Cristina

Cristina


Portada

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Cristina

 

 

 

Sandra Gómez

 

 

 

 

 

PR ediciones

 

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluida la ilustración de la cubierta,total, almacenada o distribuida en manera alguna por ningún medio sin la autorización previa y por escrito del editor.

 

Copyright © Sandra Gómez, 2017

 

Imagen de la portada de Amanda Mills, USCDCP

Maquetación: Pilar Remartínez

 

PR-Ediciones

http://prediciones.es/

Madrid (España)

 

 

 

Queridos Cristy y Cami,

recuerden que el miedo

es el origen de todos los males,

y que lo último que se pierde en la vida

es la esperanza…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

It matters not how strait the gate

How charged with punishments the scroll

I am the master of my fate,

I am the captain of my soul…

 

William Ernest Henley

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Niña

1

 

 

El timbre de la escuela repiqueteó como todos los días a las tres y media de la tarde. El sonido de docenas de libros y libretas desapareciendo de los pupitres y entrando en las mochilas estudiantiles apagaban las últimas indicaciones de los maestros cuyas voces se perdían en la vorágine de la hora más esperada del día, la conclusión de la jornada escolar.

Cristina no tuvo necesidad de recoger ningún libro. Como en el resto de las otras clases solo tenía que estar presente en ellas; con su pequeño lap–top trabajando en proyectos con varios maestros. Aunque había ultimado todas las clases con las mejores notas, debía cumplir con una de las tantas reglas requeridas por la Cámara de Educación del Estado que exigía su presencia física en la escuela. No obstante ella sabía que la falta de padres que se preocuparan de velar por su futuro era el motivo primordial por el que todavía la obligaban a acudir a este colegio.

Con solo 9 años de edad la niña había terminado el grado doce de la escuela superior, pero se le había prohibido entrar en la universidad por posibles problemas de madurez cronológica, sin embargo al final de este curso cumpliría los diez años y finalmente se graduaría de un bachillerato en Ciencias y Letras que le quedaba corto hacía mucho tiempo. Varias universidades del país se estaban peleando su admisión. Todas ofrecían becas e incentivos económicos, y aunque ella prefería Harvard, la última palabra la tendría su madrastra, Doña Gavina Malpaso de Quiroga. En fin, donde quiera que el destino la llevara ella sabía que triunfaría, se lo había prometido a su padre en su lecho de muerte y nada ni nadie impedirían que cumpliera su promesa.

Cristina pensaba constantemente en su padre. Trataba de recordar los momentos compartidos con él para grabar en su privilegiada memoria todas las cosas de que hablaron y los consejos que le diera este para poder sobrevivir la gran carga de su belleza e inteligencia. Debió haber escrito sus consejos y recomendaciones, pensó la niña, y ahora tendría una guía a dónde acudir cuando dudara, pero no lo hizo porque nunca pensó perderlo tan pronto.

Salió al pasillo llevando su colorida e inconfundible mochila a la espalda cuyo peso la hacía caminar encorvada, eran tantas su obligaciones extracurriculares que no tenía tiempo de ir a guardar los libros en su armario escolar entre una clase y otra. Rosi decía que la mochila pesaba más que ella misma y siempre le andaba buscando a ver que podía sacarle para aliviar su carga. Rosi era la única persona en el mundo que se preocupaba por su bienestar. Desde que nació la cuidó y fue para ella como la mamá que nunca conoció. Su madre había muerto cuando ella solo tenía cinco meses, según le contó su padre. Tal desgracia ocurrió a consecuencia de un tumor cerebral que apareció de la nada y que se la llevó en solo tres cortas semanas, después de anunciarse con un terrible dolor de cabeza como único síntoma. Era por esa razón precisamente que Cristina había decidido ser médico, para evitar que otros niños perdieran a sus mamás como la había perdido ella.

–Cristina.

Oyó que la llamaban y se detuvo mirando hacia donde venía la voz. Se topó de frente con el entrenador de Football, el señor Anderson. Por la mañana al llegar al colegio se había encontrado una nota del señor Anderson en su pequeño armario. Los armarios estudiantiles se hallaban situados a cada lado del pasillo principal de la escuela por donde todos los alumnos tenían que pasar cada mañana para llegar a sus clases. Al principio de llegar ella a este colegio se encontraba notas pegadas en su puertecita de metal con insultos y burlas, pero luego de un tiempo, cuando los responsables de semejantes bajezas se dieron cuenta de que ella no les hacía caso alguno, cesaron de aparecer.

–Señor Anderson, perdóneme, se me había olvidado por completo su nota.

Habría podido decirle que iba a su encuentro en ese momento o inventarle cualquier cuento, pero todavía no había aprendido a mentir. Rosi decía que las personas aprendían a mentir a muy temprana edad, si no aprendían de niños luego les era imposible hacerlo; y si ella no había aprendido todavía era muy posible que nunca lo lograra.

–No te preocupes, yo sé que tú eres una personita muy ocupada. ¿Crees que tienes unos minutos, quisiera consultar algo contigo?

–Seguro, acompáñeme a la entrada, mi nana me está esperando y se preocupará si no me ve salir.

–De acuerdo.

Ambos se dirigieron a las amplias puertas de entrada del colegio donde encontraron a Rosi parada en medio del raudal de muchachos que salían del mismo; los más pequeños corrían hacia la larga fila de autos que los esperaban, los mayores que ya tenían sus propios automóviles caminaban de prisa entre risas y divertidos comentarios hacia el aparcamiento a recoger sus vehículos para largarse del lugar lo antes posible.

–Rosi, voy a estar con el señor Anderson por un rato. ¿Me puedes esperar?

–Si mi amor, aquí te espero.

–Señor Anderson, esta es Rosi, mi nana.

–Mucho gusto Rosi.

–Lo propio. No se preocupen, yo espero aquí.

–Gracias, no tomaré más de 10 minutos de su tiempo.

Diciendo esto ambos se dirigieron hacia el edificio que albergaba el equipo de Football. Allí estaban las oficinas de los demás entrenadores y los armarios donde los jugadores dejaban sus uniformes y el resto de su equipo.

El “Pabellón de Football”, como era conocido por todos en la escuela, se localizaba en el costado derecho del edificio principal del colegio, justo al frente del Stadium, cuya cancha había sido recientemente reconstruida con hierba sintética y sobre la cual se podían ver los números que definían las yardas, los extremos de touchdowns, y el emblema de la escuela en el centro de la misma. A la entrada principal se llegaba siguiendo una rampa de unos 20 metros en zigzag, por donde salían los futbolistas corriendo hacia el campo en los días de juego, mientras la fanaticada gritaba y aplaudía en un carnaval de aullidos, luces, pancartas y testosterona. Una vez adentro, las oficinas de los entrenadores y del señor Anderson ocupaban todo el lado derecho de ese primer piso, que también incluía una pequeña sala de conferencias, a la izquierda se encontraban los vestidores y las duchas. El piso inferior albergaba un gimnasio lleno de pesas y equipos de ejercicios con un pequeño cuarto destinado a la enfermería.

Al llegar a la oficina de Anderson, este invitó a Cristina a sentarse y le dijo.

–Cristina, te he visto varias veces en las gradas gritando y animando a nuestro equipo, así que supongo te gusta mucho el Football.

–Oh sí, me encanta y usted está haciendo muy buena labor este año, estamos invictos.

–Sí, los muchachos están jugando muy bien.

Se hizo un silencio que Cristina pensó era la antesala de lo que de verdad Anderson quería decirle.

–Yo sé que tú ayudas a muchos profesores y alumnos en la escuela. También sé que diseñaste la coreografía de nuestras animadoras de Football, y de las bailarinas de la banda de música.

–Sí, la señora Humphrey me pidió que le diseñara la coreografía para las muchachas.

–Pues bien, yo necesito tu ayuda también. Veras, tengo varios jugadores que son muy buenos en el campo de Football, pero su rendimiento académico no es el mejor. Sabes que deben mantener un cierto nivel en sus calificaciones o de lo contrario no puedo dejarlos jugar. Quisiera que me ayudaras con algunos de ellos.

–Seguro, ¿Quiere que le diseñe un plan de estudio?

–No exactamente, lo que quiero es que los ayudes directamente, que seas su tutora.

Cristina permaneció en silencio por unos segundos. Todos querían algo de ella, y ella con gusto se los daba pero el día tenía solamente 24 horas y de ellas casi todas las tenía ocupada. Además, no concebía como era que estos muchachos no se dedicaban más a sus estudios. La mayoría venían de familias ricas y el resto estaban allí con becas. Ninguno de ellos tenía otra cosa que hacer más que estudiar.

–Señor Anderson, yo le ayudaría con mucho gusto, pero mi tiempo es tan limitado que no me queda ni un instante vacío. Yo podría diseñarles un plan de estudio simple y sencillo a seguir, y con solo dos o tres horas diarias podrían mejorar sus calificaciones en un par de semanas.

–Bien, si puedes diseñar ese plan, perfecto, se lo daré al resto de los muchachos que lo necesitan, pero. Veras, hay un par de jugadores, el quarterback y uno de los wide receivers, el mejor que tenemos, William Smith, que van a necesitar tu ayuda personal, aunque solo sea por un tiempo hasta que su situación se normalice. Paul Gallagher, nuestro quarterback, ingresará a la prestigiosa Universidad de Harvard, y aunque su familia es lo suficientemente rica como para meterlo allí sin importar sus calificaciones, yo sé que a él le gustaría ganarse la entrada por sí mismo.

–¿Y por qué no estudia más?

Anderson no esperaba esa respuesta. Con una suave y condescendiente sonrisa en sus labios le dijo.

–Verás Cristina, no pienses que soy condescendiente contigo, pero eres todavía muy jovencita y no entiendes que a la edad de estos muchachos es difícil mantenerse enfocado en los estudios, sobre todo cuando se es tan popular en la escuela como lo son ellos. En el caso de William, él está aquí con una beca y su ilusión es llegar a Harvard con su amigo Paul. Ellos son inseparables. Ten en cuenta que las distracciones a que ellos están expuestos son mayores que las del resto de los estudiantes. Los dos son buenos chicos y quiero ayudarlos. ¿Qué me respondes?

Cristina no contestó inmediatamente, tenía que pensar. La verdad era que no tenía tiempo para nada, pero desde que vio jugar por primera vez a Paul Gallagher había querido conocerlo; si era posible enamorarse a los siete años, ella se había enamorado del bello quarterback. Nunca pudo entablar ningún tipo de conversación con él puesto que ninguno de los muchachos grandes se fijaba en ella, es más, la mayoría de los alumnos la consideraban algo así como una cosa rara. Sin duda esta era su gran oportunidad de conocer a las dos figuras más importantes del equipo y no podía dejarla pasar.

–Me reuniré con ellos primero. Si veo que tienen buenas intenciones de estudiar y aplicarse entonces los ayudaré, yo no tengo tiempo para prima donas. Y esto lo estoy haciendo por ayudar al equipo completo, que le quede claro. Hable con ellos y explíqueles cuales son mis condiciones.

Estas palabras sorprendieron a Anderson, este esperaba encontrarse con una niña buena, obediente y deseosa de participar en las actividades del equipo, pero por el contrario se había topado con un geniecito que no iba a dejar que nadie la manipulara. Sonrió para sus adentros y se dispuso a seguirle la corriente.

–Ya les hablé y les expliqué lo que implicaba contar con tu ayuda porque sabía que tú exigirías eso como mínimo. Lo hice antes de venir a hablar contigo ya que sé lo preciado que es tu tiempo y nunca pretendería que lo perdieras en alguien que no valiera la pena. Dime cuando y donde quieres reunirte con ellos y allí estarán.

–¿A qué hora terminan sus prácticas de Football?

–Entre las cinco, cinco y media de la tarde.

–Bien, los espero en la biblioteca a las siete de la noche, y que vengan preparados a estar allí por lo menos dos horas.

–Allí estarán, y mil gracias.

–No me dé las gracias todavía, vamos a ver qué sucede cuando nos entrevistemos.

–Confió en ellos y en ti, sé que todo saldrá bien.

–Una última cosa señor Anderson, no le diga nada a los demás profesores. Algunos de ellos están en lista de espera para usar mí tiempo y si se enteran que estoy haciendo esto por usted se van a enfadar.

–Por curiosidad y sin ofenderte me podrías decir ¿Por qué me estás haciendo este favor?

–Porque me encanta el Football, y creo que este año podemos ganar el campeonato.

Se detuvo un momento pensando si decía o no lo que tenía en la punta de la lengua y no la dejaba dormir desde hacía varios días. Al fin se decidió.

–Ahora quien le va a pedir que no se ofenda soy yo. El otro día uno de sus jugadores dejo su “cuaderno de jugadas” en el aula que comparte conmigo y lo estuve hojeando, pues bien, escribí un programa sencillo basándome en pura matemática y creo que puedo mejorar alguna de sus esquemas de juego.

Cristina abrió su mochila y sacó de ella un cuaderno.

–Aquí lo tiene, mírelo y dígame si puede hacer esos cambios que aunque parezcan insensatos le aseguro que la matemática no falla, pruébelos en los entrenamientos y luego dígame que le parecen.

Anderson se le quedó mirando con cara de incredulidad y asombro. ¿Qué sabría esa niña de Football? Decidió no decirle nada al respecto para no ofenderla, pero inmediatamente pensó que no miraría el cuaderno para nada. ¿Quién se creía esta chiquilla que era para estarle dando instrucciones a él de cómo manejar su equipo? Sin lugar a dudas era verdad lo que decían de ella, esta chiquilla era una cosa rara y no debería estar allí.

–Son muchas las cosas que se cuentan de ti Cristina, pero nunca pensé que fueras una personita tan preciosa.–Le dijo con algo de sarcasmo y condescendencia que Cristina no pasó por alto.

–No cante victoria todavía, y por favor acuérdese de no mencionar nada de esto a nadie.

–No te preocupes, no diré nada.

Cuando Cristina salió de la oficina del entrenador Anderson, había varios jugadores que estaban afuera esperando para hablar con él y la miraron como si fuera un bicho extraño. La verdad, pensó Cristina, que con su atuendo era justificable pensar de aquella manera. Solo ella y su padre sabían la razón por la que ella vestía así. Un cálido sentimiento de confianza y seguridad inundó su pequeño cuerpecito y le dio gracias a Dios por estos momentos cuando con un solo pensamiento podía sentir la presencia de su padre en su vida.

Debido a la muerte de su madre Cristina se apegó mucho a su padre el cual desde muy temprana edad notó que la niña era especial, sobre todo porque podía hacer cosas completamente increíbles para su edad. Con solo dos años y medios empezó a reconocer las palabras en los libros de cuentos que le leía su padre cada noche, jugaba ajedrez y, tocaba el piano al cual apenas alcanzaba. Cuando empezó el pre–escolar con solo cuatro añitos podía leer periódicos y revistas, sumaba, restaba, multiplicaba y dividía sin errores. Cuando cumplió los seis años y con ayuda de un Psicólogo Pediatra el padre de la niña convenció al director de la escuela que ahora atendía para que la dejaran tomar clases de cursos más adelantados y en un solo año la niña completó los requerimientos de seis. A los ocho años empezó la escuela secundaria y la terminó en un solo semestre, después del cual la habían avanzado al bachillerato en donde se encontraba en este momento. Aquí, en los primeros 6 meses pasó todos los exámenes que le pusieron por delante.

Su padre continúo trabajando en los difíciles trámites para que empezara la universidad lo antes posible. Aunque con muchas objeciones, y después de un sin número de exámenes psicológicos, varias entidades académicas del país habían llegado a la conclusión de que ningún daño le acaecería a la niña si se le dejaba seguir adelante, siempre y cuando se mantuviera bajo la tutela de un psicólogo infantil que pudiera monitorizar su desarrollo intelectual y así evitar desajustes en su edad cronológica normal. Así pues cuando todo estaba listo para que Cristina comenzara sus estudios en Harvard a los 10 años, su padre sufrió un infarto de miocardio fulminante a la temprana edad de 45 años y la vida de Cristina se paralizó.

Juan Francisco Quiroga Ugarte, padre de Cristina, nació en Salamanca, España, donde se crio e hizo su carrera de jurista en la acreditada y centenaria universidad, especializándose en leyes internacionales. De allí se incorporó al cuerpo diplomático español y el resto fue historia. Con su joven y bella esposa Alejandra Soriano López, también salmantina, viajó el mundo entero representando el nombre de su país con inteligencia, dignidad y clase. Cristina nació en Washington D.C, Estados Unidos, donde Juan Francisco ejercía las funciones de Cónsul. Juan Francisco insistió en que Cristina tuviera las dos nacionalidades, puesto que aunque amaba su país, él quería que la niña se criara y estudiara en los Estados Unidos.

La niña, como la mayoría de los hijos de diplomáticos, era alumna de la famosa Escuela Internacional de Washington, donde también asistían los hijos de políticos y personas influyentes de la capital y sus alrededores. Esta escuela ofrecía los doce grados, desde el jardín infantil hasta el último de bachillerato, Cristina los había completado todos en apenas 4 años. Su presencia en la escuela hizo a esta más popular de lo que antes era. Aunque Juan Francisco siempre cuido de no hacer de la inteligencia de su hija un chiste de carnaval, le fue inevitable mantener el secreto guardado por mucho tiempo; si bien logró mantenerlo dentro del área del distrito escolar.

El Cónsul Quiroga Ugarte, presionado por su cargo de diplomático que le exigía una vida social intensa, rápida y agitada, y por su alto concepto del deber, se volvió a casar cuando Cristina cumplió los 9 años. Su esposa Gavina Malpaso Rebote, provenía de una familia madrileña que sirvió en el gobierno del Generalísimo Francisco Franco hasta la hora de su muerte. Las conexiones políticas de los Malpaso pesaban mucho más que su nivel económico social, por lo que el casamiento de Gavina con el diplomático Quiroga fue una salvación para la familia de la novia. Pero no fue así para Cristina a quien su padre adoraba y quien se convertiría en blanco de envidias y muy disimulados maltratos por parte de la nueva madrastra. Cristina reconoció la aversión de su nueva madre inmediatamente pero se lo guardó para sí por no contrariar a su padre. Su nana Rosi también reconoció la mala calidad de persona de la nueva patrona, pero tampoco dijo nada para evitar problemas. Con la muerte de Juan Francisco el futuro de Cristina quedó en manos de Gavina. Hubo un momento en que Cristina pensó que su destino sería igual que el de Cenicienta, pero enseguida lo desechó, ella nunca se dejaría maltratar y abusar por su madrastra, además ella no necesitaba de ningún príncipe que viniera a salvarla. Dios le había dado suficientes herramientas para sobrevivir, solo necesitaba llegar a la adultez rápido.

Juan Francisco no dejó una gran fortuna, dos casas en Salamanca, una perteneciente a su difunta esposa y otra que había sido de sus padres ya difuntos, y una cuenta bancaria muy lejos de ser millonaria, fue todo su legado. La pensión de diplomático que heredó su esposa hubiera sido suficiente para vivir ella y la niña de una forma holgada y sin apuros, pero Doña Gavina se consideraba parte de la alcurnia madrileña y gastaba mucho más de lo que recibía. En los meses siguientes a la muerte de su esposo vació la cuenta bancaria y vendió las casas de Salamanca, por eso ahora estaba en la ruina y planeaba con cautela como sacarle a la inteligencia de Cristina lo suficiente como para seguir disfrutando de esta vida de opulencia y despreocupación a la que se había acostumbrado en solo unos meses de matrimonio.

Lo primero que hizo la señora Malpaso de Quiroga fue despedir a Rosi quien se negó rotundamente a irse del lado de la niña. La señora le planteó que si tanto la quería podría quedarse, pero sin sueldo, cosa que Rosi acepto sin reparos, ella nunca abandonaría a Cristina, así se lo había prometido a su madre y a su padre. Seguidamente la desvergonzada señora se puso en contacto con las universidades que le estaban ofreciendo becas a Cristina, y además con las distintas compañías y firmas farmacéuticas que financiaban las investigaciones de dichas universidades; quería saber cuál ofrecía más dinero por la niña. Afortunadamente ella no hablaba bien el idioma inglés y tuvo que pedir ayuda en el consulado español para estos trámites. Al darse cuenta en el consulado de lo que esta mujer tramaba se lo comunicaron a Rosi que enseguida lo discutió con Cristina.

Por muy inteligente que fuera Cristina, tenía solo nueve años y había muchas cosas que no podía hacer sin el consentimiento de su madrastra que era su único familiar, sin embargo con la ayuda del director de su escuela pudo entrevistarse con los representantes de la Universidad de Harvard, la que su padre ya había elegido para continuar sus estudios, a los cuales les contó las condiciones en que se encontraba. Les explicó que ella quería estudiar en Harvard pero que necesitaba, aparte del dinero de la matrícula y los libros, vivienda y un trabajo para que su nana Rosi pudiera seguir con ella. Sabía que su madrastra no se opondría a la compañía de Rosi porque definitivamente ella no iba a cuidarla y no gastaría ni un centavo en otra persona para que cumpliera esta función.

Para el asombro de los representantes de la tan prestigiosa universidad, Cristina les mostró un plan de cómo podrían ayudarla sin tener que desembolsar dinero en efectivo, cosa que su madrastra insistiría en controlar y del cual ella no recibiría ningún beneficio.

–Si la universidad me proporciona una vivienda cerca del campo desde donde yo pueda caminar o ir en bicicleta hasta las clases, nadie tendría que llevarme o traerme. Si le consiguen un trabajo a mi nana Rosi, también dentro del campo universitario, ella podría vivir conmigo y ganar un modesto sueldo con el que las dos podríamos mantenernos hasta que yo pueda empezar a trabajar.

Los señores se quedaron boquiabiertos ante la capacidad y madurez de la niña. Por supuesto, después de cerrar la boca y salir de su asombro, los letrados accedieron a todo cuanto Cristina necesitaba y más. Con eso quedó cerrado el trato que solamente conocían, el Dr. Hamilton director de la escuela, los representantes de Harvard, Rosi y la niña.

Tremendo chasco se iba a llevar Gavina cuando se diera cuenta que no habría dinero para ella. Era de esperar que esta se opusiera pero la alternativa era hacerse ella misma cargo de la pequeña y eso Cristina sabía que no iba a suceder. No tengo por qué temerle al futuro, se repetía a sí misma, sé que mi papá y mi mamá estarán siempre conmigo para guiarme y protegerme. Tengo todo lo que necesito para triunfar y lo haré.

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