Cristal

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15. Conoces los siete pasos

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Durmió de un tirón hasta que la despertaron un poco antes de la hora de la comida. Volvió a ponerse uno de los vestidos que llevaba en la maleta y, después de lavarse y desenredarse el pelo a conciencia, decidió dejárselo suelto.

Acompañada de Luca, bajó al salón hasta el que los guiaron. Él llevaba otra de sus camisas blancas, ligeramente entreabierta, y unos pantalones negros.

Aquel día no los anunciaron, pero la gente que estaba sentada alrededor de la mesa los miró de la misma forma que el día anterior. Uno de los miembros de la corte, el que presidía la mesa, les hizo un gesto para que se sentaran a su lado.

La comida no fue agradable. La gente que se había sentado a su alrededor seguía con las mismas aburridas conversaciones del baile, y Cristal fingía que se interesaba por lo que le contaban.

Estuvieron hasta bien entrada la tarde allí. Cuando se retiraron, y ya se encontraban de vuelta por el pasillo principal, Gairel se les acercó. Estuvieron un rato hablando, manteniendo una conversación neutra, en la que ninguno tenía que fingir.

Les ofreció dar un paseo por el patio del palacio, pero Luca se negó, quería descansar un rato antes de la cena. Al principio, Cristal también se resistió a acompañarle, pero acabó aceptando la invitación. Al fin y al cabo, era la única persona normal de allí, exceptuando a su acompañante.

Salieron del palacio y lo recorrieron por fuera, caminando por debajo de los pórticos y las terrazas. Descubrió que Gairel era un joven alegre y muy educado. No hablaron de sus familias, ni de nada por el estilo. Pasaron así casi todo lo que quedaba de tarde. Después, Cristal volvió a sus aposentos y se cambió de ropa para la cena.

Pasó unos días más cambiándose de ropa a todas horas y llevando peinados impecables hasta que volvieron a la Tierra. Casi pudo lograr olvidar el pequeño problema que tenía con la sangre de Luca. No volvió a sangrar en su presencia, y ella no volvió a sentir aquel turbador aroma.

En esos días, pudo conocer más a fondo a Gairel. Era un muchacho encantador con el que podía hablar con facilidad. Le gustaba dar largos paseos por los jardines con él, escuchando lo que le contaba y riendo con las bromas que hacía. Como ya había supuesto, no era muy arrogante. Quizá tuviera ese punto de superioridad que caracterizaba a todos los nobles con los que había tratado, pero nada comparado con el resto.

Ni siquiera le dijo cuáles eran sus apellidos, a ninguno de los dos les importaba realmente. Pasaron unos días estupendos. Comparadas con las charlas que mantenían durante todas las comidas y todas las cenas con los aristócratas, los ratos que pasaban juntos le parecían auténticos recreos.

Podían hablar durante horas sin que ninguno de los dos se cansara o se decidiera a despedirse.

Cuando llegó el momento en que debían volver a la Tierra, ambos sabían que quizá no volviesen a coincidir nunca. Pero Gairel le prometió que volverían a verse. Sabía que era una formalidad, pero Cristal deseó que fuera verdad.

Volvió a ponerse la ropa con la que había llegado y se acomodó en el asiento del carruaje, frente a Luca. Había sido una semana agotadora, y sabía que el viaje lo sería aún más.

El viaje de vuelta transcurrió por los mismos lugares que lo hizo el de ida. Pararon en las mismas posadas, y el último día llegaron, de noche, a la villa. Alina salió a recibirles, le dio un beso a su hijo y se acercó a Cristal. Le preguntó cómo había ido el baile.

―Ha sido una auténtica tortura, todos son tan falsos.... ―Dijo, frunciendo el ceño. ―Pero la ciudad era preciosa, ¡el primer día vimos una cascada enorme!

―¿Tú también la viste, Luca?

―Claro, era espectacular.

―Había una zona en la que varias cascadas caían hacia el mismo lago. El agua estaba helada, pero mereció la pena, era un sitio precioso. ―Siguió contando Cristal.

―¿También te gustó nadar en aquel lago helado? ―Le preguntó a Luca mientras entraban en la casa.

―No estuve allí. ―Respondió Luca sereno.

―¿Fuiste tú sola? ―Le dijo Alina extrañada.

―Fui con un amigo que conocimos en el baile. Luca es un vago y no quiso acompañarnos. ―Le dirigió una mirada divertida pero inquisitiva al joven.

No hicieron ningún comentario más, entraron en la villa y lo primero que hizo Cristal fue darse una ducha y ponerse ropa cómoda.

Le dijeron que Andrea y Lia habían bajado a la ciudad. A Angelo lo encontró en su cuarto. La saludó como si no llevaran más que un día sin verse y, en realidad, habían sido casi tres semanas, el mayor tiempo que habían pasado separados desde que se habían conocido.

No se molestó en preguntarle siquiera qué tal estaba. Cristal frunció el ceño y avanzó hacia él, algo molesta. Se sentó a su lado y, tras unos segundos de compartir una mirada, Cristal le agarró del pelo y estiró hacia atrás. Angelo dejó escapar una exclamación de sorpresa y dolor.

―¿Qué haces? ―Le gritó, llevándose las manos a la cabeza para deshacerse de la de la joven.

―¿Llevamos tres semanas sin vernos y lo único que se te ocurre es “qué haces”? ―Le gritó, aparentemente enfadada.

―¡No sabía que había pasado tanto tiempo! ―Intentó deshacerse de la mano que le tiraba del pelo, pero como no lo conseguía buscó la cabellera de Cristal y le estiró también. ―Ahora me sueltas y te suelto.

―¡Suéltame tú primero!

Siguieron peleándose durante un rato y después Cristal fue a deshacer las maletas. Cogió todos los vestidos que ya estaban limpios y los que no había usado, los metió en una caja y los dejó en la parte de abajo del armario. El vestido del baile lo colgó en una percha y lo metió con el resto de su ropa, le daba pena arrugarlo como los demás.

Cuando Andrea apareció, le dio dos besos y la abrazó, felicitándole. Ni siquiera se había acordado durante el viaje de que era su cumpleaños. Cuando era pequeña aguardaba con impaciencia su cumpleaños porque Andrea siempre la visitaba en aquellas fechas. Pero entre las reuniones y las comidas con la corte no había tenido tiempo de preocuparse por esas cosas.

Cuando le dijo que tenía razón, que aquellas personas eran engreídas y arrogantes, Andrea rió entre dientes. <<Te avise>> le dijo burlón, y le confesó que se alegraba de que supiese ver cómo eran de verdad las cosas que giraban en torno a la corte.

Le preguntó por qué sentía tanto odio hacia la corte, pero Andrea solo le decía lo que ya sabía de ellos. Y Cristal intuía que había algo más, le conocía demasiado bien para saber que no quería hablar del tema y que le ocultaba algo.

Durante los siguientes días estuvo hablando mucho con Andrea. Cristal se acordaba de datos sueltos de las misiones de las que él le había hablado cuando era pequeña, pero al ser tan joven no le había contado todos los detalles. Le volvió a preguntar por aquellas misiones y, según le iba hablando de ellas y de las historias de la gente a la que intentaba salvar, su odio hacia los Cazadores de Sombras iba creciendo.

Se quedaba horrorizada con las cosas que le contaba y la sangre le hervía.

Andrea quería prepararle una fiesta a Cristal para celebrar su decimoquinto cumpleaños, pero ella se negó. Después del baile no quería celebrar nada en mucho tiempo, aquella experiencia la había agobiado demasiado. Así que solo bajaron a la ciudad a tomar un helado.

Un día, llegó a la villa una carta de Gairel. Les invitaba a ella y a Luca a pasar unos días en la Ciudad de las Lluvias. Al leer la carta se emocionó tanto que, aunque acababa de despedirse de Luca y este había ido a darse una ducha después de su entrenamiento, fue corriendo en su busca.

No se molestó en tocar la puerta y entró a toda prisa en su habitación. Escuchó una exclamación de protesta de Luca por haber entrado sin llamar, pero vio que estaba con una toalla y que todavía no había entrado a la ducha, así que no le dio importancia y procedió a anunciarle las nuevas.

―Ha llegado una carta de Gairel, nos invita a pasar unos días en la Ciudad de las Lluvias. ―Esperó a que Luca dijera algo, pero como no respondió siguió. ―Vendrás, ¿verdad?

Luca se rehízo el nudo de la toalla, pensativo. Miró al techo y se pasó una mano por el cabello mientras resoplaba.

―¿Has oído hablar de los siete pasos, Cristal? ―Le preguntó, alzando las cejas.

―¿Qué? ¡No digas tonterías! ―Estalló Cristal. ―Él no tiene nada que ver con la corte.

―¿Por qué estaba invitado al baile si no? Vamos, piensa un poco, lo de invitarte a su casa es uno de los pasos. ―Exclamó, intentando convencerla.

―No es verdad, tú también estás invitado. ―Protestó ella.

―Piensa que somos pareja. ―Explicó él.

Cristal no supo qué responder, era absurdo. Gairel no tenía nada que ver con los aristócratas arrogantes que habían conocido y que sí podían intentar llevar a cabo los siete pasos.

―Bueno. ―Dijo Cristal, cansada. ―¿Vendrás?

―No lo sé. No me apetece mucho ser testigo de cómo te manipula esa gente.

―¿Esa gente? ¡Solo estamos hablando de Gairel! Sabes cómo es, le conoces.

―No, no le conozco. ―Respondió Luca cortante. ―Y no tengo interés en hacerlo, es como los demás, y tú no te das cuenta porque no quieres ver más allá de su sonrisa y su cara de niño pijo.

―¿Qué? ―Exclamó Cristal, indignada.

Se exasperó y decidió seguir con esa conversación en otro momento. No comprendía la actitud de Luca. Si seguía hablando con él acabaría gritando, y no quería perder los nervios.

Salió de su habitación dando un portazo y caminó de vuelta a la suya. ¿Por qué tenía que ser así? Habían estado bien entrenando juntos durante la tarde. Era muy divertido y parecía comprensivo, como su hermano. Nunca habría imaginado que fuese tan negado, ¿a qué había venido ese pronto? Bueno, le daba igual, el caso era que Gairel le había invitado a pasar unos días con él, y no iba a desperdiciar la oportunidad.

Pensó en hablar con Andrea, pero se iba aquella noche de viaje de nuevo y, por otra parte, podía pensar como Luca, así que se contuvo y no le comentó nada. Acarició la idea de hablar con Alina o con Anthony pero, aunque los dos la fueran a entender, no le pareció buena idea, y no sabía decir por qué.

Al final buscó a Lia. Los últimos días pasaba mucho tiempo en la capital. Cristal sospechaba que se veía con algún chico, pero no se atrevía a preguntárselo.

Tocó su puerta, escuchó su voz desde dentro, y entró. Había tenido suerte, aún no se había ido.

―¿Tienes unos minutos?

―Claro, pasa. ¿Qué ocurre? ―Se interesó Lia.

―Verás: en el baile, Luca y yo conocimos a un chico con el que parece ser que él no se lleva muy bien, pero que a mí me parece muy buena persona. ―Hizo una pausa, se dio cuenta de que se iba por las ramas. ―El caso es que me ha escrito una carta para que vaya a pasar unos días a su casa, a la Ciudad de las Lluvias.

―Fantástico. ―Murmuró ella. ―¿Y tú quieres ir?

―¡Claro que sí!

―¿Entonces, cuál es el problema?

―Alina y Anthony no creo que me prohibiesen ir... Pero se lo dirían a Andrea... y él es... como mi hermano mayor. Bueno, no. Tú eres como mi hermana mayor, a él lo quiero como si fuera mi padre. No sé cómo explicarlo. Tengo con él la confianza que tendría con un amigo, me siento protegida como si fuera mi hermano, pero le tengo el respeto que le tendría a mi padre. ¿Entiendes?

―Sí, él se ha hecho cargo de ti durante todos estos años. Supongo que no es una gran figura paternal, siempre está de un lado para otro. ―Respondió Lia, intentando comprender a Cristal. ―Y aunque confíes en él te da miedo decírselo porque temes que no apruebe tu relación con él.

―¡No! Yo no tengo nada con Gairel aparte de amistad. Es solo que... es un aristócrata, no sé de qué familia, no me lo dijo, y por eso sé que no es como los demás, pero creo que Andrea no lo vería buenos ojos.

―Comprendo, lo dices por su obsesión con los nobles que tienen relación con la corte. ―Entendió, al fin. ―Si tú quieres ir ve, no veo nada de malo en ello, y a veces es verdad que Andrea tiende a calumniar a todos los nobles, a pesar de que él sea uno... ―Suspiró Lia. ―En fin, ve. Andrea está fuera, no les pidas permiso a Anthony y a Alina, simplemente despídete de ellos. Cuando vuelvas, ya haremos algo para que Andrea no llegue a enterarse de que has ido o para convencerle de que no había peligro.

―Gracias, Lia.

―No hay de qué. ¿Necesitas algo más? ¿Quieres que te acerque a la ciudad cuando te vayas?

―No, no es necesario. Cogeré un taxi. ―Iba a irse pero se dio la vuelta. ―Luca también tiene muchos prejuicios. ¿No?

―¿Luca?... Luca piensa lo mismo que Andrea, comparten los mismos ideales; pero Andrea, al ser protector, lo manifiesta más y él, al tener la sangre fría que tiene, lo oculta mejor. Pero nunca ha sido tan radical como su hermano. Menos mal. ―Añadió con un gesto de alivio.

Se despidió de ella y volvió a su habitación para hacer las maletas. Se iría al día siguiente, para asegurarse de que en su viaje no se cruzaba con Andrea por casualidad. Preparó una maleta con la ropa que llevaría. Camisetas, pantalones y zapatillas. Ni un solo vestido, ni un solo zapato con tacón.

Después de cenar, recibió la visita de Luca. Le iba a acompañar. Se sentía mal por haberse puesto así antes, pero no se arrepentía de lo que había dicho. <<Solo voy para evitar que hagas tonterías>> Le dijo. <<No voy porque ese tipo me caiga bien, sigo pensando que es tan falso como los demás>>

Cristal iba a replicar, pero decidió no crear una discusión y quedarse con el hecho de que iba a viajar con ella. Le preguntó si le parecía bien irse al día siguiente, y él le respondió que cuanto antes se fueran antes volverían. También pasó por alto aquella hostilidad. ¿Dónde estaba esa sangre fría de la que hablaba su hermana mayor?

El viaje fue más corto que el que hicieron a la Ciudad de las Aguas. O así se lo pareció a Cristal, que quizá viajando con ropa más cómoda y a sabiendas de que se lo iba a pasar mejor que la última vez que había salido de viaje, acogía con resignación e ilusión el trayecto a recorrer y la hora de la llegada.

Al pasar por el hospital, no pudo evitar echar una ojeada. Hacía tan solo unos meses había estado viviendo allí, en lo que ahora era un mero esqueleto de escombros calcinados. Se estremeció. Allí podían haberse quedado los cuerpos de otros residentes. Algunos, muertos bajo la espada de un Cazador de Sombras y otros, asfixiados por los gases tóxicos o envueltos en las llamas del incendio.

Dejó de pensar en aquello. Imaginarse a un Cazador de Sombras le hacía experimentar una extraña sensación, una mezcla de odio, rabia e impotencia. No le era agradable experimentar aquello, por eso miró hacia otro lado.

Cuando llegaron, a Cristal se le dibujó una sonrisa en el rostro. Distinguió la figura de Gairel a lo lejos. Estaba en el pórtico de lo que parecía ser una casa de campo. Estaba lloviendo, como solía suceder casi siempre allí. <<La gente que le puso los nombres a las ciudades tenía muy claro el concepto “definir en un par de palabras “>> Pensó Cristal acordándose de la Ciudad de las Aguas, de la de las Tinieblas y de la que visitaban en aquellos momentos.

Luca se asomó por la ventanilla también. Al ver a Gairel se le escapó una risita que intentó disimular.

―¿Qué? ―Le preguntó Cristal, entornando los ojos.

―Nada, solo que me gusta su ropa. ―Respondió Luca, aparentemente serio pero con un tono irónico en sus palabras.

Volvió a asomarse para mirar al muchacho. Llevaba un traje parecido al que había llevado en el baile, o a lo largo de la semana que habían estado en compañía de la corte. Pensaba que siempre iba tan arreglado porque así lo exigía el protocolo, por la misma razón que ella iba con vestidos.

Se bajó del carruaje, emocionada, y caminó hacía él. Se inclinó para abrazarle pero, antes de que pudiera hacerlo, le cogió la mano y se la besó como había hecho otras veces, aunque ella había pensado que era por no llamar la atención en aquel ambiente tan elegante.

―Vaya, estás empapada. ―Murmuró, mirándola de arriba abajo. ―Pasa, te enfriarás.

Esperó a que llegara Luca, con las maletas, para saludarle y entraron a la casa tras ella.

Cristal estaba dentro, admirando la altura del techo y los muebles que adornaban la estancia. Las paredes eran igual de blancas que la fachada, y parecía una casa muy acogedora.

Iba a hacer un comentario sobre lo bonita que le parecía su casa, pero Gairel se apresuró a guiarles hasta el segundo piso y les enseñó sus cuartos. Cuando volvieron a salir de las habitaciones pudieron ver a una doncella que llevaba algunas toallas al cuarto de baño. No era tan extraño que tuviera una doncella, al fin y al cabo en la villa también había personal encargado del mantenimiento del hogar.

Les condujo hasta el salón, donde había una preciosa chimenea y varios sofás que parecían ser muy cómodos. Les sirvió un refresco y charlaron durante un rato, como solían hacer siempre. Pero Luca se mantenía distante, solo hablaba cuando le preguntaban algo, y el resto de la conversación la pasaba fingiendo que escuchaba.

La comida fue un rato después de que llegaran. Cristal seguía alegre, volviendo a conversar con él de temas sobre los que ya habían hablado. Pero no le importaba, estaba tan a gusto con su compañía que no se molestaba en pararse a pensar si estaba repitiendo varias veces lo mismo.

Luca sí se daba cuenta de ese detalle y, de vez en cuando, suspiraba y desviaba la vista hacia otro lado, cansado y aburrido. Cristal notó el gesto un par de veces, pero decidió no darle importancia. Estaba claro que el vampiro no quería estar allí, pero ella no le había obligado a ir.

Durante la tarde, estuvieron un rato en el porche. Llovía, el cielo estaba gris y no tenía pinta de que fuera a amainar, así que se quedaron en la casa, contemplando cómo caía la lluvia.

Luca se mostró frío un par de veces, incluso fue borde con su anfitrión. Cristal no quiso decirle nada delante de Gairel, pero tenía pensado hablar con él muy seriamente. El pobre muchacho no había hecho nada que pudiese enfadarle de esa manera y, sin embargo, cada vez que hablaba, Cristal podía sentir cómo se irritaba Luca.

Le importaba bien poco su relación con Gairel. Pero este se había ofrecido a acogerle en su casa durante unos días. Le iba a proporcionar cobijo y comida, y le parecía mal que después de eso siguiera teniendo prejuicios hacia él.

Decidió que por la noche hablaría con él. No quería que Gairel se sintiera mal y, si seguía así, Luca podía llegar a conseguirlo.

Entró en su habitación sin tocar la puerta, intentando provocarle; que notara el gesto y que le preguntara por qué no era más educada, para después ella poder responderle que por el mismo motivo que él no era educado con Gairel. Pero ese no era su estilo, y además nada de eso ocurrió. Tan impasible como siempre, Luca levantó la cabeza del libro que estaba leyendo y la miró con sus ojos ya cansados de leer.

―Oh, adelante, puedes pasar. ―Le dijo, sarcásticamente, cuando ya estaba dentro.

―¿Te molesta? ―Le preguntó ella, intentando encaminar la conversación hacia sus prejuicios sobre el noble.

―No. ―Dijo Luca solamente. ―¿Qué quieres?

―Saber qué te ha hecho Gairel.

―No sé por qué, pero me lo imaginaba. Bien, seré breve;digamos que él es justo el tipo de persona de la que mi hermano intenta protegerte. Sé lo que le hacen a la gente y me da rabia que eches por tierra lo que mi hermano ha conseguido en siete años. Así de simple. ―Le dijo Luca, sosteniéndole la mirada.

―¿Y qué es lo que ha conseguido, si se puede saber?

―Veamos... ―Empezó, con el mismo tono burlón. ―Oh, sí, ya me acuerdo. Primero te salvó de una muerte segura, luego... ocultó tu identidad para seguir protegiéndote de los Cazadores de Sombras y sobre todo de esos bailes que tanto te gustan. ―Hizo una pausa y miró al techo, pensativo, antes de volver a mirarla. ―Ah, si no hubiera ocultado tu identidad ahora serías un títere de la corte. ¿Sabes? también se ha hecho cargo de ti durante todos estos años. Y teniendo en cuenta el instinto paternal o fraternal de mi hermano...

―Andrea es un gran hermano, os quiere mucho a Lia, a Angelo y a ti. Y sobre todo a ti. ―Le interrumpió ella.

―Lo que quiero decir es que Andrea es un protector, no un hermano, ni un hijo ni un padre. A ti te parece que exagero porque no conocías a Andrea antes de que te trajera a casa pero, créeme, a todos nos extrañó que quisiera hacerse cargo de ti. Apenas tenía trato con la familia, ni siquiera vivía con nosotros. Sabíamos que nos quería porque él siempre ha sido así y el hecho de que nos visitara un par de veces al año era suficiente para nosotros. Pero, desde que llegaste, cambió completamente. Se mudó con nosotros de nuevo y pasamos de verle dos veces al año a verle varios días cada pocos meses.

―Vale, Andrea ha dado mucho por mí y tú no quieres que todo lo que ha sacrificado lo eche a perder un noble que me coma la cabeza y consiga justo lo que él quería evitar. ―Se acercó a él y le revolvió el pelo sin poderse contener, tenía un mechón que casi no le dejaba ver y sintió la necesidad de echárselo hacía atrás. ―Pero Gairel no es como el resto de los estirados de los que me quiere proteger. No le interesa mi apellido, ¡ni siquiera sabía quién era cuándo me conoció!

―¿Y tú sabes el suyo? ¿Te ha dicho su apellido? ―Le preguntó Luca, a sabiendas de que daba en el clavo.

―No, ya te he dicho que no le importan esas cosas. Y a mí tampoco. Mira, conozco los siete pasos. Andrea me habló de ellos, y estoy advertida. En cuanto empiece a notar que Gairel quiere manipularme con ellos, se acabó. Me cae bien por ser como es, quiero ser su amiga. No tengo muchos amigos. Soy una chica a la que tuvieron encerrada las monjas en el sótano de un orfanato y que ahora vive con la familia de un protector de vampiros. ¿Crees que para mí es fácil hacer amigos? Pues no, y no voy a desperdiciar esta oportunidad. Si es verdad lo que dices y solo quiere utilizarme, entonces te daré la razón y me olvidaré de ser su amiga. Hasta entonces, ¿crees que podrías ser un poco más amable?

Luca pareció convencido por el discurso y, tras inspirar profundamente, asintió.

―Está bien, seré amable, pero no dejaré de advertirte. ¡Solo hay que ver cómo va vestido! Por favor...

Cristal movió la cabeza y suspiró también. ¿Por qué era tan obstinado?

Dio media vuelta y volvió al cuarto donde dormiría. Cayó rendida enseguida, porque estaba agotada del viaje. Se acostaba intuyendo que los días que vendrían por delante en aquella casa serían mucho mejores que el anterior. Luca había prometido ser menos borde y aunque Gairel y él no fuesen a ser íntimos amigos, ya era algo.

El día después de su llegada transcurrió muy tranquilo, casi aburrido para Cristal. Como seguía lloviendo no habían podido llegar muy lejos, y solo habían salido de la casa para ver el jardín y los alrededores. Iban a dar un paseo por la montaña que se extendía detrás de la mansión, pero nada más salir se habían dado cuenta de que con aquel tiempo no se podía ir a ningún lado.

Por otra parte, Gairel no estaba a gusto si se le mojaba la ropa, lo había dejado bien claro maldiciendo cuando la lluvia les había sorprendido fuera. Cristal le había dicho que solo era agua, pero él había respondido: <<¿Solo agua? Ahora el traje encogerá, y además su tejido es demasiado sensible para lavarlo ¡maldita sea!>>

Al oír eso, Luca le había dirigido una mirada burlona a Cristal, pero esta había entornado los ojos como advertencia y él tuvo que borrar su expresión de satisfacción.

Poco a poco, Gairel iba dejando al descubierto su lado refinado. Cristal se dio cuenta de ello, pero no le dio importancia. Por la tarde dejó de llover y Gairel propuso salir a cazar. Luca estalló en carcajadas, y el muchacho lo miró extrañado.

―¿Qué te hace tanta gracia? ―Le preguntó.

―Que no creo que te haga falta cazar para poder cenar hoy. ―Respondió Luca con sencillez.

―Claro que no, qué tonterías tienes, solo cazaríamos por deporte. ―Dijo Gairel encogiéndose de hombros y extendiendo los brazos en un gesto de desconcierto.

Luca volvió a contener la risa para mirar a Cristal, que había arqueado las cejas.

―¿Por deporte? ¿Para ti la caza es un deporte? ―Preguntó Cristal intentando no alterar su tono de voz.

―Claro, ¿qué es si no? ―Preguntó Gairel, extrañado.

―Bueno, matar para sobrevivir está bien, es ley de vida, pero matar por placer... no creo que sea un deporte. ―Sintió la mirada divertida de Luca e inspiró profundamente. ―De todas formas, cada uno puede verlo de la forma que quiera.―Añadió para dejar claro que no le importaba.

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