dijo.

–¿Cuánto has crecido?

–Dos pulgadas completas. –Le respondió Cristina toda orgullosa.

–Y también estas más linda, si es que eso es posible.

–Gracias Paul, que bueno verte de nuevo, te extrañé mucho.

Se volvieron a abrazar con ese cariño que siente la inocencia cuando todavía no se ha manchado con la desconfianza.

El resto de los estudiantes de la cafetería los miraban como pensando ¿De dónde habrán salido estos dos locos? Pero ellos estaban demasiado felices para darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Por eso fue que no vieron cuando Will y Ali se les acercaron uniéndoseles en un gigante abrazo de grupo.

Después de los besos y abrazos, se fueron a sentar a una mesa cercana donde todos querían hablar a la vez, y de hecho era que lo estaban haciendo.

–Un momento, no entiendo nada. –Dijo Ali echándose a reír, pero su llamado de atención no sirvió de nada, todos siguieron hablando a la vez y para asombro de ellos mismos, todos se entendían a la perfección.

–Tenemos que reunirnos hoy mismo, quiero que veas las clases que tenemos y como le vamos a hacer para estudiar juntos todos los días.

–Yo tengo las mismas clases que ustedes, yo estaba sentada en la primera fila, abajo, por eso quizás no me vieron. Yo no quise mirar para arriba por no llamar la atención. Ya esta mañana todo el mundo me estaba mirando con asombro. Gracias a Dios el profesor llegó enseguida y la clase comenzó dejando a los curiosos con la duda. En cuanto sonó el timbre yo salí corriendo hacia mi próxima clase sin darle tiempo a nadie para preguntas. Ese profesor y yo nos reunimos la semana pasada y yo le pedí que no dijera nada de mi presencia en la clase. Él lo considero adecuado y así lo hizo.

–Yo llegué tarde, para variar. –Dijo Paul con una sonrisa burlona y maliciosa.

–Pues esto es la universidad, aquí tienes que ser mucho más puntual o te atrasarás enseguida. –Dijo Ali que era la más responsable de los tres. Ali había conocido a Paul antes de conocer a Will, de hecho fue Paul quien los presentó, adjudicándose así el mérito de la felicidad de sus amigos. Ali y Paul se querían como hermanos.

–Para eso tengo a Cristy ¿Verdad mi niña linda?

–Yo siempre te ayudaré en lo que pueda pero Ali tiene razón, aquí las cosas serán más difíciles.

–Entonces ¿Cuándo nos reunimos?

Preguntó Will, que había permanecido observándolos calladamente hasta ahora.

–Hoy mismo, en la Biblioteca Widener a las seis de la tarde.

La Biblioteca Widener es el centro del sistema de bibliotecas de la Universidad de Harvard. Es la biblioteca académica más grande del mundo con unos 3.2 millones de volúmenes y unas 50 millas de estantes de libros. Eleonor Elkins Widener financió la construcción de la biblioteca en honor de su hijo Harry Elkins Widener, graduado de la clase del 1907, quien muriera en el naufragio del transatlántico Titanic el 15 de Abril de 1912. Cristina le dio gracias a Dios por el privilegio de asistir a tan distinguida entidad académica.

De allí todos se despidieron y se fueron a atender sus quehaceres. Cristina pensó en lo que le había dicho a Paul, las cosas aquí serían más difíciles, tendrían menos tiempo para compartir y sin quererlo se alejarían. De solo pensar que no lo vería a diario le dolió el corazón, si es que esto podría suceder sin darle un infarto. Sin darse cuenta sintió el peso del tiempo, en solo dos meses había crecido dos pulgadas en tamaño pero muchos años en madurez, la cual ahora le decía que su sueño de estar siempre con Paul sería muy difícil de lograr. No quería ser pesimista, pero debía de ser realista, ella era solo una niña y Paul era el joven más codiciado de Harvard ya en la primera semana de clases. Si tan siquiera pudieran seguir siendo los mejores amigos.

Cristina nunca había sentido por nadie lo que sentía por Paul, al principio sus sentimientos hacia él la llenaban de felicidad pero en los últimos meses de clases en Washington D.C. se dio cuenta que esos mismos sentimientos la llenaban de tristeza, sobre todo cuando veía a Paul rodeado de muchachas bonitas que se peleaban por su atención. Paul nunca andaban con la misma, Will se reía con picardía de sus hazañas amorosas y Ali lo regañaba y calificaba de irresponsable y promiscuo. En fin, si de la única forma que podría mantenerlo a su lado era como amigo, eso era exactamente lo que haría.

 

♣♣♣

 

Cuando Will, Ali y Paul llegaron al cuarto de estudio de la Biblioteca Widener, ya Cristina los esperaba con su agenda de clases y laboratorios lista para arreglarlo todo de manera que pudieran reunirse aunque fuera un par de veces por semanas. Los cuatro decidieron probar con esos dos días y ver como salían las cosas, pero al final de las primeras dos semanas ya los muchachos la empezaron a llamar diariamente con preguntas y problemas que requerían su intervención inmediata.

Acordaron reunirse tres veces por semana, pero eso también duró poco. La redacción de reportes era casi constante y todos requerían de las habilidades editoriales de Cristina. Al final terminaron reuniéndose todas las tardes en la Biblioteca Houghton, la más cercana al domicilio de Cristina y donde esta disfrutaba de una habitación de estudio asignada a su nombre por todo el tiempo que durada el curso escolar, cosa que era bien difícil en este centro.

Will y Paul se veían constantemente presionados de tiempo porque ambos, aunque nuevos en el equipo, se convirtieron en titulares inmediatamente después de empezada la temporada. Entre las prácticas y los juegos fuera, hacia donde partían los viernes por la noche y desde donde regresaban tarde el sábado en la noche o el domingo por la mañana, las actividades académicas se veían relegadas a un segundo plano, era por eso que requerían de la tutela diaria de Cristina para poder mantener las calificaciones requeridas para jugar. Cristina nunca se preguntó como los otros jugadores lo hacían, ella solo sabía que Paul y Will la necesitaban y eso era suficiente.

Los sábados y domingos cuando jugaban en casa, nunca los veía. Después del juego Will y Ali aprovechaban para estar solos sin las interrupciones de las clases y Paul se iba a su casa de playa en Martha’s Vineyard con la rubia de turno, muchas veces Will y Ali se iban con él. Al principio los celos que sentía Cristina hacia todas esas mujeres con quien andaba Paul no la dejaban dormir, pero con el tiempo se acostumbró a bloquearlo de su mente, pretendiendo que Paul existía solamente de lunes a viernes. Se repetía a si misma que Paul nunca seria para ella y que debía cambiar el modo en que lo quería, pero sus bien intencionados auto–consejos nunca trascendieron a la realidad, y sin poder evitarlo seguía locamente enamorada de él. Lo único que la ayudaba a no pensar en él era estar ocupada en algo, y en eso la ayudaron mucho sus jóvenes amigos Lucas y Winona.

Aunque todos estudiaban cosas diferentes, tenían mucho en común. La música los apasionaba a los tres y en cuanto pudieron se matricularon en la Faculta de Humanidades, subdivisión de Arte, sección de música, donde tomaban varias horas de clases a la semana. En menos de quince días idearon crear un grupo musical que interpretaría toda clase de música, tocarían los fines de semana con el fin de ganar un poco de dinero y a la vez aislarse del riguroso horario académico aunque fuera por unas horas. El grupo se llamó Los Albertos, por aquello de Albert Einstein, y muy pronto fue ampliamente reconocido en los círculos académicos. Cuando alguien requería música de cámara para una reunión intelectual, allí estaban Los Albertos interpretando melodías clásicas que servían de fondo perfecto para dichas funciones. Sin proponérselo se acostumbraron a la modesta entrada de dinero, que pronto se hizo singularmente considerable, y a la mutua compañía. Rosi estaba feliz de que Cristina pasara tiempo con amigos de su edad. Aunque nunca le dijo nada a Cristina, Rosi sabía que esta vivía y moría por Paul, y esperaba que el tiempo y las circunstancias la ayudaran a olvidar tan descabellada idea.

En Cambridge las primeras hojas amarillas, rojas y marrón empezaron a caer a mediados de Septiembre y para Octubre los arboles ya estaban casi desnudos. La temperatura bajó de pronto y la Universidad de Harvard se vistió de invierno ante los ojos de sus miles de alumnos que no podían comprender como el tiempo había pasado tan rápido. El equipo de Football de Harvard ganó once juegos y perdió cinco, cosa que se consideró como una buena temporada pero que no fue suficiente como para participar en el campeonato estatal.

Para fines de Noviembre, tanto Paul como Will habían terminado su temporada futbolística y se preparaban para los deportes de invierno. En el día de Acción de Gracias el campo de la universidad se cubría de una sólida capa de nieve temprana acumulada durante la última semana, que con la ayuda de la baja temperatura reafirmaba su blanca presencia.

Cristina no habló con sus amigos grandes de sus planes para ese día, pensó que si no le habían dicho nada era porque tendrían sus propios compromisos, pero si invitó a Lucas y a Winona a que vinieran a comer con Rosi y con ella. Los padres de Rosi compartirían la cena también. Rosi los había ido a buscar el día anterior para evitar contratiempos de tráfico a última hora.

Tanto los padres de Lucas como los de Winona eran personas humildes y no podían pagar el pasaje para que estos fueran de vacaciones por solo tres días. Además ninguno de los dos quería separarse, entre ambos se había creado un laxo muy peculiar que Rosi calificó como amor, pero del cual ellos todavía no se daban cuenta.

El último jueves de Noviembre, día de Acción de Gracias y fiesta primordial en el país, la chimenea del salón principal le daba un aire familiar y acogedor al apartamento de Cristina. Mientras Lucas tocaba el gran piano, Winona y Cristina cantaban villancicos para el deleite de los padres de Rosi. Ya Cristina había cumplido los 11 años en Septiembre y se notaba. Había crecido dos pulgadas más de estatura. Lo mismo pasaba con Lucas y Winona, pensó Rosi mientras los escuchaba con el amor de una madre. Este era un momento feliz, pensó Rosi, si pudiera retener el tiempo lo haría. La verdad era que el miedo al futuro seguía presente en su corazón pero ya se había resignado a recibir lo que viniera. Entre cuidar a Cristina y limpiar las casas de Will, Ali y Paul; quien mando a Renato, el mayordomo que le pusiera su madre para expiarlo, de vuelta a New York a los dos semanas de haber comenzado las clases, la mantenían ocupada todo el tiempo y a la vez se ganaba algo de dinero para ayudar a sus padres. Las cosas habían salido mejor de lo que esperaba, se dijo acordándose de Cristina y de su optimismo que siempre superaba el pesimismo de ella.

El pavo se sirvió y después de una oración de gracias dicha por el padre de Rosi todos empezaron a comer en silencio, no por nada en particular sino porque estaban hambrientos y la comida estaba exquisita. Rosi veía con placer como los muchachos comían con deleite y afán. Cuál de los tres más ávido. En eso pensaba cuando sonó el timbre de la puerta. Cristina se paró como disparada por un cañón de artillería medieval y fue a abrir seguida de cerca por Sasha. Cuál sería su sorpresa cuando vio a Paul y el abuelo parados delante de su puerta.

–Como no nos invitaron a la cena, nos invitamos nosotros mismos. –Dijo el abuelo entrando y abrasando a Cristina.

–Papa, esto es un milagro, soy la niña más feliz del mundo.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y no sabía qué hacer. Paul la levantó por debajo de sus brazos y la elevó a la altura de su cara plantándole dos sonados besos en cada mejilla.

–¿Cómo pensaste que te íbamos a olvidar en un día como este? Ahora deja de llorar y vamos a comer.

Detrás de Paul entraron dos señores vestidos de camareros y empezaron a arreglar una mesa con comida

–Ay Dios mío que es esto, pero si aquí hay comida de sobra.

Decía Rosi

–No te preocupes Rosi, que la comida nunca está de más, sobre todo con el apetito que se manda mi nieta.

Todos se rieron y en cuanto los camareros terminaron de organizar los nuevos manjares, siguieron comiendo. Cristina les presentó a sus amigos Lucas y Winona. El abuelo los saludó muy cordialmente pero Paul los miró con desconfianza y con algo de celo. ¿Quiénes eran estos intrusos que le estaban haciendo la competencia? Pensó Paul, quien vivía convencido de que Cristina era de su propiedad.

–¿Cómo es que no me habías presentado a tus amigos antes?–Dijo Paul, con un resentimiento que no le pasó desapercibido a los mayores, sobre todo al abuelo que no sabía que pensar ante la situación. ¿Estaba su nieto celoso de estos niños? ¿Por qué actuaba Paul de esa manera?

–Es que estamos muy ocupados y nunca hemos tenido tiempo para reunirnos todos.

–¿Ustedes también estudian leyes?

–Yo estudio Física y Winona Economía. –Contestó Lucas

–Entonces de que los conoces tú. –Preguntó Paul dirigiéndose a Cristina, todavía con el resentimiento en la voz.

–Somos los estudiantes más jóvenes de la Universidad, y además tenemos un conjunto de Música de Cámara, tomamos clases juntos en la facultad de arte, en el departamento de música.

–Yo pensé que no tenías tiempo para nada más. ¿Cómo es que tienes tiempo para hacer todo eso? Por algo nunca tienes tiempo para mí.

La voz de Paul cambió de tonalidad, ahora parecía más desafiante y algo recriminadora. Se hizo un silencio incómodo que Cristina no entendió.

–Yo siempre he tenido tiempo para ti Paul.

–Sí, de lunes a viernes, pero nunca los fines de semanas.

–Los fines de semanas tú los pasas con tus rubias bimbos, recuerdas, eres tu quien no tienes tiempo para mí, a no ser que tengas algún problema en cuyo caso yo dejo todo cuanto tengo que hacer y me pongo a tu disposición.

El silencio se hizo aún más pesado. El abuelo salvó la situación diciendo.

–Hoy no es día de recriminaciones, sino de dar Gracias a Dios. Yo por mi parte doy gracias a Dios por ti Paul, por ser la razón de mi vida, y también por mi nietecita Cristina y por todos los aquí presentes que hacen de esta cena un acontecimiento único. Y tu Cristy ¿Por qué das las gracias?

–Yo le doy gracias a Dios por tener a mis padres en el cielo siempre velando por mí, por mi nana Rosi, la única madre que he tenido. Por todo cuanto Dios me ha dado. Por mis amigos, por mi abuelo, y por todos los aquí presentes. También por Will y Ali que aunque no están aquí forman parte de mi vida, pero sobre todo por Paul, que aunque a veces se enoja conmigo sin razón, como ahora, es y será siempre mi mejor amigo, al cual quiero con toda mi alma.

–Yo le doy gracias a Dios por mi abuelo y por ti Cristy. Tú eres mi niña, nunca te olvides de eso, yo no te presto ni te comparto con nadie, tú eres mía. –Dijo Paul sin darse por enterado de las miradas de los demás comensales. Diciendo esto se paró y cogió a Cristina y la besó en ambas mejillas sentándosela en las piernas.

–Ustedes pueden ser sus amigos, pero ella en mía ¿Verdad Cristy?

–Así es. –Respondió Cristina desde el regazo de Paul, donde se acomodó con la intensión de quedarse allí por el resto de su vida. Sasha que había estado oyendo la conversación desde el sofá, se le pegó al lado a Paul, como guardia pretoriano protegiendo su reina.

A continuación todos se echaron a reír y empezaron a bromear con Paul, especialmente Rosi que enseguida reclamó la propiedad de Cristina y el abuelo quien también pidió un porcentaje de participación. En eso el timbre de la puerta volvió a sonary Cristina otra vez salió como bala de cañón a abrir la misma.

–No nos invitaron, pero vinimos de todas formas. No es fácil deshacerse de nosotros. –Dijo Will quien entró seguido de Ali. En medio de risas y algarabías todos se sentaron alrededor de la mesa y siguieron comiendo y bromeando

–Will, Paul estaba diciéndonos cuando ustedes llegaron que Cristina era solamente de él.

–Esos son sueños de Paul, Cristina es de los tres, a partes iguales.

–Un momento, Cristina es también nuestra. –Dijo Winona, refiriéndose a ella y a Lucas.

–Nosotros somos de su misma edad así que nos toca la mayor parte.

–Nada, en cuanto Lucas perfeccione su método de clonación, hacemos unas cuantas Cristinas y solucionado el problema. –Dijo Cristina muerta de risa.

La cena se convirtió en fiesta que duró hasta muy entrada la noche y donde todos disfrutaron de lo lindo. Cristina estaba feliz porque Paul había venido a pasar un día tan importante con ella, no la había olvidado, pensaba la niña.

Mientras tanto Rosi, aunque feliz por ver a Cristina tan contenta, se preguntaba por qué Dios se empeñaba en jugar con Cristina y con Paul de aquella manera. Mejor hubiera sido que este nunca hubiera venido a alentar los sueños imposibles de una niña enamorada. ¿Y por qué se comportaba Paul de una forma tan absurda?

Lo mismo pensaba el abuelo que muy discretamente y sin que nadie se diera cuenta observaba la interacción entre Paul y Cristina ¿Qué había entre estos dos seres que los cautivaba y atraía tanto a ambos? Paul no podía pensar en Cristina como algo más que una niña, pero Cristina, qué pensaría de Paul. El viejo se asustó al darse cuenta que la niña estaba enamorada de Paul y que este sin quererlo alimentaba sus ilusiones. Tendría que hablar con Paul a cerca de este asunto, no era justo hacer sufrir a la niña cuando esta se diera cuenta que no era correspondida de la misma manera, puesto que seguro se le partiría el corazón en mil pedazos y perdería a su mejor amigo.

Ya en el carro, y en camino a casa, el viejo Gallagher le dijo a su nieto.

–Paul, tienes que tener cuidado con Cristina.

–¿Qué quieres decir? ¿Cuidado con qué?

–No te has dado cuenta que está enamorada de ti.

–¿Qué dices, Cristina es solo una niña?

–Sí, es una niña pero muy madura y esta perdidamente enamorada de ti.

–No abuelo, no, esas son ideas tuyas. Cristina me quiere a mí como yo la quiero a ella, como un gran amigo.

–¿Cómo puedes ser gran amigo de una niña de solo once años?

–Porque como dices tú, ella es muy madura. Su edad cronológica no tiene nada que ver con su edad intelectual. Cristina es la única persona con la que yo he podido hablar de cosas que ni a ti te he dicho. Dudas, ideas, pensamientos, no sé cómo explicártelo. Yo siempre he podido hablar contigo de todo, pero con Cristy es diferente, ella intuye cuando me pasa algo, cuando estoy preocupado por algo, cuando necesito hablar, y sin esperar que yo aborde el tema, ella me lo hace saber siempre, y nunca falla.

–¿Y eso te da derecho a poseerla?

–Lo de la propiedad es solo una broma, aunque me molesta que ande con esos dos prodigios.

–Ella también es una niña prodigio.

–No, no, esos dos son muy diferentes a Cristina.

–En qué sentido.

–Cristina es completamente inocente, no tiene un ápice de malicia en todo su ser.

–¿Y qué te hace pensar que ellos sí?

–Esos quieren algo de ella, la necesitan.

–¿Y tú no? Ellos podrían decir lo mismo de ti. Además, por qué tendrían que necesitarla, ellos son muy inteligentes también.

–Esos no le llegan a Cristina ni al tobillo.

–¿Por qué hablas así si no los conoces?

–¿Oye, tú de qué parte estas?

–Paul, aquí no hay partes. Quisiera que te oyeras hablar, pareces el novio de Cristina.

–Que tonterías dices abuelo, en todo caso su hermano mayor o su padre.

–Sus hermanos son Will y Ali, acuérdate que contigo se quiere casar.

–Esos son bromas, parece que no la conocieras. Yo no creo que Cristina llegue a casarse nunca, a no ser que se encuentre otro genio como ella, y si ese día llegara yo estaría allí para protegerla de cualquiera que trate de hacerle daño.

–¿Y qué pasará si cuando crezca ya no te quiere como guardián?

–Cristina siempre me querrá a su lado, ella es incondicionalmente mía.

–¿Tú estás oyendo lo que estás diciendo? Sinceramente me asustas Paul.

–Abuelo, por favor. Yo nunca le haría daño a Cristina, nunca, nunca. Y estoy seguro que ella siempre será mi mejor amiga. Además, no soy yo el único que reclama su propiedad, sino qué hacían Will y Ali ahí, llegaron sin avisar, ¿Por qué no me dijeron que venían?

–¿Le dijiste tú a ellos que vendrías?

–Abuelo, te desconozco ¿Qué pasa contigo esta noche? ¿Ya no confías en mí?

–Paul, tu sabes que tu eres todo para mi, y que no hay nadie en este mundo que te quiera como yo, solo estoy avisándote para que no te coja de sorpresa cuando Cristina un día se te pare delante y te pregunte cuando es la boda.

–Abuelo, se te fue la mano en el vino, que cosas dices.

El abuelo no le respondió y Paul no rompió el silencio. ¿Qué le pasaba al abuelo? ¿Estaría celoso de Cristina?

–Abuelo, eres la persona que más yo quiero en este mundo, ni Cristina ni nadie te va a quitar tu lugar.

–Eso es lo menos que me preocupa, yo también siento algo especial por ella. Discúlpame si me inmiscuí más de lo debido en algo que te concierne solamente a ti, créeme no fue mi intensión molestarte.

–Ah, olvídalo, y por Cristy no te preocupes, el vínculo que existe entre nosotros es indestructible y para siempre.

El viejo Gallagher sintió como una corriente fría le subía por medio de la espalda y le llegaba hasta el cuello inmovilizándolo. Que pesar, definitivamente la vida le estaba pasando la cuenta trayéndole la vejez mucho más de prisa de lo que él esperaba. Dios mío, pensó, cuídalos a los dos del mundo que los rodea y no me lleves todavía, tengo que ayudarlos a sobrevivir su destino.

Siguieron en silencio hasta llegar al apartamento donde enseguida el abuelo se dirigió a la habitación de invitados con el pretexto de estar muy cansado.

–Hasta mañana, abuelo.

–Hasta mañana hijo, que Dios te bendiga.

Mientras tanto en casa de Cristina, y después de irse los invitados, Rosi acostó a sus padres en su habitación y se dispuso a recoger la cena. Cristina la ayudaba muy eficientemente, se le veía feliz. Cantaba bajito mientras recogía los platos y los traía para la cocina.

–Estas muy feliz esta noche, ¿Verdad mi niña?

–Si Rosi, mis amigos no me olvidaron, todos vinieron a darme la sorpresa y estar conmigo.

–Sí, la verdad es que no me lo esperaba.

–Sobre todo Paul, que trajo al abuelo y toda esta comida. Me encanta que haya llegado de sorpresa. También estoy muy contentan de que llegaran Ali y Will. Yo creo que Lucas y Winona también lo pasaron bien.

–Si mi amor, fue una velada muy agradable.

–Sí pero

–Pero ¿Qué?

–Nana te conozco mejor que nadie. Tienes un pero que no me has dicho.

–A veces creo que eres bruja Cristy.

–No te vayas del tema, cual es el pero que te tiene tan preocupada.

Ir a la siguiente página

Report Page