Cristal

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16. Preparatorios

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Después de varios días de viaje, al llegar a la villa, se encontraron con que Andrea ya había vuelto. Dos días después de haberse marchado ellos, había regresado porque su misión se había cancelado.

Debió de verlos llegar, porque nada más entrar por la puerta bajó las escaleras hacia el vestíbulo para recibirlos. Ladeó la cabeza y cruzó los brazos ante el pecho.

―Buenos días. ― Les dijo sin alterar su tono de voz.

―Hola. ―Contestaron los dos al mismo tiempo. Cristal esperó a que alguno de los dos hablara pero Andrea no parecía dispuesto. Y Luca fingía estar entretenido con las maletas para no tener que dar la cara por ella. ―Has vuelto muy pronto ¿no?

―Una falsa alarma, me volví a mitad de camino. ―Respondió, acercándose a ellos. ―¿Y vosotros, os lo habéis pasado bien?

―Sí. Me he hecho socia de una empresa que fabrica carruajes, y voy a regalarte uno que debe de ser una ganga. ―Bromeó ella pero, al ver la cara que ponía el protector, rectificó. ―¡Era broma! Tranquilo, no ha pasado nada. No volveremos a vernos, y no volveré a asistir a ningún acto que organice la corte. ―Antes de que Andrea pudiese decir nada pasó por su lado y desapareció escaleras arriba.

Después de aquello, Andrea les pidió explicaciones, y volvió a dar a Cristal una larga charla sobre los siete pasos.

Otra de las cosas que le cambió la vida sucedió aquel invierno, uno de aquellos días en los que el protector volvía de una de sus misiones. Cristal llevaba ya un tiempo preguntándose cómo había empezado a trabajar para las Sombras del Plenilunio, y decidió preguntárselo.

―Hice las pruebas, las superé, me eligieron y me asignaron categoría.

―¿Qué pruebas? ¿Cómo te asignaron categoría? ―Siguió preguntándole ella, interesada.

―Verás, cada año se celebra un reclutamiento. Nadie sabe mediante qué condiciones o a través de qué pruebas eligen a los reclutas, porque en cada convocatoria las cambian. Después de eso, forman a los elegidos con un entrenamiento muy duro. Pero que no es ni la mitad de duro que el de la siguiente fase.

<<Según las habilidades de cada uno, le asignan una categoría. Si son inteligentes, precavidos, astutos y hábiles les instruyen para que formen parte del consejo. Si son rápidos, sigilosos, fuertes y calculadores, los instruyen para que sean protectores, como yo. ―Dejó de hablar, y a Cristal no se le pasó por alto que se olvidaba de una categoría.

―¿Y qué pasa con los Guerreros Esmeralda?

―Los elegidos para ser instruidos en esa categoría tienen que ser los mejores, una mezcla de las dos categorías de las que te he hablado. Tienen que ser inteligentes, precavidos, astutos, hábiles, sigilosos, fuertes, y calculadores. Es prácticamente imposible ser elegido para ser Guerrero Esmeralda, y mucho más conseguir pasar la prueba final. Al año, se gradúan muy pocas Sombras del Plenilunio, porque la prueba de ingreso en la escuela es muy difícil de superar. ―Esperó a que Cristal asintiera, sorprendida, y prosiguió. ―Por eso, después de ese proceso, solo quedan los mejores. Y nuestras filas son aptas para hacer frente a los Cazadores de Sombras. ―Terminó de explicar él, orgulloso.

Como hacía siempre, cada vez que volvía de sus misiones, acudía a su encuentro para que le contase todo lo que había ocurrido. Pero cada vez bebía con más avidez de sus palabras, haciendo preguntas y, en muchas ocasiones, repitiendo cosas que le habían gustado para poder memorizarlas.

Su admiración por él y por todas las Sombras del Plenilunio crecía por momentos. Además, cada día hacía sus entrenamientos más intensos. Cuando algo no le salía o no era capaz de aprender un nuevo movimiento que Andrea le enseñaba, se enfadaba y se dedicaba a repasarlo hasta que lo dominaba. Si no lo conseguía, muchas veces lloraba de rabia. Y, cuando conseguía aprenderlo, se lo enseñaba a Andrea, orgullosa de sus progresos.

Transcurrió un año. Tan solo quedaban unos meses para la llegada del decimosexto invierno de la vida de Cristal. Había aprendido el verdadero significado de la palabra “aburrimiento”. A parte de su entrenamiento no tenía nada más que hacer y, a veces, se planteaba para qué se entrenaba.

Volvió a percibir el olor de la sangre de Luca en varias ocasiones. Generalmente, era un leve aroma apenas perceptible. Una herida en los labios, un corte con una hoja en los dedos... Pero, un par de veces, volvió a sangrar de tal manera que para Cristal fue inevitable sentir su olor a través de todos sus sentidos y plantearse de nuevo las dudas de siempre. No entendía por qué el olor de esa sangre era diferente a la de los demás. Pero, pasado un tiempo, se olvidaba de ello.

Su relación con él no había cambiado demasiado. A veces quedaban para pasear por el jardín, incluso para entrenar. Se llevaban cada vez mejor, pasaban mucho tiempo juntos, y tenían más confianza el uno con el otro.

En cambio, cada vez hablaba menos con Angelo. Siempre estaba de aquí para allá, no pasaba mucho tiempo en la villa, y no solían verse muy a menudo.

En cierto modo le envidiaba, si salía quería decir que tenía con quién hacerlo. Ella no podía salir de la villa si no iba acompañada por uno de sus habitantes. Al fin y al cabo, no tenía nadie más con quien quedar.

Aquel año aprendió muchas cosas sobre los vampiros. Se dio cuenta de que había muchos tópicos sobre ellos, y de que la mayoría eran falsos. También descubrió que los vampiros podían comunicarse entre ellos, hablaran la lengua que hablaran.

También comprobó que el azúcar era un sustituto de la sangre. A Luca y Angelo solía verles mordiendo algún caramelo de vez en cuando o chupando una piruleta, sobre todo a Angelo. Y entendió por qué en el hospital comía tantos dulces. A Andrea, en cambio, no parecía afectarle demasiado la sed. Desconocía si entre viaje y viaje mordía a alguien o si tenía pareja a la que morder, pero nunca le había visto tomando aquel sustituto para calmar su sed.

Ella tampoco solía comer muchos dulces por ese motivo. Le gustaban, pero no especialmente; y nunca tenía sed. Angelo había tratado de explicarle en un par de ocasiones lo que se sentía cuando deseabas la sangre. Entonces, se había dado cuenta de que nunca había experimentado nada parecido. Lo contaba todo de una forma tan dramática... que intentaba compararlo con las veces que ella pasaba mucha sed durante los entrenamientos, pero se daba cuenta de que no había ni punto de comparación.

Otra cosa que también le llamaba la atención era que los vampiros con los que convivía no parecían envejecer nunca. Y ella, en cambio, crecía como lo haría cualquier humano. Andrea le explicó que cada vampiro se desarrollaba de una forma diferente. Y que, mientras alguien podía pasarse un siglo estancado en el mismo año, otro podía estar solo dos. Pero le aseguró que, terminada la adolescencia, el proceso se ralentizaría e incluso se detendría, como les pasaba al resto de los de su especie.

Pasó un buen año, aburrido, pero bueno al fin y al cabo. Por fin, encontró en la villa un lugar estable donde vivir. No la sentía suya, y no se sentía totalmente parte de la familia. Pero, al menos, sabía que no tendría que volver a irse de allí.

Intentó averiguar más cosas de su pasado, sobre su abuela, y sobre la relación que mantenía con Andrea. Pero cuando preguntaba a Andrea, este hacía oídos sordos. Daba por hecho que no le apetecía hablar del tema.

Un día, Andrea llegó herido a la villa. Era una herida de espada, y a Cristal le hirvió la sangre de ira al entender que quien se la había causado había podido ser un verdugo. A partir de ese momento, empezó a obsesionarse con los Cazadores de Sombras, aún más. Y, recordando la conversación que mantuvo con Andrea sobre su adiestramiento, tuvo una gran idea.

En cuanto se curó fue a contársela, ilusionada. Antes no lo había hecho porque no quería alterarlo en su estado y había decidido esperar.

―Andrea ¿qué tal estás?

―Hola Cristal, mucho mejor. ¿Cómo estás tú?

―Yo estoy bien, pero quería preguntarte algo. ―Esperó a que él le ofreciera asiento a su lado y siguió. ―¿Podrías prepararme para las pruebas de la escuela de las Sombras del Plenilunio?

―Imposible, apenas quedan tres meses. ―Respondió él, incorporándose en el sofá donde estaba sentado.

―Eso no importa. Llevo años entrenándome contigo, ahora solo tendrías que enseñarme lo específico para esas pruebas. Será fácil, ya tengo una base, solo tengo que perfeccionar...

―Tienes más que una base. ―La cortó él. ―Pero no sé si es una buena idea. Eres muy joven, tan solo tienes dieciséis años.

―¿Cuántos tenías tú cuando te graduaste?

―Algunos cientos más que tú...

―Mejor dicho, ¿cuántos aparentabas? ―Siguió insistiendo ella. Y, como no respondió, supo que había acertado. ―Por favor, ¿para qué me sirve el entrenamiento diario que hago?

Andrea pareció meditar unos instantes la petición de su pupila. Y, al cabo de un tiempo, asintió.

―Está bien, entrenaremos para las pruebas de diciembre. Pero tendremos que empezar ya.

―¿Ya? ¿Ahora? ―Se extrañó Cristal.

―Sí, tenemos que empezar ahora mismo, no tenemos apenas tiempo. Ve y ponte ropa cómoda para entrenar.

―Así estoy bien, estoy cómoda.

Andrea se levantó y fueron juntos al jardín, al mismo lugar donde solían entrenar. Él le lanzó una de las espadas de madera y empezaron a luchar.

Cristal se defendía de sus golpes como podía, agarrando de vez en cuando su arma con las dos manos, para aguantar la tremenda fuerza de sus embestidas. Entonces, Andrea le gritaba <<¡¿Qué clase de estilo es ese?!>> Y ella tenía que soltar una mano para mantener la figura que él le había enseñado.

Sus movimientos, como siempre, eran elegantes y rápidos, muy rápidos. Si perdía la concentración, él le gritaba para que volviera a centrase. Y ella ponía de nuevo todos sus sentidos en el combate.

Cuando Andrea parecía cansarse de combatir, aplicaba un poco más de fuerza a los mandobles de su espada de madera. El arma de Cristal acababa volando por los aires, y ella quedaba completamente desarmada. Después de que eso ocurriera en varias ocasiones, acabó derrumbada y se dejó caer sobre la hierba. Entonces, Andrea dio por finalizado el entrenamiento.

Nunca había combatido tanto y tan en serio con él. Y, aunque estuviera agotada, cuando volvió a su cuarto para darse una ducha, no le importó, porque estaba feliz por saber que lo que hacía serviría para algo. Para entrar en la escuela de las Sombras del Plenilunio.

Al día siguiente, amaneció con un gran dolor en el brazo derecho. Pero tampoco le importó. Se levantó sonriente y acudió al encuentro de Andrea, entusiasmada.

Él la esperaba, como siempre, con una espada de ensayo en cada mano. Con esa pose que revelaba que estaba seguro de sí mismo, y con la expresión serena. Ese día, el protector peleaba con más fuerza que la víspera. Pero eso solo consiguió que Cristal sintiera una motivación extra que la empujaba a dar lo mejor de ella.

Después de varios días practicando sin descanso, Anthony la pilló por banda en uno de los pasillos de la casa, y Cristal recordó entonces que hacía más de tres días que no acudía a sus clases.

―Buenas tardes, Cristal. Hacía mucho que no nos veíamos. ―Le comentó cruzando los brazos ante el pecho.

―¡Anthony! Lo siento, verás, es que estos días he estado muy ocupada con Andrea porque...

―Sí. ―La hizo callar él con un gesto de la mano. ―Me lo ha contado, quieres presentarte a las pruebas de diciembre. No tengo nada en contra, pero no puedes dejar de estudiar, vamos muy atrasados con el curso. Deberías centrarte más, las pruebas puedes hacerlas otro año, cuando hayas terminado tus estudios.

―¿Terminar los estudios? ―Preguntó Cristal, abriendo mucho los ojos y estirando los brazos. ―Anthony, ¡por favor! Eres tú quién decide cuándo termino mis estudios, no me estoy preparando para ningún tipo de examen, solo para los que me haces tú y no creo que eso...

―Si lo que piensas es que no te servirán de nada, te equivocas. Ahora mismo tienes mucho más nivel que la mayoría de los jóvenes de tu edad.

―¿Cómo lo sabes?

―Porque fui profesor. Es más, aunque estoy retirado, estoy pensando en volver a la enseñanza. ―Observó con satisfacción la cara de sorpresa de Cristal y continuó. ―Hay muchas cosas que aún te quedan por aprender... Bien, el caso es que no puedes dejar las clases de lado, tienes que sacar tiempo de donde sea.

―Por las tardes podría estudiar, pero no sería a una hora fija, nunca sé cuándo empiezan y cuando terminan mis entrenamientos. ―Contestó Cristal, cediendo.

―Yo, por las tardes, no puedo. Además, no podría estar toda una tarde esperando para darte una clase. Tengo una vida ¿sabes? ―Le dijo sonriente. ―¿Por qué no le pides a Luca que te ayude durante una temporada? Le diré lo que estamos dando en cada asignatura y él te dará las clases por mí. Por las tardes se le ve muy aburrido y, además, le vendrá bien repasar sus conocimientos.

―¿A Luca? No...No creo que sea buena idea. No le veo con ganas de querer enseñarme nada.

―Voy a buscarlo. ―Dijo, ignorando por completo su comentario y dándose la vuelta con un gesto a modo de despedida.

Esa noche alguien tocó la puerta de su cuarto. Se acababa de acostar, y aún estaba despierta. El dolor de los brazos no le permitía encontrar una postura que le ayudara a descansar.

Se incorporó, encendió la luz e invitó a pasar a quién quiera que fuera.

―Ya me iba a ir, pensaba que estabas dormida. ―Murmuró Luca, cerrando la puerta tras él y apoyándose en esta con aire despreocupado. ―Me ha preguntado Anthony si podría darte clases... quería hablar contigo de eso. ―Fue directo al grano al darse cuenta de que ella estaba metida en la cama y con intención de dormir, si es que no la había despertado. ―Pero puedo esperar a mañana.

―No, no. No estaba dormida, no te preocupes. Y respecto a lo de darme clases... no tienes por qué hacerlo. Anthony propuso que podías enseñarme tú, yo le dije que no ibas a tener ganas... y, en resumen, no me escuchó. Así que mañana hablaré con él y cambiaré el horario de mi entrenamiento o qué se yo...

―No me molesta darte clases. ―Murmuró él.

―¿Ah no?

―No, la verdad es que últimamente no tengo muchas metas ni objetivos en mi vida. Me vendrá bien ser constante en algo. ―Contestó Luca con sinceridad.

―Está bien, ¿mañana empezamos, pues?

Él asintió y, tras escuchar las “gracias” que le dirigió Cristal, volvió a dejarla sola en su cuarto para que pudiera descansar.

Las siguientes semanas fueron lo contrario al aburrimiento para ella. No tenía ni un minuto para descansar. Por la mañana, se levantaba tarde porque estaba agotada. Comía y, por la tarde, entrenaba con Andrea. Después de cenar, o al anochecer, estudiaba con Luca. Y, como se acostaba tarde y muy cansada, al día siguiente volvía a levantarse tarde.

Cuando Andrea se fue de viaje un mes antes de las pruebas, Cristal se alarmó. Hacía ejercicios con él que no podía practicar con nadie más, por ejemplo el del instinto.

Un día la sorprendió diciéndole que no iba a practicar más esgrima. Se puso detrás de ella y le vendó los ojos.

―Para trabajar la mente y el instinto vas a tener que seguir mi voz. Así, además, desarrollarás el oído, el tacto y el olfato. Para entrar en las Sombras del Plenilunio es imprescindible tener instinto. Por eso, es fundamental que antes de diciembre hayas aprendido a realizar este ejercicio sin hacerte ningún rasguño.

―¿Solo seguirte? Parece fácil. ―Comentó Cristal.

―Me sorprende tu confianza en ti misma. Mejor será que la tengas, porque lo cierto es que no será una prueba fácil. Tendrás que seguirme a través del bosque. Yo gritaré ¡aquí! Y no disminuiré mi ritmo en ningún momento, pero cada vez hablaré con menos frecuencia. ¿Está claro?

―Por lo que has dicho ahora, parece más difícil. ―Murmuró Cristal, preparándose.

El ejercicio empezó, y Cristal caminó a ciegas guiándose por la voz del protector. Alzó las manos para tantear a su alrededor y evitar chocarse con cualquier posible obstáculo. Procuraba caminar sin levantar demasiado los pies del suelo, para no tropezar. Eso la hacía ir mucho más lenta, y por eso llegó un momento en el que temió perderlo. Tuvo que detenerse más de una vez. Pero, cuando escuchaba el crujido de alguna rama, se dirigía hacia allí. También se detenía cuando sus manos rozaban la rugosa corteza de los árboles. Cuando eso ocurría, palpaba el obstáculo y lo rodeaba, tanteando el suelo, casi arrastrando los pies.

Siguió caminando en medio de la oscuridad que le proporcionaba el pañuelo y reprimió un gemido cuando sintió que se arañaba el brazo izquierdo con una especie de rama espinosa. Se había enganchado la piel y, cuanto más tiraba, más se le desgarraba. No quería insistir, pero comprendió que no podía liberarse de la rama con la otra mano, porque para ello tendría que tocarla, y entonces se engancharía con esa mano también. Escuchó la voz de Andrea más lejos de lo que le hubiese gustado, y dio un tirón con el brazo izquierdo para despegarse de la rama.

No supo decir cuánto tiempo estuvieron así, él gritando cada poco tiempo y ella tropezándose con todo lo que se le ponía por delante. Cada vez le costaba más caminar, porque Andrea hablaba con menos frecuencia. Y se ponía nerviosa al pensar que podría no seguirlo bien y no ser capaz de cumplir su objetivo final. Pronto se olvidó de guiarse por el resto de sus sentidos y dejó de importarle ir arañándose con todo lo que había a su alrededor. Cuando se caía, ni siquiera se lamentaba por ello. Aunque se hacía daño, dejó de preocuparse. Solo se limitaba a levantarse y a detenerse unos instantes para tratar de escuchar algún ruido que le indicara la dirección hacia la que se dirigía Andrea.

Después de una angustiosa media hora, oyó a Andrea muy cerca de ella.

―Basta ya, puedes quitarte la venda.

Cristal agradeció poder deshacerse del pañuelo. Estaba en medio del pinar. Se miró las manos. Las tenía sucias y llenas de pequeñas heridas. Tenía varios rasguños en los brazos, y las rodillas ensangrentadas.

―Lo he conseguido. ―Murmuró, con una sonrisa en los labios.

―¡No, para nada! ¿Tú te has visto bien? ―Le gritó Andrea, estresado. ―Se trataba de guiarte por tus sentidos, para que tu instinto te ayudara, y llegases sin el más mínimo rasguño. Pero vas hecha una pena. El objetivo no era llegar, se trata de cómo llegas. ¿Entiendes?

Cristal iba a decir que lo había comprendido, pero él sacudió la cabeza, frustrado.

―Es tu primera vez, comprendo que no lo hayas hecho bien. La próxima será mejor. Ahora sácame del pinar, haciendo exactamente lo que te he hecho yo. Me guiaré por tu voz y te enseñaré cómo hacerlo.

Fue increíble. A pesar de ir con los ojos tapados, seguía moviéndose con la misma elegancia de siempre. No se chocó ni tropezó con nada, en ningún momento, ni una sola vez. Cristal le miraba con adoración, fascinada.

Siguió practicando aquel ejercicio durante varios días con él. Y, aunque lo había mejorado, no se acercaba, ni de lejos, a lo que podía hacer Andrea.

Cuando se marchó, le aconsejó que se entrenara pero que no se fatigara demasiado. Y le prometió que volvería en un par de semanas para que pudiesen entrenar juntos algo más, antes de la prueba.

El mismo día que practicó el ejercicio con el protector, acudió a estudiar por la noche con Luca. Ni siquiera fue a ducharse antes. Habían terminado bastante tarde, cuando ya era de noche. Entró en su cuarto para coger un par de libros con los que estaban trabajando, y caminó en busca de su amigo.

Lo encontró sentado en su escritorio. Se levantó cuando la vio entrar para que se sentara junto a él, pero Cristal pasó a su lado sin ni siquiera mirarle. Dejó caer los libros sobre el sofá y se tiró a la cama, exhausta. Tenía suficiente confianza con Luca como para saber que aquello no le importaría.

―¿Qué te ha pasado? ―Le preguntó, caminando hacia ella.

―El entrenamiento... ―Murmuró entre quejidos.

Luca le echó con cuidado las piernas hacía un lado y se acomodó junto a ella.

―Daremos la clase aquí, pues. ―Cogió uno de los libros del sofá y lo abrió más o menos por la mitad. Empezó a hablar, le leyó uno de los apartados del tema de arriba a abajo, sin trabarse ni una sola vez, dándole entonación, y sin alterar su suave tono de voz.

Cristal cerró los ojos porque le costaba mantenerlos abiertos. Y Luca no se dio cuenta de ello, ya que estaba concentrado en lo que leía. Su voz sonaba tan dulce y melodiosa que no tardó en dejarse envolver por sus palabras y quedarse medio dormida, entrelazando lo que le narraba Luca con imágenes sin sentido.

―Eh, Cristal. ―Le murmuró, bajando aún más su tono de voz. ― Eh, ¿te has quedado dormida? Vamos, antes de dormir deberías limpiarte todo eso. ―Le dijo, señalándole las rodillas.

―Me da igual... déjame dormir. ―Gimió, agotada.

―Si no te limpias eso. ―Dijo señalando la sangre reseca y la suciedad de sus rodillas de nuevo. ―Se te infectará.

―Tienes razón. ―Acabó sonriéndole ella mientras se incorporaba. ―Será mejor que antes de nuestra clase me limpie un poco. Además ―Añadió burlona. ―No quiero despertar en ti la necesidad de ser tú quién se encargue de limpiar mi sangre.

―Esa necesidad despertó hace ya tiempo, desde que decidiste entrar ensangrentada en esta habitación.

―¿En serio? ¿Encuentras este olor agradable? A mí me parece vomitivo.

―Una vampiro a la que no le gusta el olor a sangre. ¡Es antinatural! ―Le dijo él sorprendido, aunque hacía tiempo que sabía que eso le ocurría a su amiga.

―En realidad... ―Empezó Cristal mirando hacia otro lado. ―No todas los olores de sangre me resultan desagradables... ―Siguió indecisa. ―El tuyo me gusta.

Luca frunció el ceño mientras reía. Al parecer, le había hecho gracia, pero Cristal lo decía muy en serio, y acabó dándose cuenta.

―Ya puestos a confesarnos, ―Se atrevió a decir Luca. ―El olor de tu sangre me resulta mucho más intenso que el de los demás.

Cristal no supo qué decir. Todavía seguía medio dormida y seguramente al día siguiente vería aquello como un sueño confuso.

―Eso quiere decir que yo no soy del todo rara... y que tú lo eres más de lo te pensabas. ―Dijo, por fin, levantándose y dirigiéndose a la puerta. ―Es muy tarde, y no creo que tengas ganas de esperar a que me duche y me cure las heridas...

―No me importa esperar, pero no quiero ver cómo después te quedas dormida mientras te leo un apartado del libro.

Cristal se echó a reír, y se despidió de él dándole a entender que no iba a volver aquella noche. Llegó a su cuarto, se duchó, se limpió las heridas y se durmió recordando la voz del vampiro.

Era curioso, no recordaba ninguna de sus palabras, pero sí recordaba a la perfección su voz, una voz dulce, melosa, envolvente...

 

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