Cristal

Cristal


27. Azúcar

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Cristal volvió a su cuarto nada más recuperar el aliento. Había salido con la intención de indagar un poco acerca de su pasado en el espejo del alma, aunque sabía que los alumnos tenían la entrada restringida allí.

Durante todo el verano había dejado el tema de lado, pero no lo había olvidado, al fin y al cabo estaba en la escuela para ayudar a gente como ella, para salvar a personas como lo hacía Andrea. Ya tenía una idea acerca de lo que podía ser aquella criatura color carmesí que aparecía en los recuerdos de su pasado. En las clases habían mencionado a las hadas, seres con forma humanoide; a veces, diminutas; otras, de tamaños medianamente normales. Por las descripciones que habían hecho de ellas había llegado a la conclusión de que aquel extraño espécimen era un hada.

Pero no había dejado el tema de lado simplemente por ser verano, también había influido que Luca se ponía algo nervioso cuando lo mencionaba. A veces giraba la cabeza hacia otro lado o cambiaba de tema molesto. No quiso preguntarle al respecto. Por lo demás seguía igual que siempre con ella. Además, tampoco se lo diría aunque le preguntase. Él también volvía a tener metas, se entrenaba porque le gustaba nadar, quería mejorar, si es que era posible. Y, simplemente por estar más tiempo con ella, había decidido no inscribirse en ninguna competición durante el periodo de vacaciones. Por eso no tenía en cuenta que Luca se molestara cuando hablaba acerca del hada, quizá se debía a que él dejaba sus aficiones de lado y ella no dejaba de pensar en el asunto...

Pensando en Luca, el susto del momento fue desvaneciéndose poco a poco. ¡Le gustaba tanto...! Todo en él era perfecto, no le cambiaría nada. Mientras subía las escaleras con parsimonia, recordó uno de los días que mejor se lo pasó con él.

Volvieron al lago, en esa ocasión con toallas. Estuvieron un rato nadando y después salieron del agua y se sentaron sobre la hierba. Luca estaba tan alegre, tan dispuesto a todo, tan feliz... que ella se sentía contagiada por aquella felicidad, simplemente por estar con él.

Nada más sentarse, Luca le cogió de la mano y estuvo unos segundos sin decir nada. Cristal lo miraba con cariño.

―¿Qué? ―Le preguntó él, divertido, dedicándole una de sus únicas sonrisas. Y sin dejar que le contestara se acercó a ella y le dio un beso en los labios. Suave, lento, como los que solo él sabía dar.

Volvió a sentir el mismo cosquilleo que sintió aquel día, y se sorprendió a ella misma sonriendo sin darse cuenta, como una idiota. Entró en la habitación y, nada más cerrar la puerta, Luna se fijó en ello.

―¿Y esa cara?

―Nada, acabo de recordar algo gracioso y...

―Ya, claro, ¿qué tal está Luca?

Cristal volvió a sonreír. Desde que se habían hecho amigas íntimas no se le escapaba una.

―Bien, supongo. Dentro de un par de semanas volveré a verlo, hay bastantes días libres, quiero aprovechar para estar con él, hace mucho que no le veo.

―¿Y Angelo? ¿También lo verás?

La joven sonrió con malicia y se sentó a su lado, de un salto.

―¿Angelo? ¿Cómo que Angelo? ¿Desde cuándo preguntas tú por Angelo?

―No seas tonta, Cristal. ―Luna se sonrojó como solía pasarle siempre que mencionaban algo que le daba vergüenza. ―Antes ellos dos venían mucho por aquí, Driny y él tenían una profunda relación fraternal irrompible.

―¡Es verdad! ―Rompió a reír Cristal. ―Supongo que se habrán dado un tiempo... ―Bromeó. ―Pero no cambies de tema, si tienes ganas de verlo ¿por qué no lo visitas?

―No, no... Además, sería como auto invitarme. No, déjalo, Cristal.

―Entonces reconoces que quieres verlo. ―Le sonrió. ―Ven conmigo en los días libres que tenemos, los tres vivimos en la misma casa, saldremos juntos, ¡nos lo pasaremos bien!

―No sé... También quiero visitar a mi familia... ―Dudó Luna.

―Ve con tu familia los primeros días y a la villa los últimos. ―Siguió animándole. Conocía suficientemente bien a Luna como para saber que ella tenía ganas de ver al vampiro pero que anteponía sus obligaciones a sus deseos.

―Me encantaría Cristal, pero... no sé. Tendré que hablarlo con mis padres.

―Habla con ellos, seguro que les parece bien.

Al final, consiguió que Luna les visitara unos días. La primera semana la pasó con sus padres y la siguiente con ellos en la villa.

El primer día que llegó a la casa tan solo pudo ver a Angelo. Anthony y Alina se habían ido de vacaciones, Lia estaba pasando unos días en la ciudad, y Luca se encontraba entrenando.

Angelo le comentó que desde la última vez que había estado Cristal en casa, Luca cada vez entrenaba más y más duro. Apenas se le veía el pelo, decía estar preparándose para una competición importante. Por las mañanas, se entrenaba yendo al monte a correr. Después, se daba una ducha, cogía su moto y bajaba a la ciudad. Allí comía con su entrenador. Luego entrenaba en la piscina durante la mitad de la tarde y, la mayoría de las veces, pasaba la otra mitad en el gimnasio. Cuando volvía ya era tarde, cenaba y se acostaba pronto. Y así todos los días.

A Cristal se le hacía raro que Luca pudiese estar tan metido en eso. Además, él mismo le había confesado que no se planteaba ganar nunca, que siempre iba a por posiciones poco llamativas. Pero, durante esos días, se dio cuenta de que lo que le decía Angelo no era en absoluto exagerado.

Cuando le escuchó llegar, salió a su encuentro. Se dirigía a la cocina, llevaba su bolsa de entrenar echada al hombro, pero con elegancia. Cristal le siguió y cuando le alcanzó le tapo los ojos con las manos. Luca se dio cuenta al instante de quién era, ¿quién podía ser si no? Se deshizo con delicadeza de sus manos y se dio la vuelta para saludarla.

―Hola, Cristal. ―Estaba cansado, se le notaba en la voz, y en la mirada...

―Luca. ―Le devolvió ella el saludo un tanto más alegre que él. ―¿Ni un beso ni nada? ¿Qué te pasa, es que no te alegras de verme?

Luca sonrió, dejó la bolsa en el suelo y se acercó más a ella. Le rodeó la cintura con los brazos y la besó en los labios. Luego, permaneció un rato abrazándola.

―¿Así mejor?

―Mucho mejor. ―Respondió satisfecha. ―¿Salimos a pasear?

―¿Esta noche?

―Sí.

―¿Ahora? No, estoy reventado, Cristal.

―No pasa nada, ¿nos quedamos en casa viendo una película, entonces? ―Volvió a proponer ella.

―Voy a beber un vaso de zumo y a acostarme, princesa. ―Le dijo cogiendo su rostro entre las dos manos. ―¿Me perdonarás?

―Claro, descansa, mañana estaremos juntos.

―Por supuesto. Lo prometo ―Le dio un beso en la frente y le pasó una mano por su cabello castaño. Luego siguió preparándose el zumo.

Al día siguiente, no lo vio hasta que oscureció. Llego a la villa con la misma expresión exhausta del día anterior y, si Cristal no llega a estar atenta, habría acabado acostándose sin ni siquiera saludarla.

Se quedaron en la habitación de Cristal y pusieron una película. En los últimos años, su habitación había cambiado mucho. Todos los muebles eran nuevos, incluso había un sofá en el que podían tumbarse para ver la tele.

Luca se tumbó sobre el regazo de Cristal nada más empezar la película y, cuando ella quiso comentarle algo, se dio cuenta de que se había quedado dormido. Suspiró. Tenía pensado pasar un rato con él, se lo había prometido. Pero debía de estar tan cansado... que no se atrevió a despertarle. Se dedicó a acariciarle el pelo hasta que ella, cómoda con Luca entre sus brazos, se quedó dormida también.

Al día siguiente se despertó como lo habrían hecho los habitantes de una casa en llamas. Cuando Luca se levantó del sofá de un salto se sobresaltó, y cuando lo vio corriendo de un lado a otro buscando sus zapatillas y arreglándose la ropa pensó que sucedía algo.

―¿Qué ocurre? ―Preguntó con los ojos a medio abrir.

―Llego tarde.

―¿A dónde? ―Siguió ella desconcertada.

―A entrenarme. Luego nos vemos, Cristal. ―Luca salió de la habitación sin ni siquiera darle un beso y eso le extrañó, aunque lo achacó a que tenía prisa.

Esperó durante todo el día y, cuando por fin llegó la noche, la historia se repitió.

―No puedo ni mantenerme en pie. ¿Y si mañana te llevó a la ciudad? ¿Qué te parece?

Cristal frunció el ceño, solo quería estar con él, le daba igual si era en la ciudad, en la villa o en la luna. Quería decírselo, decirle que pronto se les acabarían los días de estar juntos... Pero, cuando Luca le miró con esos ojos que hacían que se derritiera, no pudo negárselo.

―Está bien, pero mañana iremos a la ciudad. Me lo prometes ¿verdad? Pase lo que pase, no quiero estar todo el día encerrada en esta casa.

Al día siguiente durmió hasta tarde y, al despertar, Luca estaba desayunando en la habitación. Estaba radiante, alegre. Masticaba un croissant con su bonita sonrisa en la cara, y su cabello revuelto le hacía parecer aún más joven. Al verla entrar, terminó lo que estaba comiendo y se aproximó a ella, en dos pasos, para abrazarla.

―¿Preparada para bajar a la ciudad?

―Ya era hora. ―Respondió solamente, feliz por su entusiasmo.

―Dame un minuto, cojo la chaqueta y nos vamos. ―Mientras elegía una en su armario su teléfono sonó. ¿Desde cuándo tenía teléfono?

―Luca, tú móvil está...

―Ah, debe de ser el entrenador, solo lo uso para hablar con él. ―Dejó lo que estaba haciendo y corrió a descolgarlo. ―Hola, ¿qué pasa?... ¡¿Hoy?! ―Su expresión demostraba su euforia, Cristal frunció el ceño. ―Estupendo, iré ya mismo hacia allí. De acuerdo. Nos vemos.

―¿Otra vez? ―Suspiró Cristal cuando colgó. ―¿Piensas anular los planes otra vez?

―¿Eh? ¡No, por supuesto que no! Pero mi entrenador ha conseguido una entrevista con el del equipo regional. No es nada serio, simplemente quedarán para hablar, y es mejor que yo esté... Dependiendo de lo que haga en esta competición puede que me cojan en el equipo.

―Entiendo.

―No, no pongas esa cara. ―Luca se dio cuenta al instante de que no le hacía gracia la idea de quedarse en casa de nuevo y le agarró de la mano mientras terminaba de prepararse para salir. ―Vendrás conmigo, aún queda un rato hasta la hora de comer, iremos a ese restaurante y esperaremos. Juntos, ¿te apetece?

―Claro. ―Respondió algo más animada. Aquel plan no era su ideal de cita perfecta, pero al menos podría estar con él.

Aparcaron la moto en una calle cercana al restaurante y se sentaron en una mesa. El primero en llegar fue el entrenador del equipo. Un hombre de mediana edad, canoso, de espesas cejas y de alta estatura. Lo acompañaba un muchacho de su edad, tal vez algo mayor que ellos. De pelo marrón ceniza, con mechones desiguales y revueltos que le daban un aire salvaje. Caminaba con seguridad y soltura. Al sentarse delante de Cristal, sus miradas se cruzaron por un instante. Era una mirada profunda, que inspiraba coraje y determinación. Sus ojos eran verdes.

―¿Luca Palazzi? ―Habló el hombre, tendiéndole la mano y presentándose. Después hizo lo mismo con Cristal. El joven que no hablaba debía ser uno de sus pupilos, pero no se presentó.

Cuando por fin llegó su entrenador, los saludó con una amplia sonrisa y disculpándose por su retraso.

―Oh ―Comentó, reparando en Cristal. ―Veo que has traído acompañante. ―A Cristal no le gustó su tono de voz, pero ya que nadie más parecía haberlo notado decidió pasarlo por alto.

―Así es. Ella es Cristal, mi novia.

―Me ha hablado mucho de ti. ―Le dijo tomando asiento. ―Pero ese no es el asunto. Bien, dejando de lado a la encantadora novia de mi discípulo... ¿qué te parecen las marcas de Luca?

A partir de ese momento, Cristal no volvió a abrir la boca en toda la comida. No se atrevió. Los únicos que parecían estar en la conversación eran los entrenadores y Luca quien, de vez en cuando, añadía algo para corroborar las palabras de su entrenador. El otro joven tampoco hablaba, se dedicaba a comer y a asentir cuando tenía que hacerlo. Al parecer era el favorito para pasar a formar parte al equipo nacional, por eso estaba allí, porque era el capitán y por tanto el mejor de la región. Sin embargo, no parecía tener don de mando, no parecía un chico muy sociable. Su expresión, aunque de rasgos suaves, era intimidadora, no parecía ese tipo de personas que se preocupaban por los demás, más bien alguien más acostumbrado a trabajar de forma individual que con un equipo. Además, a Cristal le inquietaba, había algo en el que le resultaba familiar... Y no dejaba de mirarla. Ella intentaba desviar la mirada hacia otro lado, pero él seguía sin apartar la vista. Cuando se giró dispuesta a hacerle bajar la mirada, le costó bastante. Se quedaron mirándose, desafiantes, aunque la joven no entendía por qué. Creía que no apartaría la mirada nunca cuando escuchó su nombre en la conversación de los comensales y se dispuso a responder.

El día se le hizo eterno, se arrepintió de haberle acompañado. Aquellos temas le interesaban, porque eran de Luca, pero hasta cierto punto. Cuando entraban en cosas técnicas dejaba de prestarles atención y se concentraba en averiguar dónde había visto antes a aquel muchacho.

A media tarde, el entrenador regional les propuso visitar la piscina donde trabajaba pero, por las palabras del otro entrenador, Cristal entendió que ella no estaba invitada.

―No hace falta que vengas, Cristal. ―Le dijo. ―Seguro que estas cosas no te interesan.

Aquel hombre no le caía bien, y estaba segura de que ella a él tampoco.

―Ven si quieres. ―Le dijo el otro. ―Te enseñaré las instalaciones con mucho gusto.

―No, no es necesario. ―Respondió, fingiendo una sonrisa.

Miró a Luca de reojo. No le importaba en absoluto no ir, pero sabía que él ya conocía ese conjunto de piscinas, había estado entrenando allí, y ellos no parecían presionarle para que fuera, la cosa era entre los dos entrenadores.

―Llamaré a Angelo para que baje a recogerte, ¿de acuerdo? ―Le dijo de pronto Luca sacando el móvil del bolsillo de sus pantalones.

Cristal le dirigió una mirada interrogante, tenía ganas de irse de allí, pero de irse con él. Sin embargo, eso no pudo ser. Al cabo de un rato apareció Angelo en un taxi, y Luca se marchó con los entrenadores. El muchacho misterioso se fue en otra dirección.

―Vámonos a casa. ―Le dijo Cristal con la cabeza gacha y el ceño fruncido.

―He venido en taxi, ¿me estás diciendo que he venido solamente para acompañarte en el taxi de vuelta? ―Cristal levantó la cabeza y sonrió al ver su expresión, una expresión con la que intentaba hacerla sentir culpable. ―Ah no, ni hablar. Vamos a dar una vuelta, ya mismo. ―Caminaron en dirección a una heladería de la zona. Cuando llegaron, Cristal todavía no había dicho ni media palabra. ―Si no querías acompañarle no tendrías por qué haberlo hecho. ―Comentó, adivinando sus pensamientos.

―Lo sé. Pero llevo cuatro días aquí y no he pasado nada de tiempo con él, quería estar un rato a su lado.

―Y no imaginabas que no te prestaría atención. ―Concluyó él, cogiendo una gran cucharada de su helado y metiéndosela en la boca.

―No lo entiendo, puede entrenar otros días. Además, porque una tarde no entrene no le va a pasar nada. Y sin embargo, ha preferido estar entrenando a estar conmigo.

―Cuando le gusta algo, le gusta de verdad. ―Volvió a comentar sin ni siquiera mirarla y dando otro bocado a su helado.

―Se supone que yo también le gusto.

Angelo levantó la mano para llamar al camarero y volvió a pedir otro helado, mientras que Cristal aún no había empezado el suyo.

―Te diría que se está portando mal y que debería pasar más tiempo contigo, o que deberías hablar seriamente con él del tema. Pero es mi hermano, no puedo traicionarle así. ―Angelo seguía distraído con el helado, concentrado en coger la cantidad exacta que deseaba con la cuchara.

―Pero tú estás de mi parte, ¿no? ¿Cómo ha podido haberme dejado plantada aquí? Se suponía que era un día para nosotros, solos él y yo, y ha sido todo lo contrario. Además, me ha dejado sola.

―No te preocupes ―La tranquilizó él, levantando su cuchara. ―En el fondo te ha hecho un favor, te lo vas a pasar mejor conmigo que con él. ―Dijo, guasón. Cristal sonrió.

Angelo volvió a pedir otro helado, el tercero, y Cristal empezó a preocuparse.

―¿Estás bien?

―Claro ¿por qué no iba a estarlo? ―Preguntó, extrañado, con la boca llena de helado.

―Por eso. ―Señaló las copas vacías. ―Driny me dijo que el azúcar es una especie de sustituto de la sangre.

―Sí, pero no tiene nada que ver, ¿sabes? Calma un poco la sed de sangre, pero... el mejor remedio contra la sed es beber. ―Angelo rió.

―¿Tienes sed?

―Mucha, ¿me ayudas a calmarla?

―¿Eh? ¡No! Idiota ―Gritó, sonrojada, al entender lo que quería decir.

―¿Por qué no? ¿Acaso no te dejé yo morderme en el hospital?

―Eso era diferente, éramos pequeños y...

―Y quieres que Luca sea el primero. ―Le ayudó a terminar, con una sonrisa en la cara al saber que había dado en el clavo.

―Exacto. ¿Es normal? ―Se atrevió a preguntar. ―Quiero decir... Cada vez que se hace un corte y huelo su sangre siento unas ganas horribles de morderle. Con el resto de la gente no me pasa eso. Y también quiero que él sea el primero en probar mi sangre, suena algo extraño, pero...

―Es normal, su sangre te atrae porque él te gusta, a mucha gente le pasa lo mismo. Aunque el resto de las sangres no te resulten tentadoras por su olor... para eso no hay explicación. A no ser que sea por el mismo motivo, porque no quieres otra sangre que no sea la suya. Eso quiere decir que todavía no le has mordido, ¿verdad?

―No, no le he mordido.

―Prueba a hacerlo, es una teoría, pero si tu lado vampiro despertase al probar la sangre que te gusta... Entonces tus sentidos vampíricos despertarían.

―¡Mis sentidos vampíricos ya están bien despiertos! ―Le respondió ella, ofendida.

―No del todo, en la agilidad y en la visión nocturna puede que sí. Pero en lo que se refiere a la sangre no. Vas al revés. Tú sientes repugnancia al oler sangre, yo en cambio me vuelvo loco, y a cualquier vampiro le pasa igual. ―Vio la cara incrédula de la joven y siguió. ―Pregúntaselo a Luca si quieres, o a Lia. A todos nos pasa, solo que unos saben controlar eso mejor que otros. Por otra parte, está tu físico. Eres una cría. ¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho? ¿Diecinueve? ¡Aparentas casi diecisiete!

―¿Eso es malo?

―No, pero yo a tu edad me meaba encima y no sabía andar. ¿Sabes a lo que me refiero? Hasta ahora has crecido muy rápido, en los últimos años ha sido diferente, no has seguido creciendo, y yo creo que has dejado de crecer desde que te aceptaste como vampiro.

―¿Qué?

―Pues eso, antes no sabías nada de tu propia especie, nunca habías probado la sangre, ¡incluso creciste sin saber lo que eras! Además, no tienes sed de sangre, eso es como decir que un humano no necesita respirar.

―Puede que tengas razón. ―Admitió, después de pensarlo. ―¿Pero crees que me conviene? Me volveré más vampiro, sí, pero... ¿qué ventajas tiene eso?

―Ser normal. Puede incluso que mejoren tus habilidades, quien sabe, puede que eso te venga bien en la academia. ―Le dirigió una media sonrisa, Cristal no sabía por qué pero al joven le divertía el asunto.

Volvió a alzar la mano.

―Otro helado por favor.

 

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