Cristina

Cristina


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Cómo pude equivocarme de esta manera y terminar en esta pocilga con Pepe. Tengo que irme de aquí cuanto antes o me moriré de un ataque de rabia. ¡Coño, que todo me sale mal…! Y el pendejo de Juan Francisco venirse a morir cuando más lo necesitaba. ¿Qué carajos voy a hacer…? Estoy harta de toda esta gente y de este país y de esta ciudad y a la mierda con todos ellos, imbéciles.

Así siguió Gavina durante todo el camino al aeropuerto, maldiciendo y gritándole al taxista, este por su parte le hubiera dado una bofetada con buen gusto. “Estas mujeres americanas, depravadas, enseñando su cuerpo a todo el mundo, pensaba Ahmed, quien llevaba menos de un año en Nueva York. Algún día seremos los dueños de todo esto y estas putas morirán lapidadas como lo ordena el Corán”

Los dos hablaban un idioma que el otro no entendía, pero sabían que estaban insultándose mutuamente. Cuando llegaron al aeropuerto el taxista le preguntó a que aerolínea iba pero como que Gavina no entendió la dejó en la primera que encontró. Gavina por su parte saltó del carro apenas este hubo parado, y cogiendo su maleta de mano brincó como un venado y se perdió en el gentío de la terminal dejando al árabe gritando y maldiciendo hasta que llegó un policía y lo mandó que se moviera.

Mal nacida, pensó el árabe, algún día tu y todos los infieles pagaran por toda su desvergüenza y Ala será adorado en el mundo entero; todos ustedes se convertirán al Islam o perecerán en la pira de los infieles.

–Allahu Akbar… Allahu Akbar…Allahu Akbar…

Gavina se acercó a un puesto de la primera aerolínea que encontró y preguntó donde tomar su avión para Boston. Tuvo suerte, quien la atendió hablaba español. Le dijo que estaba en la terminal equivocada y que tenía que coger el autobús o caminar hasta la aerolínea U S Airways

–Maldición –fue su respuesta–Dígame dónde está que yo llego.

Cuando trabajaba de azafata para Iberia nunca presto atención a los aeropuertos a donde llegaba. Lo de ella siempre fue buscar un bar donde hubieran hombres que pudiera conquistar.

–Bien, usted está en Delta, U S Airways es la segunda aerolínea hacia el Este, o cuando salga camine hacia su derecha hasta llegar a ella, no tiene pérdida.

Ni las gracias le dio, salió mandada por donde mismo había entrado, de pronto se acordó que el taxista podía estar esperándola afuera y se paró en seco, miró desde adentro y no lo vio así que salió y empezó a caminar hacia la derecha. Ya veía su aerolínea pero le quedaba lejísimo; no le importaba, el asunto era salir de aquel inmundo lugar.

 

♣♣♣

 

En Boston.

 

–Paul, Bamby quiere saber qué frac llevaras para buscar un vestido que convine contigo.

–Traje seis vestidos, quiero enseñártelos y me pongo el que más te guste.

Esta tiene una neurona y la utiliza para todo, la verdad es que ya me estoy cansando de estas mujeres seso hueco, pero para hoy no me queda más remedio, pensó Paul.

–Mi frac es negro.

Fue todo lo que le dio como respuesta.

–Ven conmigo a nuestra suite para enseñarte los vestidos que traje.

–No, tengo mucho que hacer todavía, escoge el que tú quieras y así está bien. Mamá, nos vemos esta noche.

–Cómo que nos vemos, tú tienes que llevar a Bamby.

–No, yo tengo que llevar a mi abuelo, ella ira con ustedes, allá nos reunimos.

No le dio tiempo a responder, salió de la suite lo más rápido que pudo y se dirigió a los elevadores; tenía que irse de ahí cuanto antes o se ahogaría.

–Paul.

Era su abuelo quien lo llamaba. Aquí viene el regaño. Se detuvo y se dio la vuelta para enfrentarlo.

–¿Quieres tomarte una copa conmigo?

–No se la hora que es, pero tengo varias cosas que hacer, luego me visto y te vengo a recoger.

–¿No llevaras a tu invitada contigo?

Paul reconoció el resentimiento en el comentario de su abuelo.

–No, ella ira con Agnes y el resto de la familia.

–Ya. ¿Y cuando me ibas a informar que no llevarías a Cristina?

–No tengo nada que informarte, ella eligió ir con otra persona. No pensé que Cristina fuera tan importante para ti; creía que habías venido por mí.

–Es por ti, no por ella, por lo que pregunto.

–No te entiendo.

–Has cometido un grave error en no ir con Cristina.

–¿Por qué? Abuelo, Cristina es una niña…Como quieres que vaya con una niña a una fiesta como la de esta noche; además fue ella quien escogió no ir conmigo, pero no te preocupes, ella estará allí y la iremos a saludar.

–Tengo el presentimiento de que te vas a arrepentir de lo que has hecho.

–Abuelo, yo no he hecho nada, te repito que fue ella quien lo hizo, como tengo que decírtelo, además esto no es el fin del mundo. Cristina estará bien, es más, ella será quien dará el discurso de despedida esta noche y se sentará en la mesa presidencial, yo no hubiera podido sentarme con ella aunque quisiera.

–Está bien, como tu digas. Pero creo que debías haber insistido en ir con ella. ¿A qué hora vienes por mí?

–A las siete, no quiero ser de los primeros.

–¿Y tus padres y sus amigos?

–Eso no es problema mío.

–Sabes, hay algo que no encaja en todo esto, no sé cómo explicarlo. En fin, ya no hay nada que hacer más que esperar. Nos vemos luego.

El viejo Gallagher se volvió y dirigiéndose a su suite dejó a Paul parado en medio del pasillo, pensando. Es raro, pensó, yo también siento que algo pasará, no sé lo que es pero algo… ¿Por qué me molesta tanto que Cristina vaya con otro? Será la vergüenza ajena de verla encaramada en un pódium como un payaso tratando de dar un discurso… Debí haber insistido en llevarla a comprarse ropa; ahora ya es muy tarde.

 

 

Después que Ali y Will se fueron, Rosi se sentó en la cama con ella y entre sollozos se quedó dormida mientras esta le pasaba la mano por la cabeza como siempre le hacía cuando quería calmarla. Durmió un buen rato, Rosi no se atrevió a despertarla, sabía que necesitaba el descanso para esta noche. Iba a ser una noche reveladora donde muchos se iban a quedar sorprendidos; ya era hora, pensó Rosi, que mi niña les muestre en verdad quien es.

Ahora eran casi las seis de la tarde…

–¿Rosi, por qué me has dejado dormir tanto?

–Porque necesitabas descansar.

–Sí pero tengo que arreglarme, William estará aquí a las 6:30 pm, tengo que llegar temprano para saber qué puesto nos han asignado y ver el programa para saber cuándo me toca hablar. Los padres de William te recogerán, debes estar lista a las 6:50 pm, no quiero que tengan que esperar. Me voy a dar una ducha rápida y me empiezo a arreglar.

–Esta noche será muy especial, al fin saldrás del capullo y te convertirás en una bella mariposa delante de todos… Cuando hubiese tu padre disfrutado este momento…

–Tanto él como mi mamá estarán allí conmigo…

Así se lo había pedido a su Dios. Necesitaría mucha ayuda para soportar el dolor de ver a Paul, elegante, gallardo y seductor, paseándose por el salón de fiesta con una de las tantas mujeres que usaba. Se había mentido a si misma todos estos años pensando que Paul cumpliría su palabra, pero muy dentro de su corazón siempre temió este momento, puesto que la realidad de ella y Paul era otra, completamente distinta a la que su imaginación había construido. La realidad le indicaba que este era el final. Su dignidad le haría comportarse debidamente una vez más.

Se iba a arreglar como nunca pensó hacerlo. Nunca concibió usar sus encantos físicos, era muy feliz con tener un intelecto privilegiado y no le daba importancia a la belleza externa, pero desgraciadamente este mundo no se regía por las mismas reglas que su corazón. Paul siempre menosprecio su inteligencia porque la tuvo a su disposición continuamente y sin que le costara ningún esfuerzo el conseguirla, pero su belleza nunca la había visto, ni tan siquiera se la habría podido imaginar, y eso era precisamente lo que usaría esta noche para sobrevivir.

Quizás Rosi pensara que era su soberbia y no su corazón quien la guiaba, pero a veces hay que darle escape al sentimiento que provoca violencia y furia, ellos eran parte del ser humano como lo eran el amor y la bondad, y esta noche Cristina los usaría por primera vez con toda la fuerza de su ser.

16

La fiesta de graduación de este año se llevaría a cabo en los salones del hotel Four Seasons en Boston, el hotel estaba lleno de invitados de todas partes del país y del extranjero. Esta fiesta tenia historia dentro de los ámbitos universitarios como la más costosa e importante de la bicentenaria institución. No todos los graduados eran invitados. Esta era en verdad una fiesta extraoficial, la otra, donde acudirían todos los graduandos se celebraría la próxima semana en el auditórium de la universidad.

Solo los estudiantes que mantenían notas por encima de los estándares pre–establecidos, y como siempre, los mayores contribuyentes financieros, “la crem della crem” como dirían los franceses, estaban invitados a esta extraordinaria gala. También eran invitados profesores de otras universidades, venia el alcalde de la ciudad, senadores, congresistas, figuras de la farándula, antiguos alumnos y todo el que tuviera el potencial de donar dinero a la institución, puesto que lo que todos sabían y nadie comentaba era que detrás de tal codiciada celebración estaba la verdadera razón de su existencia; recaudar fondos para la Universidad.

El abuelo Gallagher había sido contribuyente fiel desde el día que Paul pisó los recintos del establecimiento por primera vez, él sabía que los resultados de todas sus contribuciones darían sus frutos este día, donde él y su familia tendrían un puesto de honor entre los presentes.

Agnes venia preparándose para este momento, durante todos esos años que Paul estuvo estudiando allí, se veía rodeada de personas importantes que envidiaban su lugar, y allá muy lejos veía los padres de los amigos de Paul en sus mesitas chiquiticas e insignificantes.

Los padres de William no solo eran contribuyentes fieles de siempre sino que todos los varones de la familia que nacieron en los Estados Unidos se habían graduado de ella. La Familia Mombaten era de las primeras familias aristocráticas inglesas que se establecieron en las colonias americanas a fines de siglo XVIII, específicamente en Pensilvania. El bisabuelo de William, era primo del Gobernador de la India durante el reinado de la Reina Victoria, Lord John Mombaten, el mismo que negoció la independencia de ese pueblo con Mahatma Gandhi. Los Mombaten eran parte de la exclusiva realeza Americana donde la clase contaba mucho más que el dinero. Agnes Gallagher siempre quiso pertenecer a aquel grupo privilegiado, sin embargo nunca pudo conseguirlo.

El salón estaba espectacularmente adornado con ramos de orquídeas blancas traídas de California para la ocasión. La bajilla era de Lenox, y llevaba el emblema de la universidad, así como las copas de Bacarrá, las servilletas de hilo, y los manteles que cubrían las docenas de mesas que se arreglaban en torno a la mesa presidencial.

Los candelabros de Cristal Murano hacían que todo brillara como si mil soles pequeños se distribuyeran a través del recinto, emanando reflejos incandescentes como diminutos diamantes incrustados en ellos.

Los invitados empezaron a llegar justo a las siete de la noche, la antesala del salón se rodeaba con amplios ventanales que daban a un jardín interior estilo italiano, con fuentes y esculturas engalanando el panorama. La lluvia había cesado a las cinco de la tarde, y un sol nuevo y resplandeciente había hecho presencia, aunque fuese solo por unas horas, para secar las lágrimas del cielo, y augurar esperanza en esta fresca tarde de Mayo.

 

♣♣♣

 

Cristina ya estaba en la mesa presidencial con William; después de este haberse recuperado del susto que se llevó cuando la vio…

William había pasado a buscar a Cristina a la hora convenida, cuando esta le abrió la puerta, William pensó que se caía de espaldas, que se mareaba, que se desmayaba. ¿Quién era aquella visión de mujer tan preciosa que tenía delante de él? Había algo familiar en su sonrisa, los ojos les eran conocidos…

–¿CRISTINA…?

Se oyó decir sin saber de dónde venía la voz; estaba soñando, aquella divinidad de mitología, aquella Venus de Milo, aquella figura de cuento, aquel ángel, no podía ser Cristina…

–Cálmate William, no es para tanto.

–¿Qué dices? ¿Tú te has visto? ¿Te reconoces? Rosi… ¿Quien es esta maravillosa mujer que mis ojos ven…?

–William, ya está bien, si sigues diciéndome cosas me voy a lavar la cara y quitar el vestido, por favor no exageres.

Estas siendo grosera con él, cállate y agradece sus cumplidos, pensó Cristina. Tu enojo no es con William, recuerda…

El pobre muchacho no podía responder, se había quedado pasmado al ver a Cristina, y como hipnotizado por sus encantos, permanecía plantado frente a ella sin poder moverse.

Cristina misma se turbó un poco cuando terminó de arreglarse y se miró en el espejo. Ya no tendría que esconderse más detrás de un disfraz de payaso; hoy empezaba su nueva vida. Cuanto le hubiera gustado compartir este momento con Paul. Cuanto soñó con ser el objeto de sus cumplidos y piropos, que sabía ahora nunca llegarían. Cuando anheló poder entrar de su brazo ante la mirada de toda esa gente importante. Al menos se consoló al pensar que sus padres la estaban viendo y debían de estar muy felices al ver como lucia de linda; no era arrogancia, ni fantasía, era la pura verdad, estaba preciosa.

Sin darse cuenta se volvió a mirar en el espejo del salón familiar, cada vez que se miraba, ella misma se sorprendía. Llevaba su pelo negro y brillante recogido en un sencillo moño circular en medio de la cabeza, que dejaba a la vista su esbelto cuello, continuándose con los hombros desnudos, vestidos solo con ese inigualable color canela suave que solo poseen algunos privilegiados por Dios; como los de una diosa mediterránea. El vestido era negro de seda y chiffon, este se entrelazaba a la altura del busto acentuando el mismo, moldeando sus prominentes y perfectos pechos, y luego bajaba en cascada resaltando la curva de las caderas después de pasar por la pequeña cintura. El fino chiffon terminaba en otro cruce en la parte inferior de la espalda, dejando esta al descubierto, y cayendo luego como una cascada hasta cubrir los tobillos. Los pequeños y hermosos piececitos calzaban unas sandalias de tacón algo y fino de cubierta tranparente haciendo de ellos una de las partes más sensuales de su atuendo. El conjunto era el de una criatura irresistiblemente atractiva y sensual. Sus orejitas se adornaban con un par de diamantes de considerable tamaño y varios quilates; la única prenda que pudo salvar Rosi de la Madre de Cristina cuando Juan Francisco se casó con Gavina.

Su hermosa piel no tenía necesidad de maquillaje; su cutis perfectamente liso y suave servía de cambas a sus maravillosos rasgos. Cristina redondeo sus cejas con una pinza haciéndolas perfectas, le aplicó una leve sombra brillante a sus parpados, peinó sus pestañas para enmarcar sus ojos que simulaban luceros de color azabache, puso algo de rubor en sus mejillas y enmarcó sus labios en una línea casi invisible cubriéndolos de un brillo color salmón, haciéndolos seductores y sensuales.

Si Afrodita la hubiese visto se hubiese sentido ofendida, y si se le hubiese preguntado al espejo mágico “cuál era la mujer más hermosa del reino” la pobre Blanca Nieves nunca hubiese resucitado. Definitivamente Dios había dotado a esta criatura con las mejores cualidades de su arsenal.

–¿William…Hola…?

El pobre muchacho no salía de su estupor

–William, dame las llaves del coche, conduciré yo o llegaremos tarde.

Diciendo esto le arrebató las llaves de las manos y tomándole del brazo lo condujo fuera del apartamento hasta el ascensor. William se dejaba llevar como un muñeco que no podía dejar de mirarla.

Cuando llegaron al carro que estaba aparcado en el garaje del edificio, Cristina tuvo que abrirle la puerta para que el chico se sentara en el lado del pasajero. Cristina dio la vuelta y se sentó en el volante.

–Cristina.

–Si William.

–¿Eres tú?

–Pues claro que soy yo, deja de mirarme de esa manera, me estas haciendo sentir mal.

Cristina puso en marcha el coche y salió como un bólido hacia Boston, si no se apuraba llegarían tarde y eso era algo que Cristina no soportaba.

Aunque la lluvia había cesado un par de horas antes, la carretera seguía mojada y el tráfico estaba algo congestionado. Cristina aceleró lo más que pudo y cambiando de líneas como una legítima descendiente de Fitipaldi, llegó al hotel en menos de quince minutos.

Lo mismo que le pasó a William les sucedió al muchacho que les recogió el coche, al portero que les abrió la puerta, y las personas que estaban en el lobby del hotel. Todos se le quedaban mirando a ambos como si fueran celebridades. Cristina pensó que quizás hubiese sido mejor continuar cubriendo sus encantos pero. ¿Cuándo entonces iba a revelarlos si no era hoy? Ah…La gente era muy exagerada, no era para tanto, en cuanto empezaran a llegar las demás mujeres ella pasaría a ser una mas y asunto concluido. Por suerte o por desgracia eso no fue lo que sucedió, en el transcurso de la noche no hubo una mujer que pudiera ensombrecer sus encantos.

El presidente de la universidad así como otras personalidades que se sentaban en la mesa presidencial la recibieron sin poder decir palabra. Algunos trataban de ocultar su asombro pero nadie pudo hacerlo. Cristina tenía que decir algo o la noche se haría muy larga e incómoda.

–Damas y caballeros, ustedes están acostumbrados a mirar a la verdadera Cristina, esta de esta noche es la de mentiritas… Si me quito el vestido, los tacones y me lavo la cara sigo siendo la misma que ustedes conocen, así que por favor, les agradezco sus halagos pero vamos a olvidarnos de como yo luzco y concentremos nuestra atención en el acontecimiento que nos ha traído hasta aquí esta noche. Estoy tan contenta que casi no me lo creo.

–Cristina, tu eres lo mejor que le ha sucedido a esta universidad desde su fundación. No quisiera ofender a nadie pero la verdad hay que decirla.

–Es usted muy mable señor Cunill, pero yo les debo mucho más a ustedes que ustedes a mí; me aceptaron cuando muchos me pusieron todas las trabas habidas y por haber, y dejaron que desarrollara mi programa de estudio sin contender el modo en que lo hacía. Me dejaron traer compañías privadas para que financiaran estudios especiales sin ponerme obstáculos, y como esa miles de otras cosas. Sin ustedes yo nunca hubiese llegado a donde me encuentro hoy.

–Esta será una noche inolvidable para todos.

♣♣♣

 

La línea de carros al frente del hotel Four Seasons se hacía cada vez más larga. Los que fueron precavidos y llegaron temprano no tuvieron estos problemas. El comienzo de la comida se retrasaría, sin embargo esto era algo muy normal en fiestas de este tipo donde las prima donas que asistían se peleaban el lugar de ser los últimos en llegar.

Aunque los Gallagher y los padres de Bamby se alojaban en el hotel, también llegarían tarde, Agnes tenía que ser una de las últimas en aparecer, esperaba que todos se fijaran en su familia y la vieran caminar hasta una de las mesas situadas al frente, cosa que se consideraba de gran categoría. Agnes llevaba un modelo exclusivo de Versace que le había costado una fortuna, pero ni eso la hacía lucir mejor. Agnes era una mujer flaca, no delgada, flaca–consumida, con huesos grandes, cubiertos de una piel incolora que las lámparas de rayos ultravioleta habían transformado en pellejo color café, oscuro, desagradable y sin matices reales; una mujer fea.

Agnes había estudiado y planeado este día a la perfección. De aquí saldría Paul comprometido con Bamby Smith. Los Smith eran unos patanes que hicieron su fortuna recogiendo basura, de hecho eran los dueños de la compañía recogedora de basura más grande del país, pero tenían una cantidad de dinero incalculable y a los ojos de Agnes esto valía mucho más que clase o alcurnia. La verdad que los Smith se dejaron manipular por ella sin protestar. Era cierto que tenían mucho dinero pero a la hora de frecuentar y codearse con la “realeza americana” se encontraban perdidos; nunca fueron admitidos en los altos círculos de la sociedad. La madre de Bamby, Joan Smith, estaba feliz con que su hija fuera la pareja de Paul, ella también tenía planes para esta noche.

–Bamby, tienes que llevártelo a la cama esta misma noche, y si puedes preñarte, mejor.

–No te preocupes madre, que lo tengo todo bien planeado.

Así era como las mujeres de esta comitiva se preparaban para una velada que cambiaría la vida de todos ellos. Los hombres también estaban preocupados porque ninguno confiaba en sus esposas. El abuelo Gallagher presentía la conspiración entre las mujeres pero confiaba en que tanto su nieto como él sabrían hacerle frente a cualquier maleficio que se presentara.

–Abuelo, ya estoy listo, vamos bajando.

El viejo Gallagher no podía resistir el admirar la estampa elegante y el porte de su nieto, aunque Paul no lo entendiera, el abuelo lo elogiaba constantemente; la verdad es que era un hombre extraordinariamente buen mozo, con una elegancia y gallardía innata. Esa sonrisa de satisfacción que se pintaba en los labios del abuelo cuando tenía a Paul delante de él luciendo como un adonis, gritaba a los cuatro vientos lo orgulloso que estaba de su nieto.

–Sí, no quiero entrar con tu madre y con la amiga, parecen dos comadrejas en celo. ¿Tu padre viene con nosotros?

–No, él fue el primero en bajar, me dijo que esperaría en el bar. Yo creo que esta noche mi padre va a necesitar más que su acostumbrada ración de alcohol para soportar a estas tres mujeres.

–La tal Bamby también es así.

–Abuelo, Dios las cría y ellas se juntan.

Los padres de Will y Ali deberían haber tenido una mesa normal, sus familias contribuyeron lo que pudieron mientras sus hijos estuvieron en Harvard pero nunca nada que podía compararse con los Gallagher, sin embargo Will fue All American durante los 4 años que estuvo jugando Football, para la universidad, al igual que Paul, y por ende tenía un lugar especial dentro de la geografía social del evento. Ellos fueron precavidos y llegaron de los primeros, localizaron su mesa y se sentaron a esperar. Aunque ninguno de los dos dijera nada, tanto Will como Ali estaban expectantes a la llegada de Cristina, por nada del mundo se lo perdonarían si esta llegaba hecha una facha desarreglada.

No tuvieron que esperar mucho, después que Cristina saludó a todos los comensales que compartirían su mesa se fue con William a saludar a sus padres y ver si Rosi estaba bien, un par de mesas más atrás estaban las familias Adams y Hopkins, los padres de Will y Ali. Después de saludar a los Mombaten Cristina tomó a William del brazo y se dirigió a la mesa de sus amigos, estos no la reconocieron hasta tenerla en sus narices y su reacción fue idéntica a la de los demás que conocían a Cristina, Shock…

–Vamos a ver, no me digan que ustedes también se van a poner con esa tontería de que no me conocen.

Ninguno de ellos pudo decir palabra, el primero en reaccionar fue Will con una carcajada que llamó la atención de todos los que se encontraban a su alrededor

–Cristy, te quedó perfecto… Mi hermano Paul se va a caer de espaldas cuando te vea…

–Cristy, no puedo cree que seas tú.

–Yo te dije que no tenías por qué preocuparte. Mira este es William Mombaten, ni compañero de esta noche y un gran amigo; William ellos son Alison y Will con sus respectivas familias, ellos son mis hermanos; no preguntes como, pero lo somos.

Todos sonrieron y chocaron sus manos. Cristina fue hasta donde estaban los padres de sus amigos y les dio un beso, como de costumbre.

–Cristina, hija mía, estas preciosas, es increíble el cambio que has dado.

–No se dejen engañar por un vestido y un poco de pintura, yo sigo siendo la misma.

–Pues si no vienes hasta acá nunca te hubiera reconocido. Dijo la madre de Ali. Sabes Cristina, yo siempre supe que debajo de ese disfraz de "excéntrica" había una belleza inigualable como la que tengo delante de mis ojos.

–Ay mamá, no exageres, no hay manera que te hayas podido imaginar semejante belleza.

–Pues fíjate que si, el año pasado cuando ustedes se quedaron a tomar clases en el verano vi a Cristina corriendo muy temprano. Un día que me levanté de madrugada a caminar. Ella no me vio a mí, iba ensimismada en su carrera pero yo supe que era ella.

–Y por qué no dijiste nada entonces.

–Porque pensé que Cristina tendría sus motivos para guardar el secreto de su apariencia.

En eso las luces del gran salón se apagaron y encendieron un par de veces como en el teatro, queriendo anunciar a los invitados que era hora de empezar la función.

Cristina, siempre del brazo de William, se trasladó a su mesa, y con el rabillo del ojo quiso mirar a ver si veía a Paul y a su familia pero no los encontró. Siguieron atravesando por medio de la pista de baile que se situaba en frente de la mesa presidencial, hasta llegar a su puesto. Al atravesar la pista todas las miradas de los hombres y mujeres allí presente se clavaron en la curvatura perfecta de su espalda y en el delicado contorno de su cuello. Cristina sentía todas esas miradas sobre ella y se preguntó si quizás hubiese sido mejor seguir siendo la Cristina que todos conocían, ella no estaba preparada para este tipo de reacción. Trató de alejar este pensamiento de su mente.

–Cristina, eres el centro de atención de todos.

–Ya veo, y no me agrada nada la situación William, te juro que no era mi intensión hacerme notar. Sinceramente me siento bien incomoda.

–No te preocupes y disfruta la velada. No dejes que ellos te arruinen una noche tan especial.

–Sí, tienes razón. Gracias William, eres un gran amigo.

Al llegar a la mesa presidencial se sentaron y esperaron a que el maestro de ceremonia comenzara la presentación. El capellán católico dio la bendición de entrada y la cena comenzó.

A Cristina se le iban los ojos buscado a Paul pero la mesa estaba dispuesta de tal manera que ellos eran vistos por los demás comensales pero ellos mismo no podían ver todo el salón. Se resignó a esperar; si todos la hallaban linda Paul tendría que hacerlo también. Debería tener paciencia, la noche era joven, todavía quedaba tiempo para todo.

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