Cristal

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13. La ciudad de las Aguas

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El día en el que el vestido llegó a la villa todo el mundo estaba muy alterado. Lia y Alina supervisaban los últimos preparativos: a qué hora la recogería un carruaje en la Ciudad de las Tinieblas, cuándo llegaría el taxi que la llevaría a la ciudad... También le “recomendaban” la ropa que debía llevar en las maletas.

En un momento en el que se despistaron, Cristal se escabulló y salió de su habitación para relajarse un poco. Caminó hasta el salón más cercano. En él encontró a Andrea en un sofá, y se sentó a su lado.

―¿Cuándo te vas? ―Le preguntó, aparentemente sin mucho interés, con su forma habitual de hablar, siempre serio, sereno, imperturbable.

―Mañana.

―¿Con quién irás? Debías llevar un acompañante para el baile ¿no?

―Todavía no lo sé. ¿Quieres venir tú?

Andrea rió entre dientes, y se volvió hacia ella, divertido.

―¿Querrías que montara un espectáculo diciéndoles a todos los miembros de la corte lo que pienso de ellos?

―No, la verdad. ―Rectificó ella sonriendo también. ―Le diré a Angelo que me acompañe.

―¿Angelo? ―Andrea arqueó una ceja. ―¿Te imaginas a Angelo en un baile? Si tienes un especial interés en llevarlo a él, adelante. Pero preferiría que te acompañara Luca.

―¿Luca? ―Casi gritó ella. ―¿Por qué él? ―Quiso saber Cristal.

―Porque sabe comportarse, simplemente por eso. Además, él piensa como yo y sabrá cuidarte.

―Está bien, hablaré con él. Pero si él no quiere, iré con Angelo. Aunque no sepa comportase.

Se despidió de él y caminó en busca de Luca. No le costó mucho encontrarlo. Estaba en su cuarto, leyendo. Sin darse cuenta, esbozó una media sonrisa. Todavía tenía reciente en su memoria las cuatro horas que se había quedado sin poder salir de su cuarto porque él había decidido leer.

―¿Puedo pasar? ―Esperó a que Luca asintiera y entró dentro cerrando la puerta tras ella. ―¿Qué lees?

―Un libro. ―Le respondió él, enseñándole la portada. ―Si quieres, puedo dejártelo cuando termine. Está bien, creo que te gustaría.

―Gracias. Tendré que pedirle a Anthony que me deje leerlo, solo me hace leer libros larguísimos que no entiendo. ―Hizo una pausa, acercándose más a él y observando la habitación con detenimiento. ―Oye, ¿querrías acompañarme a la Ciudad de las Aguas?

―¿Al baile de la corte? ―Preguntó él dejando el libro a un lado y girándose hacía ella. Cristal asintió y Luca sonrió, algo incrédulo. ―Llevas una semana ignorándome, y ahora quieres que vaya a un baile contigo? ¿Por qué?

―Andrea tiene miedo de que me acompañe Angelo. ―Dijo ella sonriente. Y a pesar de que lo decía en serio, a él pareció hacerle gracia y se levantó para dirigirse a su armario.

―Vale, te acompaño. ―Respondió Luca, sacando una maleta de su armario. ―Nos vamos mañana ¿verdad?

―Sí, mañana temprano. Angelo está que se sube por las paredes, y Andrea ha insinuado que, si le hubiera dejado ir, habría organizado una especie de atentado contra la corte. ―Bromeó ella. ―Bueno, te dejo, deberías descansar, tengo entendido que el viaje es muy largo.

Tras decir aquello, se despidió con un gesto y Luca le respondió con una inclinación de cabeza.

Al llegar a su cuarto se encontró con que sus maletas ya estaban hechas, apoyadas sobre la cama. Y de pie, Lia y Alina charlaban. Movió la cabeza, no quería ni imaginar lo que Alina y su hija habrían considerado apropiado meter dentro. Pasaría varios días con la corte, y tenía que llevar algo de ropa, además del vestido.

Éste colgaba de una percha.

―¡Ah, menos mal que estás aquí, tienes que probarte el vestido!

Cristal no replicó, accedió a ponérselo, y una vez que lo hizo, Lia le instó a sentarse frente al tocador. Le hizo varios peinados diferentes hasta que Alina y ella se pusieron de acuerdo, y una vez lo hubieron decidido, le explicaron que debía hacer para que cuando se peinase ella le quedara así.

Aquel día se le hizo incluso más eterno que el día en el que fueron de compras. No podía quejarse, ella había accedido a aceptar la invitación y tenía que asumir todas las consecuencias que ello implicaba.

Al día siguiente, se despidió de todos en la villa antes de dirigirse hacia el coche que los esperaba fuera, al otro lado de la verja. Llevaba un pequeño maletín de mano, y otras dos maletas. El viaje sería largo, y ni siquiera sabía la ropa que llevaba. Para evitarse una discusión con Alina, había decidido no mirar.

Cuando le llegó la hora de despedirse de Andrea, este le hizo un gesto con la mano para que se acercara a él y le dio un beso en la frente.

―Cuando vuelvas celebraremos tu cumpleaños, pequeña.

―¿Mi cumpleaños? ―Preguntó Cristal. ―Es verdad, se me había olvidado. ―Hasta aquel momento no se había dado cuenta. ―Es el primer año que no estaré contigo en mi cumpleaños.

―Es cierto. Pero nos veremos a la vuelta.

En todo aquel tiempo Andrea se había ausentado incluso durante meses, pero nunca había estado fuera en uno de sus cumpleaños.

Cristal le dirigió una cálida sonrisa y siguió despidiéndose del resto.

Se montaron en el taxi y bajaron a la ciudad. No tardaron mucho. Una vez allí caminaron hasta la fuente que unía ambas realidades, y al poco tiempo ya se encontraban en la Ciudad de las Lluvias. Allí, un carruaje les estaba esperando. Su conductor les ayudó a cargar las maletas. Después entraron dentro.

Cristal llevaba un horrible vestido del que Angelo se había burlado nada más verla. Pero iba preparada. Ante las insistencias de Alina para que llevase aquel comodísimo vestido, había salido de la villa con él pero llevaba ropa para cambiarse en el maletín de mano.

―Date la vuelta. ―Le dijo a Luca. Había bastante espacio, él iba sentado enfrente, y cada uno tenía suficiente sitio como para tumbarse. Pero no sabía cómo iba a darse la vuelta. ―Vamos, voy a cambiarme.

Luca encogió las piernas, se agarró al respaldo y le dio la espalda.

Cuando comprobó que no miraba, se desvistió y se puso unos pantalones y una camiseta que eran mucho más cómodos que el vestido.

―Ya está, puedes volverte. ―Le informó Cristal.

―Si no te gustaba el vestido ¿por qué te lo has puesto?

―Tu madre me ha “ aconsejado “ que me lo ponga, tiene una ligera obsesión por los vestidos.

Luca rió. Hablaron durante un rato y después se detuvieron a comer. Las primeras noches pararon en una posada a descansar. Pero los tres días siguientes, solo hicieron una pausa para que los caballos bebieran agua. Y en una ocasión, le pareció a Cristal que el cochero cambió de caballos en una posada.

Cuando llegaron a la Ciudad de las Aguas, Cristal corrió la cortinilla de la ventana y se asomó por ella. Estaban cruzando un puente. La imagen era sobrecogedora, y se apresuró a llamar a Luca para que se acercara y viese lo que ella estaba viendo.

Bajo ellos fluía un caudaloso río que se entrelazaba más lejos con otros tres, mezclándose con las aguas de éstos, y creando un popurrí de varios colores azulados. Entonces entendió por qué llamaban a aquella ciudad la Ciudad de las Aguas.

Aquella tarde llegaron al palacio de la corte. Ante ellos se erguían dos majestuosos torreones con vigías apostados en las almenas de ambos. El carruaje se detuvo ante dos guardias que les pidieron su identificación. Al enseñarles la invitación les dejaron pasar. Dieron la vuelta a una plazoleta que estaba al pie del palacio y después entraron en él.

Al llegar al patio, un patio de gravilla gris, con una fuente en medio, y adornado con plantas incluso más bonitas que las que había en la villa de los Palazzi, el cochero detuvo a los caballos y les abrió la puerta.

Cristal fue a coger sus maletas, pero se encontró con que un par de soldados ya cargaban con las maletas de los dos viajeros.

Alzó la cabeza para contemplar las preciosas balaustradas de los cuartos que daban al jardín y, cuando quiso darse cuenta, los dos soldados y Luca ya recorrían los pórticos sostenidos por bellas columnas de mármol blanco.

Luca caminaba con seguridad, como si todo aquello fuese suyo, sin pararse a observar tanto como lo hacía Cristal. Pero, de vez en cuando, se detenía ante algún cuadro o algún busto para contemplarlo con interés.

Una mujer les preguntó si compartirían aposentos, y ellos aclararon en seguida que, aunque asistieran al baile juntos, aquello no quería decir que fuesen pareja.

Como era ya tarde, cenaron ellos dos solos en el comedor de los aposentos de Cristal. Luego se acostaron temprano, y al día siguiente les subieron el desayuno a las habitaciones.

Para Cristal llegó el momento de la verdad, tenía que abrir las maletas y descubrir lo que había en su interior. Luca estaba a su lado, y no pudo evitarlo, fingió que se desmayaba del susto y él hizo un amago de ir a sostenerla, pero enseguida se dio cuenta de que estaba bromeando y volvió a acercarse a la maleta para ver su contenido.

Protegido por una funda, estaba el vestido del baile, y el resto... El resto eran más confortables vestidos. Vestidos y zapatos, muchos zapatos. Por suerte se habían acordado de meterle ropa interior en la maleta. Por un momento, había temido que se les hubiese olvidado entre tanto volante y tela cara. Luca se fue a la sala de estar de sus aposentos y, mientras tanto, ella se vistió.

Él iba resuelto y elegante, tenía el pelo húmedo, y algunos mechones colgaban de su frente, dándole un aire informal. Pero llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca que le sentaban muy bien.

―¿¡Qué talla usas!? ―Gritó Cristal desde dentro de la habitación.

―¿Por qué lo preguntas? ―Dijo Luca poniéndose de pie y acercándose a la puerta con las manos en los bolsillos para que la escuchase mejor.

―Pensaba que podría. ―Murmuró ella. ―Pero no puedo... ¡no puedo ponerme estos vestidos! Todos me entran, pero son... ¿cómo decirlo? ¡Son una tortura para el cuerpo humano!

―No será para tanto. ―Rió él.

―¿Quieres que te deje uno para que lo compruebes por ti mismo?

―No, gracias. Estoy muy a gusto con mis cómodos pantalones y mi suave camisa. ―Se regodeó él.

―Podrías dejarme alguna camisa tuya. ―Sugirió ella, desesperada.

―Creo que no. No sé si a la corte le gustaría ver a la descendiente de los Liánn vestida con ropa de hombre y varias tallas más grande. Además, el único día que te vi con vestido te lo quitaste muy rápido y me gustaría verte con uno durante algo más de tiempo.

―Canalla. ―Le espetó ella, desde el otro lado de la puerta. ―¿Te gusta reírte de las desgracias ajenas, eh?

Luca se echó a reír y se apoyó contra la pared.

―Si te lo tomaras con un poco más de resignación no sería tan gracioso.

Cuando, por fin, Cristal se decidió a ponerse el vestido más simple que encontró entre todos los que tenía en las maletas y se calzó los zapatos con menos tacón, salieron de sus aposentos y caminaron en busca de alguien que les dijese lo que debían hacer.

Un hombre que se cruzó con ellos se detuvo y los saludó.

―Cristal de Liánn ¿verdad? Y usted... usted debe de ser su acompañante.

―Palazzi di Rosso, Luca.

―Encantado. ―Les tendió la mano a ambos. ―Cur de Gulsar, hijo del miembro de la corte el señor Gulsar. Me encantaría poder enseñarles el palacio. ―Bajó un tanto el tono de voz. ―Aunque no es un privilegio que me corresponda pero...si me lo permiten, me gustaría ser su guía.

―Claro, ¿por qué no? ―Contestó Cristal con amabilidad. ―¿Te parece bien, Luca?

Él asintió, y después disfrutaron de una visita guiada muy completa. De vez en cuando se cruzaban con más familiares de los miembros de la corte. Pero en todo el día no lo hicieron con ninguno de ellos.

Por la tarde, después de consultarlo, decidieron salir a visitar la ciudad. Varios guardias se ofrecieron a acompañarles, pero ambos se negaron. Preferían disfrutar de la ciudad sin vigilancia.

Caminaron hasta que llegaron a uno de los muchos puentes que adornaban la ciudad y cuando estuvieron en la mitad, se sentaron en él, entre sus barrotes, para contemplar las aguas que fluían bajo sus pies.

Era un agua cristalina y limpia, nada comparado con los ríos de la Tierra. En él se podían ver diversos peces de diferentes colores, y de vez en cuando sus escamas brillaban cuando eran alcanzadas por un rayo de luz.

Las orillas del río también estaban en buen estado. No crecían malas hierbas, y la pradera era completamente verde. Decidieron bajar del puente y recorrer el borde del río para ver hasta dónde los llevaba.

Pronto ese río se cruzó con otro, produciendo más corriente y después siguíó su camino hacia el norte. Cristal alzó la vista para contemplar el horizonte. Dejaban atrás el puente que acababan de cruzar, y toda una pradera surcada por caudalosos ríos.

Al cabo de un rato, empezó a oírse el murmullo del agua entrechocándose con ella misma, y Cristal observó sobrecogida cómo se encontraban junto a una cascada. Empezó a caminar hacia el borde, impresionada, pero Luca la retuvo del brazo.

―No sé si sería buena idea. La tierra de las orillas está continuamente en contacto con el agua, y puede desprenderse fácilmente. ―Le dijo, intentando convencerla.

―No quería acercarme tanto. ―Le dijo ella. ―¿De verdad me tomas por una loca irresponsable?

―Prefiero no responder a esa pregunta, no quiero ofender a ninguno de los presentes. ―Dijo Luca dándose la vuelta con las manos en los bolsillos y la vista fija en el suelo.

―¿Cómo que a los presentes? ¡Solo estamos tú y yo! ―Le gritó ella corriendo tras él para darle un suave empujón y después agarrarlo por el brazo.

También cenaron solos aquella noche, y lo agradecieron porque, como ya les habían informado, a partir de aquel día la mayoría de las cenas y comidas estaban programadas para que fuesen con los miembros de la corte, y al día siguiente se celebraría el baile.

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