Cristina

Cristina


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Me meteré de lleno en mi trabajo y mis estudios. Terminaré en un año o menos todos las rotaciones que tengo que franquear, todas las prácticas, los exámenes, los requerimientos legales, las licencias y todo cuanto pueda abarcar, y así mi mente estará ocupada las 24 horas del día. Volvería a disfrazarse ocultando todo cuanto pudiera causarle problemas de envidia, y navegaría por el incierto mar de la ciencia médica, esquivando egos y previniendo rivalidades. Al final, cuando todo estuviera hecho, cuando ya nadie pudiera detenerla, entonces seria ella misma, la verdadera, la que le prometió un día a su padre llegar a la cima de su potencial.

–Cristina, quiero presentarte al Dr. Miller, Neurocirujano del hospital…

–Ya nos conocemos. Cristina, no puedo creer que esta bella mujer seas tú… Esta usted preciosa doctora Quiroga.–Dijo Miller sonriendo.

–A la media noche me viene a buscar la carrosa y me convierto en la otra.

Todos rieron con el chiste y siguieron conversando.

Con mucha naturalidad Cristina paseaba la mirada por el salón buscando a Paul. Al fin lo localizó, estaba parado frente a ella con una mujer de su brazo, el abuelo conversaba animadamente con Philip Mombaten.

─Cristina, te quedaras con nosotros en Boston o nos abandonaras por los engreídos de Berkeley.

–Todavía no lo sé Dr. Miller.

Con una sonrisa burlona y maléfica vio como Paul se le acercaba con su compañera de turno, quería correr e irse de ahí pero el Dr. Miller no dejaba de hacerle preguntas.

–Yo quisiera que te quedaras con nosotros, ya sabes el manejo del departamento y todos apreciamos lo mucho que puedes aportar al programa.

Paul interrumpió groseramente al Dr. Miller.

–Buenas noches a todos. Cristina esta en Bamby, Bamby esta es Cristina, la niña que te dije había estudiado conmigo.

–El genio.–Dijo la tal Bamby con un sarcasmo crudo, mirando a Cristina de arriba abajo con la envidia chorreándole por los ojos.

–Hola, mucho gusto. Paul este es el Dr. Miller, Profesor de Neurocirugía del Mass General, Dr. Miller este es Paul Gallagher y su amiga Bamby.

–Mucho gusto…

Piensa Cristina, piensa rápido y encuentra una excusa para largarte de aquí. No resisto su mirada insolente. Dios mío ayúdame. Por qué Paul me está haciendo esto…

El Dr. Miller se viró a saludar a alguien que llamó su atención y Cristina quedó sola delante de la pareja. Le parecía estar en un desierto, desamparada y sola a expensas de la maldad que salía de los ojos de aquella mujer.

–¿Y tú no tienes pareja?

–Sí, está allí en aquel grupo, con sus padres y el abuelo.

–Qué triste debe ser verse abandonada…

“Trágame tierra, Dios mío llévame contigo, papi ayúdame”…No respondas, no vale la pena, no le des la satisfacción de entablar una querella; todo saldrá bien, acuérdate que tu eres una dama…

–Sí, muy triste.

–A los hombres no les gustan las mujeres inteligentes, ¿sabías?

–Sí, ya me he dado cuenta.

–Fíjate lo que hizo Paul, te prometió traerte a la fiesta pero al final te dejó plantada y vino conmigo.

¿Hasta cuanto podría aguantar las estupideces de esta tonta? Pensó Cristina.

–Tienes razón.

–Nunca conseguirás un hombre, siempre estarás sola.

Paul no abrió su boca durante el intercambio de palabras, solo las observaba con curiosidad; no podía creer que Cristina mostrara tanta ecuanimidad, en otras circunstancia ya se hubiera comido a la venadita.

–Qué pena, verdad.

Sintió que alguien la tomaba del brazo y la alaba ligeramente.

–Con permiso, necesito a Cristina.

Diciendo esto, William la tomó del brazo y la condujo hasta donde estaba el abuelo Gallagher y la familia Mombaten.

–Cómo se te pudo ocurrir invitar a esta chiquilla para ser tu compañera, estás loco o qué te pasa. No me has mirado en toda la noche por culpa de ella. Por suerte te diste cuenta a tiempo y me fuiste a buscar. No te arrepentirás, te haré todo lo que quieras, será una noche inolvidable.

Ya me estoy arrepintiendo, pensó Paul, que no pudo resistir la furia que le invadió el alma al ver a Cristina en brazos del mequetrefe de William. Bamby tenía sus manos entrelazadas con las de él. Paul se puso en marcha, dirigiéndose hacia donde estaba Cristina, Bamby se sintió arrastrada por él, pero no le soltó el brazo; no se lo iba a dejar quitar otra vez. Al llegar, Paul se situó al lado del abuelo con Bamby incorporándose al grupo.

–¿Philip, sabias que Cristina es nieta mía?

–No.

–¿Nieta suya? ¿Cómo es eso?

Preguntó Bamby que había pasado toda la noche queriendo inmiscuirse en las conversaciones del abuelo. Pero este no le contestó; ni la miró, y siguió hablando con su amigo

–Yo conozco a Cristina desde que era una niña. Yo quería tener una nieta y ella quería tener un abuelo, así que decidimos emparentarnos, y nos salió muy bien, verdad Cristy.

–Así es, Papa es el mejor abuelo del mundo.

– Entonces es posible que terminemos emparentados, porque William me dijo que quería preguntarle algo a Cristina, no sé si lo habrá hecho ya…

–Papá como puedes ser tan indiscreto.

Exclamó William.

–Yo no he dicho nada malo hijo, solo que la perspectiva de tener a Cristina de nuera me hace feliz, eso es todo. Tú qué dices Cristina.

La tensión entre Cristina y Paul se podía cortar con tijeras.

–Así que te casas, que bien, te deseo que seas muy feliz.

Quien habló fue Paul que salió del grupo y del salón a una velocidad insultante, haciendo que todos lo siguieran con la mirada, viéndolo correr hacia la entrada. Bamby caminaba detrás de él gritándole y diciéndole que se detuviera, mientras Paul la ignoraba.

Cuando llegó a la calle llamó al muchacho del aparcamiento para que le trajera sus llaves. El Ferrari era el carro más accesible de la fila, siempre era así, Paul dejaba la propina al llegar, le ponía en la mano a quien aparcaría su carro un billete de alta denominación y le decía “mantenlo listo para salir enseguida”. Ya lo conocían y se mataban por aparcar su auto.

Cogió las llaves que le diera el chico y saltó al Ferrari pisando el acelerador hasta abajo haciendo que las anchas llantas sonaran y levantaran una pequeña montaña de humo que hizo imposible saber hacia dónde se dirigía. Le pareció ver a Bamby dando gritos en la acera, estúpida… Más estúpido había sido él, cómo era posible que de la noche a la mañana perdiera a Cristina, él, que se supo su dueño desde siempre. Esto no podía estar pasando, tenía que hablar con Cristina ya, ahora mismo. Cogió su teléfono y marcó el número de Will.

–¿Paul? De dónde me llamas, acabo de verte aquí ahora mismo.

–Necesito que me hagas un favor, ve hasta donde esta Cristina y discretamente dile que venga contigo para…lo que quieras… y cuando estén donde nadie los pueda oír le das tu teléfono, tengo que hablar con ella urgentemente.

–Explícate porque no te entiendo…

–No hay nada que explicar, solo haz lo que te pido y no preguntes.

–Ya me metí en problemas esta mañana por hacer lo que me pedias, y no pienso hacerlo otra vez, una vez al día es suficiente.

–Will, tienes que hacerme este favor.

Will se quedó en silencio por unos segundos que a Paul le parecieron horas. Trató de localizar a Cristina en el salón pero no la veía por ningún lugar.

–No la veo, no creo que este aquí.

–¿Y el mequetrefe del William, esta?

–¿Celoso?

–No seas ridículo. ¿Está o no esta?

–No, tampoco lo veo. Cristina estaba muy cansada, quizás la fue a dejar a su casa porque tampoco veo a Rosi.

–¿Y mi abuelo?

–El está en la mesa de los Mombaten…Espera…

–¿Qué pasa…?

–Es la mujer con la que tú andabas, acaba de llegar a la mesa donde está tu abuelo y esta gritando como una loca. ¿Tú te fuiste y la dejaste aquí sola?

Que lio…Y todo por mi culpa, pensó Paul

–Déjalo entonces.

Paul no esperó la respuesta de Will, siguió manejando como un loco hacia Cambridge, hacia el apartamento de Cristina. ¿Qué le digo cuando llegue? No lo sé, ya se me ocurrirá algo.

 

♣♣♣

 

Momentos antes Cristina había empezado a despedirse de los allí presentes

–Papa, ya me voy, estoy muy cansada. Me fui a despedir de los profesores y me he quedado con ellos por casi una hora. Quizás pueda verte mañana, si te vas a quedar…

–Que te parece si desayunamos juntos mañana por la mañana, como a las nueve, en aquel lugarcito cerca de tu casa que tanto te gusta, Café Henrieta creo que se llama.

–Buena idea, nos vemos mañana. Me voy antes de que me agarre alguien más y entonces sí que me voy a morir, no siento los pies…Primera vez en mi vida que me pongo estos tacones altos…Que desastre…

–Yo no me he ido porque Paul se fue sin mí. Acabo de escuchar las quejas de la tal Bamby, Paul la dejó sola. Que mujercita tan desagradable.

–Quieres que te llevemos, William nos va a llevar a mí y a Rosi a la casa, podemos dejarte en tu hotel.

–Si no les es molestia, te lo agradecería.

–Que molestia, ni molestia, es un placer poder pasar unos minutos más contigo. Déjame localizar a William.

Como si los hubiese oído, el muchacho apareció frente a ellos.

–William, vamos a pasar por el Hotel del abuelo primero, para dejarlo allí y luego nos llevas a nosotras.

–Estupendo, vamos.

 

♣♣♣

 

Eran las once de la noche cuando Paul, resguardado por la oscuridad de los arboles de la calle vio llegar a Cristina en compañía de Rosi y William. Este se bajó y prontamente vino a abrirles la puerta para que ambas desmontaran. El muchacho quería subir pero Cristina no se lo permitió, le dijo que estaba muy cansada y que mañana podrían hablar.

Después que ellas entraron en el lobby del edificio William montó en su carro y se perdió en la noche.

Ahora es mi momento, voy a subir… ¿Pero qué le digo? Que fui un idiota no llevándola a la fiesta, que estoy enojadísimo porque me mintió todo estos años, que no puedo dejar de mirarla y que no puedo sacármela del pensamiento… Eso es Paul, has el ridículo una vez más y todo se arreglará. No, no podía presentarse allí así como así, necesitaba un plan. ¿Un plan para qué? Para explicar su comportamiento, o para pedirle disculpas a Cristina… ¿Disculpas, por qué? Porque te has comportado como un patán, animal. Tenía que decirle que la quería para él solo… ¿En condición de qué? De esposa… Eso es, que tenemos que casarnos lo antes posible… ¿Casarme yo? Si, casarte so bruto, si no la vas a perder. No voy a perder a nadie, ella me idolatra, me adora, lo sé, lo he sabido siempre. ¿Por qué se comporta de esa manera ahora? ¡Porque la dejaste plantada animal…!

El sonido del teléfono lo trajo a la realidad

–Halo.

–¿Estás bien?

–Abuelo, si claro que estoy bien.

–Dejaste a la venadita sola y te fuiste. Tuve que aguantarle que me gritara y me dijera mil oprobios de ti. ¿Dónde estás?

–Estoy… No sé, manejando por alguna autopista.

–Por qué no vienes y charlamos un poco.

Paul temió que el abuelo no entendiera lo que le estaba sucediendo.

–No, estoy muy cansado, mañana hablamos.

–Qué tal si desayunamos juntos en ese lugarcito de Cambridge que se llama Henrieta o algo así, como a las nueve de la mañana.

Paul lo pensó un momento, tenía que ordenar sus ideas ante que pudiera explicárselas a su abuelo, además a quien mejor que a él para contarle lo que le sucedía.

–A las nueve estaré allí.

–Buenas noches entonces, y vete a dormir, no es bueno que andes deambulando solo por las calles.

–Si me voy al hotel me agarrará la tal Bamby, me voy a mi Pent–house.

–Está bien, nos vemos temprano.

Cuando el viejo Gallagher hubo terminado su conversación con Paul marcó el número de Ali.

–Hola Sr. Gallagher, ¿Está bien? ¿Pasa algo?

–Nada hija es que no tuve tiempo de compartir con ustedes y quería saber si podíamos desayunar mañana por la mañana, en ese lugar que tanto les gusta…

–Henrieta.

–Ese mismo, crees que pueden llegar allí como a las ocho y media, ya sé que es muy temprano, pero tengo que regresar a New York mañana mismo y si no los veo ahora me parece que pasará mucho tiempo antes de que volvamos a reunirnos.

–De acuerdo, allí estaremos.

“Bueno”, se dijo el abuelo, “vamos a ver como salen las cosas mañana por la mañana”.

Entendía exactamente lo que le estaba pasando a Paul, y también lo que le sucedía a Cristina. Los dos estaban desesperados por estar juntos pero se comportaban como Mr. Darsi y Elizabeth Benet. Mucho orgullo entre los dos. Por la mañana intentaría suavizar la situación entre los dos. Tenía que ayudarlos a que se dieran cuenta que no podrían vivir el uno sin el otro.

Al llegar al piso donde estaba su habitación se encontró con Agnes parada delante de la puerta esperándolo.

–¿Dónde está Paul?

–No lo sé.

–Por favor no te sigas riendo de mí, ya bastante lo has hecho esta noche. Te acaba de dejar frente al hotel y seguro vendrá enseguida…

–No, estas equivocada. Se fue de la fiesta sin mí. Me ha traído al hotel William Mombaten, el compañero de Cristina. Yo no tengo ni idea donde esta Paul.

–Dejó plantada a Bamby y se fue sin ella. La muy idiota ha llegado diciendo oprobios de él, y la madre y el padre están esperándolo para arreglar cuentas. Se ha comportado groseramente con mis invitados y eso no se lo voy a dejar pasar. Esta noche él sí que me va a oír.

–Suerte. Me voy a dormir.

El abuelo se alejó con una sonrisa burlona en sus labios. Esta nuera suya era la mujer menos sofisticada que conocía, y al parecer nunca aprendería.

¿Dónde se habría metido su nieto? Se le veía a que estaba desesperado. Estaba pagando bien cara la equivocación que cometió al no traer a Cristina a la fiesta.

 

El siempre supo que Cristina estaba locamente enamorada de Paul, pero nunca pensó que Paul estuviera total e irremediablemente enamorado de Cristina. Su comportamiento lo delataba, no podía ocultarlo; los celos lo estaban destrozando.

“Pobre nieto mío,” pensó el viejo, “creo que es la primera vez en su vida que ama de verdad, y no puede controlar sus emociones.”

El abuelo Gallagher estaba en lo cierto, Paul estaba perdido, confundido, y enredado en sentimientos que no entendía.

Tengo que hacer algo para ayudarlos a los dos, de lo contrario no se que pasara. Conociéndolos como los conozco no creo que ninguno de su brazo a torcer.

Tengo que ver cómo me las arreglo para estos dos seres tan especiales y que tanto quiero, estén juntos.

19

El alba se presentó vestida de primavera. El cielo reflejaba el color azul del Atlántico Norte sin que la más mínima nube empañara el firmamento. Una suave briza llegaba desde la bahía haciendo que la nueva vegetación de Mayo se balanceara en una danza eterna, lenta y sensual. El Sol, después de haber dormido todo el invierno, se regocijaba iluminando el amanecer y pintando de colores los jardines nuevos de la ciudad. La calma después de la tormenta del día anterior quería hacerles olvidar a los bostonianos, el reciente y crudo invierno que habían pasado.

El abuelo ansiaba llenarse de ese brío único que traía la nueva estación, iba a necesitar ayuda para resolver el problema de sus nietos; Cristina y Paul.

El pequeño restaurante Henrieta era uno de los más viejos y famosos de Cambridge, era un negocio de familia, con recetas exclusivas, que mantenía el sabor casero de los platos que se servían. No tenía ningún tipo de lujo, ni era caro, pero para comer allí había que ser asiduo y conocido de los dueños.

El abuelo Gallagher pensaba y pensaba y le daba vueltas al problema que se había decidido a arreglar entre Paul y Cristina, no sabía exactamente como lo haría, pero sabía que la idea de juntarlos era buena, y que quizás con Ali y Will presentes, podrían abordar la cuestión de una manera simple e informal, y así tratar de sacar a la luz la verdadera causa del disgusto; el destino se encargaría del resto. A Will y Ali los necesitaba como apoyo, para darle validez y cordura a su plan. Ellos fueron los primeros en llegar.

–Señor Gallagher, usted nos ha citado aquí para algo en especial. ¿Verdad?

Le preguntó Ali después de haberle dado un sonado beso en la mejilla y haberse sentado con una taza de café.

–Absolutamente.

–¿Algo que tiene que ver con Paul quizás?

–Así es.

–Yo siempre lo he dicho, las mujeres son brujas, lo saben todo… –Dijo Will.

–No somos brujas, somos más observadoras, prestamos atención a cosas que ustedes ni cuenta se dan que están sucediendo.

–¿Y qué observaste tú anoche Ali?

El abuelo pensó. “Esto va a ser más fácil de lo que yo creía”

–Me pareció que Paul estaba muy inquieto, como nervioso y enojado. Pensé que sería la muchacha que le impuso su madre como acompañante, pero creo que era algo más, y… bueno, esto es solo una especulación mía, pero creo que su enojo tenía algo que ver con Cristina.

–Para eso no hay que ser brujo.–Le respondió Will.

–Está claro que la decisión de no llevar a Cristy a la fiesta le salió mal, asombrosamente mal… Se estaba halando los pelos. Cuando le hice una broma al respecto por poco me come… Y mientras más se enojaba él más me reía yo. Esta bueno que le pase.

–Tienes toda la razón, está muy bien que le pase por haberle hecho eso a la niña.

–Y encima de todo eso, William, la pareja de Cristy, es un hombre precioso y se veían muy lindos juntos. Hubo un momento en que pensé que Paul le iba a caer a golpes al pobre chico.

Dijo Ali.

–¿Por qué creen ustedes que Paul reaccionó de esa manera?

–Porque el siempre tiene que tener la mujer más linda del lugar. –Contestó Will, pero fue Ali quien respondió de la manera que el abuelo esperaba.

–Yo creo que estaba celoso.

Ahí estaba la verdad, pensó el viejo Gallagher. Todos estos años Cristina había vivido enamorada de Paul, y éste se aprovechó de ese sentimiento tan puro de la pequeña para convertirla es su esclava, sin embargo la situación había cambiado en solo unas horas, y Paul no podía resistir el perderla de aquella manera tan simple.

–A Paul le molesta que Cristina se haya convertido en mujer porque ya no puede manipularla como antes.–Dijo Will, y Ali le respondió.

–Lo que le molesta a Paul es haberse dado cuenta que lo que él siente por Cristy no tiene nada que ver con cariño de hermano o amigo; Paul quiere a Cristy como mujer, y eso a él no le había ocurrido jamás. Es más, yo diría que tiene miedo de sentir lo que está sintiendo por Cristy.

–¿Tú me estás diciendo que Paul está enamorado de Cristina?–Preguntó Will.

–Eso es exactamente lo que creo. Es más, yo creo que él siempre la ha querido de una manera diferente, y que ese amor ha ido evolucionando hasta el punto que ayer, cuando se dio cuenta de lo que le estaba pasando, no lo pudo soportar. Yo no creo que él sepa lidiar con una situación en la cual él no tiene el control.

–¿Y Cristina?

–Cristy se portó como una reina. Tenía usted que haberla visto cuando Paul le dijo que no podría llevarla. En aquel momento la vi envejecer veinte años. ¿Verdad Will?

–Sí, fue una situación terrible. Yo por poco le voy arriba a Paul, con la facilidad que le dijo, “lo siento, no puedo llevarte” y luego nos pidió que la sentáramos a ella y a Rosi con nosotros.

–¿Y ella que dijo?

–Casi nada, dijo que estaba muy ocupada, que la hubiese podido llamar por teléfono para esa “tontería”, y luego se fue, no sin antes recordarnos que ella era mucho más inteligente que todos nosotros.

–Así que ella se ofendió también.

–Más que ofensa creo que fue dolor. Ni tú ni Paul se dieron cuenta, pero cuando la vi salir tan de prisa, supe que lo hacía porque si se quedaba allí un minuto más iba a empezar a llorar delante de todos nosotros.

–¿Y Paul no se dio cuenta de esto?

–Paul se da cuenta solamente de lo que él quiere.

–Sin embargo, yo puedo asegurarles que él se sentía verdaderamente apenado por la situación que creó, hasta concibió la posibilidad de retractar su decisión. No tengo evidencias para probarlo pero creo que así fue como sucedió.

El abuelo no podía creer que Paul hubiera hecho lo que hizo, por eso se sintió en la obligación de defenderlo.

El mesero llegó con los desayunos en el mismo momento que Paul aparecía por la entrada.

–Buenos días.

Dijo Paul en un tono muy bajo sentándose al lado del abuelo y mirando a Ali y a Will con extrañeza.

–No me dijiste que tendríamos compañía.

–¿Te molesta que estemos aquí? –Le respondió Ali

–¿Cómo crees? Era solo un comentario.

–Anoche te fuiste de prisa y no pudimos despedirnos, me pareció bien reunirme con todos ustedes una última vez antes de que cada uno coja su rumbo.

El camarero se acercó a Paul y le preguntó

–Puedo traerle café, té, jugo…

–Un café.

Se hizo in silencio algo incomodo.

–¿Estaban hablando de mí?

–¿Por qué piensas eso?

–Porque es obvio; en el momento que llegué se callaron.

Fue Ali quien contestó. Ali era la única persona, aparte de Cristina, que le decía las cosas a Paul sin rodeos, la única que no le importaba si Paul se enojaba con ella. Lo quería como un hermano y a los hermanos se les dice la verdad.

–Pues tienes razón, estábamos comentando la peculiaridad de lo que sucedió ayer, incluyendo la fiesta y sus invitados.

Si Ali pensó que Paul iba a morder el anzuelo se equivocó, este se limitó a mirarla y esperó a que continuara, pero fue el abuelo quien lo hizo.

–Estábamos hablando de la dinámica entre tú y Cristina.

–Peculiaridad, dinámica, rodeos… Por qué no son claros y me dicen que cometí un grave error no llevando a Cristina a la fiesta y que me salió mal la jugada. Porque eso es exactamente lo que todos están pensando. Pero se equivocan. Lo que me molestó de Cristina fue la farsa en la que nos ha mantenido durante todos estos años haciéndose pasar por fea. ¿Por qué el engaño? Según ella nosotros somos su única familia, entonces ¿Por qué esconderse? Y el cuento ese de que las mujeres bonitas no pueden triunfar en un mundo de hombres, esta gastado. Tu eres muy linda Ali, y nunca has tenido que esconderte de nadie. Yo todavía no lo entiendo ni lo entenderé jamás y así mismo pienso preguntárselo en cuanto la vea.

–Pues aquí la tienes…

Le dijo Will que miraba hacia la entrada del pequeño café sin poder desviar sus ojos de aquella bella mujer… Vio como Cristina franqueaba la puerta y todos los presentes se quedaban mirándola con admiración. Vestía un modelo de hilo blanco con finos tirantes de piel que hacían juego con una cinta, también de piel, que dividía el vestido por debajo del busto acentuando la diminuta cintura y realzando la curva de su seno después de rodear sus caderas provocativamente, el conjunto terminaba unas pulgadas por encima de las rodillas, desde allí hacia abajo se continuaban las piernas bien moldeadas y morenas, que finalizaban en unas sandalias de tacón alto, de la misma piel que los tirantes y la cinta; era una visión salida de una catálogo de Ralph Laurent. El pelo lo llevaba suelto y le caía sobre los hombros desnudos como una cascada azabache y brillante destacando su esbelto cuello. Todas las personas que estaban en el local detuvieron lo que estaban haciendo para admirarla; solo sus pasos con un taconeo rítmico y coqueto rompían el silencio de las miradas.

Con la sonrisa alegre y despreocupada se siempre se acercó a la mesa donde estaban sentados sus amigos con el abuelo. Primero le dio un beso a este, luego a Ali que estaba a su izquierda, a Will y por último a Paul, al lado del cual se sentó.

Se había propuesto actuar lo más normalmente posible, quitándole importancia al hecho de que Paul la dejó plantada y rompió su palabra. A la vez estaba dispuesta a hacer que el muchacho se arrepintiera de lo que le había hecho y que le pidiera perdón. No lo iba a perdonar tan fácilmente como otras veces; la había herido y humillado, ahora se tendría que atenerse a las consecuencias.

En situaciones como esta, Rosi siempre le recordaba que la arrogancia era enemiga de la bondad, sin embargo esta vez estuvo de acuerdo con Cristina, esto no podía pasársele por alto a Paul.

–Traigo un hambre que muerdo.

Les dijo como si hubiese estado con ellos desde el principio. Desde adentro de la cocina se oyó una voz que le preguntaba.

–¿Cristy, lo de siempre?

A lo que ella contesto mirando hacia donde salía la voz

–Doble… Vengo hambrienta…

Cuando viró su cara se encontró con cuatro pares de ojos clavados en su persona. Se dirigió al abuelo.

–¿Qué, no me digas que todavía me encuentras rara papa?

–Te encuentro preciosa mi amor.

–Gracias, pero ya pronto te acostumbraras. No voy a seguir disfrazándome de payaso.

Paul, que la tenía a su lado tuvo que virar su cabeza para mirarla a los ojos.

–¿Me puedes decir por qué has tenido que esconderte de nosotros por todos estos años? ¿Por qué te has disfrazado de payaso durante todo este tiempo?

–Yo no me disfrace por ustedes, sino por resto del mundo.

–¿Y por qué no te vestías normalmente cuando estabas con nosotros?

–Porque siempre que estaba con ustedes estaba en algún lugar de la universidad. Te recuerdo lo que un día te dije hace ya varios años, ustedes nunca hicieron vida social conmigo, siempre nos veíamos en alguna biblioteca de la escuela, en algún aula, en la cafetería, pero nunca fuera de allí.

–¿Y cuando íbamos a tu casa a estudiar?

–Es que nunca pensé que a ustedes les importara mi aspecto físico. Claro que ayer por la mañana me di cuenta que no era así.

–¿Por qué lo dices Cristy?

Preguntó el abuelo queriendo sacarle la verdad que su nieto necesitaba oír.

–Porque ayer por la mañana todos se ofrecieron a comprarme vestidos, y llevarme a salones de belleza… Estaban preocupados de que me presentara en la fiesta con mi atuendo habitual, no querían sentir la vergüenza de mi presencia junto a ellos, pareciendo una payasa.

–Eso no es verdad, queríamos ayudarte.

Dijo Paul, que había separado su silla de la mesa y se encontraba completamente virado hacia ella mirándola de frente.

–Y les dije que no se preocuparan, que yo sabía vestirme y pintarme y hacerme todas esas cosas. Si ustedes no me creyeron eso no fue culpa mía.

–¿Y de donde sacaste al mequetrefe ese con quien andabas?

–Cuidado Paul, no seas grosero, William no es ningún mequetrefe ni mucho menos, es un chico excelente y te portaste muy mal con él.

–¿Y por qué nunca vimos al tal William contigo en ningún lugar?

–Porque el tiempo que yo les dedicaba a ustedes era sagrado, y nunca consentí que nadie nos interrumpiera; para vuestro beneficio.

Hizo una pausa abarcándolos a todos con su mirada y finalmente poniendo sus ojos en Paul.

–¿Cómo puedes recriminarme tal tontería? Yo tengo miles de amigos que ni tú, ni Ali ni Will conocen, al igual que ustedes tienen amigos que yo no conozco, y eso no significa que entre nosotros haya menos o más amistad o cariño.

–Por lo que a mí concierne –Dijo Will–Te pido mil disculpas por haber dudado de tus capacidades… Debí haberme dado cuenta que tú lo haces todo bien, incluyendo lo que nunca antes has hecho. Yo solo quería ayudarte, lo mismo que Ali y Paul, sencillamente menospreciamos tu talento de “facionista…”

–¿Eso fue lo que te pasó a ti también Paul? ¿Por eso no quisiste ir con Cristy a la fiesta, porque pensabas que se iba a presentar vestida de payaso?

Preguntó el abuelo mirando muy seriamente a Paul, quería que este saliera de una vez de atrás de la pobre excusa que le había dado Will.

–No abuelo, ya te dije que Agnes se presentó aquí con esa gente y me metieron por la cabeza a la tal Bamby. Lo que hice lo hice por evitar problemas y resulta que todo salió al revés.

–¿Y por qué salió al revés? La muchacha que estaba contigo parecía muy contenta y tú también. ¿Cuál fue el problema?

–¿Eso es Paul, cual fue el problema, por qué dices que todo salió al revés?

El viejo Gallagher quería guerra y Paul se dio cuenta. Qué pretendía su abuelo, qué dijera a gritos que estaba celoso del infeliz del William, que se sentía despreciado por Cristina, que no podía concebir como fue que ella no murió cuando él le dijo que no la llevaría a la fiesta. ¿Eso era lo que él quería? Pues aquí estaba…

–De acuerdo abuelo, tu ganas. Pude haber dicho que no a la mujer que Agnes me trajo, pero lo tomé como excusa para no llevar a Cristina. Sí, es verdad que no quería ir con ella, pensé que no podría resistir la vergüenza de que todos la miraran vestida de payaso. Luego pensé que Cristina se iba a pelear conmigo y decirme mil cosas cuando supo que no cumpliría con lo acordado, pero al contrario, lo tomó como la cosa más natural del mundo y eso me molesto grandemente. Y para rematar la noche, acá la susodicha–dijo mirando a Cristina como queriendo comérsela–se presenta con el figurín–mal–hecho del tal William, y qué me creo yo, que ya ella lo tenía todo planeado para dejarme plantado a mí.

–¿O sea que tú me puedes dejar plantada a mí, pero yo no puedo hacerlo contigo?

–Permíteme que acabe de hablar, por favor.

Nadie habló, querían saber lo que Paul tenía que decir.

–Como les estaba diciendo, cuando decido tratar de darle una disculpa y voy a hablar con ella, esta se niega a venir conmigo, y el otro infeliz me sale de gallito. ¿Qué querían ustedes que hiciera? Irme de allí para no tener que matarlo, y todo por tu culpa, por dejarme creer siempre que eras…

–¿Fea?

–Que eras mi amiga incondicional, la que no me juzga, la que me perdona y entiende. Ahora me doy cuenta que estaba equivocado.

–Lo siento, no sabía que te iba a ofender tanto que fuera a la fiesta con William. Al contrario, pensé que te estaba haciendo un favor dejándote libre de tu compromiso.

Paul no respondió, solo se viró hacia su abuelo y le dijo.

–Ya tienes la explicación de lo que sucedió. Pero estoy de acuerdo con ella, no es tan grande el asunto. En fin de cuentas… Aquí no ha pasado nada.

Se quedaron todos en silencio mirándolo como a un reo que acaba de confesar su crimen. El silencio lo rompió Cristina con una sonrisa diciéndoles.

–Discúlpenme, pero me parece que esto es una tontería, y que no vale la pena discutirla más. Tengo un hambre que muerdo y quisiera disfrutar mi desayuno. ¿De acuerdo?

Al ver que nadie hacia ningún comentario se viro hacia Paul diciéndole.

–Paul, ya dejé de ser niña, soy adulta, soy independiente, y me se manejar muy bien sola. No creo que esto tenga tanta importancia. Por supuesto no me gusto nada que fueras grosero con William, pero por lo demás, aquí no ha pasado nada.

–¿Entonces, te casaras con él?

–No lo sé. Me lo ha pedido muchas veces pero todavía no le he dado una respuesta.

–Lo harás, y será mucho más rápido de lo que te imaginas, te pondrá el mundo a tus pies y serás muy feliz.

Ahora habló Will tratando de forzar una situación que se les había ido de las manos, necesitaba hacer algo para que Paul reaccionara. El abuelo no podía descifrar si las palabras de Cristinas eran ciertas o solamente las usaba para vengarse de Paul. Le dolió el pensar que la vida los separaría por tan insignificante tontería, pero Cristina parecía estar diciendo la verdad.

 

Agnes esperaba a su marido en el restaurant del Hotel para desayunar, los Smith estaban sentados con ella, todos callaban. Donde se habría metido Paul, y el perverso de su suegro. Agnes no podía concebir como la situación con Paul se había deteriorado hasta el punto en que estaba. Se sentía humillada delante de los Smith, a los cuales les prometió la cabeza de su hijo en bandeja de plata.

El restaurante donde se servía el Bufete era amplio y acogedor, con paredes en colores pastel que combinaban con la gran alfombra que lo cubría. Como en el resto de la edificación, los ventanales estaban presentes en todas las paredes dejando entrar el torrente de luz de la mañana. Muchos padres de graduados se habían hospedado en el hotel también y todos parecían haberse citado para el desayuno esta mañana. Agnes no quería mirar a nadie, no quería que le hablaran; cuando cogiera a Paul lo iba a abofetear, esta vez sí que no podría salvarlo el animal del abuelo. No se reiría de ella.

–¿Señora Gallagher, ha visto a Paul esta mañana?

Es que era tan bruta la tal Bamby que no se daba cuenta de la situación. ¿Para qué carajos preguntaba?

–Paul tiene su condominio en Cambridge, él no se quedo aquí, se fue a dormir a su casa.

Lo dijo con una voz dura y déspota como quien le dice a una rata que se desaparezca.

–Pero vendrá a darme una disculpa ¿Verdad? El desaire que me ha hecho es de muy mal gusto, espero que usted lo reconozca y lo haga rectificar su error.

Agnes la miró como a un parásito que quisiera aplastar con el pie y partir en mil pedazos. Tenía que deshacerse de esta gentuza lo antes posible, ya tendría tiempo de buscarle esposa a Paul luego, pero de momento lo primero era quitárselos de arriba. Miró hacia la entrada del restaurant a ver si veía a Anthony, pero este no aparecía por ningún lugar. Debería estar durmiendo la borrachera de anoche. ¿Dónde estaría el imbécil de su suegro? Ojalá se hubiera ido ya, no estaba para familia.

Con un ademán brusco y haciendo ruido a propósito con la silla, se levantó y miró a Bamby diciéndole

–Mi hijo no va a pedirte ninguna disculpa, si eres una mojigata que no sabes atrapar a un hombre ese no es mi problema. No quiero verlos más, a ninguno de los tres, me han hecho quedar en ridículo delante de mi familia y eso no se los voy a tolerar. Ah, y olvídense de una membrecía en el club, allí no serán bien recibidos. Mientras yo pertenezca a él, ustedes no podrán poner sus cochinas patas allí.

Con la misma les dio la espalda y se fue. Quería gritar y pelearse con alguien, tenía tanta rabia por dentro que hubiera podido matar con sus propias manos al ingrato de su hijo.

20

Gavina salió del hotel después de darse una ducha y vestirse. Llamó un taxi y ya adentro le entregó al chofer un papel con el nombre y la dirección del hotel Four Seasons. El turno de por la mañana no la reconocería, y esta vez se comportaría de una manera más sensata. Iba a aparentar el papel de la madre abandonada por la hijastra mezquina, que no quería ayudarla porque esta vino a ocupar el lugar de su madre; si, eso era, así lo haría. Aquí había Gavina para rato, se lo restregaría a Pepe en las narices.

Les tomó menos de 10 minutos llegar. Era la mañana del domingo y los bostonianos estaban en la iglesia; la mayoría de ellos descendientes de irlandeses, eran más católicos que el mismísimo Papa.

Cuando se bajó del taxi, el portero del hotel le abrió la puerta y no la reconoció, se dio cuenta que era otro, el de la noche anterior ya se había ido. Entró sutilmente tratando de pasar desapercibida y se dirigió a uno de los conjuntos de sofás y butacas que formaban los distintos ambientes del lobby del hotel, tenía que situarse en un lugar estratégico donde pudiera ver la conserjería sin que la vieran a ella. Se dirigió al sitio adecuado y allí se sentó como quien espera a alguien. Mirando de reojo la conserjería se dio cuenta que no conocía a nadie de los que estaban allí, este era el turno de la mañana y nadie la reconocería a ella tampoco. Se levantó cautelosamente y se acercó a la recepción.

–¿May I help you, Madame?

–¿Habla español?

–Si claro, en que puedo servirla señora.

–Estoy buscando a mi hija, ella estuvo en la fiesta de graduación de anoche. Yo no pude asistir, mi vuelo lo cancelaron y ahora es que vengo llegando. Podría decirme dónde puedo encontrarla, su nombre es Cristina Quiroga.

–Discúlpeme señora, pero no podemos dar información referente a nuestros huéspedes.

Otra vez la misma cantaleta de ayer, ¿qué hacer?

 

♣♣♣

 

Agnes tenía que sacar su rabia de alguna manera, de lo contraria iba a explotar. Caminaba rápido como queriendo encontrar a su adversario y al pasar por el mostrador de recepción hoyó el nombre de su rival y se detuvo.

–Disculpe, oí que estaba preguntando por Cristina Quiroga.

El padre de Agnes se ganaba la vida en la frontera con México, entrando de contrabando cuanto artículo hubiera que fuera ilegal, incluyendo personas, drogas, armas, medicinas, electrónicos, etc. Allí conoció a su madre, que también estaba en el negocio del tráfico de ilegales, con la que se enredó financiera y personalmente convirtiéndola en su pareja poco después de su primer negocio sucio juntos. Cuando Agnes nació el negocio les iba bien, no había los problemas que existían hoy en día, y los Moreau podían tener sirvientas que se traían de la frontera a muy bajo precio. Agnes terminó con una niñera mexicana y con dos idiomas; aunque ella se guardó siempre el secreto. Cuando el padre de Agnes fue detenido y puesto en prisión, la madre se mudó para otro pueblo y empezó una nueva vida con el dinero que había acumulado. Así fue como la madre tuvo lo suficiente para mandar a Agnes a la universidad, aunque no así a los otros hermanos menores. Cuando Agnes se casó con Anthony se cortaron todos los laxos familiares. Agnes vivía avergonzada de su origen.

Cuando oyó el nombre de Cristina se sobresaltó, la visión de verla en el mismo lugar que ella, le dio mareo, pero no pudo dejar de mirar y ahí fue cuando vio a Gavina. Paul le había contado que la madrastra era una mujer relativamente joven, comparada con su esposo, y que siempre trató muy mal a su hijastra, tanto así que ya estaba completamente fuera de su vida. Agnes titubeo ante la posibilidad de que aquella mujer no tuviera nada que ver con Cristina, pero… “Los enemigos de mi enemigo, son mis amigos”, pensó, y en verdad no tenía mucho que perder pero sí que ganar.

–Si, usted la conoce.

–No mucho, pero ella estaba en algunas clases con mi hijo.

–Entonces usted estuvo en la fiesta de anoche. ¿Vio a Cristina?

–Sinceramente no me fije. Pero quien es usted.

–Yo soy su madrastra.

–Ah… Yo pensé que usted había muerto.

–No, quien murió fue su madre biológica, yo soy la segunda esposa de su padre.

–Si, sí, yo lo sé, pero ella dijo que usted también había muerto.

–Infeliz mocosa. Pues como ve estoy vivita y coleando.

–¿Por qué diría ella algo así?

–Porque me odia, porque piensa que le robé el puesto a su madre, y por mucho que he tratado de ser buena con ella, nunca me ha correspondido. No sé que voy a hacer con ella, me ha abandonado completamente, no quiere ni verme. Después que le di todo cuanto pude, con la miseria que dejó su padre para las dos, y ahora que está bien y con dinero, no se ocupa de mí. Que ingrata puede ser la vida…

Las dos se miraron por algunos segundos sin decir nada, estudiándose y sopesando la verdad de las palabras que se habían intercambiado. Ambas se dieron cuenta de que la otra mentía, y esto les dio ánimos para seguir indagando en la posibilidad de una alianza.

–¿Usted sabe dónde puedo encontrar a Cristina?

–Creo que sí, ella vive en un apartamento en Cambridge, con su criada.

–La criada es una alcahueta de la chiquita, le consiente todo y la deja hacer lo que quiera, por eso es que esta tan mal criada. Donde queda eso de ¿“cambriche”?

–Está cerca, es el pueblecito donde está la universidad, de hecho yo voy para allá ahora mismo, si quiere la puedo llevar.

–No sabe cuánto se lo agradecería señora, usted sí que es una dama.

–No es nada, no se preocupe. Voy a buscar al chofer y ya vengo, espéreme aquí.

Aja…Se jodió la Cristina, la iba a coger con las manos en la masa. Y Pepe tendrá que comerse sus palabras, pensó Gavina. ¿Quién será esta vieja fea? Me parece que la odia tanto como yo. ¿Por qué será? ¿Y a mí eso que me importa? Pues si te importa porque quizás haya dinero por el medio. Esta vieja parece que tiene plata, con chofer y todo. Yo creo que ahora sí que la pegué.

Cuando Agnes regresó a buscarla, ya el chofer las estaba esperando, y ambas montaron ayudadas por este. La limosina era amplia, toda tapizada en piel negra, fina y suave, con armaduras de acero pulido. Gavina nunca había estado en un carro como aquel, ni cuando se casó con Juan Francisco; esta era la clase de vida que ella quería y se merecía, pensó Gavina, y aunque tuviera que matar, la conseguiría, sobre todo si esta vieja la ayudaba.

–¿Y cómo me dijo que conoce usted a mi hijastra?

Agnes hubiese querido no tener que hablar con aquella mujer que provenía de una clase muy inferior a la suya, pero con tal de molestar a Cristina haría lo que hiciera falta

–Ella fue compañera de mi hijo aquí en Harvard, la he visto de vez en cuando, pero no la conozco personalmente.

Gavina se dio cuenta que mentía y que odiaba a Cristina, quizás la vieja no aprobara la amistad de su hijo ricachón con la pobretona de su hijastra.

–¿Y cómo es que usted no vino a la graduación de su hijastra?

–La muy ingrata no me avisó, me tuve que enterar por terceros. Ella nunca me quiso, como todas las hijastras, pensó que le robaba el puesto a su madre. Mi difunto esposo, que en paz descanse, la consintió mucho, y cuando él murió ella se convirtió en un gran problema para mí. Nunca escuchó mis consejos, siempre trató de evitarme, hasta el punto que se fue con la criaducha sin avisarme, y no la he visto ni una sola vez en los últimos seis años. El único motivo por el que la busco ahora es porque le prometí a su padre velar por ella y ayudarla. Mi difunto esposo fue un gran diplomático de mi país, su fortuna la consumió toda la chiquilla en menos de seis meses, y lo que le quedó se lo robó con la ayuda de la criada. ¿De qué manera si no podría ella haber estudiado en una universidad tan cara como esta, y cómo podría haberse mantenido todo este tiempo?

Agnes también sabía que Gavina mentía, pero quizás esta era una buena historia para contarle a Paul. No pensaba subir a esta inmunda al condominio de su hijo, la dejaría abajo en el coche esperando, le pediría la dirección de Cristina a Paul y hasta dejaría que su chofer la llevara hasta allí.

Sin darse cuenta ambas se sumieron en un silencio largo, cada una formando su plan y preparando su papel para la obra de teatro en que se verían envueltas en unos minutos.

Las calles de Cambridge estaban vacías, la universidad dormía la mañana bajo el primer sol de primavera y todo parecía en calma. Las primeras flores y las nuevas hojas de los arboles con su verde esperanza pintaban el camino y hacían que el diminuto e importante pueblo pareciera una pintura de Monet. El coche disminuyó la velocidad y se aparcó paralelo a la acera de un edificio moderno y alto donde vivía Paul y sus amigos; pero eso no tenía por qué decírselo a esta mujer, solo le daría la información necesaria y se la quitaría de encima lo antes posible. Le molestaba su aspecto y le olía a colonia de puta barata.

–Hemos llegado, espéreme aquí en el coche que enseguida le traigo la dirección.

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