Cristina

Cristina


Portada

Página 18 de 39

Cuando se bajó del taxi, el portero del hotel le abrió la puerta y no la reconoció, se dio cuenta que era otro, el de la noche anterior ya se había ido. Entró sutilmente tratando de pasar desapercibida y se dirigió a uno de los conjuntos de sofás y butacas que formaban los distintos ambientes del lobby del hotel, tenía que situarse en un lugar estratégico donde pudiera ver la conserjería sin que la vieran a ella. Se dirigió al sitio adecuado y allí se sentó como quien espera a alguien. Mirando de reojo la conserjería se dio cuenta que no conocía a nadie de los que estaban allí, este era el turno de la mañana y nadie la reconocería a ella tampoco. Se levantó cautelosamente y se acercó a la recepción.

–¿May I help you, Madame?

–¿Habla español?

–Si claro, en que puedo servirla señora.

–Estoy buscando a mi hija, ella estuvo en la fiesta de graduación de anoche. Yo no pude asistir, mi vuelo lo cancelaron y ahora es que vengo llegando. Podría decirme dónde puedo encontrarla, su nombre es Cristina Quiroga.

–Discúlpeme señora, pero no podemos dar información referente a nuestros huéspedes.

Otra vez la misma cantaleta de ayer, ¿qué hacer?

 

♣♣♣

 

Agnes tenía que sacar su rabia de alguna manera, de lo contraria iba a explotar. Caminaba rápido como queriendo encontrar a su adversario y al pasar por el mostrador de recepción hoyó el nombre de su rival y se detuvo.

–Disculpe, oí que estaba preguntando por Cristina Quiroga.

El padre de Agnes se ganaba la vida en la frontera con México, entrando de contrabando cuanto artículo hubiera que fuera ilegal, incluyendo personas, drogas, armas, medicinas, electrónicos, etc. Allí conoció a su madre, que también estaba en el negocio del tráfico de ilegales, con la que se enredó financiera y personalmente convirtiéndola en su pareja poco después de su primer negocio sucio juntos. Cuando Agnes nació el negocio les iba bien, no había los problemas que existían hoy en día, y los Moreau podían tener sirvientas que se traían de la frontera a muy bajo precio. Agnes terminó con una niñera mexicana y con dos idiomas; aunque ella se guardó siempre el secreto. Cuando el padre de Agnes fue detenido y puesto en prisión, la madre se mudó para otro pueblo y empezó una nueva vida con el dinero que había acumulado. Así fue como la madre tuvo lo suficiente para mandar a Agnes a la universidad, aunque no así a los otros hermanos menores. Cuando Agnes se casó con Anthony se cortaron todos los laxos familiares. Agnes vivía avergonzada de su origen.

Cuando oyó el nombre de Cristina se sobresaltó, la visión de verla en el mismo lugar que ella, le dio mareo, pero no pudo dejar de mirar y ahí fue cuando vio a Gavina. Paul le había contado que la madrastra era una mujer relativamente joven, comparada con su esposo, y que siempre trató muy mal a su hijastra, tanto así que ya estaba completamente fuera de su vida. Agnes titubeo ante la posibilidad de que aquella mujer no tuviera nada que ver con Cristina, pero… “Los enemigos de mi enemigo, son mis amigos”, pensó, y en verdad no tenía mucho que perder pero sí que ganar.

–Si, usted la conoce.

–No mucho, pero ella estaba en algunas clases con mi hijo.

–Entonces usted estuvo en la fiesta de anoche. ¿Vio a Cristina?

–Sinceramente no me fije. Pero quien es usted.

–Yo soy su madrastra.

–Ah… Yo pensé que usted había muerto.

–No, quien murió fue su madre biológica, yo soy la segunda esposa de su padre.

–Si, sí, yo lo sé, pero ella dijo que usted también había muerto.

–Infeliz mocosa. Pues como ve estoy vivita y coleando.

–¿Por qué diría ella algo así?

–Porque me odia, porque piensa que le robé el puesto a su madre, y por mucho que he tratado de ser buena con ella, nunca me ha correspondido. No sé que voy a hacer con ella, me ha abandonado completamente, no quiere ni verme. Después que le di todo cuanto pude, con la miseria que dejó su padre para las dos, y ahora que está bien y con dinero, no se ocupa de mí. Que ingrata puede ser la vida…

Las dos se miraron por algunos segundos sin decir nada, estudiándose y sopesando la verdad de las palabras que se habían intercambiado. Ambas se dieron cuenta de que la otra mentía, y esto les dio ánimos para seguir indagando en la posibilidad de una alianza.

–¿Usted sabe dónde puedo encontrar a Cristina?

–Creo que sí, ella vive en un apartamento en Cambridge, con su criada.

–La criada es una alcahueta de la chiquita, le consiente todo y la deja hacer lo que quiera, por eso es que esta tan mal criada. Donde queda eso de ¿“cambriche”?

–Está cerca, es el pueblecito donde está la universidad, de hecho yo voy para allá ahora mismo, si quiere la puedo llevar.

–No sabe cuánto se lo agradecería señora, usted sí que es una dama.

–No es nada, no se preocupe. Voy a buscar al chofer y ya vengo, espéreme aquí.

Aja…Se jodió la Cristina, la iba a coger con las manos en la masa. Y Pepe tendrá que comerse sus palabras, pensó Gavina. ¿Quién será esta vieja fea? Me parece que la odia tanto como yo. ¿Por qué será? ¿Y a mí eso que me importa? Pues si te importa porque quizás haya dinero por el medio. Esta vieja parece que tiene plata, con chofer y todo. Yo creo que ahora sí que la pegué.

Cuando Agnes regresó a buscarla, ya el chofer las estaba esperando, y ambas montaron ayudadas por este. La limosina era amplia, toda tapizada en piel negra, fina y suave, con armaduras de acero pulido. Gavina nunca había estado en un carro como aquel, ni cuando se casó con Juan Francisco; esta era la clase de vida que ella quería y se merecía, pensó Gavina, y aunque tuviera que matar, la conseguiría, sobre todo si esta vieja la ayudaba.

–¿Y cómo me dijo que conoce usted a mi hijastra?

Agnes hubiese querido no tener que hablar con aquella mujer que provenía de una clase muy inferior a la suya, pero con tal de molestar a Cristina haría lo que hiciera falta

–Ella fue compañera de mi hijo aquí en Harvard, la he visto de vez en cuando, pero no la conozco personalmente.

Gavina se dio cuenta que mentía y que odiaba a Cristina, quizás la vieja no aprobara la amistad de su hijo ricachón con la pobretona de su hijastra.

–¿Y cómo es que usted no vino a la graduación de su hijastra?

–La muy ingrata no me avisó, me tuve que enterar por terceros. Ella nunca me quiso, como todas las hijastras, pensó que le robaba el puesto a su madre. Mi difunto esposo, que en paz descanse, la consintió mucho, y cuando él murió ella se convirtió en un gran problema para mí. Nunca escuchó mis consejos, siempre trató de evitarme, hasta el punto que se fue con la criaducha sin avisarme, y no la he visto ni una sola vez en los últimos seis años. El único motivo por el que la busco ahora es porque le prometí a su padre velar por ella y ayudarla. Mi difunto esposo fue un gran diplomático de mi país, su fortuna la consumió toda la chiquilla en menos de seis meses, y lo que le quedó se lo robó con la ayuda de la criada. ¿De qué manera si no podría ella haber estudiado en una universidad tan cara como esta, y cómo podría haberse mantenido todo este tiempo?

Agnes también sabía que Gavina mentía, pero quizás esta era una buena historia para contarle a Paul. No pensaba subir a esta inmunda al condominio de su hijo, la dejaría abajo en el coche esperando, le pediría la dirección de Cristina a Paul y hasta dejaría que su chofer la llevara hasta allí.

Sin darse cuenta ambas se sumieron en un silencio largo, cada una formando su plan y preparando su papel para la obra de teatro en que se verían envueltas en unos minutos.

Las calles de Cambridge estaban vacías, la universidad dormía la mañana bajo el primer sol de primavera y todo parecía en calma. Las primeras flores y las nuevas hojas de los arboles con su verde esperanza pintaban el camino y hacían que el diminuto e importante pueblo pareciera una pintura de Monet. El coche disminuyó la velocidad y se aparcó paralelo a la acera de un edificio moderno y alto donde vivía Paul y sus amigos; pero eso no tenía por qué decírselo a esta mujer, solo le daría la información necesaria y se la quitaría de encima lo antes posible. Le molestaba su aspecto y le olía a colonia de puta barata.

–Hemos llegado, espéreme aquí en el coche que enseguida le traigo la dirección.

–No se moleste, puedo subir con ustedes, su hijo debe de tener un condominio muy lindo, juzgando por la fachada.

–No, espere aquí, ya vuelvo.

Se lo dijo en forma de orden y Gavina se dio cuenta, en otras circunstancias la hubiera pateado a la infeliz, pero ahora la necesitaba, y no podía disgustarse con ella.

–De acuerdo señora, como usted diga.

Cuando Agnes tomó el ascensor empezó a ensayar lo que le diría a su hijo, iba preparada para sentarse a conversar con Paul y echarle el cuento de la madrastra despreciada, y de cómo Cristina le había robado todo el dinero que le dejó su esposo. Ahora no estaba el viejo aquí y Paul la creería, era su madre, no le quedaría más remedio.

En el último piso, bajó del ascensor y tocó el timbre de la puerta. ¿Por qué no tenia ella la llave de la casa de su hijo? Porque el viejo zorro lo había criado independiente y despegado de ella, pero eso se iba a arreglar bien pronto. Se dio cuenta que se había perdido en sus pensamientos, había pasado un largo rato y todavía no había obtenido ninguna respuesta en la puerta. Apretó el timbre otra vez, esta vez dejó que sonara por unos minutos, pero tampoco obtuvo respuesta. ¿Dónde estaría Paul? ¿Con el abuelo? Volvió a tocar, esta vez además del timbre golpeo la puerta con sus nudillos, haciéndose daño con los fuertes golpes. ¿Donde carajos estaba Paul? Cogió el teléfono de su cartera y marcó su número, le respondió un mensaje que decía que su contestador no estaba conectado; maldito chiquillo, que error tan grande había cometido dándoselo al abuelo como lo hizo, ahora estaba sufriendo las consecuencias. No iba a regresar al carro diciéndole a la fulana esta que no lo había podido ver, eso nunca. Dejó pasar algunos minutos más para que su cuento fuera lo suficientemente convincente y bajó.

–Mi hijo estaba con su prometida, lo he despertado, los dos se acostaron muy tarde por la fiesta. Me dijo que él hace mucho que no ve a su hija y que no sabría darle la dirección.

–¿Y ahora qué hago?

Lo que te dé la gana imbécil, ya ese no es asunto mío, le quiso decir Agnes pero se contuvo.

–Mi chofer puede llevarla hasta la estación de autobuses o hasta el aeropuerto, si lo desea.

Gavina la miró fijamente traspasándola con sus ojos

–Señora, creo que es hora que usted y yo hablemos sin tapujos.

–¿Perdón?

–Señora, yo no tengo su dinero, pero conozco su clase, puesto que de ahí mismo vengo yo.

–De que habla usted, insolente, bájese.

–Señora, déjese de remilgos conmigo, no sé por qué pero odia a Cristina tanto o más que yo, eso se le ve a la legua. No sé lo que le dijo su hijo, no sé siquiera si lo vio, pero si se que usted y yo podríamos estar buscando la misma cosa, así que antes de desecharme como un trapo sucio, escúcheme lo que quiero proponerle.

Agnes la miró como se mira una lagartija, con asco y desprecio, pero se mantuvo callada por unos segundos sopesando las posibilidades que le brindaba esta descarada. La verdad era que no tenía nada que perder, si no le convenía lo que esta mujer le propondría, la dejaría allí plantada y desaparecería de su vista para siempre, pero si la escuchaba era posible que pudiera aprender algo que le sirviera para apartar a la chiquilla de Paul.

–Prosiga.

–Mire, a mi esa insulsa ni me va ni me viene, pero se va a graduar pronto y empezará a trabajar. Todavía es menor de edad y lo será por un par de años más, yo soy su albacea legal y aunque en estos últimos años se las ha arreglado para no darme ni un centavo de lo que coge de todas estas gentes para quienes trabaja, de ahora en adelante el dinero que empiece a ganar lo manejaré yo. ¿Me explico?

–Usted acaba de decirme que Cristina usó todo el dinero que su padre le dejó para sus estudios, no la entiendo. ¿O es que usted solo está interesada en el dinero?–Dijo Agnes, sin esperar respuesta

–De acuerdo. Vera, lo que yo quiero es sacarla de la vida de mi hijo a como dé lugar. La muy sabandija está pegada a él como una sanguijuela y no lo va a soltar muy fácilmente. Encima de eso, mi suegro también la quiere mucho, y no me va a permitir que los separe muy fácilmente.

–Aquí es exactamente donde yo puedo ayudarla. Podría decir que su hijo la violó, y como ella es menor de edad yo lo denunciaría y le pondría una demanda millonaria.

–Un momento, con quien cree usted que está hablando, usted no va a decir nada de mi hijo.

–Señora, permítame que le siga explicando. Por supuesto que yo no voy a decir ni a poner ninguna demanda en contra de su hijo, pero esto no tienen porque saberlo ni él ni su suegro. Usted le dice a su hijo que Cristina lo único que quiere de él es su dinero, que si no lo consigue lo mete en la cárcel.

–¿Y cómo piensa hacer usted todo eso?

–Lo primero que hay que hacer es encontrarlos y lo segundo separarlos. Usted le mete un cuento a su hijo, y yo le meto otro a Cristina, un cuento tan horrible que ninguno de los dos quiera verse jamás, que se odien; así usted se queda con su hijo y yo hago un poco de dinero que mucha falta que me hace con la chiquilla.

–¿Y cuanto me va a costar todo esto?

–Tres millones de dólares.

–TRES MILLONES DE DOLARES… ¿Usted está loca o que le pasa…?

–Señora, los millones no tiene que pagarlos usted, sino su suegro, no dice que él defiende a su hijo en todo, pues en cuanto usted le cuente que hay una demanda contra su nieto por violación de una menor, que se puede arreglar sin ir a los tribunales con solo tres millones de dólares, su suegro se los dará.

“Esta mujer piensa como yo” –se dijo Agnes– “Pero no tiene los recursos que yo tengo, así que podré usarla y luego desecharla”

–De acuerdo. ¿Cuándo empezamos?

–Ahora mismo, si es verdad que su hijo está arriba como dice, vuelva y túmbele la puerta hasta que le abra, y luego explíquele el porqué de su insistencia en verlo, dígale que la demanda está ya puesta, y que hay que solucionar el problema rápidamente antes de que se convierta en un escándalo, también llame a su suegro, y cuéntele todo el lio.

Hizo una pausa para coger aire y organizar sus ideas; ya se veía gastando el dinero que obtendría de esta vieja rica.

–No ha mencionado a su esposo, así que deduzco que no sirve para nada, con el mío sucede lo mismo, así que no tiene que preocuparse por él.

–¿Usted ha hecho esto antes?

–Eso a usted no le interesa, lo único que usted tiene que saber es que yo he llegado muy alto sola, con mi inteligencia y mi capacidad para sobrevivir, y una vez más voy a salirme con la mía.

–¿Cómo piensa localizar a Cristina?

–De eso va a tener que ocuparse usted también. En cuanto averigüe donde esta, me llama y me lo dice y yo empiezo a trabajar por mi lado.

–Muy bien. ¿A donde se hospeda usted?

–Acabo de salir de un mugriento hotel del aeropuerto y no pienso volver a él. Usted se ocupará de que yo me aloje en un lugar apropiado para mi categoría, y desde allí esperaré su llamada.

–Un momento, yo no puedo ponerla en ningún hotel ni mucho menos, eso no entró en el trato.

–Habrán cosas que no entraron en el trato que usted va a tener que asumir, yo no tengo nada de dinero, pero usted… Pues se le ve a la legua que puede disponer de todo lo que quiere.

Gavina aprendió muy pronto en la vida que la vanidad de las personas era su mayor debilidad y una vez más la uso contra esta vieja. Por su parte Agnes no permitiría que Gavina se enterara de su arreglo financiero con el viejo Gallagher; para todos, ella era una millonaria que disponía de la cantidad de dinero que deseara en el momento que así lo quisiera.

–De acuerdo, pero mis finanzas las maneja mi contador, y no quiero tener que explicarle porque me gaste tanto en un hotel que nunca pise.

–Usted sabrá. Lo dejo a su discreción, pero acuérdese que nos conocemos, no me trate de jugar una mala pasada porque usted no sabe de lo que soy capaz si me siento traicionada.

–¿Me amenaza?

–La prevengo.

Las dos pensaron lo mismo la una de la otra. Ambas desconfiaban puesto que como decía el refrán, “el ladrón juzga por su condición” y ninguna de las dos sabía cuál de ella era la peor.

Gavina pensó, “a esta vieja le voy a sacar mil veces más de lo que hubiera podido sacarle a Pepe. Me llegó mi hora de triunfo. Cuando tenga el dinero lo primero que voy a hacer es mandar a matar al puerco de mi marido, quiero que lo hagan en mi presencia para que su postrero recuerdo sea mi risa sobre su desgracias. Después me iré a Madrid a restregarle en la cara a mi padre lo poca cosa que es. Por último voy a hundir a la criada, quizás la mande a matar también, y a la chiquilla la voy a hacer que trabaje para mí por todo lo que le resta de vida.

21

Los planes del abuelo no salieron como él esperaba. Paul se comportó civilizadamente y Cristina estuvo riendo y haciendo cuentos todo el tiempo después del intercambio de explicaciones, pero durante el transcurso del desayudo, no hubo ninguna interacción entre ellos. Quizás se había equivocado, pensó que con solo juntarlos se arreglaría el problema pero no fue así; lo mejor sería esperar.

Todos sentían como una etapa maravillosa de sus vidas llegaba a su fin. Seguirían en contacto pero ya no sería igual. Paul no sabía cómo iba a poder vivir sin Cristina pero no dejó que nadie lo notara.

–Creo que no puedo levantarme de la silla por un rato, estoy llena hasta las orejas.

Dijo Cristina pasando la mano suavemente sobre su abdomen como un Buda feliz.

–Yo estoy igual. Creo que van a tener que llamar a una ambulancia.–Le contestó Will.

–Eso les pasa por comer con los ojos en lugar de con el estomago.–Les respondió Alison a ambos.

Se sentía la tensión entre Paul y Cristina que por cierto no volvió a dirigirse a él durante todo el desayuno. Ali y Will trataban de suavizar el momento con bromas que no daban resultado.

–Me alegro mucho que hayamos podido disfrutar de este magnífico desayuno. Yo me voy a New York hoy mismo y no sé cuando volveré a verlos, pero por favor que sea pronto.

–No te preocupes papa, serás el primero en saber mi dirección en New York.

–Nosotros también te informaremos en cuanto decidamos a donde nos vamos.–Respondió Alison.

–Si quieren trabajo con GALLCORP no tienen más de decirlo.

–Gracias papa, si hace falta te llamaremos, pero tenemos un par de ofertas que ambos estamos considerando y nos parecen muy buenas. De todas formas, te informaremos a donde estaremos enseguida que lo sepamos.

Paul sintió que le tocaba el turno de hablar pero decidió quedarse callado.

–¿Y tú que harás Paul?

Le preguntó Alison que no sabía qué hacer para romper el hielo.

–Trabajaré en GALCORP. –Lo dijo con desgano, y algo de apatía, se veía que no deseaba hablar con nadie.

El abuelo pensó que no tenía sentido prolongar esta incómoda situación y se levantó de la mesa. Uno a uno, todos se fueron levantando y empezaron las despedidas, los besos y los abrazos.

–¿Cristy, tu vienes con nosotros?–Preguntó Will.

–No, yo la llevo.–Respondió Paul.

Todos esperaron que Cristina rechazara la oferta pero no fue así. Lo hizo ver como algo muy natural, pero no pudo evitar la sonrisa que le salió del alma. Cuidado, no bajes la guardia, no te dejes convencer cuando estés a solas con él, la ofensa que te hizo fue muy grande y tendrá que comportarse debidamente si quiere volver a ser tu mejor amigo. Claro que es posible que me muera antes de que suceda, porque sinceramente no sé cómo voy a vivir sin él, pensó Cristina.

Una vez en el automóvil Paul le preguntó.

–¿Adónde te llevo?

–A casa.

La distancia del restaurant al apartamento de Cristina era solo de 3 cuadras, y ambos permanecieron en silencio durante el corto tiempo que les tomó llegar.

Paul detuvo el carro en frente de la entrada del edificio y esperó que Cristina bajara. Ella se desmontó sin decir una palabra y él se fue de prisa sin romper el silencio.

Cristina entró en el lobby y esperó a que Paul desapareciera, entonces salió a la calle y empezó a caminar sin rumbo fijo. ¿Qué les sucedió? ¿Cómo era que habían llegado a esta situación tan… ilógica? Seis años de su vida tirados a la basura y su corazón roto e irreparable…

Ensimismada en sus pensamientos caminó y caminó sin darse cuenta a dónde iba o a dónde estaba. ¿Por qué seguía el destino castigándola de esta manera? ¿Qué culpa estaré pagando? De todas las teorías que formuló acerca de cómo terminarían Paul y ella, nunca imaginó que pudiera pasarles lo que les estaba ocurriendo. ¿Quizás deba llamarlo y ser sincera con él? No, no te humilles, no reduzcas tu estima personal de esta manera. Ya eres adulta, actúa como tal. Si pude sobrevivir la muerte de su padre, sobreviviré esta situación también.

 

♣♣♣

 

Cuando Paul dejó a Cristina buscó de prisa la calle Cambridge, viró a la derecha y se dirigió hacia el Este buscando la autopista 93, una vez allí la tomó en dirección Norte y dejó que el Ferrari alcanzara su potencial de velocidad. Iba volando, pero no se daba cuenta, pasaba calles y calzadas, lugares que nunca había visto, sin saber a dónde se dirigía. Al llegar al cruce con la carretera 28, la tomó hacia el Este hasta llegar a Foss Park, donde se detuvo. No entendía cómo era que las cosas habían llegado a este extremo. ¿Por qué? ¿Qué paso, qué hizo? Tenía que hablar con Cristina aunque fuera la última vez que lo hiciera, no podía quedarse así sin… Nada… Años de convivencia tirados a la basura, destrozados e solo unos minutos, y ese vacío que dejaba su ausencia.

El orgullo no lo dejaba coger el teléfono y llamarla. Ese orgullo con el que había vivido todos estos años, y que alimentaba con la arrogancia y frivolidad que formaban parte central de su carácter. Nunca le había dolido el alma, nunca sintió dolor por nada abstracto, y le molestaba no poder ahora controlar ese dolor. Aquello era lo peor que había sentido en su vida. No sé que es este peso en mi pecho que me aplasta, solo sé que me lastima y se me clava como punzantes aguijonazos en todo mi cuerpo.

Seria mejor morir… Si se iba a morir ya no interesaba nada, no tenía nada que perder… Cogió el teléfono y la llamó.

–¿Tienes algo que hacer ahora mismo?

Cristina, sorprendida con la llamada no pudo contestar de inmediato. “Ayúdame Dios mío.”

–Pues tanto como tener…Tener…Tener, no, no tengo nada de importancia que hacer hoy, pero quisiera descansar. Esa fiesta de anoche me dejó agotada. Tu sabes que yo me acuesto temprano y me levanto con las gallinas, y hoy estoy medio aturdida por el cambio de horario, eso sin contar el dolor que tengo en las piernas por haberme pasado la noche de pie; cuando llegué a la casa y me quité los zapatos no pude caminar por un buen rato.

Le respondió con la naturalidad usual entre ellos. ¿De dónde había sacado ella todo ese cuento y por que se estaba justificando con Paul? Le sorprendió poder ser tan dura con él.

–¿Crees que puedo ir a hablar contigo unos minutos?

Por qué le había pedido permiso. Mejor se hubiera presentado allí y tumbado la puerta.

–Sí, como quieras.

–Estaré allí en 20 minutos.

Cerró el teléfono y partió hacia Cambridge. Tenía exactamente 15 minutos para pensar lo que iba a decir, de lo que dijera dependería su futuro. Mejor dejarlo que salga virgen y sin correcciones, de todas formas después de esta conversación no habría nada más…

 

 

 

Cristina no sabía a dónde estaba y tenía exactamente 15 minutos para llegar a la casa, ponerse un pijama y tirarse en el sofá de la sala para dar la impresión de haber estado descansando. Salió corriendo para su casa, había caminado casi una milla; apúrate Cristina, apúrate…

Llegó al edificio en 5 minutos, subió corriendo las escaleras sin esperar el ascensor. ¿Dónde pusiste la llave? En el marco de la puerta. Entró al apartamento y trancó. Corrió a su cuarto, se quitó el vestido y todo cuanto traía arriba, se puso un pijama, una bata de casa y unas pantuflas que tenia de Eeyore, pero se dejó el pelo suelto. Corrió hasta la sala y se tiró en el sofá cogiendo el control de la televisión y tratando de buscar algo que usualmente veía. Encontró a los Yankees jugando contra los Red Sox; perfecto.

Cogió una almohada y se tiró a todo lo largo en el sofá para mirar el juego. Lo había hecho todo en diez minutos, todavía tenía diez más para pensar, que iba a decir o hacer. El timbre de la puerta la hizo dar un brinco; ya llegó. Este tiene que haber venido volando. Se le acabó el tiempo, tomó dos o tres respiraciones profundas y fue hasta la puerta.

Abrió, Paul estaba parado muy serio con las manos en los bolsillos. Parecía más maduro, más adulto. Su sonrisa siempre lo hizo lucir guapísimo, pero esta expresión seria, con las mandíbulas apretadas haciendo resaltar sus altos pómulos y su cuadrado mentón, lo hacía aún más bello… “Dios mío, esta precioso… Me voy a morir…” Pensó Cristina.

–¿Puedo entrar?

–Sí, pasa. Estaba media dormida cuando llamaste.

–¿Quieres que me vaya?

–No, por favor, entra.

Ella se sentó en el sofá, encaramó las piernas cruzándolas como un Buda y lo miró esperando que el hablara.

Eran a penas las once de la mañana, el sol brillaba en lo alto del cielo. La puerta del balcón estaba abierta y por ella entraban los olores de la primavera. El murmullo de la calle era casi imperceptible. Estaban rodeados de paz natural, aunque por dentro ambos se afanaban por sobrevivir la erupción volcánica de sus almas.

Ir a la siguiente página

Report Page