Cristina

Cristina


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Cuando el Golfstream aterrizó en el aeropuerto de la isla, ya el padre Anselmo los estaba esperando. Nadie supo cómo ni cuándo llegó aquel cura a la islita, algunos decían que había venido con los primeros conquistadores, y otros, que había nacido allí hacía muchos años. No tenía una edad definida, parecía nunca haber sido joven, y su piel curtida por el sol y el mar lo hacían parecer más un marinero que un sacerdote, sin embargo todos los respetaban como si fuera un patriarca. Entre sus amigos se contaban los grandes magnates y los más pobres pescadores. Anselmo y el viejo Gallagher se conocieron cuando este vino a comprar una propiedad destinada a vacacionar en la isla, después que su amigo Miguel Montenegro le hablara de San Ignacio. Montenegro fue quien los presentó y desde entonces se hicieron buenos amigos. Aquí había Gallagher moldeado a su nieto sin interferencias de su madre, y para los dos la isla representaba paz y libertad.

El día resplandecía, el sol brillaba con gusto, la vegetación tropical que vestía la isla de verde no tenía nada que envidiarle al mejor paisaje irlandés. El Caribe, según algunos científicos, es uno de los mares mas azules del planeta, su poca profundidad en combinación con su porcentaje de sal lo convierten en un espejo del cielo. Su nombre viene, según Américo Vespucio, de Caraibi, palabra que usaban los indígenas para los “hombres sabios”. Así le llamaron los nativos a los primeros europeos que llegaron a las islas, antes de que estos empezaran a matarlos y hacerlos sus esclavos.

El avión paró justo delante del hangar de los Gallagher y un segundo después se abrió la portezuela lateral dejando ver al abuelo, seguido de Paul llevando de la mano a Cristina.

–Me imagino que estos son los novios.

Les dijo el sacerdote estrechando la mano de Gallagher mientras miraba a los chicos.

–Yo no los veo muy desesperados.

–Es que tú no llevas dos horas con ellos en ese pequeño avión tratando de entretenerlos.

–Papa, que calumnia…

Replicó Cristina riendo, luego desprendiéndose de la mano de Paul fue hacia donde estaba el padre Anselmo y le plantó un beso que cada mejilla diciéndole.

–Yo soy Cristina, tengo mucho gusto en conocerlo y de entrada le doy las gracias por haber aceptado casarnos.

Paul la alcanzó y pasando su brazo sobre los hombros de Cristina le dijo.

–No vuelvas a irte de mi lado así como lo has hecho, nunca más.

Bromeaba, pero a Cristina le pareció oír también un matiz de posesión en la voz del muchacho.

–Hola padre, como esta.

–Pues ya ves, tenía razón cuando eras chico y te decía que yo te casaría, te acuerdas.

–¿Qué si me acuerdo?–Dijo Paul ahora dirigiéndose a Cristina

–Este buen párroco que vez aquí, me quería casar con una loca que vivía en la playa y de la cual todos los niños huíamos cuando aparecía. ¿Qué fue de la vida de Cunda?

–Cunda está más cuerda que todos nosotros juntos. Al final se juntó con uno de los pescadores del puerto y se tranquilizó. Ahora sus hijos viven en el continente y es toda una señora. –Contestó el cura.

Cristina miraba hacia todos lados como queriendo abarcar con la mirada todo cuanto la rodeaba para guardarlo en su infinita memoria y nunca olvidar estos instantes, cuando estaba a punto de ser la esposa de Paul. Gracias papi, dijo mirando al cielo, cosa que no paso desapercibida para el cura.

–¿A quién le hablas criatura, a Dios?

–Bueno, él debe estar oyendo también pero yo le hablaba a mi padre, yo creo que toda esta felicidad en gran parte se la debo a él, y a mi madre también, ellos son los ángeles que cuidan de mí aquí en esta vida.

–De ahora en adelante te cuidaré yo.

Le dijo Paul atrayéndola hacia él y besándola apasionadamente en los labios sin ni siquiera darse por enterado de la presencia de los demás. Era como si viajara en una nube de un planeta lejano donde solo existían él y Cristina; como la quería, como podría haber vivido tanto tiempo sin ella. Sentía que se le partía el corazón cuando tenía que mirar otras cosas que no fueran sus ojos, o usar su boca para otra cosa que no fuera para besarla; podría vivir por una eternidad alimentándose de los besos de esta maravillosa criatura.

–Ya veo lo que quieres decir viejo amigo. Arriba muchachos que hay que casarlos pronto.

 

♣♣♣

 

La construcción de la Iglesia de San Ignacio comenzó en el año 1895 por ordenes directas de Roma, tras la mediación del entonces primer Cardenal Criollo, Eduardo Pérez Serantes, quien en su primer viaje a las Américas tuvo la suerte de parar en aquella maravillosa isla de la cual se enamoró, su ascensión en la jerarquía eclesiástica le impidió ser párroco de la misma, sin embargo se las arregló para que uno de sus seminaristas preferidos, Anselmo Rodrigo de Hidalgo, lo fuera.

El edificio de la Iglesia se componía del templo parroquial, el patio, la torre del campanario, la sacristía y las habitaciones privadas del padre Anselmo. El templo parroquial abarcaba una superficie de aproximadamente cinco mil metros cuadrados, las paredes laterales se vestían con Vitrales traídos de Guipúzcoa, España, que narraban el Vía Crucis. El vitral principal del fondo coronaba el altar. A los costados del altar se erguían dos capillas, a la derecha la Capilla Bautismal de la Caridad, donada por la familia Montenegro y a la izquierda la Capilla de Santa Barbará. La sacristía quedaba al lado derecho de la parroquia, y se componía de dos habitaciones amplias, una de trabajo y otra de archivo. El patrio parroquial se enclaustraba entre estas dos edificaciones y se cubría con una enredadera de uvas que proporcionaban sombra durante los calientes mediodías antillanos. El campanario se erguía sobre la parroquia a unos 50 metros del suelo, y era costumbre en los días de primera comunión que el padre Anselmo llevara a los recién iniciados al sacramento, hasta la parte más alta del mismo, donde todos podían tocar la gran campana aunque fuera por unos momentos. Al final del patio y cerrando el complejo parroquial, se encontraban las habitaciones del sacerdote; el padre Anselmo también tenía una pequeña casita junto al mar, donde los pescadores varaban sus barcos en tiempo de ciclones, puesto que la Bahía de San Anselmo era la única que se libraba de los mismos.

A Cristina aquella simple iglesia de pueblo le pareció maravillosa, mucho más bonita que cualquier catedral famosa del mundo. Soñaba despierta viéndose caminar hacia el altar del brazo del abuelo con un vestido blanco de novia y un velo que llegaba hasta la playa y se confundía con el mar, donde Paul la esperaba ansioso y feliz. Sin embargo y aunque no hubieran flores, mi vestido, mi cantos, ni invitados, fue la ceremonia más linda que el padre Anselmo había visto en los últimos años, porque durante todo el sacramento los novios mantuvieron sus miradas perdidas uno en el otro y el padre sintió que el mismo Dios estaba tirando de una cuerda mágica a través de él, para unir aquellas preciosas vidas.La parte oficial del matrimonio la llevó a cabo Arturo Fraga, abogado de reputación y amigo de la familia. Las despedidas se hicieron al frente de la parroquia donde ambos esposos dijeron sus adioses corriendo hacia el carro que los llevaría hasta su nido nupcial en la Playa de la Morena, donde se encontraba la Villa de los Gallagher.

–¿Cuál era el apuro Paul?

Le preguntó el sacerdote al abuelo cuya mirada seguía clavada en la carretera por donde se perdieran sus nietos

–No me pareció que la chica estuviera embarazada.

–No, no es eso, es que tienen enemigos que de esperar y hacer públicas sus intenciones, se opondrían y no los dejarían ser felices.

–¿Puedes explicarme eso en cristiano?

–Mi nuera no quiere a la chica, y sabes que no es una persona buena.

–¿La bruja? Esa no es ni persona. En fin, me alegro haberlos ayudado. ¿Tú te quedas unos días?

–No, me voy ahora mismo, tengo cosas que hacer que no pueden esperar. Creo que en los próximos días voy a tener que dedicar todo mi tiempo a proteger a estos muchachos. No creo que nadie tenga idea de que vinimos hasta acá, pero por si acaso alguien te llama, tú no sabes nada, ¿Entendido?

–Cuenta conmigo. Hace mucho tiempo aprendí a mentir por causas buenas y sé que el señor me perdona.

–Dales una vuelta mañana, por favor, y me llamas.

–No te preocupes hombre, van a estar bien. Nunca antes he visto esa mirada en tu nieto, y la niña parecía que emanara luz; no hay muchos que logren amar así.

–Ojala puedan hacerlo por el resto de sus vidas.

Ahí estaba otra vez, la sensación de inseguridad y de miedo que sentía en el pecho cuando del futuro de su nieto se trataba, y ahora había llegado. “Dios mío protégelos”, pensó el viejo, “no permitas que sufran, te lo ruego”. El teléfono celular lo hizo volver a la realidad y en ese preciso momento se dio cuenta de que Dios no lo había oído.

–Sí.

–¿Papa, donde esta Paul?

Era la bruja.

–No lo sé. Creía que estaba con ustedes.

Respondió queriendo darle a sus palabras un tono de seguridad.

–Con nosotros no está. ¿Dónde estás tú?

–En mi oficina.

–¿Un Sábado?

–Agnes, no tengo tiempo para ti en este momento, así que dime qué quieres y acabemos.

–No sé donde esta Paul, lo llamo y lo llamo pero no me contesta.

–¿Y que tu quieres que yo haga?

–Que lo busques y lo encuentres, llámalo tú, a ti te contestará.

–Por si no te has dado cuenta, Paul es un adulto, y yo estoy muy viejo para empezar a ser niñero. Adiós Agnes.

Le colgó el teléfono y se le quedó mirando. ¿Y si tirara el teléfono al mar, se ahogaría su nuera?

–¿La bruja?

Preguntó Anselmo

–La misma.

–No creo que pueda llegar hasta aquí.

–No pero ellos tendrán que volver a reanudar sus vidas, y entonces el escándalo que va a dar esta mujer va a ser enorme. Mejor me voy y empiezo a trabajar en esto.

–Mientras estén aquí no tienes que preocuparte, yo los cuido.

–Gracias Anselmo. Quiero que este matrimonio sea el inicio de una gran vida para ambos, no voy a permitir que nadie les quite su futuro.

23

El ventanal que hacía de pared exterior de la alcoba dejaba que la luz del Caribe entrara lozana y plena, posándose sobre el cuerpo desnudo de Cristina. Las cortinas de seda blanca se batían al compas de la briza antillana y hacían que las formas anatómicas de la joven se confundieran en un manto de albor y transparencia.

Habían alcanzado la casa de la playa por puro milagro, puesto que Paul, tratando de llegar pronto, hizo volar el Mercedes por la pequeña carretera y más de una vez estuvieron a punto de irse contra los pinares que la rodeaban. La Playa de la Morena era una de las más privadas de la isla, y para llegar a ella había que cruzar un puente sobre lo que era un bajío de arena, que se convertía en brazo de mar cuando subía la marea.

A Paul le tomó un segundo desmontarse del carro e ir a abrir la puerta para coger a la novia en sus brazos y entrar corriendo por el portal delantero. Gracias a Dios la puerta estaba abierta y desde allí corrió hacia la alcoba donde depositó a Cristina en la cama. Una vez allí, se alejó de ella y se dejó caer en una butaca cercana exhausto de alegría y deseo. Ella, muy despacio se incorporó y siempre sin dejar de mirarlo se fue quitando su ropa con movimientos seductores y coquetos hasta quedar completamente desnuda. Así fue como se dirigió a los ventanales que daban a la playa dejándose envolver por la briza.

Paul no podía moverse, la observaba como quien observa a una diosa a la cual se idolatra pero no se puede tocar. Cristina al ver su inmovilidad empezó a caminar hacia donde él estaba, muy bonitamente, moviendo sus caderas en un ritmo sensual que volvía loco al muchacho.

–Ven Paul… Ven a mí, ahora…

Cristina se sorprendió del poco pudor con que se expresaba y la facilidad con que se estregaba a lo desconocido.

Paul se paró y caminó hacia ella, la tomó en sus brazos y la apretó contra su cuerpo mirándola siempre a los ojos; no podía dejar de mirarla, si lo hacía, quizás el encanto se rompería. Así se quedaron por unos instantes que parecieron siglos hasta que ella, más agresiva que él, le acercó su boca besándolo como nunca antes nadie lo había hecho. No supieron cómo llegaron hasta el lecho, pero Cristina sentía el cuerpo desnudo y fuerte de Paul pegado al suyo como queriendo sostenerla en sus brazos hasta fundirse en ella…

Se acariciaron, se descubrieron, se saborearon el uno al otro, con esa ansiedad que sienten los que llevan esperando milenios para hacerlo. Cristina sintió como algo húmedo salía de su cuerpo y se deslizaba entre sus piernas, y como Paul, con mucha delicadeza y amor, se introducía dentro de su ser y de su alma, haciéndola gritar de placer… Los dos volaban en un mundo de goce deleitándose mutuamente hasta perder el sentido…

No había en el mundo otra sensación como aquella. Cómo era posible que los seres humanos pudieran ser capaces de sentir tanta dicha. Se creyeron trasladados a un lugar donde no hacían falta las palabras, el sabor de la piel y el calor de los labios exclamaban con señales nuevas lo que estaban sintiendo, la sensualidad cantaba, y el cuerpo moría rendido ante el estimulo del amor mutuo, y nacía una y otras vez, para morir de regocijo una y mil veces más.

Cuan perfecta era la creación divina que permitía que el amor se tradujera en aquella sensación de disfrute y goce inagotable. La piel era el universo infinito que recorrían una y otra vez descubriendo en cada momento nuevos encantos.

La noche los sorprendió rendidos y abrazados, y allí, envueltos en el hechizo de lo que acababan de descubrir juntos, se juraron amor eterno. La playa fue testigo de cuanto se amaron, y la luna los alumbró con su melena plateada consagrando una unión que ya nada ni nadie podría romper.

Cristina no quería abrir los ojos, pensó que soñaba y no quería despertar, sin embargo al sentir la cálida caricia de la mano de Paul sobre sus senos, sus labios se abrieron en una sonrisa de placer. No soñaba, al contrario, nunca había estado tan despierta como en este instante. Abrió los ojos para encontrarse con los de su esposo, que apoyado en un brazo, la arrullaba con su mano suavemente, como los pétalos de una rosa, rozándole apenas los senos y bajando por la línea media de su abdomen para llegar al pubis, encubierto por sus propias piernas.

–Te quiero…

–Y yo a ti…

–Me gustas, te deseo, quiero acariciarte con mis manos y mi boca hasta que tu cuerpo se quede grabado en mi memoria para siempre…

–Yo tengo tu sabor en mi boca y ya huelo a ti, a tus caricias, a tu aliento… No entiendo como pude vivir tanto tiempo sin ti porque si ahora te alejaras de mi moriría…

–Nunca, por ninguna razón, jamás, me alejaré de ti. No puedo respirar sin ti, el solo hecho de pensarlo hace que me duela el corazón… Pero no hablemos de eso, eso nunca sucederá, nada ni nadie podrá separarnos jamás…

–Yo lo sé mi amor, lo sé, y es como único puedo seguir viviendo, porque sé que siempre estaré a tu lado.

Paul volteó su cuerpo y se dejó caer sobre ella muy tiernamente, queriendo penetrarla de nuevo.

–¿No estás cansado?

–Nunca… ¿Y tú?

–Jamás…

Volvieron a hacer el amor por enésima vez, hasta quedarse dormidos entre el cansancio y el placer.

 

♣♣♣

 

La mañana llegó resplandeciente, presagiando todavía más felicidad, si es que eso era posible. Cristina fue la primera que despertó, se complacía recordando cada instante, cada segundo de aquel amor que la poseía ya para siempre. Paul la tenia enredada con sus piernas y brazos y no se podía mover; ni quería hacerlo, no quería irse de allí jamás. Quería que el tiempo se detuviera y que se quedaran así para la eternidad…

–¿Estas despierta?

Preguntó Paul muy suavemente en su oído.

–No lo sé, quizás estoy soñando.

–No estás soñando, estas en mi brazos y eres mi esposa.

–Tú esposa… Nunca pensé que este día llegaría.

–Pues ya lo vez, llegó… Señora Gallagher

Cristina se volvió a acurrucar en sus brazos, tenía su cabeza escondida en el cuello de Paul y respiraba su olor y saboreaba su piel y se volvía a envolver en él…

–¿Quieres más?... Me vas a matar…–Dijo Paul en una voz que quería aparentar una sensatez que no sentía.

–Querer si quiero, pero no creo que pueda. Debemos estar deshidratados e hipoglicémicos.

–¿Hipo qué?

–Hambrientos…

–Sí, creo que si tengo algo de hambre.

–Voy a preparar algo y ya vengo.

Cristina trató de incorporarse pero él la aguantó

–No vas a ningún lugar sin mí; vamos los dos.

Paul se levantó algo tambaleante y miró a Cristina que tenía las piernas separadas y flexionadas en la rodilla…

–No puedo caminar.

–¿Qué?.. ¿Qué te pasa mi amor, que tienes?

Paul la sostuvo entre sus brazos y trató de dar un paso con ella pero ella no se podía mover… Y así fue como empezó Cristina a reír, con una risa alegre y juguetona que no podía parar.

–No puedo mover las piernas, parece como si hubiera estado montando a caballo toda la noche…

Paul se contagio de la risa de ella y se carcajeaba como si le estuvieran haciendo cosquillas.

–¿Eso de caballo es un insulto o un piropo?

Se reían tanto que volvieron a caer en la cama entre risotadas y lágrimas producidas por la risa. Paul fue quien empezó con las cosquillas y ella le siguió, era una lucha a muerte, o así parecía para quienes oían sus gritos y su algarabía…

Entre el ruido de las risas oyeron como alguien golpeaba la puerta.

Se quedaron inmóviles, como si alguien los hubiera sorprendido en un acto ilegal, se miraron y volvieron a reír.

–Somos marido y mujer, no estamos haciendo nada malo.–Gritó Paul entre risas y medias palabras.

–Ya lo sé, solo quería saber si quieren comer algo.

Se miraron, quien podría ser aquella mujer.

–Si nos prepara algo de desayuno, estaremos listos en veinte minutos.–Alcanzó a decir Cristina.

– Que sean treinta, y prepare mucho, estamos hambrientos.–Agregó Paul.

–Sí señor.

Como pudieron se levantaron, Cristina caminando encorvada con las piernas separadas y Paul riéndose de ella. Se metieron juntos bajo un agua tibia casi caliente que hizo que Paul volviera a prepararse para hacer el amor.

–Eres incansable.

–Estoy enamorado, que quieres que haga.

–Entonces vamos a hacer el amor aquí y ahora.

–Sus deseos son órdenes, señora Gallagher.

Volvieron a dejarse llevar por ese deseo compartido que los enloquecía y los hacía sentir de un modo sublime y encantado, hasta llegar a la cima, donde ambos quedaron rendidos, aguantándose el uno del otro y recostándose contra la pared del baño para no caer.

Paso una hora y media antes de que pudieran llegar a la cocina desde donde salía un olor a chorizo, huevos revueltos, pan recién horneado, y café.

–Buenos días, yo soy Elisa, para servirles, sigan hasta el patio trasero, allí tengo la mesa puesta para ustedes y ya mismo les llevo la comida.

–Gracias Elisa, huele exquisito lo que estás haciendo.–Le dijo Cristina, Paul se limitó a seguir a su amada por toda la casa hasta llegar al patio. El olor del mar se le metió en los pulmones y su pecho se abrió ante tal estimulo, a ella le sucedió lo mismo, y como siempre, se leyeron el pensamiento y se abrazaron y besaron a la luz del Sol tropical que se filtraba a través de los pinos y coloreaba el lugar haciéndolo resplandecer.

Cuando Elisa llegó con los primeros manjares seguían besándose, no se habían dado cuenta de su presencia, solo existían ellos, el Sol y el mar Caribe…

–A ver niños, a comer que les hace falta alimentarse.

–¿Elisa, quien te dijo que vinieras a cuidarnos, el abuelo?–Le preguntó Cristina muy sonriente, sin soltar a Paul.

–Sí, y no. Yo trabajo para la señora Mercedes Montoya. Su vecina, ella es muy amiga del Padre Anselmo y del señor Gallagher, así que cuando su abuelo le pidió al padre que le buscara alguien especial para cuidar de ustedes, el pensó en mi y aquí estoy..

–¿Qué pasó con Acela y Mundo, los sirvientes del abuelo?

–Ellos están aquí, pero ellos no saben cuidar de unos recién casados como ustedes, para eso me necesitan a mí.

–Pues muchas gracias de nuevo Elisa, es un placer tenerte aquí con nosotros.

 

♣♣♣

 

El sol de primavera había emigrado al Caribe dejando a la ciudad de los rascacielos cubierta con nubes grises que más que lluvia auguraban peligro.

–Sr. Gallagher, su nuera esta en el teléfono, es la decima vez que llama en menos de media hora, le he dicho que ya le di sus mensajes pero sigue llamando, y ahora me amenazó con echarme del trabajo si no la comunico con usted inmediatamente.

–Dalila, cuantas veces te he dicho que no le hagas caso.

–Ay señor pero es que su nuera cada día está más agresiva, y pienso que como no puede echarme del trabajo, uno de estos días me manda matar.

–Eso no lo dudo, sobre todo si tuviera los medios, pero no los tiene, así que despreocúpate y pásamela, de lo contrario soy yo quien va a mandar a matarla a ella.–Dijo el viejo Gallagher llevándose el auricular al oído.

–Halo.

Antes de que empezara a hablar ya sentía la incomodidad de su voz, y la estupidez de sus palabras entrándole en sus oídos como alfileres afilados, produciéndole un agudo dolor de cabeza. Se lo estaba esperando, pero nunca pensó que llegara tan pronto.

–¿DONDE ESTA PAUL? Y no me digas que no sabes porque sé que mientes. Aquí hay algo que no entiendo, llevo llamándolo cada 10 minutos por las últimas 36 horas y no me contesta, ¿DÓNDE CARAJOS ESTÁ?...

–Cuidado con lo que dices Agnes.

–¿DÓNDE ESTA MI HIJO?

–No me grites o te cuelgo el teléfono.

Agnes estaba tan fuera de sí que podría haberlo matado a través del teléfono, pero se contuvo; por ahora. Este viejo maldito se iba a arrepentir de haberla humillado durante todos estos años. Hizo silencio y esperó a que él hablara.

–¿Qué deseas?

–Estoy preocupada por Paul, no me responde el teléfono.

Trató de hablar lo más calmada que pudo, con un matiz de preocupación.

–Conociéndolo como lo conozco te diría que no te contesta a propósito por haberlo llamado tantas veces; quizás apagó el teléfono para que no lo molestaras más.

–Estoy preocupada. Yo nunca sé donde esta, tu si lo sabes siempre, o sea que si ahora no lo sabes es que algo malo le ha pasado, y si lo sabes, me lo estas ocultando para hacerme rabiar.

En eso tenía razón Agnes pero por supuesto no se lo dijo.

–Yo no sé a dónde está pero trataré de encontrarlo. ¿Algo más?

–Si, tenemos una crisis familiar en nuestras manos, es por eso que quiero encontrar a Paul en cuanto antes.

Ya estaba otra vez esta maldita mujer inventando cuentos.

–¿Qué pasa ahora Agnes? ¿Cuál es la crisis?

–Te acuerdas de la mocosa esa, la tal Cristina, pues bien, ella está desaparecida también. Su madrastra la anda buscando y dice que cuando la encuentre va a demandar a Paul por secuestro y violación de menores, ella está convencida de que están juntos. Como veras, estoy muy alarmada.

El viejo Gallagher sintió como si un elefante se posara en la parte izquierda de su pecho y le sacara la vida por la garganta, pero hizo un gran esfuerzo para que su voz sonara uniforme y tranquila.

–¿Y eso que tiene que ver con Paul? No creo que estén juntos.

–Juntos o no lo van a demandar por violación de una menor y secuestro, eso es delito federal, te podrás imaginar que con cargos como esos nunca le darán su licencia de abogado, sobre todo si esto llega a los tribunales. Lo peor de todo es que yo también estoy convencida de que están juntos y de que alguien los está apañando.

–¿Y cómo llegaste a esa conclusión?

–Llamé a sus queridos amigos negros–Lo dijo así despectivamente con la intensión e fastidiar a su suegro–Y no me quisieron dar el teléfono de ella. Esos dos me odian y seguro que los están encubriendo. Yo siempre supe que esa chiquilla era una cualquiera que andaba tras el dinero de Paul, pero nadie me quiso escuchar y ahora mira en el lio en que nos hemos metido.

–¿Cómo sabes todo esto?

La presión del pecho no se aliviaba, pensaba que iba a dejar de respirar en cualquier momento; quiso llamar a Dalila para que avisara al 911, pero prefirió esperar y morir si fuera necesario, esto no podía estar pasándole a su nieto, no podía ser verdad. ¿Sería esta la sensación que siempre lo embargó cuando pensaba en el futuro de Paul junto a Cristina? Había estado tan ciego como para no darse cuenta que la relación entre ellos estaba destinada a no existir, pero. ¿Por qué? ¿Qué le habían hecho estos muchachos al mundo para que el destino jugara con ellos de esta manera? Debió haber prestado más atención a sus instintos.

–Porque la muy estúpida de la madrastra me llamó, no sé cómo consiguió mi número de teléfono, pero me imagino que se lo dio la tal Cristina, se lo debe haber robado a Paul o algo así, en fin. Me dijo que si quería evitar el escándalo que le buscara a la chiquilla en 24 horas o de lo contrario iría a la policía a levantar cargos contra Paul y luego iría a los periódicos amarillistas con el cuento.

Se hizo un silencio que Agnes interpretó como bueno para ella… El viejo había caído y así caería Paul también.

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