Cristal

Cristal


28. Una sola

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Para cuando llegaron a la mansión ya había entrado la noche, y Luca había llegado hacía un rato. Estaba en la cocina. Dos de los cocineros de la casa traían del salón los platos sucios que se habían usado en la cena. Al parecer, sus padres y él ya habían cenado.

Cuando la vio aparecer por la puerta, riendo y acompañada por Angelo, se puso de pie y pronunció su nombre. Parecía mostrar una expresión de arrepentimiento y, al verlo, Cristal dejó de reír; se había acordado de que la había dejado plantada.

―Yo... ¿Te ha molestado lo de hoy? ―Le preguntó, cogiéndola del brazo y haciéndole sentarse en una silla en frente suyo.

―Sí, un poco.

―Lo siento, pequeña. Pero tengo que mantener buenas relaciones con el entrenador regional si quiero ascender. No volverá a pasar.

―No lo entiendo. Me contaste que no podías volver a nadar porque te reconocerían y descubrirían tu origen. Dijiste que preferías mantenerte al margen y no hacerte notar mucho.

―Lo sé, sé que lo dije. Pero ahora las cosas han cambiado, ahora puedo nadar sin miedo, no me preguntes por qué, pero ya no me identificarán con el nadador desaparecido.

Cristal frunció el ceño.

―¿Por qué?

―Te he dicho que no me lo preguntes. ―Suspiró, acariciándole la mejilla. ―Si todo sale como yo quiero que salga, te lo contaré. De momento, es mejor que no sepas nada. ―Daba la impresión de que en su tono había algo de miedo, de culpa tal vez.

―¿No puedes contármelo? ―Preguntó la joven, extrañada. ―¿Por qué tanto misterio? Si tiene que ver contigo quiero saberlo...

―Y lo sabrás, pero prefiero no contárselo a nadie por el momento. Si las cosas no salen como yo espero... Cuanta más gente lo sepa, más presionado estaré y, de momento, no quiero arriesgar nada, ¿de acuerdo? Por favor, confía en mí. Pronto te lo contaré, serás la primera en saberlo.

―Está bien. ―Asintió.

―Me gustas mucho, Cristal. ―Le dijo, tras unos segundos de silencio y cuando ya no quedaba nadie en la cocina. ―Tengo que confesarte que eres la primera por la que siento estas cosas y que si a veces me cuesta...decírtelo, es porque no estoy seguro de que lo esté haciendo bien. ―Cuando terminó de hablar cogió aire, y la joven pudo ver cómo se sonrojaba ligeramente.

―Pues hasta ahora lo estás haciendo muy bien. ―Le confesó, con una sonrisa. ―Oye, quiero probar algo.

―¿Qué? ―Preguntó curioso.

―Aquí no, ven. ―Se puso de pie y le tendió la mano para guiarle hasta su cuarto. Se sentaron en el borde de la cama. Luca la miraba, intrigado, y ella buscaba la forma adecuada de decirle lo que estaba pensando.

―¿Me dejarías... intentar algo?

―Si no me duele sí. ―Bromeó él, impaciente.

―Precisamente...Creo que sí te va a doler.

Luca ladeó la cabeza tratando de adivinar si hablaba en serio y, por su expresión, se dio cuenta de que sí.

―Muy bien. ―Decidió por fin. ―Confío en ti.

―Si te hago mucho daño, avísame. ―Estaba tensa, nerviosa; ni siquiera ella estaba segura de lo que iba a hacer. Pero le parecía un buen momento. Sí, de eso sí estaba segura, ese era el momento. Se acercó hasta él y se puso de rodillas sobre la cama, a su lado. Le desabrochó los dos primeros botones de la camisa y le echó el cuello de esta hacia atrás. Se pegó más a él y, unos instantes antes de hacer lo que tenía en mente, lo miró directamente a los ojos. Esos ojos azules, claros e intensos a la vez, gélidos y tiernos al mismo tiempo... Le pasó una mano por detrás del cuello y ladeó la cabeza. Sus labios rozaron su piel, recorrieron su garganta, besaron su cuello, esperando el momento y, cuando por fin se decidió, entreabrió los labios... despacio, y acabó clavando sus colmillos en su cuello, buscando su sangre.

No pudo observar la reacción de Luca, pero supuso que después de besarle el cuello y advertirle de que le podía doler se había hecho una idea de lo que pretendía. No se alejó de ella. Al principio, sintió como sus músculos se tensaban, pero enseguida se relajó. Cristal cerró los ojos para disfrutar de la sensación. Aquello era indescriptible, el sabor de su sangre era embriagador. Durante unos instantes, no existió nada más, solo ella bebiendo esa sangre. Pero esa sensación la asustó, y se obligó a sí misma a recordarse que estaba mordiendo a Luca y que pronto debería parar si no quería desangrarlo. Sin embargo, era tan tentador dejarse llevar por esa agradable sensación que estaba experimentando... Tan solo tenía que cerrar los ojos, y esa maravillosa fragancia y ese único sabor la embrujaban, hasta el punto de transportarla lejos de allí...

Tardó más de lo que pretendía en separarse de él, y menos de lo que le pedía su cuerpo, ávido de sangre. De todas formas, consiguió hacer un soberano esfuerzo y logró alejarse de su cuello a tiempo. Luca la miraba, expectante.

―¿A qué sabe? ―Se le ocurrió preguntar. La pregunta cogió por sorpresa a la joven y no supo qué responder al principio. Iba a decir algo cuando Luca le agarró por la cintura y la atrajo hacia él de nuevo para besarla. Cristal sintió sus propios labios húmedos, por su sangre, y los de Luca fríos en comparación. La sangre pasó de sus labios a los de él y enseguida pudo volver a saborear su sabor. Volvió a dejarse llevar, aquella vez algo más tranquila porque sabía que un beso no era peligroso, al menos no en ese sentido. Pero sí lo suficientemente peligroso como para hacer que se derritiera de pies a cabeza. Sus besos eran así. También sus labios, y sus sonrisas, y sus miradas... Todo en él era perfecto.

Al separarse, Luca se le quedó mirando, indeciso. Le retiró uno de sus mechones castaños de la frente y volvió a acercarse a ella para besarle en la mejilla.

―¿Quieres...? ―Empezó a preguntar Cristal.

―La pregunta es si quieres tú.

―Sí que quiero, si no, no te habría mordido.

Luca ladeó la cabeza y comenzó a besarle el cuello. Antes de que se diera cuenta ya había clavado sus colmillos en él y sentía como traspasaban su piel. Escuchó el sonido de su sangre siendo succionada. No dolía, no demasiado. Solo al principio, había sentido dolor, pero Luca había sido suave, se notaba que tenía cuidado, y no apretaba con fuerza.

Cuando terminó no se apartó de ella, siguió besándole el cuello y subió despacio hasta los labios.

―No te he hecho daño, ¿verdad?

Iba a responder que no cuando la vista se le nubló, intentó decir algo, pero no fue capaz. No podía enfocar el rostro de Luca a pesar de que lo tenía enfrente. Sintió que algo iba mal, le faltaba oxígeno, notaba una ligera presión en el pecho e, inconscientemente, se llevó la mano a él. Escuchó que Luca decía algo, alarmado, pero no fue capaz de distinguir qué, incluso el sonido le llegaba distorsionado. Algo la empujaba a cerrar los ojos, algo contra lo que no podía luchar... Y, finalmente, se desplomó sobre la cama.

A la mañana siguiente, se despertó con fuerte dolor de cabeza. Sentía como si esta le fuera a estallar. Se llevó la mano a la sien y frunció el ceño, no tenía fiebre. Intentó recordar lo que había ocurrido la noche anterior. Sabía que había estado con Luca, pero el resto lo veía borroso. ¿Realmente había ocurrido de verdad que él la hubiese mordido después de que ella lo mordiera a él? No estaba segura, las imágenes eran confusas y recordaba todo como difuminado.

―Eh, ¿Cómo estás? ―Le susurró una voz a su lado.

Intentó abrir más los ojos. La luz que entraba por la ventana era molesta, cegadora.

―¿Angelo? Haz el favor de bajar las persianas... ―Balbuceó, acostumbrándose a escuchar su voz. ―¿Qué ha pasado?

―Te desmayaste, es normal. A muchos nos pasa la primera vez.

―Entonces... ¿fue verdad? Luca me mordió.

―Eso me contó. ―Angelo se encogió de hombros. ―Además, es evidente, ¿no? ―Le dirigió un rápido vistazo al cuello, y Cristal se llevó allí la mano.

Se levantó de un salto para mirarse en el espejo y, para su asombro, la mordedura era mucho más pequeña de lo que se esperaba.

―Pensaba que era más profunda.

―Se te habrá cerrado.

―¿De un día para otro? ―Preguntó, extrañada, buscando la forma de taparse las marcas con el cuello de la camisa.

―La saliva de los vampiros es regenerativa.

―Ah, es verdad, no me acordaba. ―Se frotó los ojos y se dio un par de minutos para despejarse. ―¿Y Luca? ―Esperó a obtener una respuesta, pero Angelo dejó que se dibujara una media sonrisa en su rostro y levantó las cejas.

―¿Tú qué crees?

―No, otra vez no. ¡No me dijo nada!

―Creo que no lo tenía planeado. Su entrenador le ha llamado esta mañana y... Me ha pedido que me quede cuidando de ti.

―Para él esa es la solución a todo. Llamar a Angelo y dejar que él esté conmigo en su lugar. ―Por un momento, dejó de mirar al muchacho y le dio la impresión de que estaba hablando para ella misma. ―Ayer fue un día especial, hoy quería estar con él, despertar con él. Tú me entiendes, ¿a que sí? Creo que no siente por mí lo mismo que yo por él.

―No pienses en eso ahora. Solo te ha vuelto a hacer otro favor. Has tenido el privilegio de pasar la mitad de la noche conmigo.

―¿La mitad de la noche? ¿Cuándo se ha marchado?

―Un poco antes del amanecer. Ese chico no está bien de la cabeza. Creo que de pequeño se cayó de la cuna, ha salido un poco rarito. ―Bromeó él, esperando que Cristal saliera en defensa de su novio como hacía siempre, pero ni siquiera sonrió. ―¿Por qué no te hace gracia?

―No tengo ganas de reír, estoy enfadada con él. Ha pasado completamente de mí durante cinco días.

Angelo siguió con su bromas, pero ella cada vez pensaba más en lo que había pasado, y se hacía más preguntas acerca de si era culpa suya. ¿Y si ya no le gustaba? ¿Y si no sentía nada por ella? Al final, y viendo que Angelo no entraba en temas serios, que no decía más de cuatro palabras seguidas sin bromear, decidió dejar el tema de lado.

―Dentro de poco vendrá Luna, tenemos que hacer planes sobre lo que vamos a hacer.

―¿Luna? ¿La de tu escuela?

―Sí, la misma.

―Bien, conozco un par de sitios a los que podemos ir... ―Empezó él.

―¿Esos sitios en los que, al final, todos quieren pegarte? No, gracias.

―Si vamos, prometo comportarme.

―No sé... pregúntaselo a Luna, a mí me da igual dónde ir.

Angelo se levantó del borde de la cama y le revolvió el cabello de la cabeza.

―No amargues tus propias fiestas. ―Le dijo solamente y se marchó de la habitación.

Ese día volvió Andrea. Lia seguía sin aparecer pero, a decir verdad, le echaba mucho más de menos a él. Le contó cómo le iba todo en la escuela, pero no le mencionó el incidente con el Subtierra y el resto de visiones extrañas que había tenido en el espejo del alma.

Paseaban camino del balcón que hacía de mirador cuando Luca regresó. Subía las escaleras y, cuando vio a Cristal, se le iluminó una sonrisa en el rostro. Sin embargo, ella le ignoró y siguió conversando con el protector. Tenía pensado pasar de largo, pero Andrea se detuvo a saludar a su hermano.

Compartieron un poco efusivo apretón de manos y un golpecito por parte del mayor en el hombro. Pero apenas tenían nada que decirse.

―Hola, Cristal. ―Se atrevió a decir él cuando había terminado de saludar al recién llegado.

―Hola. ―Respondió ella con frialdad. ―Le estaba costando más de lo que creía ignorarle, y hacerle pagar por lo que le había estado haciendo él durante tantos días.

―Luego nos vemos, tenemos que hablar de lo que pasó ayer.

―No sé... No creo que tenga tiempo. ―Comentó ella con total naturalidad, con una indiferencia que hasta a ella misma le dolía. ―Ya estaremos. ―Le hizo un gesto con la mano y antes de que pudiera decir nada siguió su camino hacia el mirador.

Andrea se le unió al paso y miró un par de veces más atrás antes de llegar al mirador. Una vez, allí se atrevió a formular la pregunta que le rondaba desde hacía un rato.

―¿Qué os ha pasado?

―Dirás que le ha pasado a él.

―¿Y qué le ha pasado a él? ―Insistió él.

―No lo sé. Todo ha cambiado.

―¿Tiene algo que ver con que te haya mordido?

―¿Qué? ―Cristal se giró hacia él confusa. ¿Cómo podía saberlo todo?

―No es muy normal llevar un pañuelo en el cuello en esta época, y menos en ti. Además huele a sangre.

Cristal sonrió, aunque sin muchas ganas. Acabó contándole lo que pasaba a Andrea. Al fin y al cabo era él quien más le podía ayudar, quien mejores consejos le podía dar. Sin embargo, cuando acabó, él se pasó la mano por detrás del cuello y puso expresión pensativa. No sabía qué decirle, qué recomendarle. No podía aconsejarle, porque nunca había vivido una situación similar y, si lo había hecho, había sido hacía mucho tiempo.

―Excepto dos decisiones importantes, el resto de las que he tomado en la vida han sido erróneas, así que no puedo decirte nada. Simplemente, haz lo que creas que es mejor para ti. Lo importante es lo que tú sientas. Sé que, hagas lo que hagas, elegirás bien; confío en ti.

―¿Cuáles son esas dos decisiones en las que acertaste?

Andrea le sonrió con cariño.

―Entrar en la escuela de Sombras del Plenilunio, y hacerme cargo de ti, pequeña.

Cristal lo abrazó. No solía hacerlo muy a menudo, sabía que a él no le gustaban ese tipo de muestras de afecto pero, de vez en cuando, se atrevía a dárselas ella. Además, él ya le había confesado alguna vez que sus abrazos le gustaban. Pero en ese momento no lo hizo solo por él, sino también por ella. Lo necesitaba.

Una vez en su habitación, se tumbó sobre la cama y abrió un libro. Intentó estudiar, pero no podía, era incapaz de concentrarse. Al cabo de un rato llamaron a la puerta. Sabía quién era, así que no se molestó en darle permiso para entrar.

<<Cristal, Cristal, sé que estás ahí, te he visto entrar. Vamos, abre>>. Repetía él, incansable. Antes de que Luca descubriera que la puerta no tenía el cerrojo puesto, ella se levantó de un salto y corrió hacia la ventana, la abrió con rapidez y se escabulló por ella, justo antes de que Luca entrara en la habitación. Recorrió el alfeizar y se descolgó hasta el piso de abajo, donde pudo descansar en uno de los adornos salientes de la fachada. Se pegó contra la pared, y cerró los ojos. Desde allí podía sentir a Luca, lo escuchaba, e incluso podía oler el leve aroma que desprendía su mordedura del cuello.

Estuvo allí un rato y, cuando decidió que era suficiente, volvió a su cuarto. Luca no volvió en toda la noche, y en parte Cristal se molestó por ello, pensaba que iba a ser más insistente. Entonces fue cuando se dio cuenta de que quizá era ella la que se estaba pasando y, cuando despertó al día siguiente, acabó por buscarlo para darle una última oportunidad.

Si no se equivocaba, Luna llegaba esa misma noche, y por lo menos podría pasar el día con él. Llamó a su puerta y pasó cuando este le dio permiso.

―Ayer querías hablar.

―Ah, sí. ―Estaba atándose los cordones de las zapatillas con parsimonia. ―Solo quería decirte que sentía haberme ido antes del amanecer y que lo que pasó fue... ―No llegó a terminar la frase. Sonó su móvil. Como era de esperar contestó, y Cristal aguardó, paciente. Sin decir nada, sacó una bolsa de deporte de debajo de la cama y empezó a meter cosas en ella.

―¿No tienes más que decirme?

―Sí, no he terminado. Pero me acaba de llamar el entrenador, y ahora tengo que irme. Hablaremos más tarde.

―¿Seguro? ―Preguntó, mordiéndose los labios.

―Sí, si no vengo muy cansado...

―No me refiero a eso, digo que si es seguro que tienes que irte.

―Acabas de oírlo. ―Le explicó, señalando el móvil. ―Me ha recomendado pasarme a entrenar.

―Solo te lo ha recomendado, no tienes por qué ir. ―Cristal intentaba contener sus emociones, controlarlas, porque tenía ganas de gritar.

―Bueno, pero es mejor que vaya. ―Luca le sonrió y se puso en pie para acercarse a ella. Cristal dio un par de pasos hacia atrás.

―No. No hagas eso.

―¿Qué? ―Luca seguía sonriendo, sin entender.

―No sonrías y digas que luego nos veremos, que mañana estaremos juntos, porque no es verdad. ―A Cristal se le llenaron los ojos de lágrimas y él lo notó.

―Eh, ¿qué pasa? ―Intentó volver a acercarse, preocupado, pero Cristal alzó la mano marcando una barrera invisible entre los dos.

―No. Solo contéstame a algo. ¿Vas a irte ahora? ―Estaba al borde de las lágrimas. Una simple palabra podía destruir millones que habían conseguido hacerles llegar a los dos hasta allí. Cientos de caricias, de besos... Podían quedarse a la sombra de una simple palabra, una sola. ―Una palabra, Luca, una sola, y todo cambiará.

Luca frunció el ceño, no entendía por qué se lo tomaba tan a pecho, simplemente era un entrenamiento.

―Sí, voy a... ―Intentó seguir hablando, pero Cristal se aferró al pomo de la puerta y dio media vuelta. Aquello era el final.

Aquella noche llegó su amiga. Fingió, mejor de lo que ella creía, estar bien. No mencionó a Luca, y Luna tampoco lo hizo. Angelo las acompañó a una discoteca de la ciudad, y pasaron allí toda la noche. Se lo pasaron realmente bien, sobre todo Cristal. Lo mejor para ella fue, además, que cuando estuvieron de vuelta en casa ya al amanecer, se dio cuenta de que se lo podría pasar así de bien todos los días, y sin Luca. No era tan grave haber acabado su relación con él. Al fin y al cabo, su verdadero amigo era Angelo, y a él no lo iba a perder. Podía vivir sin Luca.

Simplemente él no la quería tanto, no más que a su afición. Sabía que ese tipo de cosas eran muy normales a su edad, probablemente volvería a gustarle alguien diferente pronto y, si tenía suerte, iniciaría una nueva relación con él. Su ruptura con Luca no era el fin del mundo.

Por otra parte, Luna estaba enamorada de Angelo. No era simplemente que le gustara, no, estaba completamente loca por él. Lo disimulaba bien, pero había ciertas miradas, ciertas sonrisas, ciertos comentarios... que dejaban al descubierto lo que sentía.

Angelo, en cambio, no parecía interesado en ella. Le hacía caso, no pasaba de ella y la trataba bien, pero le interesaban otras cosas. Como buscar entre la gente de la discoteca a chicas lo suficientemente bebidas como para morderles y que al día siguiente no lo recordaran. En otra época, Cristal se habría extrañado de su despreocupación pero, desde hacía un tiempo, había descubierto que no todo el que era mordido acababa convirtiéndose. La ley de la conversión no seguía ningún patrón fijo. Cuantas más veces fueran mordidos, y por cuantos más vampiros diferentes, más probabilidades tenían de convertirse, pero nunca se sabía.

La semana que Luna estuvo con ellos apenas aparecieron por casa. Iban de fiesta en fiesta, de discoteca en discoteca, de bar en bar. Cristal solía agobiarse al cabo de unas horas, y entonces continuaban con su propia fiesta en la calle. Pero Angelo parecía acostumbrado, y a Luna solo parecía importarle el hecho de estar con él.

Cuando llegó el día de volver a la escuela, no se molestó en despedirse de Luca. No sabía dónde estaba, pero seguramente habría salido a entrenar y tampoco tenía intención de hacerlo, aunque estuviese en la casa.

 

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