Cristal

Cristal


26. Galerías

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Llegó a la villa por la mañana. Había partido de madrugada y poco después del amanecer ya había llegado a su destino. Aquel camino se podía hacer más corto usando otro tipo de transporte o llevando menos equipaje, pero no tenía demasiada prisa, por lo que no le importó.

Pensaba haber dormido en el trayecto pero tenía tantas ganas de verlos a todos y decirles que había aprobado los exámenes teóricos con buenas notas que el entusiasmo no le dejó dormir.

Quería volver a ver a Lia, contarle sus progresos académicos a Alina y a Anthony, besar a Luca, abrazar a Angelo... Pero sobre todo, hablar con Andrea. No lo veía desde hacía mucho, mucho tiempo. Quería decirle que lo estaba consiguiendo, que estaba siguiendo sus pasos y que iba a triunfar. Quería hablarle acerca de las clases y de sus nuevos amigos y quería alardear de sus buenas notas.

En la casa esperaban que llegase hacia el mediodía y, como era tan temprano, Cristal suponía que todos estarían dormidos. Decidió darles una sorpresa. Entró sin hacer demasiado ruido y dejó las maletas en su cuarto. Se encaminó hacia la habitación de Luca y abrió la puerta despacio. Se puso de puntillas y se deslizó en su interior sin hacer ni un solo ruido. Cerró la puerta tras de sí.

Luca seguía en la cama. Normalmente solía levantarse temprano para entrenar, y seguramente pronto despertaría. Se acercó a él sigilosamente con intención de asustarle después. Pero, cuando lo iba a hacer, se arrepintió. Parecía tan a gusto dormido, con las sábanas hasta la cintura y la cama revuelta... Su pecho se movía lentamente al respirar, y su pelo rubio reposaba, desaliñado, sobre la almohada.

Sintió ganas de abrazarlo, de besarlo, de reír con él, de volver a escuchar su voz melosa que tanto le gustaba... Las ganas de despertarlo y de saltar sobre él para sobresaltarlo fueron desapareciendo poco a poco para dar paso a un sentimiento de ternura. Decidió dejar la turbulenta sorpresa para otra ocasión y darle otra más tranquila y agradable.

Con cuidado, para no despertarle, retiró las sábanas y se recostó a su lado, volviéndose a cubrir con ellas. A los cinco minutos se quedó irremediablemente dormida.

―Eh. ―Le despertó la suave voz de Luca. ―¿Qué haces aquí?

Ya se había incorporado y estaba sentado a su lado.

―He llegado antes de lo previsto y quería darte una sorpresa. ―Respondió, risueña, al tiempo que bostezaba. Se sentó también y, al hacerlo, reparó en el color de las sábanas. Color rubí. Dejó de sonreír y se quedó ausente durante unos segundos.

―¿Cristal, estás bien?

―¿Eh? Ah, claro. Solo son estas sábanas.

―¿Qué les pasa a mis sábanas? ―Rió Luca sin comprender.

―No les pasa nada, es su color, me ha recordado a algo que vi en el espejo del alma.

―Creí que no tenías que hacer la prueba del espejo hasta dentro de un par de años...

―Sí, es cierto. Lo vi una noche que me tomé la libertad de entrar en la sala del espejo por mi cuenta. Acababa de tener una pesadilla, y volví a ver el día de la muerte de mis padres, solo que, en esa ocasión, vi mucho más.

Luca ladeó la cabeza y se acercó más a ella.

―¿Fuiste al espejo para ver eso? ¿A propósito? ―Preguntó él, preocupado.

―Bueno, al principio no sabía qué iba a ver pero, cuando la visión terminó, volví a asomarme para seguir viendo más. ― le respondió Cristal sinceramente.

―¿Y tú crees que eso es bueno para ti? Quiero decir... ¿No te entristece ver esas cosas?

―Claro que me entristece, pero quiero descubrir la verdad, quiero vengar su muerte.

Luca la atrajo hacia sí e hizo que apoyara la cabeza en su pecho. La abrazó durante unos segundos y volvió a hablar.

―¿Y qué viste exactamente que te recuerde el color rojo?

―Vi una criatura fantástica. De un color carmesí intenso.

Luca pareció alterarse, dejó de abrazarle y se separó un poco de ella.

―¿Una criatura? ¿Qué criatura?

―No lo sé, Luca, no la había visto antes.

―¿Qué aspecto tenía? ¿Cómo era? Tienes que saber qué clase de ser era.

―No, no lo sé. ―Le revolvió el pelo con cariño y le sonrió. ―Dejemos de hablar de esto ¿quieres? Estamos de vacaciones, después del verano seguiré investigando.

Luca asintió, pero poco convencido.

Después, lo primero que hizo Cristal fue buscar a Andrea. Cuando lo vio, una sonrisa se iluminó en su rostro y corrió para abrazarle. Él estaba en el salón, ojeando un libro junto a los estantes y, al verle, cerró el libro para corresponder a su abrazo.

―Llegas pronto pequeña. Bueno, mejor, tenía ganas de verte.

―Podrías haberme visitado, ¿por qué no lo hiciste?

―Este año he estado mucho tiempo fuera, apenas he podido venir a casa. Pero tranquila, tengo todo el verano para estar contigo. ―Le sonrió. ―Tienes mucho que contarme.

―¡Sí, y tú a mí también!

Aquel verano fue uno de los que más rápido pasó para Cristal. Estrechó su relación con Lia y Angelo, pasó mucho tiempo con Andrea. Y se enamoró totalmente de Luca. Hasta entonces no se había dado cuenta. No lo veía muy a menudo, e incluso había llegado a pensar que si pasaba mucho tiempo con él en verano podría llegar a aburrirse, pero fue al contrario. Se acostaba pensando en lo que harían al día siguiente, a dónde irían, de qué hablarían... y se despertaba pensando en él.

Las vacaciones se terminaron en un abrir y cerrar de ojos y, de nuevo, llegó el día de volver a las clases. Aunque habían prometido mantener el contacto fuera de la escuela, por una cosa u otra al final no se habían visto en todo el verano, y el reencuentro con sus compañeros de curso fue caluroso.

Lorimer continuaba igual que siempre, Driny seguía con cara de chico travieso, Luna, en cambio, había dado un gran cambio. Había crecido, se había cortado su larga melena negra de forma que las puntas se le ondulaban y daban a su pelo un toque más chispeante. El año pasado ya había apreciado que era guapa, pero ese curso se notaba aún más; estaba guapísima.

Los primeros días volvieron a elegir las asignaturas que más les convenían para, en los siguientes dos cursos, dedicarse únicamente a estudiar una de las tres categorías de las Sombras del Plenilunio.

Cristal se interesó por todas, y fueron pocas las que descartó. Aquel año reforzarían todo lo que habían aprendido el anterior y estudiarían cosas de más avanzado nivel. Los entrenamientos también serían más duros y completos. Como ya le había pasado antes, seguía asistiendo a las clases de esgrima avanzadas, no en vano era la pupila de Andrea Palazzi.

Todo iba bien hasta que un día volvió a romper las normas. Pero aquella vez no lo hizo yendo a la sala del espejo. Tuvo una pesadilla de nuevo, y salió con esa intención. Pero al salir de la torre de las novatas y pasar junto a las escaleras que continuaban hacia abajo vio algo que le llamó poderosamente la atención. Se le erizó el vello de la piel e inmediatamente se giró hacia una puerta que siempre había estado cerrada. Aquella noche se encontraba abierta y por ella entraba una corriente de aire. Se echó el cabello hacia atrás al tiempo que reflexionaba. Sabía que no debía entrar allí, no le habían dicho a dónde llevaba aquella salida pero Nicco ya le había advertido de que aquello era peligroso y que por eso la puerta siempre estaba cerrada.

Después de planteárselo durante unos segundos, se abandonó a la curiosidad y bajó los escalones que la separaban de la puerta. La empujó suavemente y miró en el interior. Sus ojos tardaron apenas un par de segundos en acostumbrarse a la oscuridad y después pudo comprobar que las escaleras seguían descendiendo hacia abajo en forma de caracol.

Miró hacia atrás para asegurarse de que nadie andaba cerca y bajó los primeros peldaños con cautela. Después de dar un par de vueltas a la estrecha y oscura escalera, llegó a la boca de un pasadizo que se ensanchaba y se convertía en caverna. Aquellas galerías eran parte del colegio, porque en algunos tramos las paredes estaban arregladas y otras veces la cavidad estaba escavada directamente en la piedra. Galerías con forma de rectángulo, seguramente artificiales, aparecían a ambos lados de los túneles, como señal de que habían estado habitadas. También había vestigios de cadenas y barrotes metálicos separando cavidades diferentes, por lo que Cristal pensó que quizá fuera una antigua mazmorra.

Mientras sacaba conclusiones acerca de lo que podía ser aquel lugar, percibió movimiento a su espalda. Se giró tan rápido como pudo y se llevó la mano al costado, pero se dio cuenta de que no llevaba la espada consigo. Rápidamente buscó y sacó uno de los puñales que llevaba en los antebrazos, bajo la ropa, y lo alzó en alto.

No pudo llegar a ver nadie. Sin embargo, sabía que no se lo había imaginado. Se había alejado mucho de lo que era la entrada, y quizá ya estaba en el terreno de los Subtierra. ¿Podría ser que esos engendros hubiesen ocupado las galerías de debajo de la academia?

No descartó la idea pero, por su bien, esperó que se equivocara. Nunca había visto a uno de esos monstruos en persona, y no le hacía gracia la idea de tener que verlos aquella noche.

Cristal no era cobarde. Sin embargo, cuando tuvo que ponerse en cuclillas para poder seguir avanzando, se lo pensó dos veces. Era un lugar frío y oscuro. Ella no tenía luz, ni siquiera más armas que un par de puñales, y no sabía dónde estaba. Pero sentía demasiada curiosidad para dar media vuelta sin comprobar hasta dónde llegaban las galerías.

Se acabó agachando y siguió adelante. Llegó a una estancia ancha, de techo alto y amplias dimensiones. Dio una vuelta para tratar de hallar algo que le diera una pista de dónde se encontraba, a simple vista tan solo parecía una cueva.

Sintió un chasquido bajo su pie derecho y, al levantarlo, vio que acababa de romper un peine. Se inclinó para cogerlo. Era ovalado, tenía el mango y el borde de plata, y preciosos grabados en él. Fijándose más, acabó descubriendo el emblema de la escuela entre las filigranas. Era viejo, y estaba roto pero ¿qué hacía algo como eso ahí abajo? No le dio tiempo a seguir reflexionando sobre ello. De nuevo sintió un movimiento tras ella.

Aguzó la vista. No se equivocaba, al final de la cavernosa estancia se extendía otra galería por la que asomaban la cara y las manos de algo horrible. Espantosamente horrible.

Instintivamente, dio un par de pasos hacia atrás y dejó caer el peine que sostenía entre las manos. La criatura estaba encorvada hacia adelante, dejando al descubierto una joroba huesuda y callosa que asomaba por encima de su cabeza. Sus ojos, envueltos en legañas y suciedad, la miraban intensamente. No tenía pupilas, sus ojos eran completamente transparentes y, a través de ellos, se podían ver perfectamente las venas de su interior.

Sus manos estaban deformadas y eran desproporcionadas, lo mismo que sus brazos. Sus dedos eran escuálidos y pálidos y de ellos salían largas uñas amarillentas. Su vientre hundido y los huesos de sus costillas marcados en la enfermiza piel le daban un aspecto aún más grotesco. Respiraba con dificultad, pesadamente. Su boca curva le hacía parecer que siempre estaba sonriendo. De ella asomaban dos hileras de dientes ahogados entre babas que no cabían dentro de la boca.

Era un Subtierra, sin duda. Y se lo había encontrado. No tenía más que un par de tristes puñales para defenderse, por lo que solo pensó en escapar. Y corrió sin mirar atrás, temiendo que en la estrecha galería por la que tendría que deslizarse en unos segundos la atrapara y se quedara sin espacio para contraatacar.

Oyó los atropellados y torpes pasos de la criatura, lo escuchó aullar, tal vez porque estaba seguro de que la atraparía o porque pretendía llamar a más de los suyos. Cruzó todas las cavernas por las que antes había caminado tan despacio, esta vez como alma que lleva el diablo. Sintió que se le escapaba el aliento, pero no dejaba de escuchar tras ella los pasos de aquel ser. Si no corría, se convertiría en su presa.

Por un momento, se imaginó lo horrible que sería morir a manos de una de esas bestias y entonces sí que tuvo verdadero miedo. Cuando divisó a lo lejos las escaleras de la escuela, aligeró sus pasos para llegar a ellas cuanto antes. Una vez subidas y cruzada la puerta, estaría segura. Antes de llegar a ellas pasó por una de las cavernas en las que quedaban cadenas y barrotes oxidados y, a un lado, detrás de las piedras y los barrotes, vio a alguien. Le hubiera gustado detenerse para comprobarlo pero, si se detenía, moriría.

Subió a toda prisa las escaleras y cruzó la puerta a punto de desvanecerse. La cerró tras ella, dando un portazo, y se dejó caer, apoyando la espalda sobre esta. Respiró hondo durante varios minutos hasta que recuperó el aliento y el corazón se le hubo tranquilizado un tanto.

 

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