Cristal

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22. Primeros días

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Cuando se situaron en el plano de la escuela y lograron localizar los talleres de costura se encaminaron hacia ellos. Estaban en la segunda planta, y las escaleras que las llevarían hasta allí se encontraban en el centro del edificio. Según pasaban al lado de puertas que llevaban a salones públicos, pudieron ver más cabinas en las que seguramente les pedirían el pase para dejarles entrar. El pasillo hasta las escaleras se les hizo eterno. Estaban ansiosas por llegar a su destino, sobre todo Cristal, para que les hicieran uno de esos trajes a medida.

Aquel lugar era inmenso, los pasillos eran anchos y largos, la mansión familiar era incluso más pequeña que aquella escuela. Las escaleras eran en forma de caracol. Miraron hacia arriba. Por ellas se podía subir a los cinco pisos. Tenían una barandilla de bronce y un suelo de un material parecido al mármol, muy elegante. Todo el centro era espectacular, con las paredes de piedra y toda la decoración salpicada de escudos y emblemas de la escuela.

Subieron asomándose de vez en cuando por la barandilla para ver el suelo que habían dejado atrás desde arriba. Y, cuando llegaron, volvieron a abrir el manual para descubrir hacia qué lado debían dirigirse para llegar a los talleres. La escalera terminaba de tal manera que dejaba una puerta a un lado, otra al otro y un pasillo en el que se podían apreciar dos puertas más.

Se dirigieron hacia la izquierda y se equivocaron. Aquella era la sala de almacenaje. Varias personas iban y veían de un lado a otro llevando cajas, anotando cosas en carpetas y apilando herramientas y otros objetos en montones. No hizo falta que nadie les dijera nada para que volvieran a cerrar la puerta y a dirigirse hacia los talleres.

Allí no les pidieron el pase. Entraron y vieron a varios sastres y costureras tomando medidas a otros alumnos. Y a otros confeccionando ya los trajes. Tardaron menos de lo que esperaban, y volvieron a sus cuartos hasta la hora de la cena.

Para entrar al comedor sí que tuvieron que enseñar sus pases. Dentro había varias mesas con sillas y otras con bancos en las que algunos ya se habían sentado. Vieron el mostrador con la comida al fondo y decidieron ir hacia allí para ver qué había.

―¿Qué hacéis? ―Les preguntó de pronto Lorimer, sobresaltándolas.

―Elegir la cena. ―Contestó Luna.

―Hay más cosas de las que aparecen en el mostrador. ―Les dijo ladeando la cabeza. Al ver que ellas fruncían el ceño, siguió explicándose. ―Tenéis que coger un bono para la comida, allí, ¿veis? ―Les señaló otra de las cabinas donde un vampiro firmaba los manuales de los alumnos. ―Miráis la lista, le decís lo que queréis y él os apunta en vuestro manual que el día de hoy habéis consumido una comida.

―¿Ah, sí...? ―Preguntó Cristal. ―Aquí llevan todo muy... controlado.

―No creas, parece que quieren controlar cuanto comemos pero, en realidad, como tienes derecho a cuatro comidas al día, si un día decides no merendar pero coges el bono, al día siguiente puedes desayunar esa merienda si quieres.

―¿Tendrían por la mañana alimentos propios de la merienda? ―Dijo Luna extrañada.

―Sí, hay cosas, como las del mostrador, que deben tener preparadas, pero la comida te la hacen en el momento.

―¡Eso sería un caos! ―Gritó Cristal, sorprendida.

―Qué va, están muy bien organizados. Además, aquí solo comen los novatos.

Cristal levantó las cejas. Aunque solo fuera el comedor de los novatos, no había más que mirar a su alrededor para comprobar que eran suficientes como para que el sistema de elección de comida pudiera derivar en un desastre.

Siguieron el procedimiento y se sentaron a comer. Para el asombro de Cristal, no tardaron en servirles tanto como ella esperaba. Cenaron a gusto y, al cabo de un rato, visitaron el salón Oeste. Allí había butacas, mesas y gente hablando y riendo. No estuvieron mucho tiempo allí; estaban cansados y al día siguiente empezaban las clases, tenían que descansar.

No les costó trabajo dormir y se despertaron con la misma ilusión que el día anterior, sobre todo Cristal, que estaba ansiosa por empezar con las clases. Un nuevo periodo de su vida comenzaba.

Por la mañana, sus trajes ya estaban listos. Tuvieron que mirar en el manual para averiguar cuál de ellos tenían que ponerse para las clases. Eran prácticamente iguales, solo que uno servía para los entrenamientos, otro para las clases teóricas, y otros dos exactamente para lo mismo pero para cuando llegase el calor.

Por descarte, cogieron los de manga larga y pantalones largos. Eran negros. Gracias al manual descubrieron que el traje con el cinturón rojo era el de entrenamiento. Los pantalones eran ajustados y, por encima de ellos, iba una túnica que se abrochaba, por medio de unas hebillas, en un costado.

La ropa para las clases teóricas consistía en un pantalón negro diferente al otro, ya que no era ajustado, y en una túnica parecida a la del otro traje pero con detalles plateados que le daban un toque de elegancia. Esta se ataba simplemente con un cinturón.

Se pusieron el de las clases teóricas. Cristal se miró en el espejo del baño, orgullosa. Se sorprendió a sí misa dando una vuelta sobre sus talones y mirándose desde varios ángulos diferentes para admirar lo bien que le sentaba el traje. Inmediatamente después de darse cuenta de ello volvió a su postura normal y se estiró la túnica. No creía que pudiese llegar a ser tan presumida. Había sido bastante modesta y sencilla desde siempre, pero verse con el traje de la escuela en la que más ansiaba entrar le hacía sentirse de otra forma, más orgullosa, más mayor, más fuerte, más segura de sí misma.

Cogió uno de sus peines e intentó hacerse una coleta alta. Tenía el pelo largo y ondulado, con más cuerpo que el pelo liso, pero no tan encrespado como el pelo rizado. Aun así, se le alteró de tanto pasarse el peine y, cuando quiso darse cuenta, se estaba exasperando por no poder conseguir el peinado que quería. Luna se asomó desde la puerta y se le acercó con una leve sonrisa en los labios.

―¿Me dejas? ―Se puso detrás de ella y extendió una mano para que le tendiera el peine. Cristal se lo dio y esperó.

La joven le acarició el pelo con los dedos entreabiertos para comprobar que no tuviese nudos y empezó a recogerle el cabello en una coleta. No tardó mucho y, nada más hacerlo, aprovechó y se recogió ella también el cabello, pero con una facilidad sorprendente.

Se encaminaron juntas hacia el vestíbulo. Allí debían decirles donde tendrían lugar las clases. Nicco les esperaba ya con algunos alumnos más. También estaba presente quien debía de ser el instructor de los chicos. Les condujeron hasta el salón y entraron por una puerta en la que antes no habían reparado. Aquella sería su clase.

Ya tenían los horarios en el manual, pero les recalcaron varias veces las clases a las que deberían asistir obligatoriamente. Una de las opcionales era historia. Cristal tuvo miedo, porque no sabía nada acerca de Deresclya. Había sido instruida por Anthony, pero en temas terrícolas. De todas formas, sentía curiosidad por aprender más de aquel lugar.

Una clase cuya asistencia era voluntaria era la clase de los orígenes de los vampiros. Allí no solo estudiarían de donde procedían los vampiros, también sus características, sus enfermedades, sus debilidades y sus ventajas. Lo que venía a ser como una clase de biología.

Luego estaban las clases de tiro con arco, opcionales. Las de esgrima, obligatorias. Las de natación, opcionales. Las de lucha, obligatorias y las de vuelo, opcionales.

También estudiarían las plantas, cómo poder emplearlas a modo de veneno o como medicina. Aquella clase era obligatoria, igual que la de política, en la que estudiarían las bases de la sociedad vampírica.

El horario del manual no servía; bueno, sí servía, pero ellos tendrían que adaptarlo en función de las clases que hubiesen escogido. Aunque les dejaron bastante tiempo para pensarlo, Cristal decidió enseguida qué quería aprender. Andrea le había explicado que, según las clases que eligiera, más adelante podría decantarse por un tipo de Sombra del Plenilunio u otro. A pesar de eso, todas las asignaturas le parecían fascinantes, y no pudo resistirse. Se apuntó a todas.

Las clases empezaron tal y como estaban previstas en el horario. Todas las aulas estaban en el primer piso, o en el recinto Luna. Y algunas tendrían lugar en una especie de invernadero donde guardaban las plantas medicinales y las venenosas.

La primera clase del día fue historia. A modo de presentación, el profesor los llevó a la parte trasera de la escuela. Era un campo abierto cubierto de hierba verde y perfectamente cortada. Una muralla rodeaba el territorio de la escuela hasta el borde de un acantilado. Al otro lado las olas rompían contra él.

Más que a las palabras del profesor, Cristal prestó atención a lo maravilloso del lugar, era un sitio muy agradable para estudiar. Todos los que habían escogido aquella clase se sentaron en una colina, lejos de los estudiantes que tenían aquella hora libre y que paseaban o descansaban en el césped.

Comenzó a hablarles de cómo se había fundado la escuela. Cristal escuchó atentamente.

―La escuela de las Sombras del Plenilunio se creó cuando los vampiros sintieron la necesidad de hacer frente a los perseguidores de vampiros. Ellos ya estaban organizados, tenían un nombre, el de los Cazadores de los Oscuros o de Sombras, y eran instruidos para buscar, encontrar y acabar con todos los seres que creían inmerecedores de la vida. Entre ellos, estábamos todas las criaturas no “humanas” o las que tenían trato con nosotros. Desde las hadas de la transparencia hasta las hadas de la turbación. Desde lo que ellos llamaban demonios, hasta los hechiceros y gente con el don de la magia.

<<Impuros >> nos llamaban. Cuando encontraban una familia de vampiros viviendo en la Tierra la masacraban, incluyendo a sus vecinos; aunque estos no supieran lo que eran, e incluso a la persona que les vendía las semillas para plantar su cosecha. Todo trato con los vampiros, con cualquier ser de lo oscuro, era castigado con la muerte. La gente desconfiaba. Se acusó a muchas personas solo por miedo a que de verdad tuvieran cierta relación con cualquier ser “maligno” y para no ser acusados ellos mismos por encubrirlos.

El mundo tenía miedo. La gente no nos conocía. Se les dijo que éramos seres despreciables. Se inventaron cientos de mitos y leyendas acerca de nosotros. Miles de vampiros murieron. Fueron perseguidos y masacrados, despreciados en todo el mundo; muchos tuvieron que exiliarse a Deresclya.

Estaban desconcertados, no sabían el motivo de esa conducta. Siempre se mantenían en el anonimato, ocultos, eran discretos. Claro que los vampiros hemos tenido mala fama desde siempre. Los Subtierra no eran tan discretos como ellos, se dejaban ver, mataban... y eran parte de nuestra raza, y de nuestro mundo. Como en todas partes, hay gente buena y gente mala. Los Subtierra son la podredumbre, el hedor, el veneno de nuestra sociedad. Y, pensando que todos los vampiros éramos como ellos, que funcionábamos igual, salieron a cazarnos.

Después de unos años soportando matanzas entre los nuestros, y de intentar comprender por qué, los vampiros decidieron cazar a los Subtierra, pensando que, acabando con ellos, cortarían el problema de raíz. Al fin y al cabo, ellos eran los vampiros a quienes los humanos querían matar, aunque no podían, no tenían medios. Nosotros sí. Fuimos ingenuos, matamos a un gran número de Subtierra, casi los extinguimos por completo. Muchos de los nuestros murieron creyendo que así la coexistencia con los humanos sería posible.

Pero los humanos, los Cazadores de Sombras, siguieron persiguiéndonos, masacrándonos. No podíamos seguir así. Y lo que en un principio se creó para matar a los Subtierra se reorganizó y se transformó en una escuela en Deresclya: La escuela de las Sombras del Plenilunio, donde adiestrarían jóvenes con el fin de proteger a los suyos para que vivir en la Tierra fuera posible y para proteger su propio planeta de ataques futuros. Así es como se fundó la escuela>>.

Cristal había oído hablar de los Subtierra, una subespecie de vampiros que contaba con los instintos básicos y primarios. No eran seres especialmente hábiles, vivían para alimentarse y sobrevivir, nada más. Normalmente se sustentaban de carroña, de animales muertos de las entrañas de las cavernas, donde vivían.

Algunos de ellos habitaban en la Tierra y, puesto que allí no había galerías subterráneas tan abundantes como las de Deresclya, los que no vivían en cavernas lo hacían en cementerios. Eran criaturas vagas, y vivir allí para ellos era toda una comodidad, porque pudieron empezar a practicar la necrofagia, el consumo de cadáveres en estado de putrefacción.

En aquella época, los humanos eran asustadizos y, si se les decía que no frecuentasen un cementerio, no lo hacían. Solo los más osados intentaban acercarse para ver a uno de los Subtierra o para practicar rituales para alejarlos. Por eso, hasta ese momento, los Subtierra no habían atacado a ningún humano. Sin embargo, pronto descubrieron que quizá atacar a un humano y devorarlo era menos costoso que desenterrar una tumba y abrir un ataúd. De ahí que los humanos empezaran a temer a los vampiros.

No conocía el resto de la historia, pero se la pudo imaginar. Para ellos, los verdaderos vampiros no eran más que las mismas criaturas oscuras que los Subtierra solo que con cuerpos humanos, más inteligentes y, por tanto, más peligrosos.

Los Subtierra habían poblado sus peores pesadillas durante mucho tiempo. Cuando era pequeña, Andrea le contaba cosas acerca de ellos, aunque Alina y Anthony le recomendasen que no lo hiciera. Él pensaba que era mejor que estuviese preparada para afrontar las dificultades que le pudiesen aparecer en la vida. En su opinión, era mejor conocerlo todo acerca de su mundo, acerca de su especie. Podría vivir ignorando ciertas cosas que era mejor no saber, pero cuantas más cosas ignorara, más desprotegida estaría.

Claro que él no tenía que quedarse con ella hasta que lograba conciliar el sueño cada noche que tenía pesadillas con aquellos seres. Era Angelo quien lo hacía.

Aquello le hizo pensar en él. Desde que habían vuelto a la villa, habían empezado a distanciarse. Ya no hablaban tanto como antes. Pero Cristal lo entendía. En el hospital solo se tenían el uno al otro; en la villa tenían a Alina, a Anthony, a Lia, y a Luca. Cristal podría hacer amigos nuevos en la escuela. Y él parecía tenerlos ya en la ciudad, porque iba y venía de un lado para el otro continuamente. Un día desaparecía sin decir a nadie dónde iba, y reaparecía a los tres días. Era un asunto que no parecía importarles demasiado a sus padres. Aunque por el físico y la forma de ser aparentase tener la misma edad que Cristal, tenía unos cuantos cientos de años más. Por eso nadie le preguntaba al respecto.

La clase siguió durante un rato más. El instructor les contó cosas acerca de la escuela, de sus fundadores y les hizo un pequeño resumen de en qué consistirían las clases a partir de ese momento. Lorimer también había elegido la asignatura de historia, pero estaba tan ensimismada que no se había percatado de su presencia hasta que este había levantado la mano para hablar.

Los días siguientes fueron muy parecidos a aquel. Primero les explicaban cómo sería la dinámica de la clase y luego les hacían una pequeña introducción sobre lo que iban a estudiar. Al cabo de unos días, Cristal acabó acostumbrándose al sistema de los bonos. Y, a las dos semanas, ya estaba familiarizada con el plano de toda la escuela.

También descubrió unas galerías en cada una de las cuatro torres de los dormitorios. No figuraban en el mapa porque estaban en desuso. Cuando preguntó al respecto, le repitieron una y mil veces que no se acercase allí. Las galerías conectaban con las cavernas donde habitaban los Subtierra. Entonces fue cuando comprendió por qué aquella ciudad se llamaba las Cavernas del Viento. Era el lugar con más galerías y pasadizos subterráneos de toda Deresclya. Las corrientes de aire circulaban por ellos, provocando escalofriantes silbidos. Las puertas de acceso a las galerías siempre se encontraban cerradas.

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