Cristina

Cristina


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–Existe una medicina que se llama Cumodin que se usa para hacer la sangre más fina, se utiliza en pacientes que tienen infartos o algo así. Tendrías que empezar a dársela poco a poco y luego un día que este borracho lo empujas por la escalera o contra una chimenea, algo fuerte, de manera que se dé un golpe en la cabeza y se muera de una hemorragia. Es posible que no se muera instantáneamente, así que cuando esté es en suelo, tienes que golpearlo con algo bien duro en la cabeza para asegurarte que se muere.

–No es mala la idea, el asunto es como le echo eso en la bebida, él y yo no nos vemos nunca, nos cruzamos a veces en los pasillos y nada más.

–El bebe de noche o de día.

–El bebe las 24 horas.

–Entonces, hecha la medicina en la botella de la que él bebe, te llevará algunos días pero yo creo que en una o dos semanas lo conseguirás. Lo mejor sería que el día antes de hacerlo te encontraras enferma, en cama, con fiebre o algo así. Que venga un medico a tu casa y certifique que estas enferma, así nadie pensará que fuiste tú.

–No sea estúpida, como crees que alguien va a pensar que he sido yo, es mi marido, recuerdas… Yo no tengo por qué enfermarme, es más, yo puedo estar sentada con él mientras sucede, lo empujo, se cae, lo golpeo un poco más y me pongo a dar gritos para que vengan a socorrerme, me pongo histérica a llorar como una loca…

–Yo creo que eso es un error, estoy segura que tu suegro sospechara de ti.

–Y que tal si se lo hago al viejo.

–No seas necia, si no estás segura de poder hacérselo a tu marido con quien vives, como se lo vas a hacer al viejo. A quien quizás puedas hacérselo sea a tu hijo, es más, lo puedo hacer yo por ti, pero eso sí, estamos hablando de millones. Yo no me voy a arriesgar por menos de cinco millones.

–Estás loca, una cosa es que mi hijo no me quiera y otra es que lo mate, además, él es lo único que me ata a la familia, si él muere a mi me tirarán a un rincón. Lo mejor sería matar al viejo, así Paul se quedaría con todo y yo tendría acceso a mucho más.

–No seas imbécil, tu hijo te odia.

–Eso no es verdad, mi hijo vive encerrado en sí mismo, ni me odia ni me quiere, sencillamente no éxito para él, pero eso le pasa con todo el mundo, inclusive con el viejo. La muy hija de perra de la Cristina le jodió la vida y hoy en día no es más que una maquina que respira y no siente nada por nadie.

–Perdona querida, pero quien le jodió la vida fuiste tú. Si hubieras dejado que se juntara con la chiquilla esa, hoy en día sería feliz y tú tendrías mucho más de lo que tienes…

–Eso nunca, primero muerta. Una de las cosas que tengo que hacer cuando tenga el control de todo es buscarla y matarla.

–Agnes, tu no cambias, sigues con tus fantasías idiotas que siempre te llevan a perder. Tú nunca vas a tener el control de todo, confórmate con conseguir un poco más de dinero.

–Esa es la gran diferencia entre tú y yo. Tú eres conformista y no tienes ambiciones, pero yo sí, y te aseguro que llegaré a donde quiero llegar, es solo cuestión de tiempo. En fin, consígueme esa medicina Cumodin o como se llame y ya veré yo como me las arreglo.

♣♣♣

 

Anthony Gallagher miraba el juego de los Yankees tirado en un sofá de una de las tantas salas de su casa. Una botella vacía de Johnny Walker Etiqueta Azul a su lado, lo acompañaba como todas las noches. ¿Cuánto más alcohol tendría que beber para morir? Diez años atrás cuando la tragedia destruyó la vida de su hijo, pensó que en menos de dos años estaría muerto, pero no había sido así. Si no fuera un cobarde ya se hubiera suicidado, aunque a decir verdad no era solo cobardía, era también esperanza; la esperanza de ver a Agnes descubierta, demolida y arruinada aunque fuera unos minutos antes de él morir, entonces sí que la muerte sería bienvenida sin reservas.

No tenía pruebas de nada pero sabía que la causante de la desdicha de su hijo había sido ella. Como en todo lo que tuviera que ver con Paul, él no se inmiscuyó, de eso se ocupaba su padre, por eso sus recuerdos de aquellos fatídicos días no los tenía muy claros, se recordaba de haber visto a Agnes hablando con la supuesta madrastra de Cristina en el aeropuerto, y eso le pareció extraño. ¿Cómo si aquella mujer era la causante de las desgracia de Paul, Agnes pudo hablar con ella tan serenamente? Anthony también recordaba como su hijo se pasó un mes metido en una habitación sin salir y que cuando salió parecía otro hombre. Nunca más tuvo la mirada risueña y seductora que lo caracterizaba, nunca más lo vio con ningún amigo, se alejó de todo y de todos. Vivía como un ermitaño en su condominio, donde nadie podía entrar, solo el abuelo en contadas ocasiones. Por inconcebible que pareciera, y como producto de la adversidad, alcanzó una madurez inmediata que lo hacía lucir aun más guapo y atractivo que antes, si eso fuera posible; tenía un montón de mujeres detrás de él, pero no miraba a ninguna.

¿Qué maleficio pudo haber hecho Agnes que resultó en tal infelicidad para Paul? ¿Habría matado a la muchacha? De ella él no dudaba nada. ¿Y cómo se las había arreglado para convencer a su padre y a su hijo de que la mala era Cristina? ¿Por qué nunca se creyó él ese cuento? Porque él había oído la voz de su hijo en un mensaje que dejó en el teléfono de la casa cuando desapareció con la muchacha el día después de la fiesta de graduación; ni la impersonal maquina contestadora pudo ocultar su felicidad. Había tantas preguntas sin respuestas; no quería morirse hasta ver a la causante de todo humillada y desposeída. ¿Y si investigara por su cuenta? Nadie lo notaria, él era un mueble más de la casa, nadie se preocupaba de cuanto iba o venia ni de lo que hacía. ¿Y por qué ahora después de diez años se empeñaba en pensar en semejante cosa? Era muy tarde para que la conciencia lo viniera a molestar, él era un ser sin moral ni amor proprio que vivía borracho, que nadie lo quería… Ah…Ya estaba bien de ser la víctima, el único causante de sus problemas era él mismo. Tenía que hacer algo, pero no sabía cómo ni qué. ¿A quién acudir para pedir ayuda? Su padre nunca lo creería, y Paul…No, Paul nunca hablaría con él de ese tema.

El ruido del teléfono celular lo trajo de nuevo a la realidad. ¿Quién podría ser a estas horas? No tenía amigos, solo compañeros de tragos.

–Halo.

–Anthony, podrías cenar conmigo esta noche.

¿Su padre llamándolo…? No podía ser, estaba soñando…

–Anthony, estas ahí.

–Si, si, disculpa, es que me extraña que me llames.

–Mas me extraña a mí, créemelo, pero necesito hablar contigo lo antes posible.

Anthony no podía creer lo que estaba oyendo de boca de su padre, “hablar con él”… ¿Habría hecho algo malo y no lo recordaba? Ay Dios, los insultos de Agnes no le hacían daño pero los de su padre si, aunque su padre nunca lo insultó de palabras, sus miradas eran lo suficientemente mortales como para no necesitarlas.

–Si claro, cuándo y dónde.

–Estas en condiciones de conducir.

–Si.

Para Anthony una botella de whisky escoses no era nada.

–Te espero en el Club.

–De acuerdo.

 

♣♣♣

 

El Club Duquesne fue fundado en el 1873 por un grupo de industriales de la época, que necesitaban un lugar donde conversar con sus iguales, en un ambiente privado y agradable. A principios del siglo XX contaba con un reducido número de miembros los cuales eran todos hombres, blancos, millonarios, y dueños de las mayores compañías del país. Con los años el Club Duquesne evolucionó de ser una fraternidad de hombres poderosos, a lo que era hoy en día el sitio donde se reunían los Capitanes y Reyes del Siglo XXI. Con una membrecía de solo 2700, la cual solo se obtenía por invitación, el Duquesne era el club exclusivo más importante de la nación. Contaba con 25 comedores que podían sentar cómodamente, desde 12 a 400 personas, a las cuales se les brindaba una variedad de comida internacional preparadas por chefs de todo el mundo. Contaba también con 30 habitaciones donde los miembros podían pernoctar. La decoración del recinto se caracterizaba por los paneles de madera noble que tapizaban sus paredes, de las que colgaban obras de artes de todos los tiempos; decir que los afortunados miembros disfrutaban de un servicio excepcional y una atención personal única sería una injusticia; sería desestimar la realidad.

El viejo Gallagher esperaba a su hijo en el salón de Le’ Cave. Anthony Gallagher era un hombre atractivo y apuesto, quien sabía disimular su embriaguez con un total control de su cerebelo y sistema de coordinación, por eso su padre no pudo precisar cuando lo vio entrar y encaminarse a la mesa donde lo esperaba, si estaba ebrio o no.

Un camarero que salió de la nada se adelantó a sacar la silla de la mesa y ayudarlo a sentarse, y justo un segundo después, apareció otro con un vaso lleno de whisky escoses Johnny Walker Etiqueta Azul. Anthony esperó que se marchara el camarero y mirando a su padre sin tocar el trago le preguntó

–Tú dirás.

–Te extraña que te haya llamado.

–Sí.

–Quiero hablarte de Paul. Ya van a ser diez años desde la tragedia de Cristina y cada día está peor, la verdad es que no se qué hacer con él.

Anthony estuvo tentado a responderle “Y a mí que me preguntas, nunca antes lo has hecho, recuérdate que yo soy el borracho cobarde de la familia”, pero no se atrevió, había dejado pasar muchas oportunidades para rehacer su vida y quizás Dios les estaba dando una última.

–Parece que lo único que disfruta es el trabajo, así que he decido darle aun más del que tiene. Voy a pasar la compañía a su nombre, junto con todos mi bienes. Me cansé de administrar, de trabajar, de compartir con extraños, de las justas directiva, de las intrigas financieras, en fin, se lo voy a dar todo a Paul y que él se haga cargo de ahora en adelante de GALCORP, ya no puedo más.

Se hizo un silencio que Anthony no rompió. ¿Qué tenía que ver el con todo esto?

–Te he mandado llamar porque quiero que me ayudes. ¿Crees que seas capaz de llevar a cabo un encargo de esta envergadura? Dime la verdad, por favor.

–Llevo más de treinta años esperando que lo hagas.

Ahora fue el viejo quien cayó. Era verdad que su hijo nunca mostró interés por hacer nada que no fuera beber. ¿Pero, acaso había él sido buen padre? Hubo un tiempo en que Anthony era todo un galán risueño y lleno de vida, justo antes de que se casara; casamiento que el mismo viejo impuso. ¿Por qué lo habría hecho? Ya era muy tarde.

–De eso hablaremos luego, te lo aseguro, pero ahora quiero arreglar lo de Paul. No quiero hacerlo con los abogados de la empresa, esto es algo personal y no quiero que nadie se entere hasta después que haya sucedido. ¿Me explico?

–Perfectamente.

–Tú debes tener amigos o conocidos que se graduaron contigo que puedan hacerse cargo de este caso. Necesitamos una firma de abogados que se especialice en leyes corporativas y que puedan hacer el cambio de dueño sin llamar la atención.

–Estoy de acuerdo. No creo que la compañía sufra con el cambio, al contrario, hay muchos que están esperando que Paul tome las tiendas. Todos lo respetan y lo admiran; yo diría hasta que le tienen miedo.

–¿Como sabes tú eso?

–Por Agnes, que siempre ha tenido espías en la compañía que le cuentan todo lo que sucede allí. Es por eso que creo que tu idea es buena, ella no debe enterarse de lo que vas a hacer hasta que este hecho.

Otro silencio, este otorgaba la afirmación de los comentarios de su hijo. Fue Anthony quien continúo la conversación.

–Te recuerdas de Gene Hackman, que tenía un hermano mayor, Bailey Hackman, que a la vez era muy amigo tuyo.

–Si, recuerdo a Bailey, hace mucho que no lo veo.

–Ellos tienen una firma de abogados que se especializa en leyes corporativas y financieras.

–¿Cómo lo sabes?

–Soy borracho pero no tonto.

–Disculpa, no quise decir eso, solo que no te conozco ningún amigo…

–Tú no conoces nada de mi vida papá, como bien dices, vamos a dejar eso para luego. Yo me he encontrado con Gene en varias ocasiones en el campo de golf, nos hemos saludados y quedado en vernos luego pero nunca lo hemos hecho. Eugene Hackman se graduó Suma Cum Laude, fue uno de los mejores de mi graduación, siempre fue honesto y buen chico, me gustaría emplearlos a ellos para lo que quieres hacer. Son personas que no tienen ninguna atadura personal o familiar con nosotros, ni creo que sepan nada de los fantasmas que esconde nuestra estirpe.

–Puesto de esa manera parece que somos una mala familia.

–No mala papá, solo maldita.

–¿Tanto te afectó lo ocurrido a Paul? Cómo es que nunca has dicho nada al respecto.

–Mi participación en esta familia es muy limitada, yo tengo la culpa, pero no por eso dejo de querer a mi hijo, y de saber por lo que está pasando. Quiero ayudar a Paul y ayudarte a ti antes de que muera.

Su padre no respondió, y él no supo si era por consideración o por miedo a afrontar la parte que le tocaba.

–Entonces puedo contar contigo para esto.

–Claro. Empiezo ahora mismo y te mantendré al tanto de lo que haga.

–Gracias Anthony.

Cuando este se levantó de la silla para irse, el padre lo llamó de nuevo.

–Anthony… ¿No te molesta que le deje todo a Paul?

–No. Si yo estuviera en tu lugar haría lo mismo.

–Tu vida no cambiará, el estipendio que recibes no se alterará. Eso estará explicado en mi testamento. Además, Paul es tu hijo y nunca te dejará desamparado.

–Yo lo sé.

Era la primera vez en su vida que había oído a su padre explicarle o darle las gracias por algo. Quizás hubiese valido la pena no haber muerto antes…

–Quédate a cenar, por favor.

Anthony había olvidado que su padre lo había invitado a cenar; era una noche muy confusa, pensó, pero se volvió a sentar.

La cena trascurrió mucho más agradable de lo que ambos imaginaron. Hablaron de Paul, recordaron sus años de estudiante, su vida alegre y descuidada, los amigos. ¿Qué habría sido de Will y Alison? Nunca más supieron de ellos.

Anthony haría lo que le pedía su padre, pero por su propia cuenta buscaría a Cristina, él no se creía el cuento que contó Agnes, nunca lo entendió. Su cobardía de entonces fue callar, pero parecía que la vida le estaba dando otra oportunidad y no la iba a perder. ¿Por qué había esperando tanto tiempo para hacer lo que sabía debía haber hecho? Porque llevaba años navegando en un mar de alcohol. Porque he perdido mi vida borracho, se grito el mismo por sus adentro, porque no me ha importado nada… Porque he sentido lástima de mi mismo todos estos malditos años refugiándome en el bebida, alimentándome de sarcasmos y cobardía.

Soy un bueno para nada, pero no siempre lo fui. Hubo una vez que viví como un ser pensante y feliz… Hace mucho tiempo…

28

Anthony Gallagher no se acordaba de la última vez que se había ido a la cama sobrio, es más, nunca pensó que pudiera hacerlo, esperaba que de un momento a otro las manos le empezaran a temblar o que le diera una convulsión, pero nada de eso sucedió. A pesar de tomar un trago antes de la cena y varias copas de vino durante la misma, no sentía la necesidad de más alcohol.

Siempre se creyó un alcohólico empedernido y sabía que estos no podían probar una onza de alcohol sin seguir bebiendo hasta el colapso total, pero eso no fue lo que ocurrió con él, que raro… Quizás lo sientas más tarde, se dijo a sí mismo, o al levantarte; de cualquier manera no tenía tiempo para eso ahora, su padre le había encomendado una tarea y la llevaría a cabo costara lo que costara, aunque no pudiera probar un trago más por el resto de sus días. Pero también tenía la tarea de encontrar a Cristina. Esa misión se la había impuesto el mismo, y sería el legado que le dejaría a su hijo.

¿Por dónde empezar?

En lo que al traspaso de propiedad se refería no habría problema, concertaría una cita con Eugene y Bailey Hackman lo antes posible. En cuanto a la chica, empezaría por buscar una agencia de investigación reconocida y a la vez discreta.

Después de una noche en vela esperando que le llegaran los temblores y las convulsiones, más conocido como delirium tremen, encontró lo que buscaba en las páginas amarillas de Manhattan. Anthony nunca se interesó por las computadoras o el internet, pensaba haber muerto mucho antes de que esta tecnología cibernética se adueñara de la informática mundial. La firma Hackman & Hackman tenía una página completa en las valiosas páginas amarilla del conocido New York– New York.

Al cabo de una hora tratando de escoger la agencia de investigaciones perfecta, se decidió por una que tenía solamente tres líneas en su anuncio, una para el nombre; A.J. Wiseman Investigations, otra para la dirección y el teléfono, y la última que leía “Reservado derecho de consulta”, como los restaurantes o salas de fiestas de los años cincuenta. Le pareció interesante que la directiva de dicha compañía se tomara el trabajo de decir con pocas palabras “si su caso no nos gusta, no lo tomamos”, había algo de validez en el mensaje que le gustó. Esa fue la primera llamada que hizo en la mañana.

–Wiseman y asociados.

–Deseo una consulta con un investigador privado.

–Cuál es el género de su encuesta.

–Deseo encontrar una persona.

–Para cuando quiere la cita.

–Para lo antes posible.

–¿Podría esperar un momento?

–Por supuesto.

Un segundo depuse de que la muchacha lo pusiera en espera pensó colgar el teléfono y olvidarse de todo, pero una fuerza que no sabía de dónde provenía lo obligo a esperar.

–¿Podría venir esta mañana a las diez?

La voz de la chica lo sorprendió.

–Sí.

–¿Su nombre?

Dudó un momento, nunca había hecho nada como esto pero había visto muchas películas donde los protagonistas siempre daban nombres falsos para no verse comprometidos.

–Señor, si no desea dar su nombre, no lo haga, pero no nos de uno falso, eso siempre causa confusiones.

–De acuerdo, estaré allí a las diez en punto.

–Lo esperamos.

Colgando el teléfono se metió en la ducha, tenía que pensar que decir, cómo empezar el cuento, qué contar y qué no…No tenía idea de lo que estaba haciendo. Se vistió y salió de prisa para no llegar tarde. En el pasillo se encontró con Agnes que todavía en bata de dormir llamaba a gritos a Guadalupe, su sirvienta.

–¿Y tú dónde vas tan temprano?

–A tirarme de un puente.

–Tú no tienes agallas para hacer eso.

No oyó lo último que le decía, pero sí se dio cuenta de que no le molestó ni sintió deseos de ir a tomarse un trago. Aunque tenía su chofer, decidió ir solo, hacia mucho que no conducía porque siempre andaba borracho, pero conducir era como montar bicicleta, eso no se olvida, o al menos era lo que él esperaba.

 

♣♣♣

 

Las oficinas del A.J. Wiseman Investigations estaban localizas en el piso once del número 250 de Wall Street en el bajo Manhattan. Era de las primeras compañías de investigación privada que se abrieron en New York, nunca había cerrado sus puerta desde su apertura en el 1946 hasta el fatídico 11 de Septiembre de 2001, cuando asesinos musulmanes estrellaron dos aviones en los edificios que albergaban el World Trade Center, matando a mas de 3000 personas y deteniendo de una manera inesperada y dolorosa la ciudad de los rascacielos. En cuanto se pudo volver a la zona, A.J. Wiseman abrió sus puertas de nuevo a solo unos cuantos metros de su antigua localización, desafiando así a aquellos que intentaron destruir el espíritu de la metrópoli.

El día era claro, el cielo estaba despejado, y la temperatura ideal; un hibrido de verano y otoño con promesa de sol y briza fresca inundaba las calles del bajo Manhattan. Eran apenas las diez menos cinco minutos cuando Anthony entró por la puerta de cristal doble que anunciaba la oficina de A. J. Wiseman Investigations. La recepcionista, sentada en una mesa semicircular que ocupaba una esquina del lobby, le sonrió y le dio los buenos días.

–Tengo una cita para las diez de la mañana.

–Sí señor, fui yo quien se la concerté, tome asiento por favor que enseguida alguien vendrá por usted.

En menos de cinco minutos apareció una señora muy distinguida quien le pidió que la siguiera y lo condujo hasta el despacho del mismo Wiseman.

La oficina de Wiseman era la última al final de un pasillo largo que dividía dos hileras de oficinas más pequeñas y dos salas de espera en medio de las mismas. Todas las oficinas pequeñas estaban separadas por andamios que subían sin tocar el techo, solo para darles privacidad a los escribanos legales y a las secretarias, la de Wiseman por el contrario era amplia, de paredes blancas y anchas, altos ventanales, y una decoración tan sencilla que rayaba en lo impersonal.

–Buenos días, yo soy Albert Wiseman.

Dijo este extendiendo su mano derecha hasta alcanzar la de Anthony.

–Mi nombre es Anthony Gallagher.

–Tome asiento por favor y dígame en que puedo servirle.

–Pues vera, es la primera vez que hago algo así y no tengo idea de por dónde empezar… Hace diez años, mi hijo se graduó de abogado de la Universidad de Harvard, con él se graduaron tres personas más que quiero localizar. La más importante es una muchacha, muy joven en aquel entonces, creo que tenía unos 16 años o algo así, era un genio, como Steven Hopkins y Einstein o algo así, su nombre es Cristina Quiroga y justo al día siguiente de la graduación se fue con mi hijo, Paul para una isla del Caribe, San Ignacio, no sé si la conoce…

Wiseman hizo un gesto con la cabeza asintiendo. ¿Quién no había oído hablar del paraíso del Caribe? Pero no dijo nada y espero que Anthony continuara.

–Lo que pasó en aquella isla no lo sé, no creo que nadie más que ellos lo sepan, el asunto es que a las 48 horas ya estaban de vuelta. La madrastra de la niña puso una denuncia contra mi hijo por “secuestro y violación de una menor”. Mi padre, le pagó a esa mujer tres millones de dólares para que quitara la denuncia; ella así lo hizo, pero ahora viene el problema. Ese día mi hijo recibió una carta de la niña diciéndole que no quería verlo más y que lo único que buscaba era su dinero, y eso fue lo último que supimos de ella; después de esto desapareció. Creo que en su carta a mi hijo le dijo que se iba a España, pero no sé nada más…

–Y usted quiere que encontremos a la niña, cómo usted le llama.

–Sí, su nombre es Cristina.

–¿La ha buscado antes?

–No, esta es la primera vez.

–¿Y por qué precisamente ahora?

–Porque nunca me creí el cuento de la carta. Vera…Para explicarle mis motivos tendría que ahondar en datos personales que no vienen al caso. Usted encuéntrela que yo me encargo de lo demás.

–No puedo buscarla sin saber cuáles son sus intenciones para con ella.

–No, no, no por favor, mis intenciones son las mejores, de ninguna manera quiero hacerle daño a esa chica, todo lo contrario. Creo que se cometió una gran injusticia con ella.

–Usted cree que alguien lo hizo a propósito para hacerle daño.

–Algo así. No puedo probarlo pero lo siento aquí en medio del estomago.

Anthony hizo un gesto tocándose el área epigástrica; haciendo esto se reclinó en la butaca en que estaba sentado como esperando algo de Wiseman; este no le hizo esperar.

–Verá Sr. Gallagher, en todos los años que llevo en esta profesión, he aprendido que el instinto, en este caso lo que usted siente en el estomago, es un indicador mucho más creíble que una flecha marcando el camino. ¿No puede decirme nada más?

–No mucho mas, solo que ellos eran muy buenos amigos, yo hasta diría que se querían mucho más allá del afecto amistoso, y que había personas que no estaban de acuerdo con ese cariño, por así llamarlo, alguien que sería capaz de hacer lo que fuera necesario porque ellos nos estuvieran juntos.

–¿Me puede dar el nombre de esa persona?

Anthony cayó. ¿Sería capaz de dar el nombre de su esposa involucrándola en el asunto sin tener pruebas?

–La razón por la que quiero el nombre de la persona que usted sospecha, es porque si no tenemos ninguna otra información de la chica, quizás podríamos investigar esta persona que usted alega es la culpable de los hechos, y también a sus asociados, a ver si nos llevan a algún lugar de interés.

Anthony no quería mencionar nombres, si lo hacía corría el riesgo de tener que contar la historia entera, y en esa historia él no quedaba muy bien parado. Además su padre le pidió que hiciera otra cosa, no lo que estaba haciendo, ¿Y si se enteraba su padre, o Paul? ¿Pero por qué tendrían que enterarse? Este señor parecía ser un profesional y estas cosas eran todas confidenciales. Además de aquí saldría para las oficinas de Hackman & Hackman a ver a Gene…

Anthony se dio cuenta que Wiseman no lo apuraba, solo esperaba su respuesta de una manera muy ecuánime, quizás lo que le estaba pasando a él le pasaba a otros clientes, en fin de cuentas este era un lugar donde se venían a descubrir secretos. Ay Dios mío, qué hacer…

–Tómese su tiempo, no hay apuro, es más si quiere pensarlo con más calma podemos reunirnos otro día. Esto no es algo que se haga todos los días, y se requiere valor para dar un paso como el que va a dar usted.

–¿Por qué es eso?

–Porque por lo general la persona involucrada es un familiar o alguien allegado, a quien la mayoría de las veces da vergüenza denunciar sin tener pruebas.

Este hombre es adivino, pensó Anthony…

–Ese es precisamente mi caso.

–Pues, como antes le dije, piénselo y vuelva cuando esté decidido a hacerlo.

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