Cristal

Cristal


19. Impaciencia

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Para cuando llegaron a la villa varios días después, Cristal seguía cansada. Durante el viaje no había descansado demasiado, y el duro entrenamiento de días atrás parecía pasarle factura entonces.

Nada más llegar, todo el mundo le preguntó cómo había ido la prueba, y ella les contó, entusiasmada, todo lo sucedido.

La primera noche después del viaje había tenido una especie de pesadilla. Se levantaba en medio de la noche, se miraba en el espejo y veía cómo le sangraban los ojos; lloraba lágrimas de sangre. En su sueño, sucedían más cosas pero no se acordó de ellas al despertar, envuelta en sudor y jadeando, alterada.

Al día siguiente, se despertó muy temprano. Se asomó por la ventana y comprobó que seguía siendo de noche, que aún no había amanecido. De todas formas, no tenía nada de sueño y, ya que no volvería a dormirse, se abrigó con una bata y bajó a la cocina.

Se preparó una taza de café caliente y se sentó en una pequeña mesa de la cocina. Al cabo de un rato, la puerta se abrió y entró Luca por ella. No se percató de su presencia, y caminó por la cocina hasta la nevera.

Llevaba unos vaqueros y una de sus camisas blancas, tapada por un abrigo negro. Llevaba el pelo húmedo y peinado descuidadamente hacía atrás. Una mochila de deporte colgaba de su espalda y parecía estar buscando algo en la nevera.

Cristal carraspeó para llamar su atención y el joven se volvió, alterado, hacia donde estaba sentada.

―Ah, Hola, Cristal. No te había visto.

―Sí, ya me he dado cuenta... ¿Qué haces levantado tan temprano? ¿O es que todavía no te has acostado?

―No. ―Rió él encontrando la manzana verde que buscaba. ―Me he despertado para ir a nadar.

Cristal mostró una sonrisa de satisfacción mal disimulada en sus labios y él se acercó hasta ella.

―¿Quieres venir? ―Le preguntó amistosamente.

―No gracias, voy a quedarme descansando, quizá otro día. ―Le contestó ella dando un sorbo al café.

Luca no insistió más, y se despidió de ella. Cristal se alegró de que, por fin, volviese a nadar. Además, quería pensar que ella había influido en ello, y se sentía orgullosa por haberle ayudado.

Pasó unos días llenos de incertidumbre, nerviosa a todas horas y paseándose por los pasillos de la villa, esperando a que alguien le dijera que había llegado una carta para ella.

Andrea estuvo alargando al máximo el tiempo de descanso que se había tomado para poder estar allí cuando le comunicaran si la admitían o si, por el contrario, la rechazaban para ingresar en la escuela.

―¿Crees que pasarás la prueba? ―Le preguntó Luca haciendo que dejara de leer el libro que tenía entre las manos. Por fin había podido dejar de pensar en la dichosa carta de admisión y ahora iba él y se lo recordaba.

―Quiero pensar que sí, pero no lo sé, no lo tengo nada claro. La última prueba no dependía de nosotros si la pasábamos o no, y la verdad es que me daría rabia si perdiera simplemente por lo que reflejaba el espejo.

―Sería gracioso, sí. ―Respondió él medio riendo.

―¿Eres idiota? ¿Cómo te va a hacer gracia? ―Le gritó ella, molesta, pero con una expresión divertida. Esperó a que dejara de reír y entonces se acordó de algo. ―No le he comentado nada a Andrea, pero vi la muerte de mis padres.

―¿Qué? ―Pudo preguntar él, desconcertado.

―El espejo lo reflejó como uno de mis recuerdos, eso significa que estuve presente.

―¿Hace cuánto ocurrió?

―Hace como unos once años... Y aunque estuviese allí... no me mataron. Los Cazadores de Sombras persiguen a todos los vampiros, y se fijan más en los nobles. ¿Por qué me dejaron entonces allí?

Luca pareció estar pensativo durante unos instantes, entonces se giró hacia ella y habló.

―¿Qué viste exactamente en el espejo?

―Íbamos en un coche cuando otro nos sacó de la carretera. De él bajaron varios verdugos, y echaron a mis padres fuera. Yo oía los gritos, pero seguía en el coche; entonces todo se volvía más borroso y, de pronto, perdía el sentido.

―¿Y dices que ahora recuerdas lo que viste en el espejo como uno de tus propios recuerdos?

―Sí. ―Asintió ella. ―Hasta entonces no creía haberlos tenido, pero ahora sé que siempre lo había sabido.

―Eso quiere decir que quizá también recuerdes por qué te dejaron viva... ―Adivinó él.

―Y puede que también recuerde los rostros de los asesinos de mis padres. ―Respondió ella, con un brillo peligroso en la mirada. ―Lo cierto es que hasta ahora había podido vivir en paz; tenía dudas sobre mi pasado, pero no me atormentaban. Ahora que sé más, no estoy tan segura de que pueda seguir viviendo sin conocer toda la verdad. ―Esperó a que Luca respondiera, pero este no sabía cómo continuar con la conversación. ―Hay demasiadas cosas que quiero saber, sobre mis padres, y sobre mi abuela... También sobre el resto de mi familia, tengo que tener más, no puedo estar sola.

―No estás sola. ―Se le escapó a él, con un tono más teatral de lo que pretendía. ―Tienes a Andrea, a Anthony y Alina, incluso a Angelo... Y también me tienes a mí.

―Lo sé, y hasta ahora siempre he sido feliz desde que Andrea me sacó del orfanato, por eso no me he hecho preguntas a mí misma. Es más fácil y bonito vivir en la ignorancia que pararse a pensar sobre cosas que se escapan a nuestro entendimiento.

―Eso es cierto, pero no estropees tu felicidad pensando en el pasado.

―¡No! No pienso estropearla. Ahora estoy bien, y quiero que todo siga así pero necesito respuestas, necesito saber.

―¿Y cuando sepas todo, qué? ¿Qué harás?

―No lo sé. ―Respondió ella, clavando su mirada en él. ―Supongo que matar a las personas que asesinaron a mis padres y a mi abuela, si es que siguen vivas.

Luca no respondió. Con aquello no conseguiría nada, pero entendía que la venganza podía llegar a ser demasiado irresistible y no quiso contrariarla.

―Eres buena, Cristal. ―Comentó Luca poniéndose de pie. ―Pero llevas demasiado odio dentro y como hasta ahora lo has dejado estar, de pronto todo se te viene encima.

―Puede que tengas razón. ―Reconoció ella. ― ¿Pero qué quieres que haga, que me olvide del asunto?

Luca estaba a punto de irse y se giró al tiempo que se encogía de hombros.

―No me refiero a eso, sino a que te lo tomes con calma. No vas a encontrar respuestas sin tener más datos por muchas vueltas que le des.

Cristal lo miró mientras se alejaba. Tenía razón, ¿Cómo podía tener siempre razón?

La carta llegó una semana después a la villa. Nada más tenerla en las manos, Cristal la abrió en un abrir y cerrar de ojos y la leyó como si le fuera la vida en ello. Al terminar, la habitación donde se encontraban Angelo y ella se llenó de gritos histéricos de Cristal. Empezó a saltar, gritar sin parar, y aplaudir y pronto los que se encontraban dentro de la casa la oyeron y bajaron para descubrir el motivo de su alegría.

―¡He sido elegida! ¡He sido elegida! ―Al ver a Andrea lo abrazó efusivamente y, al principio, él se sorprendió un poco y no supo cómo actuar.

A pesar de que la quería como a una hermana o a una hija, no solía darle ese tipo de muestras de cariño. Ella tampoco parecía echarlo en falta, y era Lia la que solía ser cariñosa con ella.

―Enhorabuena, pequeña. ―Le dijo, pasándole una mano por el cabello.

―Aquí dice que abrirán la escuela en un mes, dentro de dos semanas pasarán a recoger a los vampiros residentes en la Tierra.

―¿Crees que aguantarás tanto tiempo? ―Bromeó él.

―Lo intentaré al menos.

Los primeros días pasaron lentos para ella. Ya no tenía que entrenar. Andrea volvió pronto a Deresclya. Cristal no comprendía cómo podía estar haciendo esos largos viajes, de varios meses a veces, continuamente. Aunque, por lo que le había contado Luca, los había acortado desde que ella había pasado a estar bajo su tutela. Antes podía estar un año entero fuera de casa, sin volver. Al pensar en eso, sonrió halagada.

Lia la llevó de compras en un par de ocasiones a las tiendas de la capital; se había empeñado en que necesitaría ropa nueva.

Pronto llegaría el día en el que pasarían a buscarla para llevarla a Deresclya, a las Cavernas del Viento, a la escuela de las Sombras del Plenilunio. Estaba nerviosa, impaciente por saber cómo sería aquello, quienes serían sus compañeros, qué clases tendría...

Luca la visitó el último día, ya entrada la noche. Hasta entonces no habían coincidido mucho. Él había empezado a nadar de nuevo y se pasaba las mañanas fuera de la villa. Cristal solía matar las tardes en el jardín y, aunque ya no daba clases con Anthony, tampoco las daba con él porque dentro de poco iba a entrar a una escuela de verdad. Por eso no coincidían demasiado.

Iba a buscarla a su cuarto cuando Cristal abrió la puerta y por poco se choca con él.

―Ah, Hola. ―Murmuró él. Esperó a que ella levantara la cabeza a modo de saludo y se pasó una mano por el cabello, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicarle por qué estaba allí. ―Cuánto tiempo. ―Se le ocurrió decir.

―Pero si nos hemos visto este mediodía en la comida. ―Le dijo ella, sonriente.

―Es verdad, es que... Da igual, no sé dónde tengo la cabeza.

Cristal esperó a que dijera algo más pero seguía delante de la puerta, mirándola, sin decir nada. Como no se decidía a hablar, intentó ir hacia un lado pero él se puso en medio y no la dejó pasar. Ladeó la cabeza, pero él seguía sin decir nada.

―¿Y bien? ―Le preguntó, empezando a impacientarse pero sin dejar de dirigirle una sonrisa.

―Te vas mañana ¿no?

―Así es, mañana temprano vendrán a recogerme.

―Entonces ya no te veré hasta tus próximas vacaciones... ―Adivinó él.

―Siempre puedes hacerme una visita. Los fines de semana no podré venir porque, a pesar de tener fiesta, no es suficiente tiempo como para viajar a la Tierra; pero siempre podéis venir vosotros.

―Entonces iré con Andrea la primera vez que vaya a verte.

Ninguno de los dos dijo nada más. Aquella conversación no parecía ser el motivo por el cual Luca había ido a buscarla pero, fuera cual fuese, no se atrevía a decírselo. Cristal lo notó, y no se calló.

―¿Quieres algo más, Luca?

Sacudió la cabeza como si acabara de despertar de un trance y se mordió los labios, pensativo. Justo cuando parecía decidido a hablar, apareció Lia.

―¿Has hecho ya las maletas, Cristal? ―Le preguntó tan jovial y alegre como siempre. Al ver que ella asentía, con cansancio, rió. ―Parece que yo estoy más emocionada que tú; y eso es difícil, teniendo en cuenta los gritos que pegabas el otro día.

―Nadie está más entusiasmada que Cristal. ―Comentó Luca con su suave tono de voz.

―Ah, hola Luca, ni siquiera te había saludado... ¿Estoy interrumpiendo algo?

―¡No! ―Respondió Cristal tranquilizándola.

―Sí. ―Respondió Luca sin pensar. ―No. ―Volvió a rectificar confundiéndose a sí mismo. ―Solo nos estábamos despidiendo.

―En cualquier caso únicamente venía a preguntarte por las maletas, ya me iba. ¡Adiós, Luca! ¡Mañana nos vemos, Cristal!

Lia se alejó, tan alegremente como había aparecido, y los volvió a dejar solos en medio de un incómodo silencio.

―¿Te pasa algo, Luca? ―Le preguntó Cristal, al cabo de un rato, sospechando que aquel silencio no era natural en él.

―No, no es nada. Me he quedado en blanco por un momento, no me acuerdo a qué he venido. ―Mintió él. Porque, en realidad, sabía muy bien para qué había ido a buscarla.

Intentó no darle demasiada importancia. Sabía que no era habitual en él quedarse en blanco, ni tampoco mantener una conversación tan torpe conociendo la facilidad de palabra que poseía. Pero dedujo que, por mucho que preguntase, solo le diría en qué estaba pensando si él quería, y ese no era el caso.

Además, tenía cosas mejores en las que pensar. Tenía que concentrarse en la escuela, tratar de averiguar poco a poco más cosas sobre su pasado y resolver por qué ella era una vampiro tan inusual que aborrecía todos los olores a sangre, excepto uno.

Aquel día cenaron todos juntos. Incluso una de las abuelas de la familia había acudido para ver a Cristal antes de su partida. Estaban todos menos Andrea, lo cual no parecía extrañarle demasiado a nadie. Parecía que la única que lo echaba en falta era Cristal, pero tampoco lo nombró en toda la cena.

Se sentó al lado de Angelo para disfrutar de su compañía. Hacía mucho que no pasaban tiempo juntos, y lo echaba de menos. Era cierto que a veces sus bromas la cansaban y que solía ser irritante, pero así era él; y a ella le gustaba su forma de ser.

Durante la cena, el vampiro se dedicó a meterse con su hermano Luca. Él parecía no seguirle las bromas, pero Angelo insistía e insistía y, al final, Luca cedió, agotado y fuera de sus casillas.

―Eres un triste.

―¿Un triste? ―Se extrañó él. ―¿Qué clase de insulto es ese?

―No es un insulto. ―Le contestó Angelo llevándose el tenedor a la boca. ―Es una definición. ―Masticó durante un rato la comida y continuó, con la boca aún medio llena. ―Es la palabra que mejor engloba tu forma de ser.

―¿Qué forma de ser? ¿De qué narices estás hablando?

―Luca... No le sigas el juego. ―Le recomendó Cristal, conciliadora. ―Es lo que quiere. Hasta ahora lo estabas haciendo muy bien, sigue ignorándole.

―No, no. Es que tengo interés en saber por qué soy un “triste”.

―Es fácil, eres un triste porque te pasas los días aquí dentro, sin salir al exterior, raptas libros de la biblioteca y devoras unos quince al día. Te tienen miedo.

―¿Qu...qu...qué dice? ¿Está diciendo que rapto libros? ―Le preguntó a Cristal intentando confirmarlo y al borde de la carcajada.

―Sí, lo ha dicho. ―Suspiró Cristal, avergonzándose de lo absurda que empezaba a parecer la conversación.

―Lees libros y libros y más libros... y encima los lees a oscuras. ―Adoptó una pose extraña que terminó de llamar la atención de todos los que estaban en la mesa. Agachó la cabeza y siguió hablando casi en susurros, pero a un volumen que todos podían oír. ―Pareces un vampiro.

―¿En serio? Y tú pareces idiota... ah no, espera. Lo eres.

―Por lo menos no soy un triste chupa sangre. ―Le respondió él, volviendo a su postura normal. ―No es solo por los libros, es porque no sales de la villa.

―Sí que salgo. ―Se defendió Luca, terminando de caer en su juego. ―Voy al polideportivo.

―¡Triste, más que triste! Estudias cuando estás en casa, y haces deporte en la calle. ¿Cuándo te diviertes? ―Siguió, tratando de molestarle.

―Se te olvida algo, entre estudiar y el deporte también pienso. Deberías probarlo, es bueno para la salud, pero claro. ―Se hizo el compasivo. ―Tú no sabes pensar. ―Se giró hacia sus padres y habló aún más alto. ―¡¿Por qué nadie le ha enseñado a usar el cerebro?!

―Luca, relájate. ―Le dijo su madre, intentando disimular la diversión que le causaba aquella discusión.

―Además, no tienes ni novia ni amigos, ¡triste, que eres un triste! ―Siguió Angelo gritando.

―¡Los tendría si el analfabeto de mi hermano no los intentara asesinar cada vez que los traigo a casa! ―Contraatacó Luca, haciendo referencia al incidente ocurrido hacía ya varios años.

―¡Uy lo que ha dicho...! ―Se llevó una mano a la boca haciéndose el indignado. ―Espero que Andrea no se entere de lo que le has llamado.

Cristal se frotó los ojos, estresada. La abuela no sabía dónde meterse; Alina no quería que siguieran discutiendo, pero le divertía aquella conversación; y Anthony, simplemente, fingía estar lejos de allí.

―Me refería a ti, cara de murciélago.

―¿Cara de murciélago? ¿No tienes nada mejor? ¿O es que estás obsesionado con los vampiros? ―Siguió insistiendo Angelo.

De ahí en adelante la conversación se convirtió en reprocharse mutuamente que fueran vampiros, insultándose a sí mismos, y a su propia raza, al insultar al otro. Para cuando los dos se calmaron, Angelo intentó abrazar a Luca, y este lo apartó de un empujón, exasperado.

Aunque la familia se quedó allí un rato más charlando, Cristal decidió despedirse. Al día siguiente le esperaba un largo viaje, y quería estar descansada. Luca la acompañó hasta su habitación y fue ella la primera en hablar, con tono de reproche.

―Sabes cómo es ¿por qué le sigues el juego?

―No lo sé, a veces me mata, en serio. ―Resopló él. ―Mañana cuando tú estés de viaje yo ya me habré ido a nadar, así que no podremos despedirnos. ―Que tengas buen viaje, Cristal.

―Gracias, cuídate, y visítame pronto.

―No lo dudes. ―Se dio la vuelta dispuesto a irse, pero se giró a mitad de camino. De nuevo parecía tener intención de decir algo pero volvió a girarse y siguió caminando de vuelta al salón donde se encontraban todos.

Al día siguiente, se despertó ilusionada. Se duchó rápido, se puso ropa cómoda y bajó a desayunar. Desprendía alegría y emoción por los cuatro costados.

Quería estar tranquila, descansando. Pero se había levantado demasiado temprano y todavía quedaba bastante tiempo hasta que pasaran a recogerla, un tiempo que se le estaba haciendo interminable.

No creía haber experimentado nunca aquella emoción, se sentía como si fuera capaz de todo, estaba optimista, y todo le parecía maravilloso.

Decidió entrar a su habitación hasta que llegara la hora de partir ya que, si estaba por los pasillos, no paraba quieta y andaba de un lado a otro nerviosamente. Se tumbó en la cama y estuvo imaginando cómo sería su nueva vida como aprendiz de Sombra del Plenilunio.

Al cabo de unos minutos, alguien llamó a la puerta y se levantó, de un salto, pensando que ya sería la hora. Al abrirla, sin embargo, se llevó una sorpresa.

―¿Luca? ¿No ibas a ir a nadar?

―Sí, iré más tarde, quería despedirme. ―Parecía el mismo de siempre; hablando con seguridad, sin pararse a pensar demasiado, sin entorpecer sus palabras...

―Es la tercera vez que te despides de mí. ―Sonrió ella.

―Lo sé, pero es que no me atrevía a despedirme como quería.

Cristal se mostró sorprendida. Era cierto que las dos veces que se habían despedido se había quedado con ganas de decir algo más y, por lo visto, pronto lo iba a hacer. Iba a preguntar de qué se trataba cuando Luca reaccionó de una forma inesperada.

Se acercó más a ella. Cristal dio un par de pasos hacia atrás, por instinto, hasta que chocó con la pared. Luca le agarró de la mano y se inclinó hacia adelante hasta que sus labios se rozaron. Le dio un beso, un beso que no duró mucho, un beso tímido y delicado. Se separó de ella sin darle oportunidad a decir nada, y se alejó de allí dejando a Cristal con las mejillas encendidas y tan sorprendida que no era capaz de pronunciar palabra alguna.

 

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