Cristina

Cristina


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–¿Por qué tendría que estar mal?

–Porque no pensaste antes de decirle a Cristina que no la traerías a la fiesta, que esta se presentaría del modo que lo ha hecho esta noche, dejándonos a todos boquiabiertos por el shock; incluyendo a tu adorada madre.

–¿Cómo sabes que fui yo quien le dijo que no la traería?

–Porque sé que ella nunca te hubiera desairado. Fuiste tú quien jamás pudo pensar lo que sucedería esta noche.

–Te mentí.

–Lo sé, pero en este caso te voy a perdonar. Me parece que ya tienes bastante por esta noche.

 

♣♣♣

 

Un gran número de personas se habían levantado de las mesas y deambulaban por el salón saludando a amigos y conocidos. Otros bailaban, y los demás observaban, entretenidos con la seductora música de la orquesta dirigida por el maestro Frank Sinatra Jr.

–¿Donde está Paul?

Preguntó Bamby

–No sé donde se habrá metido. Anthony, tienes que buscar a Paul. La gente ya está empezando a irse y no sabemos donde esta ni él ni tu padre.

Anthony Gallagher se levantó de la mesa y se dirigió hacia la salida del salón donde varias personas empezaban a congregarse. Hacía más de media hora que ambos habían desaparecido sin decir a donde iban y no creía que volvieran. Si Agnes pensó que iba a buscar a su hijo y al abuelo estaba muy equivocada. Sin contestarle se levantó de la mesa y se abrió paso por entre las personas que se acumulaban en las puertas de salida, y una vez en la antesala de la estancia, tomó una de las escaleras que llevaban al lobby, de allí se fue directamente al bar y pidió un Martini; el primero de muchos, se dijo a sí mismo. Todos los consumidos antes de la cena ya los había gastado con el solo hecho de estar sentado en la mesa con las tres arpías…Algo le decía que esta noche iba a ser inolvidable y él no estaba preparado para recibir sorpresas estando sobrio.

–Creo que Paul se fue y nos dejo aquí plantadas.

Volvió a opinar Bamby

–No, Paul tiene muchos amigos y me imagino que estará saludándolos, ya Anthony fue a buscarlo, enseguida vienen.

Agnes no podía pensar que Paul se hubiera ido y la hubiera dejado plantada con sus invitados. La culpa de todo la tenía el maldito viejo que siempre le consintió todas sus malacrianzas. En cuanto a Anthony tampoco creía que regresaría.

–Yo creo que lo mejor es esperarlos en la suite. Aquí hay tanta gente que no podremos encontrarlos.

–Señora Gallagher usted me prometió que Paul seria mi pareja en la fiesta y ni se ha dignado mirarme. Me ha humillado delante de mis padres y eso no se lo voy a perdonar. Cuando lo vea dígale que estaré esperando sus disculpas en mi habitación.

Giró su mirada hacia donde estaban sus padres y les dijo.

–Vámonos, nosotros no tenemos nada más que hacer aquí.

–Agnes, nunca pensé que tu hijo fuera tan maleducado. Su falta de respeto para con Bamby no tiene perdón. Dile cuando lo veas que estaremos todos, esperando sus disculpas, en nuestra habitación.

Agnes no se iba a dejar sermonear por una analfabeta como Joan.

–Joan, déjate de hacerte la ofendida y de hablar de mi hijo, si tu “venadita” hubiera hecho bien las cosas no estaríamos en esta situación.

–Te prohíbo que le llames venado a Bamby.

–Y yo te prohíbo que llames maleducado a mi hijo. Dale gracias a Dios que te invité, pero me equivoqué, ustedes solo son buenos para recoger basura.

̶ Un momento, con quien crees que estás hablando, atrevida…

Las personas de alrededor las miraban con desdeño.

18

Cristina se había quedado asombrada con la reacción de Paul, se sentía alagada y a la vez redimida, les había probado a todos que ella no necesitaba ayuda para comprarse un vestido y ponerse un poco de color en la cara, pero sobre todo, y de una forma muy simpática, le satisfacía que Paul se hubiera quedado medio bobo cuando la vio, y que hubiera venido a buscarla en cuanto pudo. Que magnifica lección le di, pensó ella sonriendo para sus adentros, hasta William se había dado cuenta de que algo no andaba bien con Paul. ¿Sería posible que las cosas estuvieran ocurriendo tan rápido y tan bien?

Cristina buscaba con la vista la mesa de los Gallagher pero no lograba encontrarla. Lo hacía mientras hablaba con el padre de Lucas, un señor muy interesante e inteligente. Rosi conversaba con la mamá de Winona y esta le agradecía todo lo que hacía por su hija. William también hablaba con el padre de Lucas y se interesaba por el tan discutido asunto del petróleo de Alaska, de cuanto había y que significaba para los Estados Unidos.

–Alaska asienta en su subsuelo entre 5.60 y 16 billones de barriles de petróleo, dependiendo de quién se tome la información, sin embargo lo que sí es verdad es que su obtención disminuiría la dependencia de petróleo que tenemos con el Medio Oriente. Si los políticos se pusieran de acuerdo todo sería más fácil, pero creo que eso sería esperar demasiado de esos individuos.

–Le ha hablado Lucas de sus proyectos al respecto.

–Sí, parece que quiere irse para allá conmigo, yo creo que es una pérdida de talento, pero el hará lo que crea más conveniente. Lo importante es que sea feliz con lo que haga, no importa donde lo haga.

Cristina, que aparentaba estar muy interesada en la conversación dio un salto cuando al levantar la vista vio al abuelo y a Paul parados delante de la mesa. No pudo contenerse y se puso de pie yendo a saludar al viejo que la acogió en sus brazos cálidamente, como lo haría con su verdadera nieta.

–Papa, que alegría verte, le dije a Paul que te iría a saludar…

–Yo sé que has estado muy solicitada así que vine yo a verte, estas preciosa.

–Gracias Papa. Mira este es mi amigo William Mombaten, este es el papá de Lucas y esta es la mamá de Winona…

Tomó unos minutos en hacer las presentaciones y mientras estaban en eso se aparecieron Ali y Will que venían a verlos también. Saludaron al abuelo y siguieron las presentaciones. Cristina veía por el rabillo del ojo que Paul no le quitaba la vista de encima a ella, y William no le quitaba la vista de encima a él; que cómico, pensó Cristina.

–Cristy, párate y date la vuelta que quiero verte bien.

–Will, estate tranquilo.

–No, tengo que mirarte bien. Tú estás segura que no te buscaste un Ada madrina y que a media noche te vas a convertir en la otra Cristy.

Todos se echaron a reír y Cristina le contestó.

–Mucho antes de la media noche, ya me están doliendo los pies y me está entrando sueño, así que será más pronto de lo que tú crees, es más, creo que oigo la calabaza llegando…!!!

–Nada de sueño señorita, mis padres han preparado algo para después de la fiesta en nuestro honor. Todos los presentes están invitados, por supuesto.

–Como es tu apellido muchacho, Mombaten creo que dijiste. No serás tu hijo de Philip Mombaten de Filadelfia.

–Soy hijo y nieto de Philip, ellos son dos. Usted conoce a mis padres.

–Conozco más a tu abuelo que a tu padre, pero hace mucho que no lo veo.

–Pues ellos están aquí esta noche, los dos. Venga por favor a la pequeña fiesta que nos prepararon mis padres, seguro que mi abuelo se alegrara al verlo.

–Pues fíjate que si te voy a aceptar la invitación.

Paul miró a su abuelo sin poder creer lo que decía. Iría él solo, pensó Paul, porque yo a la fiesta del fulano este no voy ni aunque me amarren, además lo menos que quiero es estar cerca de Cristina; se había burlado de él todos estos años, ocultándole quien era. ¿Por qué le había hecho esto a él? No se lo podía explicar, y menos se explicaba el hecho de que su abuelo no se diera cuenta de que Cristina se había reído de todos, los había engañado a todos.

–Conoces a mi nieto, William.

–Sí, Cristina nos presento hace un momento.

La voz de William seguía dura pero solo Cristina se daba cuenta de lo que estaba pasando.

–Paul, el abuelo de este joven y yo trabajamos juntos cuando ambos éramos niños, haciendo de todo en la calle, tratando de sobrevivir a la gran depresión que azotó al país hace tantos años.

–Estoy seguro que el también estará encantado de verlo.

–Parece ser que todos se están yendo, creo que nosotros debiéramos hacer lo mismo. – Dijo Rosi tratando de evitar una confrontación que veía venir entre Paul y William. Ella no sabía los pormenores del problema pero lo que si veía era que Cristina estaba en medio de todo aquello.

Todos se levantaron y se despidieron unos de los otros prometiéndose reunirse más tarde en la fiesta de los Mombaten. Paul agarró a su abuelo del brazo y casi que lo arrastró al otro lado del salón.

–Papa, como puedes decir que iras a esa fiesta. Yo no voy a ir. Tendrás que ir solo.

–¿Y por qué no quieres ir?

–Porque estoy cansado y quiero irme a dormir.

–Es la segunda vez que me mientes esta noche, no creo que debas seguir haciéndolo.

–Es que no te das cuenta lo que ha hecho Cristina, se ha burlado de mi, se ha ocultado de todos, nos ha engañado.

–No te entiendo. A ver, fuiste tú quien le dijo a ella que no la llevarías a la fiesta. Fuiste tú quien rompió el compromiso que hiciste con ella años atrás. ¿De qué te quejas? Cristina ha hecho lo que tenía que hacer para sobrevivir, sin padres, solo con Rosi… ¿Tú crees que la hubieran tomado en serio si su belleza hubiese opacado su inteligencia? Aunque el movimiento feminista ha hecho mucho por las mujeres, seguimos viviendo en un mundo de hombres; Cristina nunca hubiera podido llegar a donde ha llegado siendo una mujer bella.

–¿Pero por qué ocultármelo a mí?

–Porque tú a las mujeres las tratas como calcetines. Nunca hubieras sido su amigo de saber que detrás de esa inteligencia inigualable existía una mujer preciosa como ella.

–Gracias por tener ese gran concepto de mí.

Le contestó Paul entre sarcástico y malhumorado.

–Hijo, el único responsable de tu reputación eres tú.

Paul no le contestó. Cuanto daría por poder conversar con Cristina a cerca de lo que estaba pasando. Se acordó de los interminables diálogos que tenían a cerca de temas importantes y como ella siempre lo oía y le ayudaba a ver con claridad las cosas que no entendía. Una muy ligera sonrisa se formó en sus labios recordando las veces en que discutían y no podían ponerse de acuerdo… Era en esos momentos en que se sentía más atraído a ella, pues cuando se enojaba los ojos le brillaban de una manera única y los feos espejuelos que usaba no podían ocultar el fuego de su mirada. Que imbécil había sido…

Pero todavía no estaba dicha la última palabra. Si Cristina quería jugar al gato y al ratón, pues la iba a complacer. Por muy inteligente que fuera, no tenía la experiencia necesaria para enfrentarse a él; vamos a ver al final quien gana…

–Está bien, tú ganas. Vamos a la fiesta de los Mombaten.

–Paul… No juegues con Cristina como lo haces con todas las mujeres que conoces. Cristina no entra en ese grupo, de acuerdo.

–De acuerdo, pero déjame recordarte que yo también la quiero, y nunca le haría nada que pudiera herirla o disgustarla. Es más, ya se me pasó el shock de verla convertida en toda una mujer y todo está normal y bien, como antes.

–No te creo.

–¿Abuelo, qué pasa? Ahora resulta que Cristina esta primero que yo.

–Nadie esta primero que tu, pero no quiero que vuelvas a mentirme; nunca antes lo has hecho. Esta noche han ocurrido muchas cosas que no esperábamos, por eso no voy a tener en cuenta tus mentiras, pero no lo hagas más. La verdad es mucho más poderosa que la falsedad y siempre sale a la luz y triunfa.

Paul asintió con un leve movimiento de cabeza. El no tenia por que mentirle a su abuelo, pero tampoco tenía que dejarse humillar por Cristina. Si esta quería jugar a ser adulta tendría que atenerse a las consecuencias.

 

 

La fiesta de los Mombaten se celebraba en el Harvard Club of Boston, institución que se fundó en el 1905 por catedráticos y antiguos alumnos, con el fin de tener un lugar donde reunirse y rememorar aquellos momentos vividos en camaradería académica, que dormían acumulados en el baúl de los recuerdos. El lugar había evolucionado con el tiempo, tanto que hoy en día era uno de los clubes más prestigiosos de Boston, con una membrecía selecta; formada por graduados y profesores, y difícil de entrar y pertenecer a ella. Los Mombaten aunque oriundos de Filadelfia sostenían fuertes lazos con Boston y la universidad, no en balde era la Alma Mater de todos los barones de la familia. El lugar contaba con varios salones de fiesta, dos restaurantes, biblioteca, salones de conferencias, bares y todos los requerimientos de un establecimiento de su clase. La fiesta de esta noche se celebraba en el salón principal, recinto que se rodeaba de amplios miradores que tenían de fondo la bahía de Boston. En noches de luna llena, el astro parecía colgar sobre el mar. El bar era de roble fino y cubría casi en su totalidad la única pared interior del lugar, alrededor de él se agrupaban los invitados entre saludos, felicitaciones y copas.

Cristina miraba buscando a Paul y al abuelo pero no los encontraba, trataba de hacerlo sin que William se diera cuenta, no quería ofenderlo, pero estaba como loca por verlo. ¿Qué habría pasado con Paul? ¿Estaría de verdad ofendido con ella? ¿Por qué? Si fue él quien la dejo plantada. “Ay Dios mío, cuando se me quitara este hombre de la cabeza”. Que ilusa había sido, como pensar que con ponerse un vestido y pintarse la cara lo iba a conquistar. En estos momentos Paul estaría con su compañera de turno haciendo sabrá Dios cuantas cosas. Tenía que despertar de aquel sueño que había durado ya más de seis años, en que ella era la heroína y Paul su adorado Príncipe, y empezar a aceptar la realidad de su presente, y el vacio que él dejaría en su futuro.

Se dijo a si misma que siempre lo querría, nunca podría amar a otro hombre como amaba a Paul, pero si lo único que podía retener de él era su amistad, esta sería bienvenida. Pronto todos tomarían rumbos diferentes y aunque se mantuvieran en contacto, la distancia disminuiría el afecto hasta llegar a la tan patética tarjeta de navidad una vez al año.

Me meteré de lleno en mi trabajo y mis estudios. Terminaré en un año o menos todos las rotaciones que tengo que franquear, todas las prácticas, los exámenes, los requerimientos legales, las licencias y todo cuanto pueda abarcar, y así mi mente estará ocupada las 24 horas del día. Volvería a disfrazarse ocultando todo cuanto pudiera causarle problemas de envidia, y navegaría por el incierto mar de la ciencia médica, esquivando egos y previniendo rivalidades. Al final, cuando todo estuviera hecho, cuando ya nadie pudiera detenerla, entonces seria ella misma, la verdadera, la que le prometió un día a su padre llegar a la cima de su potencial.

–Cristina, quiero presentarte al Dr. Miller, Neurocirujano del hospital…

–Ya nos conocemos. Cristina, no puedo creer que esta bella mujer seas tú… Esta usted preciosa doctora Quiroga.–Dijo Miller sonriendo.

–A la media noche me viene a buscar la carrosa y me convierto en la otra.

Todos rieron con el chiste y siguieron conversando.

Con mucha naturalidad Cristina paseaba la mirada por el salón buscando a Paul. Al fin lo localizó, estaba parado frente a ella con una mujer de su brazo, el abuelo conversaba animadamente con Philip Mombaten.

─Cristina, te quedaras con nosotros en Boston o nos abandonaras por los engreídos de Berkeley.

–Todavía no lo sé Dr. Miller.

Con una sonrisa burlona y maléfica vio como Paul se le acercaba con su compañera de turno, quería correr e irse de ahí pero el Dr. Miller no dejaba de hacerle preguntas.

–Yo quisiera que te quedaras con nosotros, ya sabes el manejo del departamento y todos apreciamos lo mucho que puedes aportar al programa.

Paul interrumpió groseramente al Dr. Miller.

–Buenas noches a todos. Cristina esta en Bamby, Bamby esta es Cristina, la niña que te dije había estudiado conmigo.

–El genio.–Dijo la tal Bamby con un sarcasmo crudo, mirando a Cristina de arriba abajo con la envidia chorreándole por los ojos.

–Hola, mucho gusto. Paul este es el Dr. Miller, Profesor de Neurocirugía del Mass General, Dr. Miller este es Paul Gallagher y su amiga Bamby.

–Mucho gusto…

Piensa Cristina, piensa rápido y encuentra una excusa para largarte de aquí. No resisto su mirada insolente. Dios mío ayúdame. Por qué Paul me está haciendo esto…

El Dr. Miller se viró a saludar a alguien que llamó su atención y Cristina quedó sola delante de la pareja. Le parecía estar en un desierto, desamparada y sola a expensas de la maldad que salía de los ojos de aquella mujer.

–¿Y tú no tienes pareja?

–Sí, está allí en aquel grupo, con sus padres y el abuelo.

–Qué triste debe ser verse abandonada…

“Trágame tierra, Dios mío llévame contigo, papi ayúdame”…No respondas, no vale la pena, no le des la satisfacción de entablar una querella; todo saldrá bien, acuérdate que tu eres una dama…

–Sí, muy triste.

–A los hombres no les gustan las mujeres inteligentes, ¿sabías?

–Sí, ya me he dado cuenta.

–Fíjate lo que hizo Paul, te prometió traerte a la fiesta pero al final te dejó plantada y vino conmigo.

¿Hasta cuanto podría aguantar las estupideces de esta tonta? Pensó Cristina.

–Tienes razón.

–Nunca conseguirás un hombre, siempre estarás sola.

Paul no abrió su boca durante el intercambio de palabras, solo las observaba con curiosidad; no podía creer que Cristina mostrara tanta ecuanimidad, en otras circunstancia ya se hubiera comido a la venadita.

–Qué pena, verdad.

Sintió que alguien la tomaba del brazo y la alaba ligeramente.

–Con permiso, necesito a Cristina.

Diciendo esto, William la tomó del brazo y la condujo hasta donde estaba el abuelo Gallagher y la familia Mombaten.

–Cómo se te pudo ocurrir invitar a esta chiquilla para ser tu compañera, estás loco o qué te pasa. No me has mirado en toda la noche por culpa de ella. Por suerte te diste cuenta a tiempo y me fuiste a buscar. No te arrepentirás, te haré todo lo que quieras, será una noche inolvidable.

Ya me estoy arrepintiendo, pensó Paul, que no pudo resistir la furia que le invadió el alma al ver a Cristina en brazos del mequetrefe de William. Bamby tenía sus manos entrelazadas con las de él. Paul se puso en marcha, dirigiéndose hacia donde estaba Cristina, Bamby se sintió arrastrada por él, pero no le soltó el brazo; no se lo iba a dejar quitar otra vez. Al llegar, Paul se situó al lado del abuelo con Bamby incorporándose al grupo.

–¿Philip, sabias que Cristina es nieta mía?

–No.

–¿Nieta suya? ¿Cómo es eso?

Preguntó Bamby que había pasado toda la noche queriendo inmiscuirse en las conversaciones del abuelo. Pero este no le contestó; ni la miró, y siguió hablando con su amigo

–Yo conozco a Cristina desde que era una niña. Yo quería tener una nieta y ella quería tener un abuelo, así que decidimos emparentarnos, y nos salió muy bien, verdad Cristy.

–Así es, Papa es el mejor abuelo del mundo.

– Entonces es posible que terminemos emparentados, porque William me dijo que quería preguntarle algo a Cristina, no sé si lo habrá hecho ya…

–Papá como puedes ser tan indiscreto.

Exclamó William.

–Yo no he dicho nada malo hijo, solo que la perspectiva de tener a Cristina de nuera me hace feliz, eso es todo. Tú qué dices Cristina.

La tensión entre Cristina y Paul se podía cortar con tijeras.

–Así que te casas, que bien, te deseo que seas muy feliz.

Quien habló fue Paul que salió del grupo y del salón a una velocidad insultante, haciendo que todos lo siguieran con la mirada, viéndolo correr hacia la entrada. Bamby caminaba detrás de él gritándole y diciéndole que se detuviera, mientras Paul la ignoraba.

Cuando llegó a la calle llamó al muchacho del aparcamiento para que le trajera sus llaves. El Ferrari era el carro más accesible de la fila, siempre era así, Paul dejaba la propina al llegar, le ponía en la mano a quien aparcaría su carro un billete de alta denominación y le decía “mantenlo listo para salir enseguida”. Ya lo conocían y se mataban por aparcar su auto.

Cogió las llaves que le diera el chico y saltó al Ferrari pisando el acelerador hasta abajo haciendo que las anchas llantas sonaran y levantaran una pequeña montaña de humo que hizo imposible saber hacia dónde se dirigía. Le pareció ver a Bamby dando gritos en la acera, estúpida… Más estúpido había sido él, cómo era posible que de la noche a la mañana perdiera a Cristina, él, que se supo su dueño desde siempre. Esto no podía estar pasando, tenía que hablar con Cristina ya, ahora mismo. Cogió su teléfono y marcó el número de Will.

–¿Paul? De dónde me llamas, acabo de verte aquí ahora mismo.

–Necesito que me hagas un favor, ve hasta donde esta Cristina y discretamente dile que venga contigo para…lo que quieras… y cuando estén donde nadie los pueda oír le das tu teléfono, tengo que hablar con ella urgentemente.

–Explícate porque no te entiendo…

–No hay nada que explicar, solo haz lo que te pido y no preguntes.

–Ya me metí en problemas esta mañana por hacer lo que me pedias, y no pienso hacerlo otra vez, una vez al día es suficiente.

–Will, tienes que hacerme este favor.

Will se quedó en silencio por unos segundos que a Paul le parecieron horas. Trató de localizar a Cristina en el salón pero no la veía por ningún lugar.

–No la veo, no creo que este aquí.

–¿Y el mequetrefe del William, esta?

–¿Celoso?

–No seas ridículo. ¿Está o no esta?

–No, tampoco lo veo. Cristina estaba muy cansada, quizás la fue a dejar a su casa porque tampoco veo a Rosi.

–¿Y mi abuelo?

–El está en la mesa de los Mombaten…Espera…

–¿Qué pasa…?

–Es la mujer con la que tú andabas, acaba de llegar a la mesa donde está tu abuelo y esta gritando como una loca. ¿Tú te fuiste y la dejaste aquí sola?

Que lio…Y todo por mi culpa, pensó Paul

–Déjalo entonces.

Paul no esperó la respuesta de Will, siguió manejando como un loco hacia Cambridge, hacia el apartamento de Cristina. ¿Qué le digo cuando llegue? No lo sé, ya se me ocurrirá algo.

 

♣♣♣

 

Momentos antes Cristina había empezado a despedirse de los allí presentes

–Papa, ya me voy, estoy muy cansada. Me fui a despedir de los profesores y me he quedado con ellos por casi una hora. Quizás pueda verte mañana, si te vas a quedar…

–Que te parece si desayunamos juntos mañana por la mañana, como a las nueve, en aquel lugarcito cerca de tu casa que tanto te gusta, Café Henrieta creo que se llama.

–Buena idea, nos vemos mañana. Me voy antes de que me agarre alguien más y entonces sí que me voy a morir, no siento los pies…Primera vez en mi vida que me pongo estos tacones altos…Que desastre…

–Yo no me he ido porque Paul se fue sin mí. Acabo de escuchar las quejas de la tal Bamby, Paul la dejó sola. Que mujercita tan desagradable.

–Quieres que te llevemos, William nos va a llevar a mí y a Rosi a la casa, podemos dejarte en tu hotel.

–Si no les es molestia, te lo agradecería.

–Que molestia, ni molestia, es un placer poder pasar unos minutos más contigo. Déjame localizar a William.

Como si los hubiese oído, el muchacho apareció frente a ellos.

–William, vamos a pasar por el Hotel del abuelo primero, para dejarlo allí y luego nos llevas a nosotras.

–Estupendo, vamos.

 

♣♣♣

 

Eran las once de la noche cuando Paul, resguardado por la oscuridad de los arboles de la calle vio llegar a Cristina en compañía de Rosi y William. Este se bajó y prontamente vino a abrirles la puerta para que ambas desmontaran. El muchacho quería subir pero Cristina no se lo permitió, le dijo que estaba muy cansada y que mañana podrían hablar.

Después que ellas entraron en el lobby del edificio William montó en su carro y se perdió en la noche.

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