Cristina

Cristina


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Cuando Agnes, Jesica y Bamby llegaron al salón tuvieron que entrar solas, Anthony estaba en el bar donde se había tomado la dosis indicada de Martini para soportar la velada y para generar el coraje de decirle a su mujer que no contara con él para bailes y tonterías de esas. Paul y el abuelo Gallagher estaban ya sentados cuando llegaron las tres mujeres. El padre de Bamby, “el Rey de la Basura” como se le conocía en los círculos sociales, también entró solo; creía que lo que su mujer e hija pretendían hacer con el muchacho de los Gallagher era deshonesto, pero ya estaba cansado de luchar con ellas así que lo único que pudo hacer fue lo de siempre, desconectarse de ellas lo más posible. Su madre siempre le advirtió a cerca de su mujer, pero cuando uno es joven las hormonas son mucho más fuerte que la razón y en aquella época Joan era muy atractiva y los consejos maternos cayeron en oídos sordos.

La mesa de los Gallagher no era una de las mejores ni mucho menos. Agnes había llamado tantas veces al encargado de la distribución de los invitados, que aunque el viejo Gallagher era uno de los contribuyentes más grandes de la noche, el encargado de dicha misión se cansó de las exigencias y constantes llamadas de Agnes, así que se las arregló para que la familia de la vieja insolente que lo molestó hasta más no poder, terminara con la peor de las mesas del frente. Estaban en la segunda fila pero justo al lado de un altoparlante inmenso que no dejaba que nadie entendiera nada de lo que se decía en la mesa.

En cuanto Agnes se dio cuenta de la humillación a que su familia había sido sometida empezó a protestar y se levantó para ir en busca del responsable de semejante ofensa, pero el viejo Gallagher la miró de una manera que ella no recordaba haber visto nunca y le dijo muy bajo y despacio, “Agnes, siéntate y no te muevas de tu asiento en toda la noche.” Había algo en el tono de voz de su suegro que la estremeció de arriba abajo; se aconsejó, y se quedó tranquila sin decir nada más. Fue tanta la fuerza de la orden que le diera el viejo que no sintió vergüenza ante sus invitados, temió quedarse sin todo lo que tenía y se encogió, permaneciendo callada en su asiento. El viejo alejó su vista de ella y la concentró en el pódium donde alguien estaba explicando el orden de los acontecimientos de la noche. Fue ahí donde la encontró, al principio no se dio cuenta que era ella, pero en unos segundo las reconoció… Se asombró de no haberse asombrado; él había sabido desde siempre que lo que Cristina llevaba como ropa era un disfraz. ¿Cómo lo presintió? Como todo lo que tenía que ver con Cristina; ella estaba en un nivel que solo ella misma podía ocupar, con ella se rompió el molde.

La voz del sacerdote lo sacó de sus pensamientos al comenzar la bendición de la cena. Una vez terminada la oración, la bulla de los camareros cargando platos a las mesas ahogó cualquier otra conversación que pudiera entablarse entre los comensales.

A cuenta de arriesgarse a que su abuelo lo regañara de nuevo le comentó.

–No veo a Cristina, creo que no vino.

–Si vino.

–¿Dónde está?

–Búscala a ver si la encuentras.

–¿Se ve muy extraña verdad? Nunca debí hacerle caso ni a ella ni a Ali. Tenía que haberle comprado un vestido y mandado a arreglar con algún profesional.

–Al parecer no le hizo falta.

–¿Dónde está? ¿A dónde la vez?

–Búscala en la mesa presidencial.

–Abuelo por favor…

No pudo seguir hablando, cuando desvió su mirada hacia el lugar sugerido por el abuelo sus ojos se encontraron con… No podía ser, aquella no era Cristina, aquella era la mujer más bella que él había visto en su vida…Vio como la encantadora mujer conversaba con un muchacho apuesto sentado a su lado, se veía feliz y le sonreía…Era ella. Se quedó paralizado, no podía articular palabra

–Ya veo que la encontraste.

–No puede ser ella.

–¿Por qué no?

–Porque no, no es ella.

–Seguro que si, mira la cara de tu madre, ella también la encontró y creo que le va a dar un ataque de un momento a otro. Esa nieta mía nunca deja de sorprenderme.

Agnes estaba roja de la ira, no solo la reconoció, si no que la vio sentada en la mesa presidencial, y la criada estaba en la primera mesa en medio de la pista con una familia conocida. ¿Cómo se llamaban? Estaba segura de haberlos visto en una revista o en algún periódico. Tenía la vista clavada en ella de tal manera que hubiera podido matarla con los ojos.

–¿Que miras Agnes? Te has quedado muda de repente y no puedes dejar de mirar a la mesa presidencial.

Le dijo el abuelo Gallagher en un tono burlón y malicioso. Aquellos que creían que la venganza no se disfrutaba, no conocían lo que él estaba sintiendo en este momento. Dios le estaba regalando unos momentos de triunfo infinito sobre su maldita nuera; estas cosas no se planeaban, salían así ellas solitas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

17

 

El Holiday Inn del aeropuerto Logan era igual que cualquier otro hotel de aeropuerto; conveniente para vendedores que recorrían el país cada semana promocionando sus productos. Estaba bien por uno o dos días pero no para más. Gavina no tuvo otro remedio que quedarse en él puesto que no le alcanzaba el dinero para uno mejor. Cuando era azafata de Iberia se quedaba también en un Holiday Inn, la aerolínea no gastaba mucho en sus empleados y muchos de ellos lo resentían, pero así fue como conoció a Juan Francisco y hasta cierto punto, y hasta donde llegaba su humanidad, le estaba agradecida. Cuando él murió y se vio en la calle despotricó de la compañía hasta más no poder. Por qué había tenido ella tan mala suerte; por qué había gente que todo le salía bien y otros como ella que todo les salía mal. La culpa la tenían sus padres que siempre se resignaron a vivir a la sombra de Franco a quien su padre sirvió como un esclavo. ¿Y para qué? Para terminar en la pocilga donde vivan en Madrid. Por eso ella no le era fiel a nadie más que a ella misma.

Una vez instalada en su habitación llamó a Pepe para hacerle saber que había llegado. Su marido le respondió con un sonido que no pudo distinguir pero que intuyó era algo como “está bien, déjame dormir”; ojalá y se muera en el sueño, pensó Gavina.

Al final de muchas peleas y regañadientes Pepe le había averiguado que Cristina se graduaría este mes y que esta noche precisamente era la fiesta de graduación en el Hotel Four Seasons, en el centro de Boston. Cuando le pidió a Pepe que le buscar un cuarto allí él le respondió con una carcajada.

–Estás loca, una noche en ese hotel vale más que lo que gano yo en un mes.

Como siempre exagerando, pero no muy lejos de la realidad. Gavina se enfermó de saber que la muy mocosa estaría celebrando con la criada en un lugar donde quizás ella nunca podría entrar.

Como pudo se arregló un poco y salió a coger un taxi, a duras penas se entendió con el chofer que esta vez era africano, pero mucho más cordial que el árabe de New York, y que entendió a donde ella quería ir en menos de tres minutos; tiempo record. El africano que hablaba perfectamente ingles empezó a comentarle cosas que ella no entendía y a las cuales no prestaba atención pero el chofer no se daba cuenta y ella lo dejó que hablara. No sabía lo que iba a hacer cuando llegara al hotel. Este lio del idioma la tenia harta; que brutos eran estos americanos, ninguno sabía hablar español, que gente más inculta…

Cuando el taxi paró en frente de la gran entrada del lujoso hotel, Gavina pensó hacer lo mismo que le había hecho al árabe en el aeropuerto Kennedy, pero se aconsejó y le pagó. No sabía si la dejarían entrar al hotel o no; siempre su complejo de inferioridad como guía oculto de su vida, la hacía vacilar. Gavina nunca tuvo un buen concepto de sí misma aunque demostrara lo contrario.

La noche estaba fresca y despejada, la lluvia del día había limpiado el ambiente y se respiraba un aire fresco muy distinto al que ella respiraba en su apartamento del Upper West Side. Aunque su aspecto no era exactamente la de un huésped del Four Seasons, el portero le abrió la puerta y le hizo una reverencia indicándole que pasara. Se acordó que en este país no le ponían mucha atención al atuendo de las personas, que gente tan estúpida, pensó.

El lobby principal estaba decorado en un género continental algo abrumador para el que no estuviera acostumbrado a ese estilo. Las sillas y los sofás eran todos victorianos y descansaban en alfombras persas, sin embargo las columnas eran romanas y el arte más bien modernista, por supuesto Gavina no se dio cuenta de estos detalles. Se encaminó hacia donde ella pensaba que era la recepción y le habló en español a la muchacha que atendía detrás del mostrador de mármol.

–Mi hija está en esa fiesta de graduación que se está celebrando aquí esta noche, y yo necesito entrar a verla.

–¿Perdón?

Vaya, la chavala habla español; empezamos bien.

–Mi hija, está adentro en una fiesta de graduación y yo necesito verla, es algo muy urgente.

–Tiene usted invitación.

–No, acabo de llegar del extranjero y ella no sabe que estoy aquí, es una sorpresa.

–¿Es una sorpresa o una emergencia?

–Bueno a usted que más le da, es mi hija y exijo verla ahora mismo.

Le gritó Gavina en una forma completamente irracional. La empleada que la estaba atendiendo en recepción llevaba más de diez años trabajando en el hotel, era de origen mexicano pero nacida en Los Ángeles, California, y en todo ese tiempo no recordaba haberse encontrado con alguien tan impertinente como esta mujer. El manager del hotel pasaba por la recepción en ese momento y no pudo evitar oír los gritos de Gavina.

–May I help you madam?

–Quiero que me lleven a donde esta mi hija ahora mismo.

La recepcionista tradujo lo que Gavina decía y al mismo tiempo le indicó al manager que no se preocupara, que ella se ocuparía del asunto. Se notaba que aquella señora no estaba diciendo la verdad, lo mejor sería llamar a seguridad para que la acompañaran afuera discretamente. Las personas que estaban en el lobby del hotel, se viraron al oír los gritos de Gavina.

–Señora cálmese, vamos a tratar de ayudarla.

–¿Y qué le dijiste al hombre este? Tú crees que no entiendo pero lo entiendo todo. No me voy de aquí hasta que no me digan donde esta mi hija. Y que no me toque nadie porque me caigo aquí mismo en el suelo y digo que uno de ustedes me empujó y entonces van a tener que pagarme como nueva.

La recepcionista levantó una mano indicando a alguien que viniera e inmediatamente llegaron dos señores muy serios y se le pararon al lado a Gavina mientras la muchacha le explicaba en una voz suave y calmada.

–Señora, estos dos señores la van a escoltar hasta la puerta, compórtese y la dejaremos ir, pero si sigue llamando la atención no tendremos más remedio que llamar a la policía para que se la lleven. En este hotel no se admite un comportamiento como el suyo. Por favor, hágame caso y salga por su propia cuenta.

–Pero con quién te crees que estás hablando imbécil. Puedes llamar a la mismísima guardia civil si quieres, yo de aquí no me muevo.

Los empleados se seguridad la aguantaron por ambos brazos y la sacaron por una puerta lateral al mostrador de recepción. Gavina iba dando gritos y soltando palabrotas, que aunque nadie entendía, todos las podían intuir. Una vez detrás, Gavina fue advertida una vez más de lo que le sucedería si continuaba con ese comportamiento, pero ella hizo caso omiso a lo que le decían, y cada vez gritaba más alto.

–Yo sé mis derechos, no pueden tocarme porque les meto un “su”…

Así transcurrieron los siguientes cuarenta y cinco minutos hasta que llegó la policía y se la llevaron arrestada por desorden público.

Pepe Robledo estaba en el séptimo sueño cuando el timbre del teléfono empezó a sonar y lo despertó

–Quien es el hijo de putas que me está llamando a esta hora. Como no sea que se cayó un avión de Iberia, mañana por la mañana voy a poner de patas en la calle a quien coño sea. ¿Qué pasa?

–El señor José Robledo.

–Sí, soy yo, que carajos pasa.

–Lo estamos llamando de la Estación de Policía Metropolitana en Boston, Massachusetts, en donde tenemos a una mujer que dice ser su esposa, arrestada por desorden público.

–Y a mí que me importa, le dije que no fuera y se fue, ahora que se las arregle como pueda.

–Señor, su esposa desea hablar con usted. Un momento por favor.

Robledo oyó como en un sueño la voz de Gavian

–Pepe, estos imbéciles me han metido aquí a la fuerza, tienes que sacarme. No sé cuánto es la fianza, pero creo que podemos demandarlos porque me agarraron por los brazos y me trajeron casi a rastras.

–Y eso que, paleta. Estas en los Estados Unidos de América, no estás en el pueblo de donde saliste. Esos tíos pueden hacer contigo lo que les dé la gana. Te dije que no fueras, que no tenías nada que buscar en ese maldito lugar pero no quisiste escucharme, ahora jódete.

–Pero Pepe, me van a dejar presa.

–Na…solo te van a dejar esta noche, mañana por la mañana te dejaran ir. Oye y no me molestes mas, no tengo tiempo para tus porquerías.

Con la misma le colgó el teléfono y la dejó berreando y diciendo oprobios. Ojalá que se quedara por allá, pensó Pepe, ya ni para la cama me sirve.

Por su parte a Gavina se la llevaron de vuelta para su calabozo en el que pasó las próximas horas dando gritos, maldiciendo, y bajando a cuanto santo había en el cielo. Era tanto el griterío, y lo que molestaba, que la dejaron ir como a las dos o tres de la madrugada porque ya no la soportaban mas.

 

♣♣♣

 

La fiesta de graduación en el Four Seasons transcurría sin el menor percance, el rumor que emanaba de las mesas se convertía en un sonido alegre donde las vibraciones bocales de todos emitían una energía positiva, al menos esa fue la opinión científica que dio Lucas cuando le preguntaron si estaba disfrutando de su fiesta de graduación.

La madre de Winona había venido desde California, entre los tres chicos habían reunido el dinero para comprarle el pasaje, su padre se había casado otra vez y ahora vivía en algún lugar del sur, Winona no lo veía desde que tenía siete u ocho años. Rosi fue a recoger a la mamá de la niña al aeropuerto y la trajo hasta la casa. La señora no se asombró al ver que Winona vivía con Lucas. Era una señora sencilla y callada, muy parecida a su hija, y que en sus buenos tiempos fue muy bonita, eso se le veía fácilmente. El padre de Lucas trabajaba en los pozos de petróleo de Alaska y también había venido con el dinero que los muchachos reunieron y le mandaron. La madre de Lucas los había abandonado cuando Lucas tenía apenas dos años y nunca más supieron de ella. Su abuela paterna lo crió como si fuera su hijo, pero ella estaba ahora en un asilo de ancianos; después de un par de infartos cerebrales había quedado paralizada del lado derecho del cuerpo y no podía hablar. El padre de Lucas ganaba un buen salario como obrero del petróleo pero con su madre en el asilo, y el pagando los gastos, lo que le quedaba a fin de mes no le daba para mandarle mucho a Lucas y mucho menos para visitarlo.

Entre los tres reunieron lo suficiente como para comprar una mesa esta noche de graduación donde se sentarían Winona y su mamá, Lucas y su papá, con Rosi y sus padres acompañados de Cristina. Durante todos estos años Cristina había soñado que iría a la fiesta con Paul, pero Lucas y Winona la convencieron para que asegurara un segundo plan, por si acaso. Los padres de Rosi decidieron no ir y Rosi terminó sentándose con los Mombaten. Al final los acontecimientos se habían desenvuelto de una manera que ninguno de ellos esperaba y la mesa de los muchachos que podía sentar a diez comensales tenía seis sillas vacías. Cristina le propuso a William ir a sentarse con sus amigos un rato después que acabaran las formalidades de la noche y este dijo inmediatamente que sí.

Cuando Cristina se dio cuenta de que Paul la había encontrado, lo saludó con un leve movimiento de cabeza y una bella sonrisa, pero seguidamente fue bombardeada con comentarios, preguntas y observaciones de sus compañeros de mesa y por los próximos veinte minutos estuvo completamente absorta en la conversación que se llevaba a cabo a su alrededor. Cuando se vino a dar cuenta ya el maestro de ceremonia estaba anunciando su participación en la velada y tuvo que pararse entre los aplausos de los presentes y dar su discurso de despedida.

Hubo un momento durante el día, poco después de que Paul le dijera que no iría con ella a la fiesta, que pensó que no podría hacer lo que de ella demandaba la dirección de la universidad, pero sin saber de dónde, había sacado fuerza para vivir de minuto a minuto aquel día tan difícil, y aquí estaba, casi al final de la jornada, sintiéndose bien y segura. Por supuesto que hubiese querido que nada de esto hubiese ocurrido y estar al lado de Paul en este momento, pero Dios tenía un sentido del humor difícil de entender, y aunque no llegaba a comprenderlo completamente, sabía que de la manera en que habían sucedido los acontecimientos del día, era la manera en que mejor terminaría la noche.

Parada delante del pódium, donde una cámara de frente proyectaba su imagen a las mesas de los costados que no podían alcanzar a verla, se vio en el reflector y tuvo que sonreír al comprobar que definitivamente se veía muy linda.

“Gracias papi”

“Distinguido señor Presidente, señor Decano, profesores, alumnos y familiares, personalidades que nos honran con su presencia, es para mí un gran honor el poder estar hoy aquí frente a ustedes despidiéndome en nombre de todos los graduandos de esta, nuestra alma mater…”

Agnes pensó levantarse e irse, esto era una derrota personal que no podía soportar, después de años criticando a la insulsa de la mocosa esa, ahora la veía triunfadora y bella delante de todos y quería hacerse invisible e irse de allí, la presencia de Cristina la ofendía terriblemente, la odió desde el día que la conoció; la odió porque Paul la quería, y eso ella no podía resistirlo. Pero el viejo Gallagher la miró como diciéndole, “Sé lo que estás pensando y si te mueves te mueres”. Con una humildad que más que obediencia era derrota, bajó la cabeza y se quedó donde estaba maldiciendo por dentro su suerte, pero sin atreverse a decir o hacer nada.

Los ojos de Paul no se habían apartado de Cristina desde que la descubriera. No había tocado su comida, Bamby le había estado hablando desde que llegó a la mesa y se sentó a su lado, pero si al principio no le hacía caso, ahora ni la oía. La señora Smith miró a su hija como diciéndole, ¿Qué esperas, por qué no te hace caso? Pero Bamby solo supo encogerse de hombros como diciéndole “no sé qué pasa mamá, estoy haciendo todo lo que puedo, pero este hombre no reacciona.”

Paul no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor, estaba hipnotizado por Cristina. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué se sentía de esa manera? Tenía unos deseos locos de correr hasta ella y llevársela de allí. Quería tocarla y abrazarla y… ¿Besarla…? Que estúpido he sido, la he tenido delante de mí todos estos años y nunca me di cuenta hasta hoy de que… Tiene que ser mía, y solamente mía, para siempre. Me la tengo que llevar de aquí, pronto, no puedo dejar que me la quiten, me la tengo que llevar bien lejos donde nadie pueda alcanzarnos ni molestarnos ni decirnos que podemos o no hacer.

¿Por qué había Cristina ocultado sus encantos por tanto tiempo? ¿Por qué se los había ocultado a él? Y qué importaba todo eso ahora, lo único que importaba era que tenía que llevársela de allí ahora mismo. Oía la voz de Cristina muy lejana y lo único que entendía era que lo llamaba diciéndole, ven a buscarme y vámonos los dos de aquí para siempre. Tantas veces que la había tenido en sus brazos como una niña, y cuantas más se asustó de haberse sentido atraído por ella; algo que en su momento lo hizo sentir como un depredador infantil. Se había recriminado a sí mismo mil veces el hecho de sentir atracción por aquella niña; cuantas veces tuvo que aguantarse para no apretarla contra su pecho y besarla. Se acordó de aquel día de inviernos en que estando solos en la biblioteca, rozo su labios por un instante… Debió dejarse llevar por sus instintos, Cristina no habría protestado… Pero nunca hablaron del asunto y así quedo todo. Hubo un tiempo que pensó que se estaba volviendo loco, ¿Cómo era posible que él sintiera todas esas cosas por aquella chiquilla desaliñada y alegre que era un angelito? Esta era la respuesta, la atracción era real, y era mutua, y no había nada de malo en ello, la Cristina que él conocía no era una niña, era una mujer maravillosa, atractiva y sensual. Sintió un dolor en el lado izquierdo de su pecho y pensó que su corazón le decía; corre hacia ella y llévatela para siempre.

¿Y si estuviera equivocado? Imposible, aquella mujer era la que siempre busco y nunca encontró, teniéndola a su lado por tantos años. Oyó como el salón rompía el silencio en un aplauso prolongado y fuerte donde todos se ponían de pie… Ya había terminado. Ahora, levántate y ve por ella.

Los aplausos seguían, vio como su madre, Bamby y la madre de esta eran las únicas que estaban sentadas sin aplaudir y las tres lo miraban con miedo y rabia. Paul se levantó de su asiento

–Paul, siéntate ahora mismo, no me hagas esto–Le dijo Agnes.

Pero Paul no la escuchaba ya, se abría paso entre las mesas y las personas que seguían aplaudiendo. Al llegar a la mesa presidencial vio como todos felicitaban a Cristina y vio al hombre que estaba a su lado. ¿Quién era este payaso que la tomaba del brazo y la conducía hacia el otro extremo de la mesa?

–Cristy.

Su voz era más una súplica que una llamada.

Ella se detuvo y lo miró, y esa mirada que había guardado por todos estos años y que nunca antes se permitió darle, ahora la dejaba salir de su alma y se la daba llena del deseo y del amor acumulado en aquel espacio infinito que era su corazón, pero claro que Cristina no se daba cuenta de lo que hacía, ni como lo miraba, Cristina estaba en la gloria.

Pero no, pensó Cristina… No sucumbiría tan fácilmente ante Paul, él la había humillado y eso no se lo perdonaría fácilmente.

William también se detuvo y la miró extrañado.

–¿Estás bien?

–Sí, es mi amigo Paul, ven que te lo presento. Paul, este es William Mombaten, William este es Paul Gallagher.

William estiró su mano derecha esperando que Paul hiciera lo mismo pero este se quedó mirando a Cristina y no le hizo caso al muchacho.

–Tenemos que hablar. –Le dijo Paul mirándole directamente a los ojos.

–Ahora mismo.

Cristina no sabía qué hacer, quería irse, volar y perderse en los brazos de Paul para siempre pero no podía hacerlo.

–Tú dirás.

–Necesito hablar contigo en privado.

–Pues ahora no va a poder ser. A propósito ¿Vino el abuelo?

–Sí, el también quiere hablar contigo.

–En cuanto pueda voy a saludarlo, los veo en unos minutos.

Con la misma se viró y empezó a caminar con William, pero Paul la siguió y tomándola del brazo la apartó de William.

–Paul, te dije que voy en unos minutos…

–Suelta el brazo de Cristina.

Ahora era William quien en un tono de voz de pocos amigos se dirigía a Paul.

–Tú no te metas, esto no es asunto tuyo.

–Paul, por favor, como puedes ser tan maleducado.–Le dijo Cristina soltándose de la mano que aguantaba su hermoso brazo.

–Ya te dije que voy en unos minutos. Vamos William.

Se viró y salió caminando dejando a Paul parado como un poste en la plataforma de la mesa presidencial. Le dolió el corazón cuando lo dejó plantado y se fue. No sabía de dónde había sacado las fuerzas para hacer esto, pero sabía que lo había hecho bien. Así que Paul estaba molesto, eh? Ahora después de descubrir que la payasita no era tal, ahora que se había dado cuenta que era una mujer hecha y derecha capaz de cautivar las miradas de todos con su belleza.

–Me dijiste que nos íbamos a sentar un rato con Winona y Lucas.

–Y eso es exactamente lo que vamos a hacer.

–Y como le dijiste a ese caballero que ibas en unos minutos.

–William, el abuelo de ese caballero, como tú le llamas, no tiene la culpa de que él sea un mal adecuado, su abuelo es una persona encantadora que yo conozco desde hace muchos años, y que siempre ha sido muy bueno conmigo.

–Cristina, el tal Paul luce ofendido, celoso, yo que sé. ¿Existe algo entre tú y él?

–Por supuesto que no William, él es un gran amigo mío, nos conocemos hace muchos años. Sinceramente no se qué le pasa, por qué se comportó de una manera tan ruda contigo.

–Pues yo si lo sé, te quería comer con la mirada. Parecía un esposo más que un amigo.

–William, si eso fuera verdad, cosa que no creo, no es problema tuyo, déjalo hacer, sabrá Dios si esta bebido o algo así. Ya mañana yo hablaré con él y le haré saber lo mal que se portó contigo, pero ahora vamos a volver a hacer felices, esta es nuestra fiesta de graduación, te imaginas, es el día más feliz de mi vida y no voy a dejar que nada ni nadie me lo arruine.

Siguieron caminando, siempre Cristina del brazo de William, saludando y parándose a recibir felicitaciones, dirigiéndose hacia donde estaban Lucas y Winona.

 

♣♣♣

 

Paul no podía moverse. Que estúpido había sido, cómo podía haber reaccionado de una manera tan absurda. Es que no podía soportar ver a Cristina con aquel mequetrefe. No sabía lo que le estaba pasando. ¿O si sabía? Claro que sabía, era difícil admitirlo pero lo sabía; estaba enamorado de Cristina. No, imposible. Lo que sucedía era que quería cuidarla, protegerla, evitarle problemas que se le vendrían encima justo ahora, dejando atrás la payasita y convirtiéndose en mujer, eso era, quería protegerla. Tenía que hablar con Ali y Will, entre todos la protegerían.

La siguió con la mirada hasta que se le perdió entre los demás invitados. Estaba solo parado en la tarima presidencial, algunos lo miraban como diciendo. ¿Y este que hace aquí? Se bajó de allí y se dirigió a su mesa. Antes de llegar ya sintió la mirada de su abuelo que se había levantado de la mesa y venia hacia él como si supiera lo que acababa de sucederle.

–¿Te encuentras bien hijo?

Le preguntó el abuelo con algo de sarcasmo en sus palabras, cosa que Paul notó inmediatamente. Hasta su abuelo se estaba riendo de él por ser tan estúpido.

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