Cristal

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17. Luca: Mi don y mi condena caminan juntas de la mano

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Fue por aquellos días cuando Cristal descubrió el pasado de Luca. Un día en el que él le llevó a un lago, cerca de la casa. Se abrigaron con ropa de invierno y se adentraron en el bosque. Las ramas de los árboles estaban nevadas, igual que los lados del camino. Subieron por sendas de piedras que parecían ser antiguos glaciares, y cruzaron de un lado a otro del bosque, saltando un par de arroyos.

Al llegar, Luca dejó la bolsa que llevaba al lado de una piedra y caminó hasta acercarse a la orilla del lago. Era bastante pequeño, pero bonito. Los bordes estaban algo más altos que el lago y le daban un aspecto de foso.

Los árboles cubiertos de nieve lo rodeaban, filtrando rayos de sol y proyectándolos hacia las cristalinas aguas. Los pájaros piaban y, de vez en cuando, alguna libélula sobrevolaba la superficie del lago.

Cristal se acercó hasta la orilla y se agachó para tocar el agua.

―Imposible. ―Murmuró, alzando la cabeza hacia el vampiro. ―No está fría.

―Lo sé. Es asombroso, ¿verdad? ―Le respondió, pasándose las manos por el cabello. ―Hacía mucho que no venía aquí, pero es uno de mis lugares preferidos.

―Me gusta, me gusta mucho. Además, el agua está templada. Es un sitio precioso.

Luca volvió atrás en busca de la mochila y sacó un libro de su interior.

―Me alegro de que te guste, pero no olvides para qué hemos venido aquí.

Cristal asintió, después de suspirar, y se tumbó apoyándose en los codos para acomodarse. Luca abrió el libro por la mitad y empezó a leerlo. No le importaba de qué tratara lo que estaba leyendo. Fuera lo que fuese, prestaba atención. Le gustaba tanto su voz, que sería capaz de estar escuchándole, durante horas, sin interrumpirle.

Cuando terminó de leer, le hizo preguntas sobre el tema, y ella las respondió con rapidez. Entonces, Luca se levantó en busca de otro libro sobre otra materia diferente, y se dispuso a leerlo cuando Cristal puso una mano sobre el volumen.

―¿Por qué no me cuentas algo sobre tus días de nadador?

―Porque eso fue hace mucho, y ahora nada de eso importa. ―Respondió él algo más seco de lo que pretendía.

―Vamos. ―Le animó ella dándole un suave codazo en el hombro. ―Cuéntamelo, no es malo recordar. ―Luca pareció dudarlo durante unos segundos. ―Por favor, tengo mucha curiosidad.

Insistiéndole durante un rato más consiguió, al fin, que le contara cómo había sido su vida de deportista.

Todo había empezado hacía ya varios años. Luca era un chico jovial y alegre que se había apuntado a un entrenamiento de natación los fines de semana para romper la monotonía diaria. Simplemente le había pedido permiso a sus padres para apuntarse a alguna actividad, y la opción de la natación era la que más le había gustado.

Su hermano Andrea le acercó a la ciudad, al polideportivo. Allí una encargada que se encontraba dentro de una cabina le pidió los datos. Tenía cara de estar aburrida, y le hacía las preguntas del formulario de mala gana. Le hicieron una ficha de socio con un nombre falso que el propio Andrea inventó y, a partir de ese día, pudo ir todos los fines de semana a entrenar.

Esperaba con impaciencia los sábados para poder bajar a la ciudad a nadar, porque aquellas clases eran lo único que le sacaban de la rutina.

Su entrenador se sorprendió de que un joven principiante en el mundo de la natación y que no había practicado nunca antes un deporte, tuviera semejante resistencia. Mientras que sus compañeros acababan exhaustos al final de la clase, él salía del agua de un salto y le preguntaba al entrenador si ya se había acabado la clase.

Un tiempo después, los fines de semana nadando se le quedaron cortos y decidió bajar a la ciudad el resto de la semana. A veces, coincidía con otros grupos a los que entrenaba su profesor, y entonces aprovechaba para seguir los ejercicios que este ordenaba, pero desde otra calle de la piscina.

Su entrenador se daba cuenta de esto y, aunque algo sorprendido de que pudiera seguir el ritmo de otros grupos de mayor experiencia que la de él, le propuso un traslado. Al cabo de unas semanas ya estaba en un nivel más alto que el suyo.

Tampoco le costaba demasiado seguir aquellas clases. Se cansaba bastante más que en las de los fines de semana, pero aún así seguía necesitando más. Por eso se apuntó a todas las clases que pudo. Algunos días incluso se quedaba a comer en la ciudad porque tenía algún que otro entrenamiento por la mañana y más por la tarde.

Su entrenador cada vez se sorprendía más del ritmo que era capaz de llevar su pupilo. Y no ponía impedimentos a que acudiera a todas sus clases.

Durante aquella época, solía estar agotado al llegar a casa. Y, aunque sus padres no veían con buenos ojos que se machacara de esa manera, no hubo forma de que redujese el número de sus entrenamientos.

Al cabo de unos meses, cuando Luca había ascendido de nivel unas cuantas veces, sus padres le comentaron al entrenador sus reparos sobre que acudiera a tantos entrenamientos. Y, finalmente, llegaron a un acuerdo. Él se comprometía a dar clases particulares de natación a Luca, seis días a la semana. De tal manera que su hijo estuviera satisfecho con un entrenamiento hecho a su medida pero sin tener que pasarse todo el día en la ciudad.

Aunque el entrenador elegía a los nadadores que participarían en las competiciones de entre los grupos que contaban con varios años de experiencia, aquel año decidió llevar a Luca a la competición.

Como había predicho, Luca estuvo más que a la altura del campeonato y, poco después, ya ganaba sus primeros títulos contra jóvenes mayores que él y con muchos más años de preparación y experiencia.

La natación no era demasiado importante en la época en la que él competía, pero su nombre era conocido en los clubes deportivos de todo el mundo. En su segundo año de entrenamiento llegó a las pruebas nacionales, y quedó cuarto. Después de eso, equipos profesionales de natación solicitaron su presencia. Algunos de los que lo reclamaban, incluso le ofrecían becas para mudarse al extranjero y poder entrenarse con ellos.

Luca rechazó todas las ofertas. Había entablado una estrecha relación con su entrenador personal. Y sabía que solo él lo conocía de tal manera que podía explotar su potencial al máximo. Durante un par de meses al año, ambos viajaban para que pudiese entrenar con el equipo nacional. Y aquel año, el tercero, logró quedar segundo en los campeonatos nacionales.

El quinto año, por fin, consiguió quedar primero. Y, desde entonces, no hubo nadie capaz de desbancarle en su categoría.

Los primeros años, su fisonomía cambio un tanto. Estaba más musculado y su apariencia era más atlética. Pero después, durante bastante tiempo, su imagen no cambio ni un ápice, y eso no le pasó inadvertido a su entrenador.

La relación entre ambos era tan estrecha que fue el primer y el último humano al que le confesó voluntariamente que era un ser eterno, que era un vampiro. Gracias a su complicidad, pudo evitar que la gente se hiciera preguntas sobre él durante mucho tiempo. El equipo nacional, como solo lo veía una vez al año, no notaba demasiado si había cambiado o no. Cuando llegaban las fechas de presentarse a una competición importante, a la que acudiría la prensa, procuraba cambiar un tanto su imagen, variando su ropa, o su peinado. Y en el agua solo procuraba que sus gafas y el gorro le taparan la mayor zona de la cara posible.

Su nombre ficticio, Matt Schiari, fue adquiriendo más prestigio. Participó en campeonatos y en carreras de toda la nación, ganó innumerables medallas y muchas veces fue portada de los periódicos.

Llegó una época en la que viajó a través de todo el mundo ganando premios internacionales. Su entrenador decía que tenía un don, que había nacido para nadar. Cruzó canales, buceó en grandes lagos y surcó océanos. Cuando estaba en la cumbre de su carrera y debía de tener unos veinticinco años, no aparentaba ser más que un muchacho de dieciséis o diecisiete años, quizá dieciocho por su cuerpo de atleta.

Nunca habría imaginado, al apuntarse a aquel curso los fines de semana, que llegaría tan lejos, solo quería pasar el tiempo, tener una afición. Pero la natación se había convertido en su vida. Entrenaba todos los días durante horas, excepto los domingos, viajaba continuamente de un lado para otro participando en carreras y batiendo records. Y, de pronto, llegó el día que más temía, el día en el que se había tenido que plantear dejar el deporte.

La prensa se empezó a preguntar por qué no se sabía nada de él, por qué no lo veían más que en el agua, por qué no se sabía nada de su vida. Los periodistas decidieron investigar, y estuvieron a punto de averiguar la verdad, casi llegaron a su verdadero nombre, a su verdadero origen.

Puso en peligro a su familia, incluso a toda su raza. Por eso, el día que los periódicos anunciaron que el nombre del prestigioso nadador era falso, fue su último día como deportista de élite.

Tuvo que borrarse a sí mismo del mapa. Fingió su propia desaparición, y se convirtió en una leyenda. Tuvo que irse sin poder decirle nada a su propio entrenador, a su mejor amigo, porque sabía que la policía lo acusaría de crear una identidad falsa, y no quería que pudiesen interrogar al buen hombre y averiguar dónde se había ido él.

Muchos dijeron que el nadador desapareció porque tenía miedo de que se supiera quién era en realidad. Pero otros apuntaban que, cuando empezó a nadar, apenas era un crío, y que un crío no podía tener nada que ocultar.

Algunos periodistas se aventuraron a escribir que había salido a nadar al mar abierto en medio de una tempestad y que estaba muerto. Hubo incluso quién dijo que no era humano, sino un visitante de otro planeta, y que por eso siempre tenía un aspecto tan jovial y esa habilidad, casi sobrehumana, en el agua.

Algunos fanáticos religiosos se aventuraron a decir que era un ser enviado por el diablo y que por eso había desaparecido, de repente, sin dejar rastro. Esta misma gente también opinó que, en lugar de un demonio, podía ser un ángel caído del cielo. Y a raíz de eso, inventaron leyendas sobre el ángel que cayó al mar, y que después de años nadando llegó a tierra, exhausto y confundido. Decían que su única gracia era nadar, ya que lo había hecho durante años para salvar su vida, y que decidió aprovecharla para hacerse notar entre los humanos y llamar la atención de su creador. Y que por ese motivo, cuando consiguió ser tan famoso, él se lo llevó de vuelta.

Eran decenas de teorías, decenas de historias en las que, o bien lo acusaban de ente maligno, o de ser celestial. Daba lo mismo, todas las historias eran falsas, y Luca, que seguiría durante años con la misma imagen que por aquel entonces, no podría volver a nadar profesionalmente. No solo porque la gente lo reconocería por antiguas fotografías, sino porque los tiempos habían cambiado, y ya no podría mantenerse en el anonimato. El mundo lo conocería a él, y conocería a su familia, y entonces todo se acabaría, y tendrían que mudarse todos a Deresclya y desaparecer de la Tierra.

Sus días como deportista habían acabado, para siempre. Había empezado su carrera y la había terminado en un tiempo de diez años. Quizá para otra persona fuera un tiempo más que suficiente para demostrar al mundo lo que era capaz de hacer. Pero él tenía mucho más que dar, muchos más récords que batir.

Como había desaparecido en la cumbre de su carrera, se había convertido en una leyenda. <<Los grandes profesionales>> Decía. <<Nacen, crecen, practican y se hacen estrellas. Llegan a lo más alto, después envejecen, otros más jóvenes los remplazan, y poco a poco se van retirando, sin llamar la atención. Yo, en cambio, me retiré en la cumbre, desaparecí, y eso es algo que da mucho más que hablar. Llamé la atención, y si hubiera sido un buen nadador, uno del montón, a pesar de haber batido records y haber ganado premios internacionales, al cabo de unos años me habrían olvidado. Pero en los tablones de varios clubes en los que nadé, aún tienen mis fotos junto con mis trofeos. Las fotos que decían que había desaparecido, las conservan a modo de homenaje. Hasta que no desaparezcan todas esas fotos, hasta que la gente no me termine de olvidar, hasta que los registros de los periódicos en los que aparecí no sean destruidos, seguiré siendo recordado, y seguiré atado a esa identidad falsa que me recuerda lo que fui y lo que podría haber llegado a ser>>

<<Si no llego a descubrir mi talento, nunca habría sufrido mi retiro. Pero si no hubiera sufrido mi retiro, nunca habría descubierto mi talento. Mi don y mi condena caminan juntas de la mano>> Le dijo por último.

Cristal podía notar la amargura que desprendían sus palabras, y se esforzaba por estar quieta, por contener la respiración para no hacer el más mínimo ruido que pudiese distraerlo. Entonces lo observó, pero lo vio diferente, de otra manera. Ya no era el hermano del joven que la había adoptado, no era un simple muchacho de su misma raza. Era mucho más que eso, un joven que había vivido mucho más que la mayoría de ancianos de todo el mundo. Alguien que había experimentado tener la felicidad, la gloria y la fama entre las manos y que había tenido que observar desde un rincón cómo se le escapaba entre los dedos de un día para otro.

Comprendió por qué Luca no quería hablar de ello. Sentir que no podías realizar tu sueño por ser como eras, por haber nacido en una familia concreta, en un mundo diferente... Por estar atado a tus condiciones, a unas condiciones que tú no habías elegido, debía de ser frustrante.

Cristal le retiró un mechón de pelo de la frente. Sabiéndolo, era cierto que su cuerpo parecía atlético, era eso lo que le diferenciaba de su hermano Angelo. Él era más alto y su figura estaba más estilizada. También sus hombros eran más anchos. Sin duda, había sido un gran deportista.

Luca se perdió en sus ojos verdes, Cristal le sostuvo la mirada, que parecía perdida. La joven parecía sentir lástima por él y, al darse cuenta, el vampiro apartó bruscamente la mirada y se aclaró la voz.

―Ya nos hemos distraído bastante, ahora sigamos con la clase.

―Yo quiero saber más. ―Replicó ella.

―No hay nada más que saber. ―Sus pupilas azules se clavaron en las suyas. Había sonado algo más serio de lo que pretendía, pero a Cristal no pareció molestarle. Simplemente sonrió. ―¿Qué quieres saber? ―Suspiró él derrotado por su mirada suplicante.

―¿Ya no nadas?

―No, no nado. ―Respondió Luca como si fuera obvio.

―¿Por qué? ―Insistió ella.

―Porque mis días como nadador acabaron hace años. ―Respondió con un tono de voz amargo, pero que a Cristal seguía maravillándole, aún así, por su suavidad.

―No me refiero a nadar profesionalmente, sino como afición. Eso sí que puedes hacerlo.

―¿Para qué? ―Resopló él. ―No serviría nada más que para recordarme lo mucho que me gustaría dedicarme a eso.

Cristal movió la cabeza de un lado a otro, en señal de desaprobación.

―Pensaba que no eras así. ―Le reprochó entre divertida y pensativa. ―Te creía más valiente, pero tienes miedo de vivir esclavo de tus propias limitaciones. Puedes nadar, no puedes competir, ¿y qué? Pienso que eso no es una limitación, no te impide que nades, que es lo que verdaderamente te gusta, solo te impide hacerlo profesionalmente. ―Se puso de pie sin dejar de mirarlo y después levantó la cabeza hacia las copas de los árboles.

Se volvió a agachar mientras que Luca la contemplaba, intentando asimilar sus palabras. En el fondo tenía razón, y él lo sabía. Pero nunca se había parado a pensarlo y ahora que lo hacía se sentía estúpido. Cristal comenzó a desatarse los cordones de las botas, y después se las quitó. Hizo lo mismo con los calcetines, con la chaqueta y con los pantalones, hasta que se quedó con una camiseta ancha y larga.

Luca seguía mirándola, atónito, pero ella parecía haberle dejado de prestar atención. La joven se estiró la camisa procurando taparse todo lo que podía y volvió a reparar en el vampiro.

―Si te gusta nadar, entonces, hazlo. ― Le dijo cuando ya estaba en el borde del lago y se disponía a saltar.

Sin creérselo, Luca se levantó de un salto y observó cómo Cristal se zambullía en el agua de cabeza. Ella salió a la superficie con una sonrisa en sus labios rosados, y se frotó los ojos para deshacerse del agua que se había quedado en sus pestañas.

―Está templada. ―Susurró solamente.

Luca trataba de ordenar sus ideas, pero estaba demasiado extrañado por el comportamiento de su amiga y no pudo hacer nada más que quitarse él también las botas mientras la seguía mirando, pasmado.

Se dio cuenta de que probablemente su expresión fuera graciosa, porque ella se reía desde el agua. Y él, sin decir nada, se desvestía, absorto en sus pensamientos. Cuando terminó, dejó su ropa atrás y caminó hasta el lugar desde el que momentos antes Cristal se había arrojado al agua. Sin detenerse siquiera, terminó su andadura con un salto perfecto, elegante. No había pretendido hacerlo así, pero no conocía otra manera de saltar. Era algo natural en él.

Una vez en el agua, sus ideas parecieron aclararse de pronto, o más bien se desvanecieron, porque no le importó nada más en aquellos momentos. Soltó una carcajada contagiado por la felicidad que emanaba Cristal y disfrutó de la sensación de volver a estar, por fin, en un lugar lo suficientemente amplio como para nadar a sus anchas.

Dio un par de vueltas en círculos sin mover apenas los brazos, y se sumergió en el agua para volver a salir a unos centímetros de Cristal. Se dio cuenta de que sus ojos parecían mucho más verdes y más hermosos desde cerca y se quedó un rato mirándola, sin dejar de sonreír.

Cuando su expresión se había vuelto algo más seria, pero siendo aún alegre, Cristal rompió el silencio separándose un poco de él y dirigiéndole una mirada traviesa y divertida.

―Te echo una carrera. ―Le gritó colocándose en una fingida posición de salida. Al ver que Luca la imitaba aceptando así el reto, empezó a nadar lo más rápido que pudo.

Luca comenzó también la carrera, pero muy pronto se olvidó de Cristal, de que competía contra ella. Se dejó llevar por las leves ondulaciones del agua, que lo envolvían, y que él agitaba y rompía yendo cada vez más deprisa. Para cuando quiso darse cuenta, ya estaba en la otra orilla del lago, y Cristal llegaba al cabo de un rato a su lado, fatigada.

―Lo de la carrera no lo decía en serio ¿sabes? ―Jadeó ella. ―Deberías tener un poco de consideración por tu parte con la gente normal que no tenemos superpoderes en el agua ni nada parecido.

Luca le sonrió, se puso muy cerca de ella y bajó la vista. Parecía tener intención de decir algo, pero no se decidía a hablar. Se acercó tanto que sus frentes se juntaron, y mientras Cristal trataba de adivinar qué pasaba por su cabeza, él seguía haciendo amagos de decir algo. Arrepintiéndose tal vez de lo que iba a decir, cambió de idea y giró la cabeza, de pronto, hacia un lado. Se separó de ella bruscamente y volvió a sonreírle.

―¿La revancha? ―Le preguntó.

―Está bien. ―Respondió Cristal, volviendo a preparase sin ni siquiera haber tenido tiempo de coger aliento. ―Pero relájate, es un poco humillante verte a veinte metros de distancia.

Volvieron a nadar hacia el otro lado y estuvieron yendo y viniendo durante toda la tarde. Cuando el viento empezó a parecerles un tanto frío, se dieron cuenta de que pronto anochecería, y se dispusieron a salir del agua.

Cristal intentó salir apoyándose en el borde y Luca, al ver que tenía dificultades, salió antes que ella y la ayudó. Un soplo de aire helado le hizo cruzar, instintivamente, los brazos ante el pecho, procurando resguardarse del frío.

―Creo que no ha sido muy buena idea lo de tirarse al lago sin tener toallas. ―Comentó Luca empezando a tiritar.

―Cuando has saltado detrás de mí no te ha parecido tan mala idea. ―Contraatacó ella chasqueando los dientes. ―¿Y ahora qué?

―Tenemos que procurar secarnos un poco al sol, vestirnos y volver antes de que anochezca del todo.

―El sol ya se ha ido, y no debe de quedar mucho tiempo para el anochecer. ―Apuntó ella.

―Razón de más para que nos demos prisa. ―La miró durante unos segundos y reaccionó, al fin. ―Ten. ―Le dijo tendiéndole su camiseta. ―Póntela y quítate eso. ―Añadió señalando su camiseta chorreante.

―¿Y tú? ―Murmuró ella preocupada.

―Tengo otro jersey. Vamos, date prisa o acabarás pillando un resfriado.

Cristal no puso más objeciones. Se dio la vuelta, tiritando, se quitó su camisa mojada y se puso la de Luca. Después se agachó para recoger su chaqueta y se cubrió con ella. Se puso los pantalones a duras penas, ya que se le quedaban pegados a la piel mojada, y se ató las botas como pudo.

Luca ya estaba vestido con su jersey para cuando terminó de ponerse la ropa y se giró hacia él. Observaba con aire crítico el horizonte. El sol ya había caído y apenas se veía con claridad.

―Tendremos que volver sin luz y no me parece buena idea recorrer un bosque en plena noche.

―Además la villa está a una hora de camino...

―Más. ―La corrigió él. ―Bajar por los sitios por los que hemos subido hasta aquí nos llevará más tiempo y, además, estamos cansados.

―Y no sé tú...―Siguió Cristal. ―Pero yo tengo los calcetines empapados y las botas me rozan los tobillos.

―Sí, a mí me pasa lo mismo. ―Asintió él con aire crítico. ―Entonces nos quedaremos aquí. ―Casi susurró un rato después.

―¿A pasar la noche? ¡¿Estás loco?! ―Le gritó Cristal.

―Creo que lo pasaremos peor si intentamos volver de noche en nuestras condiciones. Estamos empapados y cansados.

―En eso tienes razón; aquí, en vez de despeñarnos por un risco, moriremos por congelación. Es una muerte mucho menos desagradable. ―Comentó sarcásticamente.

―Encenderé un fuego, nos secaremos nosotros y nuestra ropa, y procuraremos dormir abrigados, tapándonos con la ropa seca que tengamos. Aquí, en esta época del año, el clima no es tan hostil, solo que estamos mojados y sentimos el frío diez veces más, pronto se nos pasará. Además, esta parte del bosque está bastante resguardada del viento por los árboles, y no habrá muchas corrientes de aire frío.

―No tendría que haber saltado al agua. ―Murmuró solamente Cristal.

Luca caminó hasta la mochila y sacó un jersey de su interior.

―Póntelo, estás helada. ―Le susurró echándoselo por encima de los hombros. Ella lo aceptó de buena gana y se cubrió con él todo lo que pudo. ―Voy a buscar ramas para encender la leña, espérame aquí.

Cuanto más pensaba en el frío que hacía, más frío tenía ella, y con más fuerza le castañeaban los dientes. Pasó un rato hasta que por fin Luca volvió y encendió el fuego. A pesar del calor de las llamas, seguía teniendo la ropa interior mojada, y deducía que tardaría un buen rato en secarse. Luca se frotaba las manos periódicamente, pero no hacía tantos aspavientos como ella.

Cuando quedaron alumbrados únicamente por el resplandor del fuego, Cristal empezó a adormecerse, pero el frío intenso no le dejaba conciliar el sueño.

―Hasta que no hayas entrado del todo en calor no serás capaz de dormir. ―Le comentó Luca observando cómo cerraba y abría los ojos una y otra vez mientras que trataba de hundir más la cabeza en el jersey.

―Pues me temo que esta noche no dormiré.

―Espera. ―Dijo el joven levantándose y caminando hacía ella. Se sentó a su lado y la abrazó. ―¿Mejor así?

Por toda respuesta, Cristal se acomodó contra él y apoyó la cabeza en su hombro, sintiendo el tenue calor que desprendía una de sus mejillas. A pesar de que el frío fue disminuyendo, no terminó de irse del todo, y ninguno de los dos pudo dormir aquella noche.

De vez en cuando, la joven sentía que entraba en un estado de semiinconsciencia en el que entrelazaba hechos reales con disparates producto de su mente. Pero nunca llegaba a sumergirse del todo en el sueño, y acababa abriendo los ojos, comprobando que Luca seguía despierto, y hablando unos minutos con él.

Poco a poco, la luna cruzó el cielo desde un extremo al otro y el manto de estrellas desapareció deslumbrado por la luz del sol del amanecer. Para cuando esto ocurrió, ella seguía adormecida, pero sin estar descansando del todo y Luca le habló susurrando y con voz ronca al principio.

―Ha salido el sol, será mejor que nos vayamos.

―No creo que pueda llegar muy lejos así. ―Protestó ella frotándose los ojos.

―¡Vamos! Fuiste capaz de matar a dos verdugos después de varios días sin dormir, no me digas que por una noche no vas a ser capaz de recorrer un camino de una hora. ―La animó él, optimista.

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