Cristal

Cristal


29. Al otro lado del espejo

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El ambiente se tornó más denso a medida que se acercaba. Allí las nubes eran grises y gruesas, y de vez en cuando algún relámpago cruzaba el cielo.

Se acercó hasta los límites de las ruinas, se bajó del caballo y se paró a observar. La tierra seguía siendo oscura y árida. Sobre un claro, paredes ruinosas y muros derrumbados competían entre ellos por mantenerse en pie.

La joven se internó en las ruinas sin pensarlo dos veces. La atmósfera era extraña, las voces que escuchaba se intensificaron, algunas se oían más altas que otras.

Se abrió paso a través de la decadencia del edificio derrumbado. Se serenó y consiguió recuperar el control sobre las voces. Todo el paisaje a su alrededor comenzó a cambiar. Apareció en un lugar que se le hacía familiar, un lugar que hacía años que no visitaba: el hospital.

Estaba completamente en llamas. Pero seguía en la prueba y sabía que todo lo que ocurriese sería para hacerle sentir miedo.

Se abrió paso entre las llamas, buscando la salida, con el brazo delante de la boca, para no inhalar humo. Una de las llamas alcanzó su pantalón, que ardió. Comenzó a revolverse en el suelo y al fin consiguió apagar el fuego. Sin embargo, para entonces la pierna ya había sufrido quemaduras. Dedicó unos segundos a quejarse mientras hacía una mueca de dolor. A cada paso que daba, la pierna se le resentía, y no podía evitar sentir que el tejido de su piel le abrasaba, totalmente quemado. Pero intuía que cada vez estaba más cerca de la victoria, y procuró no darle demasiada importancia.

Frente a ella aparecieron dos verdugos, los mismos que se les habían aparecido a Angelo y a ella cuando trataban de escapar del hospital en llamas. En aquella ocasión, Andrea los había salvado; pero tenía el presentimiento de que el protector no aparecería esta vez.

Estaba exhausta, enfadada. No podría enfrentarse a dos verdugos a la vez en su estado. Estaba entrenada para ello, pero sabía que no sería capaz, que no lo conseguiría. En un momento de cobardía, echo de menos las armas de fuego de la Tierra. Andrea le había enseñado que no eran honradas, que matar a distancia era de cobardes pero, en aquellos instantes, la cobardía era lo que menos le importaba.

Esperó a que ocurriera algo y, cuando uno de los asesinos dio el primer paso hacia ella, interpuso entre ellos su espada y comenzó a pelear. Esquivó un golpe del otro verdugo y dio una fuerte patada al que tenía a su derecha para alejarlo de ella. Este cayó al suelo, y se golpeó con violencia.

El pasillo era estrecho y estaba en desventaja, pero sabría usarlo a su favor. Cuando uno de ellos volvió a arremeter contra ella, esquivó el golpe dejando al descubierto su espalda, pero mereció la pena. Le agarró de la muñeca inmovilizando sus movimientos con la espada y le dio un codazo en el cuello. Enseguida se arrepintió de ello. Acostumbrada a practicar con sus compañeros, en vez de dar un golpe mortal con la espada solo lo había inmovilizado. Llegaron a un punto muerto, su espalda chocó contra la de su adversario. El otro verdugo pronto la atacaría, y si no hacía nada pronto la pillaría de espaldas y le quitaría la vida.

Sus dos espadas estaban cruzadas a la altura del vientre de la joven, que echó una rápida mirada hacia el otro asesino y se dio cuenta de que cada vez estaba más cerca.

Se le pasó una idea por la cabeza, ni siquiera lo pensó dos veces. Podría resultar una imprudencia o un gran acierto. Sin tener en cuenta las consecuencias, pegó un fuerte tirón del brazo de su oponente, acercándose la espada de este a su propio cuerpo, y clavándosela en él. Soltó un gemido de dolor, pero aprovechando el desconcierto y el tener la espada del verdugo inmovilizada, usó la suya para asestarle un golpe mortal.

Se giró sobre sus talones para desarmar al otro verdugo y cuando, a fuerza de golpes, consiguió tenerlo en el suelo le clavó su espada, quitándole la vida. Todo a su alrededor se volvió oscuro, y Cristal se dejó caer al suelo, de rodillas, desolada. Las voces se materializaron frente a ella, en forma de sombras.

―No has superado la prueba.

―Morirás.

―Fuera de la academia.

―Nunca serás Sombra del Plenilunio.

Repetían, una y otra vez, incansables. Cristal se llevó las manos a la cabeza sin importarle que estuvieran llenas de sangre. Le taladraban los oídos, le hacían daño. Quería llorar, dejarse dominar por el miedo y abandonarse. Quería descansar, cerrar los ojos. Dormir.

Al otro lado del espejo, Andrea paseaba de un lado a otro, nervioso, observándola.

―No aguantará, comentó el instructor. No he conocido a nadie que haya sobrevivido a los espectros del miedo, y a ella se le han aparecido en forma de voces nada más empezar. Además, todos sus miedos la han atacado a la vez. Y, por si fuera poco, ha tenido que pasar la prueba en dos ocasiones y todavía no se había recuperado de la anterior.

―Está destrozada. Tiene la mitad de la pierna izquierda quemada, los brazos y las rodillas ensangrentadas. Se ha dado varios golpes en la cabeza. Tiene una herida de espada en el estómago. Y parece que su hombro derecho y sus costillas no están en muy buen estado. ―Comentó otro de los profesores que habían acudido a la sala del espejo, curioso. Muchos alumnos también habían intentado acceder a ella, pero los profesores no les habían dado permiso para entrar. Solo Angelo, acompañando a Andrea, había conseguido permiso.

―Basta ya. ―Los cortó el profesor de esgrima de Cristal, quien ya conocía a Andrea y podía ver la preocupación en su mirada. ―Que haya llegado hasta aquí no ha sido casualidad. No ha sido por un milagro ni por suerte. Ella es fuerte.

―Aguantará. ―Se decidió a murmurar Angelo, tratando de transmitirle fuerza a Andrea, quien no se atrevía a pronunciar palabra alguna.

Al otro lado del espejo, los fantasmas seguían hostigándola, hablando cada vez más y más fuerte. Cristal sentía que le quemaban los oídos, todo su ser ardía. Empezó a asumir que aquellos espectros tenían razón, y que le sería imposible superar la prueba. Entonces vio que de sus manos emanaba un resplandor oscuro, el dolor estaba desapareciendo. Pronto el resplandor se apoderó de todo su cuerpo, el dolor desaparecía... Ella se estaba abandonando a esa sensación.

Pero entonces se dio cuenta de lo que estaba pasando, no debía dejar que las palabras de los fantasmas la influenciaran. Estaba tan cerca de terminar la prueba... le quedaba tan poco que no podía rendirse tan fácilmente.

Gritó con todos sus pulmones para hacer callar las voces. Pronto, su voz sonó por encima de todas las demás y aquellas se fueron extinguiendo, poco a poco, ante la suya. El resplandor oscuro desapareció para dar paso a un resplandor perlino que le devolvió el dolor, pero que también le transmitió fuerza. El brillo fue creciendo a medida que su grito adquiría más fuerza. La luz era cegadora, las sombras dejaron de hablar, se desvanecieron entre el destello.

Cristal irrumpió en la sala del espejo aún gritando y entre la luz blanquecina que emanaba de ella. Cuando no le quedaron fuerzas para seguir gritando, la luz desapareció, y ella quedó tendida en el suelo.

Vio que alguien se acercaba. No le veía con claridad la cara, todo se estaba volviendo tan borroso... Pero su forma de moverse era inconfundible: era Andrea.

Alguien lo retuvo del brazo, posiblemente Angelo, temeroso de que, por su enfado, fuera a gritar a Cristal, a pesar de su estado. Pero él se deshizo de su mano y corrió junto a ella, abrazándola. Pronto todos los espectadores de la prueba se reunieron a su alrededor, y entonces perdió el sentido por completo.

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