Cristina

Cristina


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–Que Dios te bendiga ese optimismo hija mía.

–Y hablando de bendiciones. Cuando fuiste a acostar a los abuelos Espinosa, yo fui al baño, y sabes qué, estoy teniendo mi primera regla menstrual.

–¿Qué? ¿Ay mi niña porque no me lo digites antes?

–Porque no hubo necesidad. Pero eso quiere decir que mi cuerpo empezará pronto a cambiar así que tenemos que diseñar un atuendo que cubra mi pubertad. Yo creo que amplios overoles sobre holgados suéteres en invierno y anchas camisetas en verano será lo más sencillo. Bracieres deportivos para aplastar el busto y zapatos tenis de los más feos que encuentre; el pelo lo llevare cubierto con un sombrero o un pañuelo. Ah, creo que necesitaré también espejuelos que disfracen mi cara.

–Vas a parecer un payasito mi niña.

–Esa es exactamente la idea mi querida Rosi.

 

♣♣♣

 

Paul no podía conciliar el sueño, lo que le dijera el abuelo en el camino a casa lo puso de mal humor. ¿Cómo era posible que su abuelo pensara que Cristina estaba enamorada de él? Cristina era una niña, y sí, definitivamente, Cristy era suya y de nadie más. Ninguno de los otros la quería tanto como él, nadie, ni Rosi… No dejaría que nadie le hiciera daño, estaría siempre a su lado. Y si cuando crezca no te quiere como guardián; recordó las palabras del abuelo. Imposible, ella lo quería a él más a que todos, así lo sentía muy dentro en su corazón. No se imaginaba la vida sin ella. Nunca.

Ya se las arreglaría para que nunca se casara ni se buscara novios, la retendría siempre a su lado; no había nada malo en eso. Entonces por qué no se podía dormir pensando que alguien se la podría quitar. Nunca. ¿Sería verdad lo que decía el abuelo, que Cristina estaba enamorada de él? A él le encantaba la idea, lo llenaba de regocijo saber que ella con su intelecto y sabiduría lo prefería a él; eso quería decir que Cristina era incondicionalmente de su propiedad.

9

El invierno en Harvard llegó después de un otoño corto y atropellado. El azul del cielo se perdió bajo un gris interminable que oscurecía el pensamiento. El motor intelectual de los profesores y nuevos discípulos se atemorizaba con las bajas temperaturas y la perenne nieve que cubría las callejuelas de la pequeña ciudad universitaria. Los días se acortaban y las noches se hacían interminables, la ausencia de sol invitaba al recogimiento y las clases se convertían en espacios desiertos donde solo viejos y cumplidores profesores derramaban sus invaluables conocimientos a los pocos valientes estudiantes que el frio no lograba amedrentar.

Aquí era donde se separaban los niños de los hombres, aunque en este caso los niños; Cristina, Lucas y Winona, eran los que se comportaban con mayor responsabilidad y sentido del deber que los adultos. Algunos maestros invitaban a los escasos alumnos que asistían a clases a sus despachos particulares, y allí en la intimidad de antiguos estantes y añejas paredes de la centenaria universidad era donde el conocimiento pasaba de una generación a otra.

Los deportes de invierno se hacían populares después de las vacaciones de Navidad, puesto que los últimos días de Diciembre el estudiantado solo pensaba en irse de la escuela y disfrutar con sus familias las fiestas navideñas y el comienzo del año nuevo.

Cristina y Rosi no tenían a donde ir. Lucas y Winona, sin dar explicaciones que Cristina nunca se atrevió a pedir, también se quedaron. Habían conseguido un apartamento en el mismo edificio donde vivía Cristina y no perdieron tiempo en mudarse juntos. Nadie tuvo objeción con el nuevo arreglo domiciliario de los chicos, porque al parecer ninguno de los padres se interesaba mucho por ellos. Fue así como Rosi, de una manera u otra se convirtió en su madre postiza.

La última semana antes de las vacaciones hubo fiestas de Navidad en todos los departamentos de la universidad y Los Albertos fueron contratados para todas ellas. Lo cierto era que se habían hecho famosos en estos círculos sin que nadie supiera a ciencia ciertas quienes eran. Los tres niños se transformaban para sus presentaciones en serios adultos. Lucas vestía un viejo frac que compró en una venta de segunda mano y que Rosi le arregló hasta quedar como nuevo, las niñas vestían largos vestidos negros de mangas amplias hechos también por Rosi, que les daban una aire de distinción y clase inigualable, con el pelo recogido hacia atrás y unos espejuelos de grueso marco ocultando sus facciones parecían músicos salidos de una orquesta sinfónica, no tenían nada que envidiarle a ningún trío de música de cámara profesional. Varios profesores del departamento de música les guardaban el secreto y los ayudaban a conseguir contratos.

Ali y Will se fueron para Washington D.C. en cuanto pudieron, no sin antes despedirse de Cristina y rogarle que viniera con ellos, lo cual ella no aceptó alegando el deber que tenia de quedarse con la única familia que conservaba, Rosi y sus padres. Con Paul la cosa fue más difícil, este se empeñó en llevárselos a todos con él, a lo que Cristina tampoco accedió, esta vez usando la salud de los viejos como excusa.

En la mañana de su partida, Paul fue a ver a Cristina que desde temprano estaba trabajando en la biblioteca donde más tarde se reuniría con Winona y Lucas.

–Cristy, no quiero irme y dejarte aquí sola, este lugar es como un cementerio durante las vacaciones, no hay nada más que nieve y frio.

–No todos los estudiantes pueden irse de vacaciones Paul, Winona y Lucas se quedaran y entre los tres nos haremos compañía y descansaremos, que falta que nos hace. Además vamos a ir a ver todas las películas nuevas que saldrán en esta navidad.

–¿Te gusta mucho estar con ellos verdad?

–Claro, son los únicos amigos de mi edad que tengo.

–Los quieres más que a mí.

–Yo nunca podre querer a nadie más que a ti Paul.

–Eso es lo que dices pero nunca me lo demuestras.

–¿Y qué debo hacer para demostrártelo?

–Venir conmigo. Me voy a San Ignacio, a tirarme en la playa, tomar el sol, y olvidarme de todo lo que tenga que ver con estudios y obligaciones.

–¿Y a quien llevas de acompañante?

–A nadie. El Yacht Club de San Ignacio está lleno de mujeres.

–Lo ves, tú tienes tus planes. ¿Qué haría yo allí sola?

Por mucho que Cristina se esforzó, le pareció reconocer un sutil matiz de celos en sus palabras; creo que metí la pata, pensó.

–¿Estas celosa Cristy?

–Celosa no, un poco decepcionada sí. No me explico cómo es que puedes andar con una mujer diferente cada día. Tú eres un hombre inteligente, con un gran futuro. No entiendo la atracción a esa cultura tan promiscua en la que viven envueltos la mayoría de los jóvenes de tu edad.

–Tú no lo entiendes porque todavía eres una niña.

–Estas completamente equivocado. Ya soy una mujer, al menos desde el punto de vista biológico, y como tal tengo un montón de hormonas corriendo por todo mi cuerpo, pero eso no quiere decir que me voy a costar con el primer muchacho que se me pase por delante.

–Un momento, de qué hablas. ¿Tu acostarte con alguien? Ni lo sueñes. Esas ideas las has sacados de tus queridísimos amigos, los genios, porque yo estoy seguro que esos dos se traen algo entre manos.

–¿Y si así fuera a ti que más te da? ¿Qué edad tenías tú cuando tuviste sexo por primera vez?

–¿Cristina, como puedes preguntarme semejante cosa?

–¿Por qué no? Tú y yo hemos hablado a acerca de temas mucho más serios que el sexo, puesto que al final eso no es más que una necesidad fisiológica que todos tenemos que satisfacer.

–¿Qué? Cristina, voy a llamar a Rosi ahora mismo, y a Alison y Will, y al abuelo. Como puedes decir semejante cosa, tú tienes diez años y yo…

–Ya tengo once años, y según el esquema de la madre naturaleza o la biología, o como le quieras llamar, ya estoy equipada con todo lo necesario para tener hijos; que por cierto es la función principal de la sexualidad, mantener la especie. No, no, no, no hables y escúchame. ¿A qué edad empezaron Will y Ali a tener sexo? ¿Qué hacen ustedes cuando se van para la playa los fines de semana? ¿Leer cuentos? Por favor Paul, estas insultando mi inteligencia. Creo que merezco un poco más respeto. A mí me importa un pepino que tú te acuestes con veinticinco mil mujeres, pero no me vengas tú a decir lo que yo debo o no debo hacer, porque eres la persona menos indicada para dar ese tipo de consejos.

Paul permaneció en silencio, la miraba como si acabara de conocerla, como si su niña se hubiera convertido de la noche a la mañana en. ¿Qué? Se la imaginó por un instante en brazos de un hombre y estalló.

–Escúchame tú a mí ahora. Yo podré ser un promiscuo o lo que tú quieras pero el cuento ese de niña inteligente y biología y toda esa verborrea no sirve conmigo. Yo te conozco como si te hubieran sacado de una de mis costillas y sé que estas celosa, y por eso hablas de esa manera, pero eso no te da derecho a ponerte a hacer cosas indebidas solamente por molestarme. Bueno, a mí y a todos los que te queremos y velamos por ti. Eso es todo, queremos lo mejor para ti, yo quiero lo mejor para ti y no voy a permitir que te pongas a hacer tonterías solamente por contradecirme y molestarme.

Ahora fue Cristina quien cayó. Lo miró de una manera que nunca antes lo había hecho. Muy despacio se levantó de donde estaba y vino a sentarse en sus piernas, tomó la cara de él entre sus manos y acercó su boca a la de él. Casi cuando estaba a punto de tocar sus labios movió su barbilla hacia arriba y lo beso en la frente diciéndole con un suave murmullo.

–Yo creo que el celoso eres tu amor.

Paul se quedó plantado y aturdido, y Cristina aprovecho el momento para recoger sus libros y salir corriendo del cubículo de la biblioteca.

Una vez fuera le entró un ataque de risa y nerviosismo que no podía controlar. Estaba orgullosa de haberlo hecho. De haber cogido el toro por los cuernos, como diría su padre. Iba por la calle corriendo y riéndose, al llegar a la casa se fue corriendo a donde estaba Rosi y le dijo.

–Rosi, ya planté la semilla, ahora solo tengo que cuidarla para que retoñe en la primavera.

–¿Qué? ¿Qué semilla? ¿Compraste una planta?

Cristina reía y reía de felicidad y Rosi no entendía nada.La verdad era que durante las últimas semanas, y como se lo prometiera a Rosi, había tratado de apartase de Paul lo más posible poniendo escusas absurdas. Rosi sabía que su voluntad la traicionaba pero no podía hacer nada por ayudarla. Se seguían reuniendo a diario pero nunca los fines de semanas. Había días que Cristina añoraba la compañía de Paul más que el aire que respiraba y se ahogaba con el dolor de su ausencia, pero aun así se mantenía firme.

Nadie se daba cuenta de lo que pasaba por el corazoncito de la niña, solo Rosi sabía de su dolor.

–Mi niña, desde que decidiste olvidarte de Paul eres muy infeliz, pero ahora te veo muy contenta. ¿Cuéntame que ha pasado?

Era el primer día de vacaciones, cuando el frio se podía oír en el silencio que dejaba la soledad, sin embargo en el semblante de Cristina brillaba el sol en todo su esplendor y Rosi no entendía nada de lo que estaba pasando.

–A veces pienso que todo este esfuerzo que estoy haciendo no vale la pena Rosi. No importa lo que haga voy a sufrir. ¿Qué más da si sufro ahora o después?

–Tengo que darte la razón. ¿Por qué no te olvidas de todo este plan de olvido y vuelves a ser la niña feliz que eras antes?

–Cuando le prometí a mi padre que iba a ser feliz nunca pensé que fuera tan difícil, aunque en lo que a Paul se refiere, solo con tenerlo a mi lado me basta.

–Pues olvídate de tu plan y adelante con la vida mi amor. Se vive solo una vez.

–Creo que tienes razón Rosi, eso mismo es lo que voy a hacer.–Respondió Cristina todavía riendo y brincando en camino a su cuarto.

 

♣♣♣

 

Rosi trajo a sus padres para la Noche Buena y todos cenaron en casa. El día de Navidad y después de abrir los regalos, los muchachos se fueron al cine a ver los estrenos anunciados y Rosi se fue con sus viejos para la vivienda de estos.

La semana siguiente los niños la aprovecharon metiéndose de lleno en el material nuevo de sus futuras clases. Aunque se instruían en carreras distintas les encantaba sentarse juntos, cada uno con su materia, a estudiar. Sin que se hiciera público, en este primer semestre ya los tres habían cumplido con los requerimientos de un año completo y esperaban que ante los hechos, sus profesores se animaran a dejarlos acelerar la ambiciosa agenda de su educación. Todo el que trabajaba con ellos los admiraba y apreciaba, pero de entre todos Cristina seguía siendo la que más daba y menos pedía.

–Cristina, hasta cuando vas a estar ayudando a Paul y a Will.

–Hasta que ellos no me necesiten más.

–Ese día nunca llegará, los he de ver sentados en sus lujosos bufetes llamándote para que les resuelvas los casos.

–Y si puedo, así lo hare. Pero no lo creo, los dos son muy capaces, serán muy buenos profesionales; lo mismo que Ali.

–Ella es la única que sirve del grupo.

 

♣♣♣

 

Por mucho que lo intentó, Paul no pudo quitarse de la cabeza lo que le dijera e hiciera Cristina el último día que se vieron. ¿Acaso Cristina lo estaba seduciendo? Ni loca que estuviera, qué más daba once, doce o trece, Cristina era una niña todavía. Que inteligencia ni ocho cuartos, ella era una chiquilla. Y él por poco comete la estupidez del año. Estuvo a un milímetro de besarla en los labios. ¿Me estoy volviendo loco? ¿Qué pasa conmigo? Quizás Cristina tenga razón y soy un promiscuo que solo piensa en sexo. No soy un pedófilo, que Dios me libre de semejante bajeza; nunca podría mirar a ninguna niña con malas intenciones. Entonces ¿Por qué me comporto así con Cristina? ¿Por qué quieres protegerla tanto? Se preguntó Paul, porque como hombre conoces el mundo y sabes lo malo que hay allí afuera, en ese ambiente guiado por la fuerza más poderosa del universo; las hormonas. Cuando regrese hablare seriamente con ella, este impase tenemos que aclararlo.

♣♣♣

 

Así pasó la Navidad y llegó el año nuevo. El primer lunes de Enero las aulas de Harvard volvieron a llenarse de estudiantes dispuestos a vencer lo que quedaba de invierno con la promesa de una pronta primavera.

–¿Cristy qué vas a hacer este fin de semana?

Le preguntó Paul estando reunidos en la biblioteca con Ali y Will, a punto de terminar la jornada de estudio. No había podido hablar con ella a solas desde que llego y ella se mostraba tan campante como si nada hubiera pasado. El tercer fin de semana de Enero se celebraba el día de Martin Luther King Jr., por lo que los estudiantes tenían tres días de asueto.

–No me digas que tienes que trabajar.

–Pues fíjate que sí.

–Estoy harto de ese trabajo tuyo que no te deja descansar. Por qué no dejas que te ayude, sabes que no me costaría nada, además el abuelo estaría más que feliz de hacerlo el mismo si tú lo dejaras.

–Gracias Paul pero ya sabes que no voy a aceptar tu ayuda. Gracias a Dios tengo dos manos y dos pies y muchas otras cualidades con las que puedo ganarme el sustento, y estoy muy orgullosa de hacerlo.

–Y dale con el orgullo. Aunque sea un fin de semana, por favor.

–Y si te digo que estoy libre qué harías.

–Te llevaría con nosotros. Nos vamos a esquiar.

–¿Quiénes son nosotros?

–Will, Ali, yo y una amiga mía.

Cristina sabía la respuesta, ¿Por qué había cometido la torpeza de preguntar? ¿Sería masoquista?

–¿Qué voy a hacer yo con ustedes? Todos son grandes y están en parejas. No, no, mejor déjame aquí con Lucas y Winona.

–Si quieres los invito a ellos también.

–Paul, no te preocupes por mí, yo estoy bien aquí con ellos. Ustedes vayan y diviértanse.

–A veces me dan ganas de que crezcas de una vez para poder ir a muchos lugares juntos.

Cristina no contestó. Si hablaba se notaría el dolor en su voz.

–Cristy, nosotros vamos también, te aseguro que lo pasaras bien.

Ahora era Will quien insistía

–Will, por favor, yo sé que ustedes tienen las mejores intenciones del mundo, pero

–Déjenla tranquila los dos. Cristy, no te preocupes por ellos, si no te sientes bien yendo con nosotros no hay problemas, ya habrán otras ocasiones.

Con esto Ali miró a Will y a Paul como diciéndoles; déjenla quieta.

Una vez más Cristina se quedó pensando en la imposibilidad de su amor por Paul. Por fin la llevaron a su casa y se fueron los tres a buscar la amiga de Paul.

Tenía que encontrar algo que hacer. Llamó a Lucas y le propuso reunirse para inventar algo. Este, que se pasaba la vida fantaseando sueños, estuvo allí en menos de cinco minutos con Winona.

–En estos meses la música clásica no nos va a dar mucho porque las fiestas en la universidad se terminaron, al menos por ahora. ¿Por qué no expandir nuestro repertorio?

–¿Qué repertorio? ¿De qué hablas?

–De otros géneros. Los tres sabemos tocar varios instrumentos, y todos cantamos. Podemos hacer arreglos en los tres teclados eléctricos y sonar como una orquesta y así presentarnos en clubes y bares. ¿Qué les parece?

–No nos dejarían entrar, no tenemos edad para eso.

–¿Y tú de veras crees que todos los que entran a esos lugares tienen la edad requerida? Además nosotros no vamos a tomar alcohol, solo vamos a tocar música.

Winona levantó los ojos al cielo y miró a su alrededor como diciendo; ya esta se me enloqueció también. Cristina al verla se echó a reír.

–Me gusta la idea – dijo Lucas.

–Ahora sí, a los dos les están fallando las sinapsis.

–Nos llamaremos Los Enmascarados y usaremos un antifaz para que nadie pueda distinguir nuestras caras.

–¿Y quién será el loco que nos de trabajo? Te recuerdo que el mayor del grupo eres tú y solo tienes trece años.

–Si pero todos somos altos y bien formado, parecemos mayores, y si nos tapamos la cara muchísimo más.

–Eso es perfecto, además como dice Lucas si ajustamos los tres teclados electrónicos podríamos sonar como cualquier orquesta que escojamos, con estilos diferentes, desde Fox, Soul, Salsa, Jazz, lo que sea. Qué maravilla Lucas, eres un genio.

–Claro que lo soy, por qué crees que estoy aquí. –Respondió Lucas echándose a reír.

–Ustedes dos están locos, dejen que Rosi se entere, ella no nos va a dejar hacerlo.

–Seguro que sí, yo la convenceré.

La magistral idea de Lucas hizo que Cristina se olvidara, aunque fuera por unas horas, de su dolor. Los tres corrieron a buscar sus teclados electrónicos y comenzaron a ensayar. Cuando Rosi llegó le contaron sus planes y aunque al principio no estuvo de acuerdo, viendo a Cristina tan entusiasmada, se dejó convencer y prometió ayudarlos.

Por mediación de uno de los profesores del departamento de música y siempre guardando la máxima discreción, consiguieron presentarse en el famoso Scullers Jazz Club de Boston. El éxito no se hizo esperar y quedaron contratados para tocar todos los sábados como número de apertura de los famosos cantantes de Jazz que se presentaban en dicho local. Varias veces durante sus presentaciones, productores musicales se les acercaban para ofrecerles la posibilidad de grabar un disco, pero por supuesto ellos nunca aceptaron. Nunca hablaron directamente con ningún productor musical y eso los hacían más atractivos.

A través de un amigo de Lucas en la facultad de Física consiguieron un contrato para los domingos tocando toda clase de música caribeña. Y así, sin darse cuenta, lo que empezó como un pasatiempo se convirtió en un trabajo fijo. Los ingresos no eran exagerados pero si suficientes como para sentirse cómodos. No requerían de ensayos prolongados y nunca tocaban más de dos horas por noche. Rosi les servía de modista, manager, guardaespaldas, chofer y madre.

Aunque Enero y Febrero eran los meses más lentos del año puesto que la nieve y el frio lo entorpecían todo, para los chicos pasó mucho más rápido de lo esperado. La verdad era que no tenían ni un minuto de descanso. Así fue como Winona, inesperadamente les dijo.

–Escúchenme por favor, lo siento muchísimo pero no puedo más, tengo que dejar de trabajar tantas horas. Estoy extenuada, nerviosa, me duermo en las clases y mi rendimiento académico se deteriora cada día más.

En las últimas semanas Winona había cogido un tremendo catarro del cual no se había recuperado aun. Cristina y Lucas guardaron silencio, sabían que ella tenía razón, todos estaban sintiendo el rigor del horario descabellado en que vivían aunque ninguno de los dos se atrevía a decirlo. De hecho, pensó Cristina, me alegro de que Winona haya abordado el tema, definitivamente necesitamos un descanso.

–Yo hago lo que ustedes quieran. –Dijo Cristina, a lo que Lucas agregó.

–Es verdad que trabajamos demasiado pero también ganamos dinero y todos lo necesitamos. ¿Qué tal si disminuimos las horas de trabajo?

–Recuerda que firmamos un contrato. –Dijo Winona que por ser la más afectada físicamente era la más pesimista de los tres.

–Por eso no se preocupen, somos menores de edad y los dueños no pueden exponerse a que se sepa que están empleando menores. Yo me encargo de la parte legal.

–Entonces, echaremos por la borda todo lo que hemos conseguido en estos dos meses.

–Qué tal si por esto pierdes la beca y la oportunidad de realizar tus sueños. –Respondió Winona que estaba decidida a no ceder. Cristina se dio cuenta que la frustración de ambos los hacía especular con ideas que los alejaban al uno del otro.

–Por qué no cortamos los días. Podríamos seguir trabajando dos fines de semanas al mes y tener dos libres. Vamos a probar a ver qué pasa.

–Estoy segura de que los dueños se negaran, o tocamos todos los días o nos corren.

–Pues que nos corran, pero yo no puedo más.

Winona no pudo contenerse y empezó a llorar. Cristina y Lucas vinieron a su lado y la abrazaron para consolarla. Cristina miró a Lucas por sobre la cabeza de su amiga y le hizo señas de que dejara de presionarla.

–Saben qué, Harry Rhode está cansado de brindarme una casa de playa que la compañía Pfizer tiene en Martha’s Vineyard. ¿Por qué no nos vamos este fin de semana para la playa y descansamos y nos olvidamos de todo? Yo me encargo de arreglar lo del trabajo.

–Buena idea. Vamos Winona, tenemos que preparar un maletín con nuestras cosas. En una hora estamos listos Cristina.

Winona levantó la vista y miró a Cristina con incredulidad, pero esta la abrazó con ternura y le dijo.

–No te preocupes, todo va a salir bien. Aunque Lucas no lo diga, todos nos sentimos abatidos y necesitamos un respiro. Ve con Lucas y regresen pronto.

Cuando los muchachos se fueron Cristina llamó a su amigo Harry.

La Firma Farmacéutica Pfizer es una de las compañías farmacéuticas más grande del mundo, es la primera en ventas de medicinas a nivel internacional, su base de operaciones está en la ciudad de Nueva York y su centro de investigación en Connecticut. Es la compañía que produce medicamentos como el Lipitor, Lyrica, Difulcan, Zithromax y la muy famosa Viagra. Cristina trabajaba con ellos en un proyecto de vacunas antivirales allí en Harvard. Los ejecutivos de Pfizer se habían portado muy bien con ella, Harry Rhode hacía de liaison entre ella y la compañía Pfizer y no dejaba de llamarla semanalmente para preguntarle si necesitaba algo. Cuando recibió la llamada de Cristina se sintió muy complacido de poder ayudarla y poner la casa de la playa a su disposición.

Aunque Enero en Massachusetts era frio y oscuro, no necesariamente tiempo de playa, lo que ellos necesitaban era tranquilidad y un cambio de panorama.

–¿Te mando un limosín para que los lleve?

–No, Rosi va con nosotros.

–De acuerdo, la casa estará lista con comida y todo lo que necesiten, además tendrán sirvientes, Rosi merece su descanso también.

Así fue como una vez que Cristina solucionó lo del trabajo, ofreciéndoles a los contratistas un plan que no pudieron rehusar, se fueron todos a la casa de la playa.

Martha’s Vineyard es una hermosa y pequeña isla en la costa Noreste de los Estados Unidos, justo al sur de Cape Cód, ambas en el estado de Massachusetts. Es principalmente una playa de veraneo para millonarios, accesible solamente por aire o por mar. Esta pequeña isla alcanzó reconocimiento mundial el día 18 de Julio del 1969 cuando el entonces joven Edward Kennedy, mientras manejaba por el Puente Dike perdió control de su vehículo cayendo al vacío y matándose su acompañante Mary Jo Kopechne; ese fatal evento marcó la vida del menor de los hermanos Kennedy para siempre. En 1974 el famoso director cinematográfico Steven Spielberg usó como escenario la isla para la filmación de Tiburón, película que lo lanzó a la fama, y el día 16 de Julio de 1999 el hijo del malogrado Presidente John F. Kennedy perdió la vida junto con su esposa y su cuñada cuando el avión que el mismo pilotaba se estrelló en el mar yendo hacia la residencia familiar de los Kennedy en Martha’s Vineyard.

En los meses de invierno el pequeño pueblo costero servía de albergue a adineradas familia que poseían propiedades en la isla y a turistas exclusivos que detestaban el tumulto del verano. A Cristina y sus amigos les encantó el paisaje de invierno que se reflejaba en un Atlántico encrespado y desafiante. La parte posterior de la casa tenía como fachada el océano que entraba como una alfombra azul por los inmensos ventanales del salón familiar. De estilo Victoriano, la casa se rodeaba de jardines y caminos que llegaban hasta la playa dándole el aspecto de castillo encantado.

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