Cristal

Cristal


11. Luca y Angelo

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Uno de los días en los que Cristal no tenía nada que hacer se cruzó con Luca por el pasillo. Era tarde, más de media noche, él volvía de la calle, y ella daba vueltas por la casa sin saber qué hacer. Después de comer se había quedado dormida y en esos momentos no tenía nada de sueño.

―Cristal ¿Qué haces despierta? ―Preguntó Luca al verla levantada.

―No tengo sueño.

―La verdad es que yo tampoco. ―Le dijo él. ―¿Te apetece dar una vuelta por el jardín?

Cristal asintió y se dispuso a ir hacia las escaleras principales. Pero Luca la agarró del brazo y le hizo una seña para que la siguiera.

―Es mejor que no nos oigan salir, no sé si verían con buenos ojos que estemos despiertos a estas horas... Yo tampoco he entrado por la puerta principal.

Caminaron hasta el balcón del mirador. Luca abrió las ventanas con cuidado para no hacer ruido, y la invitó a salir. Se asomó a la balaustrada y miró hacia abajo.

―¿Te atreves a saltar?

Cristal se asomó también y tras pensárselo un poco lo volvió a mirar.

―¡Claro! ―Tras decir aquello pasó una pierna al otro lado de la balaustrada, e hizo lo mismo con la otra hasta quedarse sentada. ―Está un poco alto ¿no? ―Preguntó algo nerviosa pero sonriente.

Luca le dirigió una mirada divertida, e hizo lo mismo que había hecho ella, hasta quedarse sentado a su lado.

―Yo tampoco he saltado nunca desde aquí. ―Se inclinó hacia delante y resopló al tiempo que levantaba las cejas. ―¿Crees que nos romperíamos algo si saltáramos?

―No lo sé. ―Respondió Cristal, devolviéndole la sonrisa.

―Juguemos a un juego. El primero que llegue al suelo gana.

―No hablas en serio. ―Murmuró ella, frunciendo el ceño.

―¿Crees que no?

Cristal le miró de arriba abajo. No sabía que Luca fuera así, pero aquello le divertía, le gustaba esa forma de ser. Sin apartar sus ojos verdes de los de él, soltó las manos y se dejó caer.

Encontró la sensación de caer al vacío reconfortante. No supo por qué, pero después de saltar se sintió bien. Ni siquiera se hizo daño, le dolió un poco la herida de la pierna, pero apenas lo sintió. Nada más caer vio a Luca a su lado, que se acababa de lanzar tras ella.

Y así fue como empezó a llevarse bien con Luca. No era un chico muy sociable, le gustaba estar solo, y cuando pasaba mucho tiempo con la familia se agobiaba; aunque no se le notaba demasiado, sabía guardar la compostura. Casi siempre estaba callado, no era muy hablador. Pero, cuando hablaba, se notaba que sabía mantener una amena conversación.

No tenía reparos en decir lo que pensaba. Pero siempre lo hacía con respeto y utilizando palabras con las que suavizaba un tanto las cosas. Era muy inteligente, curioso y le encantaba hacer rabiar a su hermano cuando tenía ocasión y no era Angelo quién lo sacaba de sus casillas a él. Aunque siempre fuera reservado y poco agresivo, a veces Angelo conseguía crisparle los nervios y, si no había nadie cerca para sujetarlos, acababan peleándose en el suelo.

Pronto Cristal descubrió que era un gran atleta. Sabía hacer esgrima y hacía varios años había sido nadador profesional, pero no había llegado muy lejos por el asunto de que nunca envejecía. Tuvo que dejar de mostrarse en público, y aquel nadador que prometía ser una estrella del deporte, desapareció del mapa.

No le gustaba hablar de ello, Cristal comprendió que sentía nostalgia al hacerlo, y no le hizo preguntas sobre el tema.

Estaba muy unido a Angelo. A pesar de que siempre estaban peleando, se querían. Luca no era propenso a mostrar su cariño hacia él, pero Angelo de vez en cuando le daba abrazos y, aunque protestaba, Luca nunca se apartaba de él. Cuando su hermano pequeño volvía tarde o estaba varios días sin aparecer por casa era el primero que preguntaba y se ponía nervioso. Incluso en una ocasión, Cristal lo acompañó a buscar a Angelo porque llevaba tres días sin aparecer por casa.

Decía que no estaba preocupado, pero si no lo estaba...¿Por qué fue a buscarlo?

Bajaron a la ciudad en la moto de Luca. Cristal nunca había montado en moto, pero no le dio miedo. La sensación de velocidad le encantó, y cuando bajaron se lo hizo saber a Luca, emocionada. Él le sonrió, pero no hizo ningún comentario.

No tardaron mucho en encontrarlo, su hermano mayor acertó a la hora de empezar a buscar. Estaba en un callejón, a la salida de una especie de local. Discutía con varios jóvenes pero, aunque los demás iban en serio, él parecía divertirse.

―Quédate aquí. ―Le pidió a Cristal, pero esta levantó una ceja.

―¿Tienes la más mínima esperanza de que me quede aquí?

―No, la verdad. Pero tenía que intentarlo. Parece que Angelo está a punto de meterse en una pelea, y no quería implicarte.

Caminaron hacia el lugar donde estaba su hermano y Luca lo agarró del brazo.

―Vamos. ―Le dijo con tono cortante.

―No quiero irme.

―Hazle caso, será mejor que te vayas si no quieres perder ningún diente. ―Le dijo uno de los muchachos con los que hablaba.

―¡Qué gracia!, ¿dientes dices? ¿Quieres ver mis...?

―¡No! ―Le cortó Cristal. ―No quieren ver nada tuyo. Venga, vámonos.

―Haz caso a tus amigos, estás empezando a cansarnos.

―¿Que os estoy cansando? ―Se acercó al que le había hablado y se puso muy cerca de él.

Antes de que pudiera hacer o decir nada, Luca agarró a Ángelo del hombro para que se volviera, y le tumbó de un puñetazo. No dejó que se cayera al suelo, y se lo cargó al hombro. Cristal tardó un poco en reaccionar, estaba claro que iba a recibir un buen golpe de alguien, pero no se esperaba que fuera del propio Luca.

Llegaron hasta la moto y Luca se descargó a su hermano del hombro.

―Tendríamos que haber venido en taxi. ―Resopló Luca.

―¿Y ahora qué hacemos? No podemos ir los tres en moto.

―Cogeréis un taxi, yo subiré la moto.

Llamaron a un taxi y subieron en él a Angelo, que ya estaba despertando de su inconsciencia. Tenía el ojo izquierdo amoratado, y le sangraba la nariz. Un poco aturdido, se la limpió con la mano y se llevó dos dedos al pómulo, con expresión de dolor. Para cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido y se disponía a soltarle cuatro gritos a su hermano, este había cerrado la puerta y el vehículo se puso en marcha.

―¿Le has dejado que me pegue?

―Te lo merecías. Ibas a meterte en problemas. Si no te llega a pegar lo habrían hecho los otros.

―¡Podría haberme defendido!

―¿Quieres decir que al tratarse de tu hermano no te has atrevido a pegarle? ―Le preguntó ella con sorna.

―Exacto, por eso mismo ha sido. No quería hacerle daño a mi hermanito.

―Creo que por la edad el “hermanito” eres tú, Angelo.

―¡Es verdad! ¿Cómo se atreve? Ha pegado a su hermanito! ―Angelo se hizo el indignado y empezó a moverse dentro del taxi.

―No te alteres. Te mueves demasiado y haces que me llegue el olor de tu sangre. Hueles que apestas.

―¡Qué cariñosa eres!

Para cuando llegaron a la villa, Luca ya había llegado hasta allí con su moto, y estaba esperándolos, apoyado en la verja de la entrada. No se molestó en preguntar cómo estaba su hermano. Se acercó para pagar al conductor y entró en la casa tras ellos.

Aquel día, Angelo intentó hablar un par de veces con su hermano, pero este estaba enfadado por haberle hecho bajar a la ciudad a buscarle. A la hora de la cena Luca no bajó al comedor, y Cristal se preguntó dónde estaría.

Lo encontró sentado frente a la puerta de su hermano, y se detuvo para preguntarle qué hacía allí. <<No le dejo salir, si lo hace verán su ojo hinchado y sabrán que se ha vuelto a meter en problemas>> Le contestó. <<Me he quedado aquí porque sé que si no lo vigilo el muy idiota saldrá de su cuarto>>.

Aquella noche Cristal supo que Luca se preocupaba mucho por Angelo, aunque no lo aparentase, y cuando los volvió a ver juntos al día siguiente, sonrió.

Descubrió que, de los cuatro hermanos, Andrea era el más responsable, y que lo seguía Luca. Lia debía de ser bastante parecida a Angelo, y estos habían heredado la forma de ser de Alina que, a pesar de que parecía tranquila, tenía una chispa especial que a sus dos hijos les hacía perder la cabeza de vez en cuando.

<<Cuando Lia nació pensamos que era hiperactiva>> Le confesó Alina entre risas. <<Al nacer Angelo no nos sorprendimos, pensábamos que, al igual que Lia, se calmaría a medida que pasara el tiempo...Aunque, visto lo visto, no sé si llegará el día en el que siente la cabeza>>.

Estaba pensando en todo lo que había descubierto sobre la familia mientras comían. Andrea había vuelto después de estar un par de meses fuera. Menos la abuela, que se había mudado hacía un par de años, se había reunido toda la familia a la que ella conocía.

Se dedicó a observarles, uno a uno, divertida. Andrea tenía el pelo castaño, casi negro, y los ojos marrones. Los rasgos de la cara eran parecidos a los de Lia, y ambos se parecían a su padre. Lia tenía el pelo algo más oscuro, pero se parecían bastante, aunque solo físicamente, porque de carácter eran completamente diferentes. El carácter de él se parecía al de Anthony, era relajado y tranquilo, igual que Luca. Lia y Angelo eran como su madre. Aunque Lia se pareciese a su padre, Angelo tenía rasgos de ambos, el pelo castaño de Anthony y los ojos azules de Alina.

Luca era el que más se parecía a su madre físicamente. Tenía el carácter sosegado de su padre pero, de vez en cuando, también tenía la chispa de su madre. Era alto, de fisonomía fuerte, aunque su figura era estilizada. Sus ojos azules, tan brillantes y gélidos a la vez, eran tan impactantes como los de Alina. Era de tez morena, como ella. Y su sonrisa... su sonrisa era tan perfecta y contagiosa como la de su madre.

Lo tenía sentado enfrente, y estuvo bastante tiempo observando sus rasgos. Cuando se dio cuenta de su ensimismamiento, Luca ya había notado que lo miraba y se había girado hacia ella.

Arqueó una ceja y Cristal se sonrojó.

―¿Qué estabas mirando antes? ―Le preguntó, dando un par de pasos hacia atrás.

Después de comer habían salido al jardín. Luca se había ofrecido a practicar con ella, y Cristal había accedido gustosa. Le encantaba verle pelear, ya fuera haciendo esgrima, o en una lucha cuerpo a cuerpo.

Se había curado por completo de las heridas que le habían hecho los dos verdugos, y podía esforzarse al máximo cuando combatía contra él.

Pensó si poner tanto empeño en querer derrotarlo sería normal, le parecía que no estaba bien, que no podía ir en serio contra un amigo. Pero él tampoco parecía estar jugando, y se lo pasaba bien esquivando sus patadas.

Andrea le enseñaba movimientos, pero no combatía contra ella porque decía que temía hacerle daño. En cambio, a Luca eso no parecía preocuparle mucho. Si Cristal no conseguía detener a tiempo un golpe, le pedía perdón y le preguntaba si estaba bien. Pero ella reía y le respondía que no tenía por qué pedir perdón. Así eran las reglas del juego: quien consiguiera detener al otro y hacer que se rindiera, ganaba.

―Te pareces mucho a tu madre. ―Le contestó ella, sin bajar la guardia.

―¿En serio? ―Volvió a preguntar él, acercándose a ella e intentando acertarle en la cara con un golpe de su mano izquierda.

―¿Eres zurdo? ―Preguntó Cristal, aturdida, mientras levantaba su antebrazo derecho para parar el golpe. No recordaba haberlo visto comer con la mano izquierda, nunca.

Luca alzó la mano derecha y, antes de que pudiera reaccionar, le hizo una llave, la agarró del brazo izquierdo y la obligó darse la vuelta. La dejó en tal posición que, si trataba de moverse, el hombro se le dislocaría.

―No. Necesitaba la mano derecha para hacer esto. ―Sonrió él, con guasa.

Cristal no se dio por vencida y empezó gemir fingiendo que le dolía. Luca la soltó al instante, preocupado. Antes de que pudiera darse cuenta, lo había tirado al suelo de una patada y lo había inmovilizado contra el césped.

―Eso es trampa. ―Murmuró él desde el suelo, divertido.

―Sí, pero te he ganado. ―Le contestó ella sin dejar de hacer presión para que no pudiera soltarse.

De pronto, Cristal frunció el ceño y se apartó de Luca. Abrió las aletas de la nariz al máximo para captar bien aquel aroma y se mostró desconcertada. Se giró en todas direcciones buscando de dónde venía y se quedó dándole la espalda a su adversario.

―¿Qué pasa? ―Le preguntó él, ya de pie.

―¿No hueles eso? ―Le preguntó sin darse la vuelta.

―Ah, puede que sea mi sangre. ―Contestó Luca despreocupado.

Cristal se giró como movida por un resorte. Ahí estaba él, con una pierna estirada y la otra medio doblada, cargando el peso en ella. Con la camiseta arrugada de haber estado por el suelo, y el pelo revuelto desde hacía un buen rato. Mirándose la mano, que acababa de pasarse por la boca. Tenía el labio inferior ensangrentado.

Se quitó la sangre con parsimonia y se limitó a chuparse a sí mismo la herida.

―¿Tu... sangre?

―Sí, ahora mismo es el olor que más me llega... No sé qué más has podido oler.

―Lo siento, no quería darte tan fuerte. ―Le dijo despacio, después de un rato.

―¿Estás bien? ―Le dijo él entre risas. ―Estás como si no estuvieras aquí.

―Sí, es que... en realidad estoy aquí pero no debería de estar, tengo algo que hacer...

Tras decir aquello, Cristal abandonó allí sus botas, su chaqueta y sus armas de madera, y salió corriendo, descalza, hacia la villa.

Luca se quedó allí, sin entender qué podía ocurrirle.

Dio la vuelta a toda la casa y entró por una de las puertas laterales. Se detuvo en el pasillo donde se encontraba su habitación, jadeante, y con el corazón a mil por hora. Ignoró por completo a Angelo, que acababa de salir de su habitación y se metió en la suya.

Estaba aturdida, no podía creérselo y, cuanto más lo pensaba, más le asustaba la idea. Se desnudó y se metió en la ducha, tenía que sacarse aquella idea de la cabeza, o al menos dejar de pensar en ello.

Por más que lo intentaba no lograba comprender qué quería decir aquello, qué era lo que ocurría, y empezó a ponerse nerviosa. Se puso delante del espejo. Se había empañado con el vapor, así que le pasó una mano por la superficie para hacer un hueco por el que pudiese ver su reflejo.

Tenía el pelo mojado de la ducha, y las puntas le estaban mojando los hombros de la camisa. Se quedó mirando su reflejo como si tratara de encontrar en él la respuesta a sus dudas y, al cabo de un rato, decidió hacer una prueba.

Se acercó la mano a la boca y se hizo un corte pequeño por el que resbaló un hilo de sangre. Puso cara de asco. Su sangre seguía oliendo mal, y ella seguía con las mismas dudas que tenía antes.

 

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