Cristina

Cristina


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Empezó a llorar, primero despacio y en silencio, pero luego empezaron los sollozos y cuando llegaron a la comisaria ya eran gritos histéricos y amenazantes. La metieron en una celda como muchas otras mujeres “de la calle” y allí en un rincón se puso a llorar y a rezarle a un Dios cuya existencia nunca aceptó. Tenía que hacer algo o moriría allí mismo. Ya se enteraron de todo, ya la Cristina se debe haber comunicado con ellos y esta es la manera en que me están castigando, pero todavía no estoy muerta, pensó Agnes, tengo que jugar una última carta, un último recurso…

 

♣♣♣

 

La temperatura en el Yankees Stadium era de unos agradables 63˚ F, el cielo estaba lleno de estrellas y una luna joven se divisaba sobre el right field mostrando con su presencia el apoyo a los campeones mundiales que estaban a 27 outs de serlo una vez más.

Los palcos altos y bajos, las gradas y hasta los edificios colindantes desde donde se podía ver el campo estaban repletos. Una atmosfera de alegría mezclada con esperanza se respiraba en la sagrada catedral del Baseball. Una vez más Andy Pettite sería el dueño y señor del montículo de los Yankees. Cristina no sabía que le estaba pasando, nunca se había sentido así, era casi imposible describirse ella misma lo que su alma sentía en este momento. Le estaba negando a su hijo el derecho a conocer a su abuelo y a su bisabuelo. El resentimiento que sentía hacia Paul la hacían actuar de una manera mezquina; sus padres nunca hubiesen aprobado su actitud. La misma Rosi, no comentó nada más pero, se veía que estaba muy afectada por su decisión. A Pauly se le olvidaron sus abuelos desde el momento que empezó a pensar en el juego. Por esta noche Cristina no tendría que preocuparse de lo que le iba a decir.

¿Y qué era lo que ella tenía que comprobar? Ya, que el cuento que contaron los Gallagher era cierto. ¿Y cómo lo haría? No podía contar con Will después de todo lo que le dijo. En verdad no podía contar con nadie, tendría que hacerlo ella sola. Ah…De victima otra vez…Por favor Cristina, despierta. ¿Qué estás haciendo?

Se paró de donde estaba sentada y le dijo a Ali que cambiara asiento con ella, tenía que hablar con Will.

–Necesito tu ayuda.

–Tú dirás.

Ni una broma, ni una queja, nada; este no era su hermano…

–Necesito que me ayudes a comprobar todo el cuento que nos echaron los Gallagher.

–No te entiendo.

–Will, quiero saber que lo que contaron de las cartas, y la otra mujer y el abogado, todo ese lio es cierto.

–¿Qué te hace pensar que no lo es?

–Will… ¿Me quieres ayudar, si o no?

–Claro que quiero ayudarte, pero lo que me pides es absurdo. Yo les creo lo que dicen. Tienes que ser ciega si no te das cuenta del dolor que hay en sus miradas.

–¿Más del que me causaron a mí?

–Ellos no te causaron nada, ellos fueron victima de la madre de Paul, lo mismo que fuiste tú.

–¿Y por qué Paul no está aquí rogándome que le deje conocer a su hijo? Porque si fuera yo, ya habría brincado por una ventana y lo hubiera hecho, por encima de cualquiera que se pusiera delante.

–Eso mismo le dije yo.

–¿Tu hablaste con él? ¿Dónde? No me digas que vino a mi casa porque entonces sí que…

–Espera, espera. No vino a ningún lado, yo fui a verlo. Su actitud es igual que la tuya, no creyó nada de lo que le dijo el abuelo, igual que tu. Yo traje a esos señores a tu casa porque pensé que era también mi casa, y que yo podía hacer en ella lo que quisiera, al menos eso era lo que creía hasta ayer, pero estaba equivocado.

–Will. ¿Cómo puedes decir semejante cosa?

–Cristina, ya yo hice lo que tenía que hacer. Tú no fuiste la única que sufrió y perdió estos últimos diez años.

–Yo fui la única que secuestraron, la única que drogaron, la única que amordazaron y golpearon, la única que tuvo que esconderse para que no la mataran. La única que tuvo que dormir en la calle y en un albergue para indigentes porque no tenía a donde ir. La única que cargo a su hijo en su vientre mientras trabajaba como una loca 20 horas diarias. ¿Qué sabes tú de mi sufrimiento?

Las cosas estaban alcanzando un grado de animosidad intolerable, eso ella no podía permitirlo.

–Mira lo que ha causado la reaparición de los Gallagher en nuestras vidas. No hace cuarenta y ocho horas que llegaron y ya tú yo nos estamos peleando como nunca antes lo hemos hecho. ¿Tú crees que yo quiero pasar por eso otra vez? ¿Tú crees que yo voy a creer todo lo que esta gente me diga sin antes comprobarlo? No, ni desquiciada que estuviera.

Will la miró avergonzado, estaba en lo cierto Cristina…

–Perdóname Cristy, tienes toda la razón.

Diciendo esto la abrazó muy fuertemente y sin darse cuenta ambos empezaron a llorar. Los niños no se dieron cuenta de lo ocurrido, los gritos de los fanáticos ahogaban las palabras, pero Ali y Rosi sí. El abrazo de reconciliación duró solo unos momentos.

–De momento vamos a disfrutar del juego, ya mañana será otro día.

Sinceramente Cristina no sabía lo que estaba pasando a su alrededor. De alguna manera oyó que alguien cantaba el Himno Nacional y que todos se paraban cantando su la vez… Cuando terminó el canto la algarabía y el bullicio eran inmensos, acababan de salir al campo los Yankees y Pettite se dirigía al montículo… Sin saber cómo ni por qué miró a Pauly con el orgullo que solo una madre puede sentir y pensó en lo feliz que sería su hijo cuando por fin conociera a su papá. Ella no tenía el derecho de retrasar ese momento por más tiempo.

 

♣♣♣

 

Una vez más, los New York Yankees se coronaban campeones del mundo, y la alegría era incalculable. Todos cantaban y reían, daban gritos, saltaban… Cristina no se enteró de lo que pasó durante los nueve innings. Su mente estuvo buscando una solución a su presente problema y creyó haberla encontrado.

Les tomó más de una hora salir del Stadium, la gente no quería irse, querían ver a sus jugadores dando brincos y corriendo por el campo con el trofeo en sus manos, pero al fin después de un largo rato de espera pudieron lograrlo.

De vuelta a la casa decidieron llegar a algún lugar para celebrar el triunfo, y puesto que iban con los niños se decidieron por Serendipity, en la calle 60 entre la tercera y segunda avenida en Manhattan; lo que les tomó otra hora después de salir del Stadium. New York estaba en la calle ovacionando a su equipo preferido y las calles estaban repletas de fanáticos.

Cristina y Pauly eran clientes asiduos del lugar, por lo que en cuanto los vieron les buscaron una mesa rápidamente. Aunque habían comido y tomado de todo durante el juego, todavía les quedaba espacio para un delicioso postre de los tantos que ofrecía el restaurante. Llegaron a casa muertos de cansados. Los niños llegaron dormidos, y una vez que los pusieron a todos en sus respectivas camas los mayores fueron a tomar un último trago.

–Mañana hablaré con Gene y Bailey. Los voy a encargar de que miren el asunto de los Gallagher, si todo está en regla, dejaré que Pauly conozca a su abuelo y a su bisabuelo.

Todos asintieron pero nadie menciono a Paul, y ella sabía que estaban pensando en él.

–A Pauly yo le explicaré lo sucedido, creo que no será tan difícil como pensaba. En cuando a su padre… Dicen que él duda tanto como yo… Sinceramente, no sé que quieren decir con eso, pero de momento no hay que preocuparse por él.

Cristina esperó por algún comentario pero nadie lo hizo.

–¿No tienen nada que decir?

–Me parece buena idea hermanita. Sea lo que sea, esta vez si nos permitirás estar contigo.

–Por supuesto, ustedes son mi familia.

♣♣♣

 

Agnes despertó adolorida y congelada de frio, la habían pasado para una celda con otras tres mujeres a donde había cuatro camastros, las demás se durmieron enseguida pero ella no pudo, el miedo la tenia aterrorizada. ¿Y ahora qué pasaría con ella? Estaba entumida por el frio, una de las otras mujeres le quitó la colcha que le dieron para taparse y ella no peleo por impedirlo, toda la bravuconería y la arrogancia se habían esfumado y ahora no era más que una indigente sin familia y sin amigos.

Un sol viejo entraba por la pequeña y alta ventana de la celda, las demás estaban todavía dormidas. Tenía deseos de orinar pero no quería hacerlo allí, en el pequeño inodoro de la celda. Las otras habían cogido las camas de abajo así que ella tuvo que subirse en una litera. Sin respirar casi para no hacer ruido, se bajó de su camastro y lo intentó; que bajo había caído. Estaba perdida.

El ruido de unas llaves y de los cerrojos abriéndose hizo que se apurara a parase del inodoro, no podía dejar que la vieran así. Lo más rápido que pudo se subió en su cama y se hizo la dormida, recordando que no había descargado la letrina al terminar. Con los ojos cerrados oyó como los pasos se detenían frente a su celda.

–Agnes Gallagher.

–Sí12ssz, soy yo.

Dijo poniéndose de pie como si un resorte la hubiera sacado de la cama.

–Venga conmigo.

Abrieron la celda y ella salió. Con un policía a cada lado entró en el ascensor y bajaron un piso, allí, siempre tomada del brazo la llevaron hasta un cuarto con una mesa, dos sillas y un espejo muy grande que ocupaba casi toda la pared. Allí la dejaron sola y se fueron cerrando la única puerta del lugar.

¿Y ahora que estaba pasando? No le importaba, lo importante era que la habían sacado de la celda. Oyó como se abría la puerta y un señor de mediana edad con un traje gris y corbata de color oscuro sobre una camisa blanca, entraba y se sentaba en una de las sillas de la mesa.

–Siéntese señora.

Agnes obedeció, estaba tan acobardada que no podía hablar.

–Mi nombre es Robert Sparsa, yo soy asistente del Fiscal de este distrito. Usted está detenida por varios cargos; robo, chantaje, secuestro, dos instancias de intento de homicidio, conspiración para cometer homicidio, conspiración para cometer robo, conspiración para cometer secuestro, conspiración para la falsificación de documentos legales, uso de documentos ilegales, compra de sustancias toxicas para cometer homicidio, fraude empresarial y conspiración para cometer fraude empresarial; como puede darse cuenta, la lista es larga.

Agnes no respondió nada, tenía la mirada clavada en la mesa.

–¿Señora, escucho sus cargos?

–Sí.

–¿Los admite?

–Quiero un abogado.

–El distrito le asignará uno. Usted está casada con Anthony Gallagher, al cual llamamos para informarle de que usted estaba aquí. El señor Gallagher ha puesto una demanda de divorcio contra usted y no quiere saber nada que esté relacionado con su persona. También llamamos a su hijo y a su suegro los cuales reaccionaron de la misma manera. Llamamos a sus hermanos en Tennessee y tampoco quieren saber nada de usted. Su amiga Fiona Nelson está también detenida con los mismos cargos. El señor Beagle, que trabajó como cómplice de ustedes dos también tiene varios de estos cargos en su contra, pero él está en liberta provisional bajo fianza. Si tiene algo que decir a su favor este es el momento.

Agnes levantó la cara del suelo y miró a su interlocutor con todo el odio que sentía puesto en su mirada.

–Muérase, usted y todos los demás…MUERANSE TODOS…

 

 

 

Paul no había dormido en toda la noche. ¿Cómo poder hacerlo? ¿Por qué después de tantos años, tenía que volver a vivir ese dolor que causa la traición? No creía nada de lo que le decían; no podía ser posible. ¿Cómo fue que su madre pudo hacer todo cuanto decían sin que nadie la descubriera? Su madre no era tan inteligente como para planear una cosa así, además, nadie se acordaba de la transformación de Cristina el día de la fiesta. ¿Por qué había mentido con respecto a su físico? ¿Qué esperaba ganar con eso? Pues… Lo había hecho para atraparlo a él, que por tonto cayó en la garras de sus encantos. Que estúpido había sido.

Nunca quiso a su madre, pero creía que el castigo que le habían aplicado era demasiado duro, sobre todo porque todo lo que tenían como pruebas en su contra eran acusaciones de gente sin moral ni escrúpulos. ¿De dónde había salido aquella secretaria que le pusieron cuando empezó a trabajar en GALCORP? Aquella señora mayor que lo miraba como queriéndoselo comer con sus ojos. No era posible que su madre fuera amiga de aquella mujer. ¿Quién podría aclararle todas sus dudas? Tendría que ir a hablar con su madre sin que su padre ni su abuelo se enteraran.

Llamó a Ben y le dijo que Agnes estaba presa en un precinto en New York, que le averiguara donde estaba y que no dijera nada a su abuelo; también le dijo que no le hiciera preguntas.

–Cuando lo averigües, llámame con la información.

En menos de cinco minutos Ben lo llamó con la información de donde encontrar a Agnes. Las calles estaban llenas de confeti y basura de carnaval. Recordó que los Yankees eran contendientes en la Serie Mundial y quizás hubiesen ganado ayer. No tomó su coche, llamó un taxi y dentro le dijo al chofer la dirección.

 

♣♣♣

 

El Departamento de Policía de la ciudad de New York contaba con aproximadamente 34,500 miembros. Ellos estaban encargados de mantener el orden y hacer cumplir las leyes civiles en las comunidades de Sutton Area, Becckman Place, Kipps Bay, Turtle Bay, Murrya Hill, Manhattan East, y Rose Hill; era el Departamento de policía mayor del país. Fue establecido como tal en el año 1845, mas sin embargo sus comienzos se remontaban al año 1625, en aquel entonces la isla era territorio Holandés, y lo que hoy es Manhattan, se le conocía entonces por el nombre de New Ámsterdam; sus calles eran patrulladas por un grupo de Holandeses conocidos como los “Ocho Guardianes de la Noche” cuya leyenda era parte importante de la tradición del cuerpo de policías de la ciudad.

Ben le informó a Paul que su madre se encontraba en el Precinto Numero 17, localizado en el numero 167 Este de la calle 51. Paul nunca había estado en una estación de policía y no tenía ni idea de que hacer una vez estuviera dentro. El taxi demoró unos diez minutos en llegar; minutos que a Paul le parecieron segundos. El taxista lo dejó justo frente a la entrada, en la calle 51; la cuadra estaba rodeada de aparcamientos ocupados por los distintivos carros azules de la policía neoyorkina.

El lugar estaba abarrotado de personas, había varios mostradores de información con letreros que trataban de guiar a los que venían en busca de respuestas. Paul se dirigió al que le quedo más cercano.

Un señor metido ya en los cincuenta largos, de pelo blanco, anchas espaldas y varias libras de más, lo miró con ojos de resignación. ¿Cuánto tiempo llevaría este hombre trabajando allí y cuantas preguntas contestaría al día?

–¿Qué desea?

–Quiero ver a una persona que está detenida aquí.

–¿Es usted su abogado?

–No, soy su hijo

El policía lo miró como diciendo, “este no tiene pinta de ser hijo de presidiaria” pero no dijo nada al respecto.

–¿Nombre del detenido?

–Agnes Gallagher

El policía bajó la vista hacia el monitor que tenía delante, oprimió algunas teclas y espero que la computadora hiciera su trabajo. Cuando al parecer encontró lo que buscaba, tomó el teléfono y habló con alguien que Paul no pudo entender, colgó el mismo y le dijo.

–Espere allí, alguien vendrá por usted en unos minutos.

Paul no sabía exactamente donde debía esperar pero se separó del mostrador para dar paso a la siguiente persona en la línea. No tuvo que esperar mucho.

–PAUL GALLAGHER…

Oyó que alguien gritaba. Levantó la mano y se identificó.

–Sígame.

Paul así lo hizo. Pasaron por un mostrador que daba paso a una gran oficina llena de escritorios repletos de papeles y computadoras, muchos se veían ocupados por una o dos personas, pero nadie parecía prestarle atención a lo que sucedía a su derredor. Subieron al ascensor y bajaron un piso. Al desmontarse, se detuvieron ante otro mostrador donde le preguntaron si portaba algún arma, a lo que Paul contestó que no, pero de igual forma lo registraron. Al terminar lo hicieron pasar a una habitación pequeña, con un espejo grande en una de las paredes, una mesa en el medio, y dos asientos uno al frente del otro. Allí le dijeron que esperara.

Todo aquello parecía una pesadilla, una película, un cuento mal contado. No era posible que estuviera viviendo semejante impase.

El ruido de la puerta lo hizo voltear su vista hasta la misma, y por ella vio entrar a su madre, vestida con un vestido naranja, desteñido y arrugado, acompañada por un policía. Cuando Agnes lo vio se le tiró arriba llorando y sollozando, lo agarraba por el cuello y se apretaba contra él. Gritaba y lloraba y decía cosas pero Paul no podía entenderla.

–Señora, tiene que sentarse aquí. No puede tocar a su visitante. Tienen cinco minutos.

Agnes se calmó y se sentó, lo mismo hizo Paul en el asiento de enfrente. No sabía que decir, que preguntar… No tuvo que hacerlo, Agnes se le adelantó.

–Paul, mi hijo, mi hijo querido, lo único que tengo en este mundo…. No creas nada de lo que te han dicho de mí. Yo todo lo hice por salvarte de esa maldita ramera que lo único que quería era tu dinero. Como podía yo dejar que perdieras tu vida con esa mujerzuela, ella hubiera destruido tu futuro. Yo hice lo que cualquier madre hubiera hecho, por ti… por salvarte de ella… Lo del hijo fue también un chantaje, es mentira… Ese niño no es tuyo, es un bastardo, y sabrá Dios quien es el verdadero padre. ¿Cómo iba yo a permitir semejante desfachatez en nuestra ilustre familia?” Tú eres el heredero absoluto de tu abuelo. Tu clase y tu dinero son codiciados por miles de mujeres; yo no iba a permitir que esa piruja destrozara tu vida de esa manera, yo….

Paul levantó una mano.

–Espera por favor, cuéntamelo todo con calma.

–No hijo, no puedo, no tenemos tiempo, tienes que sacarme de aquí ahora mismo. Todo esto es obra de tu abuelo, porque me odia, igual que tu padre. Tú eres lo único que tengo y tienes que sacarme de aquí ahora mismo…

A Paul le daba vueltas la cabeza, se sentía mareado, no alcanzaba a respirar. No conseguía entender lo que le estaba sucediendo, aquello que estaba oyendo no podía ser cierto.

–¿Fuiste tú quien lo planeó todo?

–Eso que importa ahora, tienes que sacarme de aquí ahora mismo Paul, eso es lo más importante ahora.

–¿Tu secuestraste a Cristina?

Agnes se detuvo a pensar. Tenía que actuar rápido.

–Paul, es que no me estás oyendo…TIENES QUE SACARME DE AQUÍ…

–Primero contéstame. ¿Quién ideo todo el plan?

–FUI YO…SI… FUI YO… Y QUE… De no haberlo hecho ahora serias un esclavo de esa arribista degenerada….FUI YO… Pero ahora no hay tiempo que perder, sácame de aquí Paul o te juro que lo vas a pagar caro junto con todos los otros…SI NO ME SACAS DE AQUÍ AHORA MISMO….

Paul oyó como se abría la puerta y entraba un hombre vestido de civil.

–Soy el Detective Michael Lombardi.

Le dijo el hombre dirigiéndose a Paul y extendiendo su mano derecha.

–PAUL SÁCAME DE AQUÍ AHORA MISMO, ESTA GENTE ME QUIERE MATAR…

–Sr. Gallagher, los cargos que tiene su madre son muy serios, y todos han sido comprobados por la confesión de sus cómplices. Tenemos pruebas suficientes para que sea hallada culpable de todos los cargos. Su abogado es uno de nuestros defensores públicos, su nombre es Gino Moretti…

–PAUL NO LO ESCUCHES…SÁCAME DE AQUÍ AHORA MISMO… Y usted, payaso de detective me las va a pagar, voy a meterle una demanda millonaria a todos los desgraciados de este inmundo lugar…PAUL…VAMONOS DE AQUÍ…

Paul no reaccionaba, estaba en un trance desconocido y por tanto imposible de dominar.

–Como ve, la actitud de su señora madre no la ayuda…

Paul no pudo seguir oyendo aquello, se paró de la silla, y entre los gritos y alaridos de Agnes salió corriendo de aquel cuarto sacado de una escena de Kafka. El detective salió tras él.

–Señor Gallagher, yo soy quien lleva el caso de su madre. Si usted quiere ayudarla debe decirle que coopere con el fiscal. Se la ha pasado insultando a todo el mundo y la verdad es que con las pruebas que hay en su contra no saldrá de la cárcel en muchos años. Lo mejor sería que cambiara su actitud y quizás el juez se compadecería de ella y le impondría una condena menor, pero eso depende de ella…

Paul no oía lo que el hombre le decía. Tenía que salir de allí cuando antes. De milagros encontró el ascensor que para suerte se abría en aquel momento, se montó en él y apretó todos los botones. Como en un sueño vio que el detective le seguía hablando pero las puertas se cerraron y empezó a moverse. Al llegar al piso siguiente peleó con las puertas para abrirlas, y empezó a correr hacia la salida. Algunos lo miraban como si fuera un prófugo tratando de escaparse. Un policía lo detuvo por el brazo.

–¿A dónde crees que vas?

–Déjalo pasar.

Oyó la voz del detective Lombardi.

Al llegar a la calle se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y trató de abrirse la camisa, no podía respirar, el corazón galopaba en su pecho como un animal salvaje queriendo salirse de su jaula. Poco a poco pudo recuperar su respiración y su paso se hizo más lento. Quería llorar y gritar y pelearse con alguien, quería matar o que lo mataran, pero no quería seguir sintiendo aquel nudo en su garganta y aquel peso en su pecho que lo aplastaba.

Miró a su alrededor tratando de reconocer donde estaba, había caminado varias cuadras, y se encontraba ahora justo frente al Parque Central en la calle 59 y la Séptima Avenida. Cruzó la calle sin esperar el cambio de luz, entre los gritos de choferes que pasaban y lo insultaba. Entró en el parque por la calle West Drive y siguió caminado sin rumbo, cada vez más lentamente. Casi por inercia se encaminó hacia la derecha y siguió deambulando hasta pasar la calle 65. Allí el tráfico lo sacó de su estupor y se dirigió hacia la Quita Avenida, buscando su apartamento. Tenía tanto que hacer, tantas cosas que arreglar, que aclarar, que averiguar, que comprobar… No se sentía con fuerzas de meterse en aquel laberinto de sufrimientos que le esperaba; no sobreviviría. Lo mejor sería terminar de una vez. Esta vez sí lo haría, y lo haría ahora mismo, cuando llegara a su casa, él solo, sin molestar ni implicar a nadie, sin nota de explicación ni carta de despedida. Se iría solo, tal y como había vivido los últimos diez años.

Moriría sin conocer a su hijo y sin pedirle perdón a la única mujer que amo en su vida y eso no estaba bien, pero ya no quedaba otra solución. Al fin iba a descansar.

44

Cristina había llamado temprano a la oficina de Gene y Bailey para hacer una cita, cosa que su secretaria encontró rara puesto que ella no la necesitaba, sin embargo le dijo que podía venir a cualquier hora de la mañana que ambos estarían libres. Quiso que Will y Ali vinieran con ella. También llamo a Winona y a Lucas, Winona por poco le da un ataque en el teléfono y le dijo que no hiciera nada hasta que ellos llegaran, estaban en Disney World con las jimaguas. Pensó no se volvería a aislar como antes, tenía mucha gente buena que la querían, y deseaban estar con ella para ayudarla. Lucas y Winona se habían marchado la noche anterior.

El otoño seguía mostrando sus inigualables colores y el despejado cielo dejaba que la estrella de la mañana brillara acentuando los matices de la estación. El viaje desde la casa hasta Manhattan se hizo en silencio, Cristina conducía mientras que Ali se sentaba a su lado y Will detrás dejaba que su vista se llenara de colores durante el recorrido hasta la ciudad. Los chicos se habían ido a la escuela y las niñas de los Smith se quedaron con Rosi y un tutor haciendo sus tareas escolares en casa.

El tráfico de la ciudad estaba en su pleno apogeo, los transeúntes se movían entre la vorágine de camiones de mercancía, taxis, carros particulares y motocicletas que desafiaban los principios de la física manejando por espacios inferiores a sus tamaños. Por fin llegaron a su destino y dejando el carro en el aparcamiento del edificio subieron por el ascensor particular de los Hackman.

En cuanto llegaron Clarisa los hizo pasar, ya Gene y Bailey los estaban esperando. Después de los besos y los abrazos se sentaron y Cristina empezó a hablar.

–Quiero que ustedes se ocupen de averiguar todo este enredo que dicen los Gallagher. Lo quiero todo, desde el momento que empezó, no sé si fue cuando me secuestraron o cuando nos fuimos a San Ignacio, hasta hoy. Todo, todas las pruebas, las declaraciones, los documentos falsificados, absolutamente todo. Una vez lo hayan encontrado entonces trataremos de poner las cosas en orden y si estoy satisfecha con el resultado no tendré ningún inconveniente en que Pauly siga viendo a su abuelo y bisabuelo, pero no a la abuela, eso sí que nunca lo permitiré.

–No te preocupes ̶ contesto Gene ̶ Esa señora está detenida, presa, esperando juicio.

–¿Y tú cómo lo sabes?

–Me lo dijo Anthony. Ha seguido en contacto conmigo por si hay algo más que él pueda hacer por ti o por el niño, y por supuesto, por ver si yo puedo conseguir que cambies de opinión. El está muy preocupado por el viejo, dice que desde que hablaron contigo no se ha vuelto a levantar de la cama.

–¿Y tú lo crees?–Preguntó Cristina

–Sí, yo conocí a Anthony cuando era un muchacho joven y alegre, antes de que se convirtiera en un alcohólico frustrado. Y ahora he reconocido en él la misma pasión y sinceridad con que se conducía en aquel entonces. Anthony y el viejo están diciendo la verdad, yo les creo totalmente.

–Yo también les creo. Paul Gallagher siempre fue un hombre honrado y decente y no ha cambiado en nada. La vergüenza en la que los ha sumergido la mujer de Anthony, lo va a matar.

–Entonces ustedes creen que no debo buscar más pruebas.

–Al contrario, tú debes ver todas las pruebas. Ellos han actuado rápido. Con el arresto de los cómplices se han obtenido todas las pruebas necesarias para condenarlos a todos. La policía tiene todos los documentos, y los Gallagher tienen copia de todo, pero yo pediré a la policía una copia oficial para ti.

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